Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Israel no da respiro a la población de Gaza mientras se dilatan las negociaciones
Los salarios más altos aportarán una “cuota de solidaridad” para pensiones
Opinión - Por el WhatsApp muere el pez. Por Isaac Rosa

A la luz del farol

¿Quiénes creen, o han creído durante estos años, en la posibilidad real e inminente de la independencia de Catalunya? Se acaban de publicar los últimos datos del Sondeig d'Opinió Catalunya (n=1200) del Institut de Ciències Politiques i Socials (ICPS), que desde 2015 realiza una pregunta interesante sobre cómo quieren los catalanes que termine el procés y, lo que ahora nos interesa más, cómo creen que terminará. El número de personas que, año tras año, sostienen que acabará con la independencia es siempre el mismo: en torno al 16% de la población de Catalunya. Estos son, aproximadamente, la mitad de los que lo desearían que el proceso culminara de ese modo. Casi todos ellos son partidarios de la independencia, pero no todos: más o menos uno de cada diez de los convencidos del futuro del procés, en su fuero interno, querrían otra cosa.

Hace unos días, la ex-consejera Clara Ponsatí ha dicho: “estábamos jugando al póquer e íbamos de farol”. Se ha leído como autocrítica, pero interesa la paradoja. Si solo la mitad de los convencidos lo creen, es difícil que lo crean “el gobierno”, “los españoles” o como llamemos a los presuntos destinatarios del farol (una forma específica de engaño). Cabe entonces pensar que los receptores pueden ser los catalanes no “procesistas”, y aunque no haya sido muy eficaz, pues solo una pequeña minoría ajena a los fines ostensibles del procés piensa que su resultado es inevitable, tampoco debe desdeñarse: en torno al 1,7% de los ciudadanos de Catalunya lo ven venir y no lo desean. En una entorno en el que algunos hacen gala de la convicción de que basta con alcanzar la mitad más uno -y se deja ver que ya se toca con los dedos- cada victoria cuenta. Sin embargo, esto pide, de nuevo, el principio, ya que casi todos sabemos que es imposible hacer una secesión sin consenso en tiempos de paz y democracia (y UE). Cabe, por último, pensar en una especie de refuerzo parecido al autoengaño (que no excluye lo anterior), aunque la idea de engañarse a uno mismo es enigmática. Tanto como hacerse trampas al solitario, ya que ha salido la baraja.

Gráfico 1. Hegemonía fallida o vanguardismo exitoso

Hay dos formas de leer el gráfico 1. Una de ellas requiere una teoría (aún no disponible) que conecte los barrotes mediante un efecto multiplicador: cuanta más gente lo crea, más lo desean; cuanto más se desee, más gente lo prefiere; cuanta más gente lo prefiera, más gente lo votará. Así, hasta alcanzar un umbral de mayoría o ser, al menos, too big to fail. En este sentido, parece una historia encaminada al éxito, aunque, hasta ahora, se le escape. La segunda lectura del gráfico 1 ve un fracaso: hay más independentistas que procesistas, hay más gente dispuesta a votar sí -en una situación, posiblemente, de pacto- que gente que cree que se llegará a la independencia por la vía del procés. No se han sumado consensos, la hegemonía de esos ideales por los que agita el poderoso movimiento social independentista junto con, nada menos, el gobierno de Catalunya, no está a la vista. [1]

El gráfico muestra, sin duda, que el proceso independentista está lejos de lograr la hegemonía en el sentido clásico, el del consenso pragmático que hace que una idea sea parte del sentido común, como un escenario probable y tal vez inevitable; aunque sí puede ser que el proceso tenga la tracción suficiente como para mover a una mayoría ajustada de catalanes a votar a favor. Y aquí ha estado siempre el nudo, y hasta la contractura.

Gráfico 2 Hablando casi para sí mismos

Aunque no dispongo de una teoría para explicar la interpretación in crescendo del gráfico 1, miren estos datos. El primero, y no por conocido menos importante, es que se habla, sobre todo, para los propios. Lo que más determina tanto la adhesión como la confianza en el resultado del procés es la identificación partidista (el gráfico se refiere a la intención de voto en las elecciones de diciembre de 2017). Hay un cierto grupo intermedio del que tal vez se aspira a que se eche a un lado y se abstenga: los no politizados y los más o menos reconocidos como “equidistantes” (término ambiguo, por lo demás). En todo caso, no se les convence demasiado; los convencidos del proceso dentro de este grupo son más o menos equivalentes a los votantes de los partidos independentistas que, sin embargo, no son procesistas.

Gráficos 3 y 4 . Reforzarse en la conversación

Los gráficos 3 y 4 permiten vislumbrar algo más sobre la conversación. Entre los lectores de Ara, El Punt Avui o Vilaweb, hay un creyente en el desenlace favorable del procés por cada 1,4 lectores que simplemente lo apoyan. Entre los lectores de La Vanguardia o El Periódico (tanto en castellano como en catalán) la ratio es de uno por cada 3,2. Los diarios del primer grupo no solo son leídos por personas más independentistas, sino que, entre ellos, el número de convencidos de que se alcanzará la independencia es proporcionalmente mayor. Los lectores de los otros diarios son menos independentistas pero, lo que es más importante para el tema del día, son también bastante más escépticos. No podemos decir en qué medida es el periódico el que refuerza al lector o es el lector el que busca tal refuerzo, pero el refuerzo existe.

El gráfico 4, aunque menos acusado, muestra que hablar de política no añade escepticismo a las creencias (o, si se me permite, sobriedad). Entre quienes hablan frecuentemente de política hay un convencido del éxito por cada dos adherentes al proceso; entre quienes hablan menos, o nada, hay uno por cada 2,8. No es una diferencia enorme, pero también parece que la conversación refuerza. Y eso es un éxito de los que hablan, no lo tengo que explicar.

Queda como ejercicio para el lector (yo no me atrevo con ello) unir estos puntos en un dibujo que no sea demasiado extravagante. Pero yo creo que farol no es, toda vez que el supuesto rival conoce tus cartas mejor que “las cartas a sí mismas”. Igual es que usamos imágenes que son muy insuficientes para todos estos contextos de construcción de realidad: al fin y al cabo, una burbuja en la que algunos son demasiado grandes para caer tampoco puede ser una burbuja.

--

[1]Es posible que encontremos un mecanismo que conecte los hechos como en la primera lectura, pero hace falta algo nuevo, porque lo que tenemos más a mano es la hipótesis que nos hace esperar que, para lograr la “victoria” -por vía de la hegemonía política (social, cultural) de un grupo convencido- deberíamos observar cómo el número de personas que creen en el proceso (la primera barra) se encuentra entre el número de personas que desean la independencia y el número que votarían por ella (o al menos no se opondrían). Es decir, la victoria de una idea hegemónica tiene lugar cuando es más importante cuántos lo admitan como un dato probable que cuántos puedan haberlo alguna vez deseado, aunque los números estén ligados, pues solo cuando pasa a ser parte del sentido común puede volverse irresistible en el terreno de la conducta.

¿Quiénes creen, o han creído durante estos años, en la posibilidad real e inminente de la independencia de Catalunya? Se acaban de publicar los últimos datos del Sondeig d'Opinió Catalunya (n=1200) del Institut de Ciències Politiques i Socials (ICPS), que desde 2015 realiza una pregunta interesante sobre cómo quieren los catalanes que termine el procés y, lo que ahora nos interesa más, cómo creen que terminará. El número de personas que, año tras año, sostienen que acabará con la independencia es siempre el mismo: en torno al 16% de la población de Catalunya. Estos son, aproximadamente, la mitad de los que lo desearían que el proceso culminara de ese modo. Casi todos ellos son partidarios de la independencia, pero no todos: más o menos uno de cada diez de los convencidos del futuro del procés, en su fuero interno, querrían otra cosa.

Hace unos días, la ex-consejera Clara Ponsatí ha dicho: “estábamos jugando al póquer e íbamos de farol”. Se ha leído como autocrítica, pero interesa la paradoja. Si solo la mitad de los convencidos lo creen, es difícil que lo crean “el gobierno”, “los españoles” o como llamemos a los presuntos destinatarios del farol (una forma específica de engaño). Cabe entonces pensar que los receptores pueden ser los catalanes no “procesistas”, y aunque no haya sido muy eficaz, pues solo una pequeña minoría ajena a los fines ostensibles del procés piensa que su resultado es inevitable, tampoco debe desdeñarse: en torno al 1,7% de los ciudadanos de Catalunya lo ven venir y no lo desean. En una entorno en el que algunos hacen gala de la convicción de que basta con alcanzar la mitad más uno -y se deja ver que ya se toca con los dedos- cada victoria cuenta. Sin embargo, esto pide, de nuevo, el principio, ya que casi todos sabemos que es imposible hacer una secesión sin consenso en tiempos de paz y democracia (y UE). Cabe, por último, pensar en una especie de refuerzo parecido al autoengaño (que no excluye lo anterior), aunque la idea de engañarse a uno mismo es enigmática. Tanto como hacerse trampas al solitario, ya que ha salido la baraja.