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Romper España
La demostración de que España (esa España que predomina por prepotente y bulliciosa en los platós, en los editoriales de los periódicos y en los parlamentos, no la otra España juiciosa y ponderada) está atrasada, es ese grito de alarma contra los que, dicen, quieren romper España. Se refieren, claro, a la suya, la de la caverna, la intolerante, la infectada de gobernantes ladrones de las arcas públicas, la España cateta...
Insisten, obstinados, en que ha de persistir en la sociedad la idea o el sentimiento de la Una, Grande y Libre dictatorial e isabelina. No se percatan de que ese tiempo está agotado. Los muy necios siguen creyendo que las naciones son grandes por la extensión de su territorio o por el dominio que ejercen sobre otras naciones. Ignoran esos alteradores del orden público que hace mucho el mundo civilizado descubrió que las naciones tampoco son grandes por pasadas glorias o por haber sido imperios; que la naciones son grandes por el grado de solidaridad y por el nivel de tolerancia de sus pueblos, exclusivamente intolerantes con los intolerantes...
Lo que rompe a España es saquear los propios administradores sus finanzas. Lo que rompe a España es inculcar a la población el odio a unas regiones aguerridas que no se dejan avasallar fácilmente por unos proxenetas de la política. Lo que rompe a España es mantener una forma de unidad territorial pétrea. Lo que rompe a España es empeñarse en no reformar a fondo una Constitución que nació viciada de consentimiento pues eran momentos muy excepcionales de los que se aprovecharon los de siempre...
Hay muchas razones por los que millones de individuos deseen dar la espalda a un orden administrativo y político rancio que reinstauró en 1978, con mucha presión y triquiñuelas, una monarquía en los últimos tiempos intermitente cuando la natural forma de Estado en España ya es la república. Motivos que van desde el sentimiento generalizado en una región del país de estar los gobernantes de la metrópoli fomentando desde las instituciones el odio contra los habitantes de esa región, hasta el simple deseo de escape de una situación insostenible propiciada por la catadura de esos mismos gobernantes que en distintos espacios de la gobernanza se comportan como émulos del dictador.
Afortunadamente el marco, al menos el marco psicológico, de esta situación ha sido momentáneamente superado. Pero las soluciones tendrán que pasar necesariamente por revertir de alguna manera las condiciones estatutarias que precedían en Catalunya antes de convertirse el Estado español en la continuación del precedente aparato represor.
La demostración de que España (esa España que predomina por prepotente y bulliciosa en los platós, en los editoriales de los periódicos y en los parlamentos, no la otra España juiciosa y ponderada) está atrasada, es ese grito de alarma contra los que, dicen, quieren romper España. Se refieren, claro, a la suya, la de la caverna, la intolerante, la infectada de gobernantes ladrones de las arcas públicas, la España cateta...
Insisten, obstinados, en que ha de persistir en la sociedad la idea o el sentimiento de la Una, Grande y Libre dictatorial e isabelina. No se percatan de que ese tiempo está agotado. Los muy necios siguen creyendo que las naciones son grandes por la extensión de su territorio o por el dominio que ejercen sobre otras naciones. Ignoran esos alteradores del orden público que hace mucho el mundo civilizado descubrió que las naciones tampoco son grandes por pasadas glorias o por haber sido imperios; que la naciones son grandes por el grado de solidaridad y por el nivel de tolerancia de sus pueblos, exclusivamente intolerantes con los intolerantes...