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Romper España

Jaime Richart

La demostración de que España (esa España que predo­mina por prepotente y bulliciosa en los platós, en los edito­riales de los periódicos y en los parlamentos, no la otra España jui­ciosa y ponderada) está atrasada, es ese grito de alarma con­tra los que, dicen, quieren romper Es­paña. Se refieren, claro, a la suya, la de la caverna, la in­tolerante, la infectada de gober­nantes ladrones de las arcas públicas, la España ca­teta...

Insisten, obstinados, en que ha de persistir en la so­ciedad la idea o el sentimiento de la Una, Grande y Li­bre dictatorial e isabelina. No se percatan de que ese tiempo está agotado. Los muy necios siguen creyendo que las naciones son grandes por la extensión de su territorio o por el domi­nio que ejercen sobre otras naciones. Ignoran esos alteradores del orden público que hace mucho el mundo civilizado descubrió que las naciones tampoco son grandes por pasa­das glorias o por haber sido imperios; que la naciones son grandes por el grado de solidaridad y por el nivel de toleran­cia de sus pueblos, exclusivamente intolerantes con los intolerantes...

Lo que rompe a España es saquear los pro­pios administradores sus finanzas. Lo que rompe a España es inculcar a la pobla­ción el odio a unas regiones aguerridas que no se dejan ava­sallar fácilmente por unos proxenetas de la política. Lo que rompe a España es mante­ner una forma de unidad te­rritorial pétrea. Lo que rompe a España es empe­ñarse en no reformar a fondo una Constitu­ción que na­ció viciada de consenti­miento pues eran mo­mentos muy ex­cepcio­nales de los que se aprovecharon los de siempre...

Hay muchas razones por los que millo­nes de individuos de­seen dar la espalda a un orden administra­tivo y político ran­cio que reinstauró en 1978, con mucha presión y triqui­ñue­las, una monarquía en los últimos tiempos intermi­tente cuando la natural forma de Estado en España ya es la re­pública. Motivos que van desde el sentimiento genera­lizado en una región del país de estar los gobernan­tes de la metró­poli fomentando desde las ins­tituciones el odio contra los habitantes de esa región, hasta el simple de­seo de escape de una situación insostenible pro­piciada por la catadura de esos mismos gobernantes que en distin­tos espacios de la gober­nanza se comportan como émulos del dictador.

Afortunadamente el marco, al menos el marco psicoló­gico, de esta situación ha sido momentáneamente supe­rado. Pero las soluciones tendrán que pasar necesaria­mente por revertir de alguna manera las condiciones esta­tutarias que precedían en Catalunya antes de convertirse el Estado español en la con­tinuación del precedente apa­rato represor.

La demostración de que España (esa España que predo­mina por prepotente y bulliciosa en los platós, en los edito­riales de los periódicos y en los parlamentos, no la otra España jui­ciosa y ponderada) está atrasada, es ese grito de alarma con­tra los que, dicen, quieren romper Es­paña. Se refieren, claro, a la suya, la de la caverna, la in­tolerante, la infectada de gober­nantes ladrones de las arcas públicas, la España ca­teta...

Insisten, obstinados, en que ha de persistir en la so­ciedad la idea o el sentimiento de la Una, Grande y Li­bre dictatorial e isabelina. No se percatan de que ese tiempo está agotado. Los muy necios siguen creyendo que las naciones son grandes por la extensión de su territorio o por el domi­nio que ejercen sobre otras naciones. Ignoran esos alteradores del orden público que hace mucho el mundo civilizado descubrió que las naciones tampoco son grandes por pasa­das glorias o por haber sido imperios; que la naciones son grandes por el grado de solidaridad y por el nivel de toleran­cia de sus pueblos, exclusivamente intolerantes con los intolerantes...