Sarah Everard fue asesinada a principios de marzo de 2021 en el sur de Londres cuando caminaba sola de vuelta a casa. Una vez más, este caso ha evidenciado la inseguridad a las que las mujeres nos enfrentamos en las calles diariamente. En Reino Unido en el 2018, el 68% de las mujeres entre 14 y 21 años sufrieron acoso o atención sexual indeseada en espacios públicos. Un informe elaborado por Plan Internacional y la universidad de Monash en 2018, identificó 492 puntos en Madrid donde las mujeres declararon haber sufrido experiencias negativas relacionadas con la seguridad. El acoso verbal fue el tipo de acoso más habitual, seguido por persecuciones de dos o más hombres. En una encuesta [1] a expertos realizada por la misma organización en 22 países del mundo, el 78% reportaron que las mujeres y niñas sufren un riesgo extremadamente alto de sufrir acoso sexual. Las mujeres también tenemos una percepción de seguridad más baja que los hombres. De media, hay una diferencia de 10 puntos entre el porcentaje de hombres y el de mujeres que afirman sentirse seguros andando de noche solos por el área donde residen. Las medidas para prevenir la propagación del COVID han aumentado los riesgos al dejar las calles desiertas. El riesgo es similar en las zonas rurales debido a las mayores distancias de desplazamiento.
Las mujeres somos conscientes de estos riesgos y modificamos nuestros comportamientos y decisiones teniéndolos en cuenta. Y estas adaptaciones a las que nos vemos forzadas tienen consecuencias profundas y duraderas sobre nuestras oportunidades vitales: en nuestra vida profesional y en nuestra formación educativa. Así pues, las amenazas a nuestra seguridad no se limitan solo a los riesgos para nuestra integridad física y a los posibles traumas que se pueden derivar, sino que tienen ramificaciones en muchos ámbitos de nuestra vida en sociedad. Un número creciente de investigaciones científicas así lo ponen de manifiesto.
La seguridad en el desplazamiento al trabajo es una de las características que las mujeres tienen en cuenta cuando toman sus decisiones. Un estudio de laboratorio realizado por investigadores en la Universidad de los Andes en Bogotá, una ciudad donde el 70% de mujeres ha sufrido acoso sexual en el transporte público, muestra que las mujeres están dispuestas a renunciar a ingresos económicos si con ello pueden elegir un turno con horario más temprano. Los experimentos realizados en este estudio muestran que la preocupación por la seguridad del desplazamiento en horario nocturno al trabajo en una determinada localización explica la mayor parte de la brecha de género en las ganancias, ya que, entre otras razones, los autores no encuentran diferencias cuando el trabajo se puede realizar remotamente desde casa. Extrapolando estos resultados al mundo laboral, se podría concluir que buena parte de la brecha salarial de género se puede explicar por diferencias sistemáticas entre hombres y mujeres en la seguridad del desplazamiento al trabajo.
Las mujeres participan menos en el mercado laboral globalmente, pero en India la diferencia entre hombres y mujeres es llamativa; solo el 20% de mujeres participan en el mercado laboral frente al 75% de hombres. En este contexto, un estudio muestra como las mujeres tienen casi un 4% menos de probabilidad de participar en el mercado de trabajo cuando se reporta un incidente de acoso o asalto en la región. Los resultados de estos trabajos evidencian que las empresas y las instituciones deben conocer estas limitaciones si quieren contribuir a disminuir la brecha salarial y equiparar la participación entre hombres y mujeres.
Sin embargo, las limitaciones impuestas por la inseguridad en espacios públicos comienzan mucho antes y afectan a las decisiones de educación de niñas y adolescentes. En otro estudio realizado en la India, las mujeres demuestran estar dispuestas a estudiar en una universidad de peor calidad si eso les permite utilizar una ruta desde su vivienda al centro educativo que sea más segura. Lo más relevante de este estudio es que optar por una universidad de peor calidad tiene consecuencias negativas sobre los salarios futuros, sobre las redes de contactos profesionales, y sobre la calidad de la formación. Así pues, parece claro que la falta de seguridad de las mujeres en áreas urbanas puede hipotecar su futuro y el de las siguientes generaciones.
En las áreas rurales de África subsahariana, muchos de los estudiantes caminan largas distancias para ir a la escuela. Para llegar a tiempo, tienen que despertarse pronto y muchos de ellos llegan tarde y exhaustos, lo que hace difícil la concentración y el aprendizaje. Para las niñas hay un riesgo añadido, ya que pueden ser acosadas durante el camino. La preocupación por embarazos prematuros es una de las razones por las que las familias deciden que las estudiantes dejen de acudir al colegio antes que los chicos y en la región la brecha de género en completar estudios secundarios es más evidente.
En Zambia, la deserción escolar femenina en secundaria dobla la de los chicos, siendo los embarazos prematuros unas de las principales razones. Para reducir el riesgo de los desplazamientos, mis coautores y yo realizamos un experimento aleatorio de campo en colaboración con World Bicycle Relief, una organización sin animo de lucro que pretende acercar a las estudiantes a los colegios. Entre las niñas que participaron en nuestro proyecto, el 35% de ellas habían sufrido acoso en su camino al colegio antes de recibir la bicicleta. Los padres y profesores también mostraron preocupación por las largas distancias que las estudiantes tenían que recorrer todos los días, especialmente por la tarde.
Para atajar este problema, la intervención del Programa de Bicicletas para el Empoderamiento Educativo (BEEP por sus siglas en inglés) consistió en distribuir bicicletas a estudiantes que viven 3 km o más lejos del colegio. Comparado con un grupo equivalente de estudiantes que no recibió las bicicletas, el programa consiguió reducir el acoso un 22%, y disminuir la probabilidad de faltar a clase por no volver solas a casa en un 33%. Además, encontramos que la asistencia a clase mejoró un 28% el primer año y que las estudiantes con bicicletas declaraban sentirse más en control de sus decisiones y con un mayor poder de negociación en el hogar. Quizá por ello, vemos que la probabilidad de estar matriculadas en el colegio después de dos años es mayor, en los años de transición a la secundaria, cuando se observan la mayor parte de los abandonos escolares.
Estos estudios demuestran que debemos considerar seriamente la violencia contra las mujeres como un factor limitante para cerrar la brecha de género en la participación laboral, en los salarios, y en la educación. Otra implicación de la violencia en los espacios públicos es que, al restringir las oportunidades de las mujeres en su capacidad de ingresos económicos, esto las pone en una potencial situación de vulnerabilidad frente al hombre, lo que puede hacer que se incremente la violencia dentro del hogar.
El problema de la inseguridad física es muy serio y de consecuencias duraderas. Por ello, campañas relacionadas con la forma en que se configuran las ciudades, como permitir a las mujeres bajarse de los autobuses entre dos paradas durante los trayectos nocturnos, instalar cámaras en paradas y estaciones de transporte público, o iluminar zonas oscuras con farolas, pueden ayudar a que las mujeres se sientan más seguras y la posibilidad de ser atacadas disminuya. Las aplicaciones de smartphones que permiten a las mujeres compartir su localización y avisar a un número de emergencia en caso de peligro también son maneras de asegurar que los desplazamientos sean más seguros. Estas políticas no solucionan el problema en el origen, ciertamente, por lo que se deben acompañar de campañas de concienciación y educación de nuevas generaciones en colegios y de imposición de penas más graves para los agresores y acosadores.
En conclusión, incrementar la seguridad de las mujeres en espacios públicos debería ser una prioridad para los gobiernos locales y nacionales, no solo para salvaguardar el bienestar físico y psicológico de las mujeres, sino también para garantizar las mismas oportunidades académicas y laborales frente a los hombres.
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