En las escuelas de mi entorno se está produciendo un fenómeno curioso: muchas están abandonando los métodos tradicionales de enseñar a leer (los llamados “fonológicos” -el pa-pe-pi-po-pu de toda la vida-), por aproximaciones menos estructuradas y que enfatizan que el aprendizaje sea significativo para los niños y niñas. Por ejemplo, en muchas escuelas ya no se encuentran los tradicionales pósters del abecedario en las paredes sino que ahora se trabajan las grafías a través de los nombres de los niños (algo que para ellos es muy significativo); ya no se encuentran libros adaptados con frases cortitas y de sílabas simples sino libros preciosos gráficamente con frases normales; y ya no se lleva la lectura coral pero sí que el maestro lea mucho en voz alta a los alumnos para fomentar el gusto por la lectura.
La innovación en la docencia suena muy bien. Pero esta transformación en concreto resulta curiosa (por no decir sorprendente o preocupante) porque la evidencia científica más actual apoya las metodologías tradicionales basadas en enseñar de forma explícita la mecánica de la lectura y en cambio no apoya las aproximaciones más modernas que enfatizan el significado. En este artículo explico los dos tipos de métodos principales para enseñar a leer, mi lectura de la evidencia científica sobre este tema y por qué creo que es una cuestión muy importante desde una perspectiva de formación de capital humano y de equidad.
Las dos aproximaciones principales: más énfasis en la mecánica o en el significado
Existen dos grandes metodologías para enseñar a leer:
- Los métodos fonológicos introducen de forma ordenada las grafías y sílabas, de las más a las menos habituales, y proponen ejercicios para automatizar los pasos implicados en la lectura (reconocer los signos abstractos “B” “b”, saber la conexión con el sonido, y cómo los sonidos forman sílabas pa-pe-pi-po-pu , etc.).
- Las aproximaciones basadas en el significado ofrecen muchas oportunidades a los niños para aprender a leer en situaciones relevantes, les motivan y enfatizan tener una buena experiencia. Se pasa de la letra a la palabra y al texto.
El debate entre las dos aproximaciones duró décadas y se conoce como las “reading wars”. Es quizás el tema más estudiado en ciencia de la educación y las conclusiones de la investigación al respecto iniciaron un movimiento más amplio para incorporar prácticas basadas en la evidencia en la educación.
Los argumentos a favor de ambos métodos tienen mucho sentido, pero a nivel empírico el debate está resuelto: los métodos que enfatizan la mecánica, conocidos como métodos fonológicos o “phonics” en inglés, son superiores a otros métodos en todas las dimensiones analizadas, como velocidad de lectura, motivación hacia la lectura, rendimiento escolar futuro y equidad.
¿Cómo aprendemos a leer?
Para todas las personas, lo que ocurre en el cerebro cuando aprendemos a leer es lo mismo: desarrollamos conexiones neuronales entre dos partes del cerebro relacionadas con el procesamiento de las imágenes y el habla. Cuando practicamos, consolidamos estas conexiones, de modo que cuando los lectores experimentados ven una grafía, su mente “escucha” un sonido de forma similar a cómo escuchamos cuando se nos habla.
Aprender a leer no es un proceso madurativo: si no se enseña, la persona puede ser analfabeta toda su vida. Sí que hay un pequeño porcentaje de niños y niñas (15-20%) que parecen aprender a leer prácticamente “solos”. Estos niños y niñas deducen la conexión entre letras y sonidos sin instrucción explícita. Para aprender así, es necesario ser inteligente y tener ocasión para aprender, normalmente porque los padres y madres leen a menudo en voz alta en casa (que correlaciona con el nivel cultural de las familias).
Para el 80-85% restante, es necesaria una instrucción explícita. Los métodos fonológicos realizan ejercicios para automatizar el reconocimiento de letras y sílabas. Que este conocimiento esté “guardado” en el cerebro permite liberar memoria de trabajo y focalizarse en su contenido. Las aproximaciones basadas en el significado, en cambio, no ponen tanto énfasis en repetir y automatizar. La investigación muestra que los niños y niñas aprenden a leer antes con métodos fonológicos (phonics). Cuando un niño o niña con problemas de lectura va al logopeda, lo que suele hacerse es usar estos métodos fonológicos hasta automatizar (por ejemplo el método Orton-Gillingham).
Motivación por la lectura
Una de las grandes objeciones es: quizás enseñar “pa-pe-pi-po-pu” es muy aburrido y por tanto desmotiva la lectura. Intuitivamente tiene sentido, pero no hay soporte empírico para esta idea. Es más, a los niños y niñas que han aprendido con métodos fonológicos les gusta más leer años más tarde que a los que han aprendido con otros métodos. El motivo es sencillo: lo más motivador a la hora de leer es entender lo que leemos. Por ejemplo, cuando leemos en una lengua extranjera, nos cuesta más y nos desmotivamos. Si la mecánica se automatiza rápidamente, podemos leer por placer antes, desarrollamos una identidad como lectores, leemos más a menudo y por tanto aún con mayor facilidad, etc.
Además, es un mito de que los métodos fonológicos sean aburridos. También se enseña con textos significativos y con ambos métodos se puede enseñar de forma aburrida o de forma entretenida y jugando, dependiendo de los materiales que se utilicen y las ganas que pongan los maestros - que sea divertido o aburrido no depende del método en sí.
Pero todos llegan al mismo sitio, ¿no?
En las escuelas que enfatizan las situaciones significativas se defiende la idea de que aunque unos niños o niñas empiecen a leer más tarde, porque “se respeta su ritmo”, esto no debe preocuparnos porque después “hacen click” y todos acaban llegando al mismo sitio. Es decir, que se produce convergencia. Son argumentos razonables si hablamos de niños y niñas de 3-4 años. Pero una vez que tienen un mínimo desarrollo madurativo, estas ideas no tienen apoyo empírico.
En primer lugar, el que todos los niños y niñas a quienes les cuesta leer vayan a hacer un “click” de un momento a otro es pensamiento mágico. Una analogía útil es tocar el violín o el piano. Puede haber momentos en los que parece que se produce un salto porque la persona ya ha automatizado un proceso y se relaja, pero esencialmente la progresión es proporcional a la práctica.
Lo más preocupante es que dos hechos apuntan a que es importante enseñar a leer con fluidez en primero o segundo de primaria. Los niños y niñas aprenden más rápido y con mayor facilidad entre 1º y 2º y les cuesta mucho más si aprenden más tarde. Además, existe mucha evidencia de que las diferencias iniciales en la velocidad de lectura en primero y segundo se van amplificando. Los niños y niñas que comienzan a leer más lentamente y más tarde adquieren nuevo vocabulario y conocimientos a menor velocidad y como no lo pasan bien leyendo practican menos que los que automatizan antes. En tercero o cuarto, cuando los contenidos tienen más peso, comienzan a tener dificultades para seguir, menor autoestima, etc. Lo contrario ocurre por los niños y niñas que aprenden a leer a inicios de primaria.
Equidad
Este tema conecta con la cuestión de la relación entre metodología y equidad. Lo que nos dice la investigación es que los métodos fonológicos son mejores para todos los niños y niñas, pero esta diferencia es mayor en dos subgrupos muy importantes: a) los que tienen dificultades en el aprendizaje como dislexia o dificultades con la atención; b) los de familias con menor nivel cultural. Los motivos son los mismos que ya se han contado.
Quizás esto no es tan importante si la magnitud de los impactos es pequeña, ¿no? Ojalá, pero la diferencia es grande. Entre los niños y niñas con dificultades con la lectura importa si se interviene pronto y se evita la espiral descendente. El uso de metodologías para enseñar a leer basadas en la evidencia puede cerrar casi todo el gap en resultados entre alumnos y alumnas de familias con bajo nivel sociocultural y de entornos más favorecidos.
En resumen, una lectura de la literatura científica sobre este tema sugiere que los métodos fonológicos son superiores a los métodos que enfatizan el significado en resultados como la velocidad de lectura, el rendimiento académico, la motivación o la equidad. A esta conclusión se ha llegado replicando investigaciones en muchos contextos e idiomas diferentes, estudiando a cientos de miles de maestros y a millones de estudiantes, en miles de artículos resumidos en meta-análisis y también en estudios longitudinales. La diferencia crece en niños con dificultades de aprendizaje o familias con menor nivel cultural.
Y a pesar de ello, en Cataluña al menos, parece que lo innovador es descartar métodos de “toda la vida” que funcionan y usar métodos que objetivamente son peores.
Me gustaría acabar con una anécdota personal. Mi hija de casi ocho años lee muy lenta para su edad. Cuando nos dimos cuenta, la llevamos corriendo a una oculista por si había problemas de visión. Descubrimos que leía bien muchas letras, pero en algunas como la “d”, “h”, “p”, “v” o “y” se equivocaba aunque estuvieran en tamaño gigante. Dándole vueltas, caímos en que en su escuela han trabajado las grafías en base a los nombres, pero en su clase no hay ningún Daniel, Hugo, Paula, Valeria o Yolanda. Por tanto, no ha habido ningún cartel en su clase donde consultar estas grafías. Intentar leer sin conocer todas las letras es como intentar volar con un avión al que le faltan trozos de las alas… va a ser complicado despegar.
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