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Por primera vez en la Quinta república, Francia ha vivido con sus dos principales partidos que estructuraban la competición política en crisis, y con un presidente que ha tenido que crear un partido 'ad hoc' para sostener su acción de gobierno
El pasado domingo, 10 de abril, los franceses votaron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, dejando unos resultados que nos invitan a reflexionar, otra vez, sobre la crisis de los partidos tradicionales, sobre el ascenso electoral de la extrema derecha y sobre los posibles escenarios que se abren de cara a los resultados de la segunda vuelta. Desde Piedras de papel queremos contribuir al debate destacando estos cinco apuntes sobre las elecciones en Francia.
1. Continuidad en el apoyo a los partidos (con una excepción)
Nadie calificaría los últimos cinco años de política francesa como insulsos, aburridos o previsibles. Por primera vez en la Quinta república, Francia ha vivido con sus dos principales partidos que estructuraban la competición política en crisis, con un presidente que ha tenido que crear un partido ad hoc para sostener su acción de gobierno, ha vivido la crisis de los chalecos amarillos, y ha tenido que lidiar con una pandemia y una guerra en Europa, ambas con fortísimos impactos sociales y económicos en la población.
A pesar de lo convulso de este periodo, llama la atención que los tres principales contendientes obtienen resultados muy parecidos a los que lograron en 2017: el presidente Macron logra subir casi cuatro puntos respecto a la primera vuelta de las presidenciales pasadas, Marine Le Pen crece algo menos de dos (pero el conjunto de candidaturas a la derecha de la derecha “republicana” tradicional sube hasta seis), y Mélenchon crece dos y medio. El centro izquierda (sumando socialistas y verdes), repite el catastrófico resultado de 2017, y el gran derrotado es la derecha tradicional, que pasa del 20% que obtuvo Fillon hace cinco años a no llegar al 5% el domingo pasado.
El hundimiento de la derecha tradicional hace que sean los candidatos ideológicamente más próximos los que crezcan más respecto a las últimas presidenciales, contribuyendo a una mayor polarización en el agregado.
2. Continuidad en la composición del voto por edad
Si analizamos el perfil de los votantes de los candidatos, tampoco parece que las elecciones del 2022 hayan cambiado mucho las cosas respecto a lo que ocurrió en 2017. Vuelven hoy a inundar nuestras pantallas los gráficos y tablas impactantes que muestran el éxito de Le Pen entre los trabajadores manuales, o el sesgo urbano del voto a Macron y Mélenchon. Pero estos resultados ya se dieron en 2017. De hecho, cuesta encontrar entre las encuestas publicadas diferencias sustantivas respecto a lo que ocurrió hace cinco años. Así, es cierto que la encuesta poselectoral de IFOP muestra que el 35% de los trabajadores manuales votaron el pasado domingo por Le Pen, pero es que en 2017 fueron, según esa misma encuesta, el 39%. Igualmente, Mélenchon habría obtenido el domingo el 30% del voto de los parados. Pero no es una cifra muy diferente al 32% que obtuvo entre estos votantes hace cinco años.
Como muestra el siguiente gráfico, si se analizan los datos por grupo de edad -uno de los mejores predictores del voto en 2017- solo se aprecian cambios relativamente menores: el derrumbe de los republicanos se concentra entre las personas de más edad, muchas de las cuales ya no habrán podido votar en estas elecciones; Macron mejora entre este grupo de población, y el crecimiento de Mélenchon parece deberse a una mejora entre los votantes más jóvenes. Pero en conjunto, tampoco parece que el perfil demográfico de las candidaturas haya cambiado notablemente en estos cinco años.
3. Los (d)efectos del presidencialismo
Cuando eliges entre personas, como sucede en las presidenciales francesas, los riesgos de desestabilización son más altos que cuando escoges entre partidos, como ocurre en el sistema parlamentario español. Los “peligros del presidencialismo” fueron advertidos hace décadas por, entre otros, el politólogo español Juan Linz. Y se han acentuado con la “presidencialización” de la política, que se ha producido en todo el mundo con la proliferación de los programas televisivos de entretenimiento político y la eclosión de las redes sociales. Con lo que, si en países con arraigo partidista como el nuestro, proliferan los líderes mediáticos que gobiernan de forma cesarista ¿Qué no ocurrirá en sistemas con un presidente formal, como EEUU o Francia? Pues que, en la derecha, los Trump, Le Pen, o Zemmour tienen serias opciones de alcanzar la presidencia. Y que, en la izquierda, triunfan los Sanders o los Mélenchon.
Pero los dos bandos ideológicos no ganan por igual. Quien se beneficia más es la derecha, por la acción conjunta de dos factores. En primer lugar, los sistemas electorales en los que la ciudadanía se ve abocada a escoger entre dos alternativas, como sucede en Francia, son un terreno de juego favorable para los candidatos de derechas. Ante la duda, el elector medio se decanta por el candidato de derechas, con lo que la izquierda suele perder los comicios, como sucede sistemáticamente en el Reino Unido, o presenta candidatos extremadamente centristas, como Biden o Macron (que no es ni tan siquiera de izquierdas, sino liberal). En segundo lugar, para las izquierdas, los sistemas presidenciales son una cuesta muy difícil de subir. Y sirva de advertencia para la mucha gente (bastantes de izquierdas) que quiere “presidencializar” algunas de nuestras administraciones, como las locales. En unos años, el mapa local de España se llenaría de mini-Macrons y mini-Le Pens, no Colaus o Carmenas.
4. La extrema derecha: refugio del voto descontento y actor político disruptivo
Estas elecciones nos han vuelto a recordar el éxito que tiene la extrema derecha a la hora de capitalizar el descontento social en sentido amplio (enfado, malestar, desencanto, voto protesta). Un éxito que no se puede minimizar. Mientras en Francia los partidos tradicionales (republicano y socialista) se han hundido (quizás más por arrastrar la etiqueta de tradicionales, que por su ideología), la extrema derecha ha exhibido músculo. Y no sólo se trata de que Marine Le Pen haya conseguido en una primera vuelta el mejor resultado (23,3%) desde que en 2012 reemplazó a su padre como flamante candidata de la ultraderecha francesa. Se trata de que casi un tercio de los electores que acudieron a las urnas el pasado domingo se decantaron por candidatos ultraderechistas. Al voto de Reagrupamiento Nacional deLe Pen, se suma el de Reconquista de Zemmour (7,2%) y el de Francia en Pie de Dupont-Aignan (2,1%).
De cara a la segunda vuelta de estos comicios, se calcula que una importante fracción de votantes del izquierdista Mélenchon podría decantarse por Le Pen. Aunque en 2017 sólo un 11% de sus votantes en la primera vuelta optaron por la candidata de extrema derecha en la segunda, ahora se calcula que hasta un tercio podría hacerlo. De un extremo a otro. Hoy en día, ese tránsito es de la extrema izquierda a la derecha. Mientras hasta hace unos años, los partidos de izquierda alternativa, como Podemos o Syriza, tenían un fuerte atractivo para las personas disconformes con el sistema político y económico, en la Europa de hoy el actor político disruptivo es claramente la extrema derecha. La extrema izquierda se ha “domesticado”, y ha adoptado un programa de Socialdemocracia 2.0, que los coloca muy cerca de los partidos socialdemócratas de sus respectivos países; en algunos casos, como en Grecia con Syriza, sustituyéndolos. Por el contrario, y por mucho que sus dirigentes procedan de la ultraderecha o incluso de partidos fascistas, la extrema derecha resiste como un producto político genuinamente “nuevo”, y se consolida con un amplio, y cada vez más transversal, espectro de votantes.
Es posible que todo ello se olvide rápidamente si el próximo 24 de abril Macron vuelve a derrotar a Le Pen, como en 2017, y revalida su mandato como Presidente de la República francesa. No obstante, la extrema derecha seguirá ahí, así como las razones de fondo que explican su éxito electoral. Ciertamente, no sabemos muy bien por qué, aunque todo apunta a que es una combinación de cuestiones económicas y culturales. Por un lado, el voto a la extrema derecha puede entenderse como una reacción de los que se sienten “perdedores de la modernización”, materializada en una pérdida de seguridad laboral, precariedad, aumento de la desigualdad social y falta de perspectivas económicas. Por otro, también puede entenderse como una reacción cultural de quienes perciben como una amenaza los cambios de valores (liberales y post-materialistas) ligados a procesos sociales como el multiculturalismo.
5. Dos incógnitas
Podemos, por tanto, caracterizar estas elecciones como la consolidación de una tendencia y no tanto como un escenario completamente nuevo. Aun así, se nos abren dos importantes incógnitas: qué ocurrirá en la segunda vuelta y qué ocurrirá en cinco años.
Por un lado, la clave para la segunda vuelta será cómo se comporten los votantes de los candidatos que quedan excluidos de la contienda. Los líderes principales han apelado a un cordón sanitario a Le Pen y, en la mayoría de los casos, han pedido directamente el voto útil para Macron. Pero queda por ver qué tal funcionará la concentración del voto alrededor del actual Presidente. Por un lado, la aparición de Zemmour ha permitido a Le Pen cultivar cómodamente una imagen más centrada haciéndose aceptable por votantes menos radicales, a la vez que ahora heredará a la mayoría de los votantes de Zemmour a los que no ha tenido que cortejar con un discurso más identitario. Por otro lado, estamos en un escenario de menor movilización que en anteriores elecciones (la segunda participación más baja en primera vuelta de la V República) y, como señalábamos más arriba, las encuestas muestran que esta vez el cordón sanitario es más permeable, convirtiendo por primera vez la hipótesis de una presidencia de Le Pen en plausible, aunque no lo más probable.
Las incógnitas son aún mayores a largo plazo. Los partidos tradicionales probablemente recuperen aire en las legislativas de junio, pero han de ser capaces de articular una candidatura a la presidencia solvente para las presidenciales de dentro de cinco años. Entonces, Macron no podrá presentarse a una nueva reelección y, dado el carácter personalista de En Marche, es posible que el dique de contención actual frente a Le Pen no esté disponible. La amenaza de una presidencia ultraderechista en Francia permanecerá incluso si se consigue evitar en la próxima segunda vuelta.
El pasado domingo, 10 de abril, los franceses votaron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, dejando unos resultados que nos invitan a reflexionar, otra vez, sobre la crisis de los partidos tradicionales, sobre el ascenso electoral de la extrema derecha y sobre los posibles escenarios que se abren de cara a los resultados de la segunda vuelta. Desde Piedras de papel queremos contribuir al debate destacando estos cinco apuntes sobre las elecciones en Francia.
1. Continuidad en el apoyo a los partidos (con una excepción)