Las elecciones autonómicas andaluzas de 2022 serán recordadas como las de la “victoria histórica”, “aplastante” o “arrolladora” del PP en Andalucía. Esas elecciones en las que los populares, en un contexto de alta fragmentación política, lograron el 43% de los votos y se quedaron tres escaños por encima (58) del umbral fijado para alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento andaluz.
Una victoria, además, magnificada por las expectativas creadas en la antesala electoral. Cinco días antes de las elecciones, ningún sondeo apuntaba a que el PP tuviera a su alcance la mayoría absoluta. Ello ha hecho que, junto a las estrategias de campaña que han seguido algunos partidos, los resultados de estas elecciones se hayan interpretado desde el triunfo electoral del PP.
De este modo, la incontestable victoria del PP ha frenado a Vox, ha acabado con un moribundo Ciudadanos y ha vapuleado, en uno de sus principales graneros de voto, a una izquierda cada vez más dividida. De las seis principales candidaturas que se presentaban a estos comicios, solo una, el PP, ha podido exhibir resultados. El resto aparecen como claros perdedores. El PSOE y los partidos a su izquierda (Por Andalucía y Adelante Andalucía) porque han perdido votos y representación parlamentaria respecto a los comicios regionales de 2018. Vox, porque puso el listón demasiado alto y la candidatura de Macarena Olona ha acabado en un sonoro pinchazo, con el logro de apenas dos escaños más (14) que en 2018 y siendo irrelevante en la formación del próximo gobierno andaluz. Ciudadanos, porque ya ni siquiera se puede consolar con haber retenido, al menos, uno de los 21 escaños que logró en 2018 para seguir siendo una fuerza parlamentaria en esta Comunidad.
Como es lógico mientras el PP trata de sacar provecho a este triunfo extrapolando los resultados al ámbito nacional y dando por seguro un cambio de ciclo electoral a su favor, los perdedores tratan de pasar página lo antes posible. Y mientras se pone el foco en las consecuencias de estos comicios para los partidos, nosotros queremos llamar la atención sobre algunas cuestiones que nos han parecido interesantes de estos comicios.
¿La gestión como antídoto contra Vox?
Los progresistas empezaron la noche electoral temiendo una mayoría absoluta del PP y acabaron la noche anhelando una mayoría absoluta del PP, que dejara a Vox políticamente inoperativo. Esta es quizás una de las lecturas más comunes de estas elecciones: Vox ha dejado de ser legislativamente relevante para el gobierno del PP andaluz. Junto a ella hay espacio también para una reflexión más general: ¿ha dejado de ser Vox relevante políticamente?
Ciertamente, no. Seguirá capitalizando el voto del descontento. Y, muy probablemente y a no ser que España siga una trayectoria política diferente a la del resto del continente europeo, dicho voto de cabreo irá mudando de la extrema izquierda a la extrema derecha. El nacional populismo de derechas tiene más éxito –como mínimo, en las democracias avanzadas– que el populismo de izquierdas. Pero los resultados electorales no parecen tan determinados por Vox, y por la estrategia de los partidos frente a Vox. Moreno Bonilla se ha impuesto en Andalucía, como Feijóo lo hizo en su momento en Galicia, pasando del discurso de Vox, y enfatizando las tres “G”: gestión, gestión y gestión. En Andalucía se ha extendido la sensación de que el PP, junto con Ciudadanos, han llevado a cabo una gestión seria, que ha puesto la prioridad en el desarrollo económico. En la teóricamente época de los populismos y la polarización, parece que triunfan los políticos que subrayan la gestión y moderación. La paradoja de estas elecciones es que, precisamente el partido que ha fundamentado su acción en esa gestión y moderación, Ciudadanos, ha desaparecido del mapa político. Juan Marín siempre podrá decir que, políticamente, murió de éxito.
¿Qué hará Feijóo en las próximas generales?
Una de las principales preguntas que surgen tras los resultados de las elecciones andaluzas es si el triunfo del PP marcará la estrategia de competición del Partido Popular en las próximas elecciones generales. El gran dilema de Casado -moderarse para ocupar el centro tras el descalabro progresivo de Ciudadanos o radicalizarse para competir con VOX- parece haberse resuelto: todo el mundo asume que la moderación que ha caracterizado la campaña electoral del candidato a la Presidencia de la Junta de Andalucía será replicable por Feijóo en las próximas elecciones generales.
Sin embargo, no está claro en qué medida el líder de los populares debe o puede moderarse siguiendo la estrategia de campaña del PP en las elecciones andaluzas. Empecemos por el deber. Una de las consecuencias de la llegada de nuevos partidos a los parlamentos regionales tras las elecciones del 2015 fue que obligó a las formaciones tradicionales a adaptar su oferta programática. En Andalucía, por ejemplo, la aparición de Podemos hizo que el programa electoral del PSOE en esa región virara hacia la izquierda. Los partidos tradicionales estaban abocados a una mayor diferenciación regional en su oferta política. Las singularidades territoriales por el lado de la demanda, es decir, en los electorados de cada territorio también explican esa diferenciación: en Madrid, por ejemplo, los votantes del Partido Popular son más centralistas y sienten más simpatía hacia VOX que en el resto de regiones.
Así, el discurso moderado del PP en las generales puede encajar bien con la demanda y oferta política en algunos territorios (donde ese discurso ha sido exitoso, como en Galicia y Andalucía), pero no en otros, bien porque la moderación debilite su competición con VOX o bien porque el debate sea más territorial que ideológico (Cataluña). El reto para Feijóo consiste en mantener un discurso nacional suficientemente difuso para permitir declinaciones territoriales adaptadas a la competición en cada Comunidad Autónoma.
En segundo lugar, está la cuestión de si Feijóo puede aplicar una estrategia desde la oposición. Dicha estrategia es más complicada si el candidato la realiza desprovisto de la responsabilidad de la gestión política y como portavoz del PP en el Senado. El éxito de Juanma Moreno en las elecciones andaluzas se explica en gran medida por la buena valoración de los ciudadanos de su gestión en la Junta. Un Feijóo sin responsabilidades sobre políticas concretas tendrá más dificultades para definir el grado de moderación de la marca nacional del PP. Siempre estará a tiempo de acudir a la moderación del discurso parlamentario, de las formas más que del contenido, pero quizás eso no pueda compensar la heterogeneidad en las formas y de la gestión política que el PP practica en la política regional.
El PSOE andaluz aún no es alternativa
Al PSOE andaluz se le han hecho cortos estos cuatro años de oposición. Más preocupado por su batalla interna que por presentarse como alternativa, los datos de opinión pública ya mostraban que sus posibilidades eran escasas. Su candidato, Juan Espadas, no era conocido por alrededor del 30% del electorado. Además, el PSOE se ha convertido en un partido antipático para un porcentaje importante del electorado andaluz. Mientras un porcentaje significativo de votantes del PSOE consideraba al PP como opción, un 64% de los votantes del PP consideraba, en una escala de 0 a 10, que jamás podría votar al PSOE. Por último, su planteamiento de campaña, con una lógica nacional muy presente, no le ayudaba en unas elecciones claramente enfocadas en lo regional.
El PSOE necesita cuatro años más para oxigenarse. La inercia de 37 años de gobierno y y un aparato tan asentado no hace pensar que la tarea vaya a ser fácil. La maquinaria que tan útil fue para ganar elecciones ahora puede ser un lastre para reinventarse.
¿Añoranza de la vieja política?
El año 2015 supuso un punto de inflexión en la política española con la irrupción en el Parlamento de las llamadas fuerzas políticas emergentes, que en aquel entonces eran Podemos y Ciudadanos. Es cierto que Vox también existía, pero hasta 2018 no consiguió ser considerada una fuerza emergente por sus pobres resultados electorales. En todo caso, se trataba de nuevos partidos que habían surgido para poner voz y capitalizar el descontento con los dos grandes partidos, PSOE y PP.
Y es que el malestar social era profundo y estaba muy extendido, ya fuera por la percepción de alejamiento hacia los problemas de los ciudadanos, por la aplicación de políticas impopulares tras la crisis financiera de 2008, por los escándalos de corrupción y de falta de ejemplaridad de las élites políticas y económicas o por la reacción que provocó el proceso independentista catalán en muchas partes de España. Sin cambiar el sistema electoral, nuevos partidos han conseguido superar la barrera del descontento y obtener representación política en estos últimos siete años.
La sociedad anhelaba una nueva forma de hacer política. Pero esa nueva política materializada en la irrupción de nuevos partidos también ha ido acompañada de efectos colaterales, tales como la dificultad para formar gobiernos, la ruptura de pactos de coalición, la repetición de elecciones por falta de acuerdos políticos, el bloqueo institucional o la creación de escisiones dentro de los nuevos partidos. En este sentido, no es baladí que, en los dos últimos años, los viejos partidos, y especialmente el PP, hayan apelado a la estabilidad política para pedir el voto.
La amplia victoria del PP en las recientes elecciones andaluzas puede verse también como un síntoma de añoranza de la política anterior a 2015. Mientras los nuevos partidos afrontan problemas de supervivencia como Ciudadanos, de descomposición electoral como Unidas Podemos o de no cumplir con sus expectativas como Vox, los viejos partidos resisten. Y con ello, el tiempo de las mayorías absolutas parece volver a ponerse de moda, quizás provocado por la necesidad de estabilidad política y seguridad en tiempos cada vez más inciertos.
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