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Resulta importante que Macron acepte su derrota parcial y se abra a formar un gobierno de “cohabitación” capaz de imprimir un “giro social” en el rumbo de la política francesa
Francia lleva días respirando. Su ciudadanía ha pasado a otra cosa: los Juegos Olímpicos, la Eurocopa, el Tour de Francia, el verano. Los franceses se han desentendido provisionalmente de la política. Y tienen buenas razones para hacerlo, tras una secuencia trepidante de tres convocatorias electorales en apenas mes y medio: tres domingos de urnas, de boletines informativos y de enorme tensión.
Todo comienza el domingo 9 de junio, tras saberse que la extrema derecha ha arrasado en las elecciones europeas, doblando en número de votos y en escaños al modesto 14,60% obtenido por el partido de Emmanuel Macron. La fuerza incontestable de la formación de Marine Le Pen se suma a la preocupación que ya arrastraba el Presidente de la República, por el crecimiento y recomposición del espacio de la izquierda, con un renacimiento del Partido Socialista francés y el avance de La Francia Insumisa. A la desesperada anuncia el adelanto de las elecciones legislativas (previstas para 2027), para sólo veintiún días después intentar trasladar a los franceses un planteamiento plebiscitario: o la extrema derecha o yo.
En ese momento Macrón no podía ni imaginar que la táctica electoral de la izquierda anularía su lógica plebiscitaria; y mucho menos que la coalición progresista sería la gran vencedora de la noche electoral.
La cuestión de la victoria —si alguien ganó y, en caso afirmativo, quién lo hizo— está en disputa precisamente en estos días en el país vecino. Emmanuel Macron sostiene que no hubo ningún vencedor y que, por tanto, se impone un gobierno de concentración de todos los partidos, excluyendo a los extremos —a izquierda y derecha— y acogiendo a la derecha tradicional de Los Republicanos. Por el contrario, la coalición más votada en la segunda vuelta, el llamado “Nuevo Frente Popular”, reivindica que debe ser él quien lidere la propuesta del futuro primer o primera ministra del país y que Emmanuel Macron, en tanto que presidente de la República, debería aceptar esta sugerencia siempre que el nombre propuesto entre dentro de parámetros razonables; como podría ser el caso de Lucie Castets.
El objetivo principal de este artículo es dilucidar hasta qué punto la posición de Emmanuel Macron es sostenible con los datos en la mano. Y, correlativamente, examinar en qué medida la obstinación en aferrarse a la opción “gobierno de concentración” puede ser decepcionante para los deseos de cambio expresados por una proporción mayoritaria de los franceses, y, al mismo tiempo, contraproducente en la batalla contra la extrema derecha en Europa.
El mecanismo electoral francés
Antes que nada, es preciso aclarar que las últimas elecciones legislativas francesas tuvieron un carácter excepcional, no sólo por la alarma que causó el riesgo de que venciera la extrema derecha, sino porque fueron convocadas de forma anticipada (y extraordinaria) por parte del presidente Emmanuel Macron. Normalmente los comicios para elegir la Asamblea Nacional francesa se celebran un mes después de las elecciones presidenciales con el fin de que las mayorías sociales que eligieron al jefe del Estado se expresen también en la composición de la principal cámara legislativa; alejando así el fantasma de las temidas “cohabitaciones”[1]. Sin embargo, en este caso, legislativas y presidenciales volvieron a desengancharse temporalmente; lo que en Francia suele ser sinónimo de terremoto político. No es raro, por tanto, que a lo largo de todo el mes de junio media Europa contuviera la respiración.
Para comprender los resultados de los últimos comicios franceses es necesario dedicar un segundo a entender cómo funciona el sistema electoral en las elecciones legislativas. Lo primero a retener es que cada diputado/a se elige en una circunscripción y que en todo el país —incluyendo los territorios de “ultramar”— existen 577 circunscripciones. De ello se desprende que en Francia las circunscripciones son notablemente más pequeñas que en España; asemejándose más a bien a nuestras comarcas. Así que, allí donde en España tendríamos una circunscripción —por ejemplo, la provincia de Cuenca—, en Francia dispondríamos de cuatro; como si la Alcarria o La Manchuela tuvieran la oportunidad de elegir a su representante en el Congreso de los Diputados.
La particularidad del sistema francés reside en cuatro elementos: en primer lugar, cada circunscripción elige a un representante en la Asamblea Nacional francesa. En segundo lugar, el partido o la coalición más votada, aunque sólo haya vencido por un puñado de votos, consigue el diputado de esa circunscripción, mientras que el partido o coalición alternativa se queda sin representante. A este sistema, que introduce importantes sesgos de representación, se lo conoce en ciencia política como sistema mayoritario. La tercera peculiaridad del sistema francés es que funciona a doble vuelta: a la primera se presentan una pluralidad de partidos o coaliciones, mientras que a la segunda sólo concurren los dos partidos o coaliciones más votados. De esta manera, la segunda vuelta siempre se plantea como una dicotomía entre dos opciones en cada una de las 577 circunscripciones. Sin embargo, hay una última peculiaridad que introduce una variación o matiz en el sistema: en el caso de que varios partidos superen el umbral del 12,5% en la primera vuelta, los tres tienen derecho a acceder a la segunda vuelta, en lo que se conoce como los famosos “triangulares”.
A muchos lectores les sonará esta palabra, “triangular”, puesto que ha sido intensamente pronunciada en las últimas semanas. No en vano, lo acontecido con los famosos “triangulares” en el interregno entre la primera y la segunda vuelta, ha resultado decisivo a la hora de frenar las opciones electorales del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. El “pacto republicano” ha consistido precisamente en eso. Y con algunas salvedades —como el rechazo del mismo por parte de la derecha clásica de Les Républicains— ha funcionado razonablemente bien.
¿En qué piensan los franceses?
Como se puede observar en este gráfico de la evolución de las preocupaciones de la población francesa, el primer tema es la inflación . Aunque está 4 puntos por debajo de su máximo histórico reciente, sube 6 puntos respecto al mes anterior.
Algunos temas han sufrido variaciones por encima de lo normal en los últimos meses, probablemente como efecto del periodo electoral, que impulsa a los partidos a emitir más mensajes y a la población a estar más atenta a la información política. Es altamente probable que la inflación, que es una preocupación de carácter económico, se corresponda con una parte del electorado que quería penalizar - a izquierda y derecha - a un gobierno que no está sabiendo responder a las preocupaciones económicas de la gente. El segundo y el tercer tema que más preocupan son asuntos que la extrema derecha utiliza a menudo a la hora de movilizar al electorado conservador: ley y orden (aquí “criminalidad” y “violencia”), e inmigración. Lo curioso es que, como recogen cada vez más demógrafos y sociólogos, “cuantos más inmigrantes hay en un municipio, menos se vota al RN”; es decir, que el voto a la ultraderecha no tiene tanto que ver con la inmigración, sino con la preocupación por su posible instalación en el futuro. O, lo que es lo mismo: con el miedo al desclasamiento y a la competición —económica y cultural— con la inmigración.
Por último, los siguientes tres asuntos que preocupan a los franceses son: la pobreza y la desigualdad, el cambio climático y el desempleo. Son, por tanto, los temas que tendrá que enfrentar el próximo gobierno; y que explican, en buena medida, el descontento profundo -la indignación- que existe en la sociedad francesa. Es importante que el gobierno entrante tome buena nota de este gráfico y, más generalmente, de este état d’esprit.
Los resultados electorales
La primera vuelta de las elecciones legislativas arrojó un resultado preocupante [ver mapa 2], con el Reagrupamiento Nacional encabezando los resultados en decenas de circunscripciones, especialmente en el norte, en el noreste, en el centro y en el sureste del país; pero también en la Gironda y en el Rosellón (lugares tradicionalmente poco inclinados a votar por la extrema derecha). Por su parte, el macronismo salvó los muebles en la región parisina y, sobre todo, en Bretaña; mientras que la izquierda obtenía buenos resultados en el Lot, en la región de Toulouse, en las comarcas alpinas, en el área metropolitana de París y en el País Vasco francés.
Sin embargo, la clave reside en lo que ocurre entre las dos vueltas. El macronismo, que se pasó las dos primeras semanas de campaña equiparando al Reagrupamiento Nacional con La Francia Insumisa, cambió el rumbo —no sin roces internos—, y se decidió a llegar a acuerdos con la coalición de partidos a su izquierda: el Nuevo Frente Popular. Estos acuerdos implicaron que, en aquellas circunscripciones donde había posibilidad de “triangulares” entre la extrema derecha, el centro y la izquierda, alguna de las dos últimas retiraron su candidatura en favor de aquella que tuviera más opciones de vencer al Rassemblement National de Marine Le Pen.
En total, 227 candidatos del centro y de la izquierda desistieron de su derecho a presentarse a la segunda vuelta para fortalecer el “cordón sanitario” contra la extrema derecha. No obstante, de entre esos más de dos centenares de candidatos, la mayoría —129— provenía de la izquierda. O, lo es que lo mismo: las formaciones progresistas francesas coaligadas a través del NFP cumplieron sistemáticamente el acuerdo; mientras que los partidos de la coalición centrista liderada por Emmanuel Macron no lo hicieron en algunos casos (80 candidatos macronistas retiraron sus candidatos en casos de “triangulares”): el más emblemático es seguramente el de la región de Niza. Por su parte, la derecha clásica de LR se descolgó de cualquier tentativa de “frente republicano” y mantuvo a sus candidatos en aquellos triangulares donde había opciones de que venciera la extrema derecha.
Una vez forjados los acuerdos y puestas en marcha las estrategias de los partidos, los votantes de la izquierda y del centro siguieron mayoritariamente las consignas dadas por sus partidos; lo cual resultó en último término decisivo a la hora de hacer funcionar el “frente republicano” y aguarle así la fiesta a los extremistas del Rassemblement National. Dentro de esta dinámica general, es necesario introducir un matiz: mientras los votantes de todas las sensibilidades de la izquierda fueron a votar masivamente a los candidatos centristas en sus duelos contra la extrema derecha; sin embargo, los votantes centristas cumplieron en menor medida el pacto y votaron en menor proporción a los candidatos progresistas que pugnaban contra el RN. De esta manera, una cantidad importante de candidatos centristas fueron elegidos como diputados gracias a la participación y a la disciplina de voto mostrada por los electores progresistas:
¿Quién ha ganado las elecciones en Francia?
No cabe duda de que el resultado profundiza en la crisis institucional de la V República francesa. Sin embargo, la gestión posterior del resultado y los debates poselectorales están poniendo a la luz aún más faltas de operatividad de los procedimientos institucionales ideados por el general De Gaulle. En cierto modo, lo acontecido en Francia en los últimos años —y sobre todo en las últimas semanas— está poniendo de manifiesto la obsolescencia y las rigideces de esta arquitectura institucional para manejar la actual configuración del sistema de partidos.
Los resultados del 7 de julio fueron sorprendentes, pero claros: el bloque con más representación en la Asamblea Nacional es el Nuevo Frente Popular —coalición de partidos que abarca desde Los Verdes hasta el Partido Comunista Francés, pasando por el Partido Socialista e integrando también a La Francia Insumisa—, alcanzando un total de 182 diputados. Le sigue la coalición centrista, casi empatada en porcentaje de voto con el NFP, pero quedándose en 168 escaños. En tercer lugar, el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen —favorito en las encuestas— obtiene 143 diputados. Por último, la derecha gaullista tradicional, la formación conocida como “Los Republicanos”, debe conformarse con 60 diputados.
En consecuencia, las elecciones las ha vencido el Nuevo Frente Popular. Con dos matices: es tan indiscutiblemente el vencedor como lejos ha quedado de la mayoría absoluta, marcada en 289 diputados. Este argumento, unido a la propia pluralidad de partidos que componen el Nuevo Frente Popular, anima al presidente Emmanuel Macron a querer “deshacer las coaliciones” que se presentaron a las elecciones para conformar una suerte de “coalición poselectoral centrista”. En ella aspira a integrar a una parte de los diputados del NFP —singularmente aquellos provenientes del Partido Socialista—, junto a los diputados del bloque centrista y los diputados de la derecha gaullista; la misma, no está de más recalcarlo, que no participó del “cordón republicano”. De esa manera, el presidente se aseguraría un bloque relativamente afín que pudiera mirar tanto a su izquierda como a su derecha.
Problemas de la estrategia macronista
Esta estrategia contiene, al menos, tres problemas. El primero de ellos es que se enfrenta a lo que están indicando las encuestas en Francia. Los franceses desean un “giro” en la política francesa —especialmente en lo que tiene que ver con la inflación y los servicios públicos—, no continuidad: no una versión diferente de lo mismo. El segundo problema es que olvida que una parte notable de los franceses que contribuyeron a elegir a diputados centristas en circunscripciones del oeste y del centro del país, fueron electores de izquierdas; y no sólo eso, sino también simpatizantes de fuerzas políticas que la estrategia de Emmanuel Macron se empeña en excluir, como por ejemplo La Francia Insumisa o Los Verdes. Aún más, la maniobra de Macron olvida que, por dos ocasiones, él ha sido elegido Presidente de la República con “voto prestado” de la izquierda. Por último, el tercer problema reside en que la opción de “gobierno de concentración” es la favorita de Marine Le Pen. La extrema derecha gala está deseando poder emular a Giorgia Meloni en Italia durante el gobierno de concentración de Mario Draghi.
Lo que ocurra en los próximos días en Francia con la elección de primer ministro o primera ministra va a resultar clave a la hora de evaluar la “confianza política” de los franceses en su propio sistema. De lo que ocurra en los siguientes días dependerá en buena medida el ambiente con el que los ciudadanos de aquel país lleguen a su próxima cita electoral. Como recordaba oportunamente Ignacio Sánchez Cuenca en un texto reciente: “cuanto peor, mejor para la derecha radical”; es decir, cuanto más elevado es el grado de desconfianza en el sistema político y mayor es el hartazgo ciudadano, más opciones tiene la derecha reaccionaria de capitalizar ese descontento.
Por eso resulta importante que Macron acepte su derrota parcial y se abra a formar un gobierno de “cohabitación” capaz de imprimir un “giro social” en el rumbo de la política francesa. Al fin y al cabo, él ya fue ministro de un Gobierno socialdemócrata y en 2017 fue elegido enarbolando una agenda reformista. Llegados a este punto, la sensación de “continuidad”, de “siempre lo mismo” y de permanencia de una misma élite política en el poder —independientemente de las protestas y de los resultados electorales— puede ejercer como un poderoso anabolizante para la extrema derecha; y, a la postre, esto puede resultar altamente dañino tanto para la Unión Europea como para la propia democracia.
[1] En Francia se denomina “cohabitación” a la convivencia entre un primer ministro de un color político y un presidente de otro signo. Hasta la fecha ha habido tres casos de cohabitación: el primero entre 1986 y 1988 (con Mitterrand del PSF como Presidente de la República y el gaullista Jacques Chirac como primer ministro), el segundo entre 1993 y 1995 (de nuevo con Mitterrand como Presidente de la República y el conservador Édouard Balladur como primer ministro), y el tercero entre 1997 y 2002 (con Jacques Chirac como Presidente de la República y el socialista Lionel Jospin como primer ministro). Los conflictos y tensiones inherentes a las “cohabitaciones” hicieron que en el año 2000, el primer ministro Jospin convocara un referéndum para acortar el mandato presidencial de 7 años a 5, haciendo así coincidir unos y otros comicios. En aquel plebiscito, y en contra de la opinión de Jacques Chirac (el presidente), triunfó el sí.
Francia lleva días respirando. Su ciudadanía ha pasado a otra cosa: los Juegos Olímpicos, la Eurocopa, el Tour de Francia, el verano. Los franceses se han desentendido provisionalmente de la política. Y tienen buenas razones para hacerlo, tras una secuencia trepidante de tres convocatorias electorales en apenas mes y medio: tres domingos de urnas, de boletines informativos y de enorme tensión.
Todo comienza el domingo 9 de junio, tras saberse que la extrema derecha ha arrasado en las elecciones europeas, doblando en número de votos y en escaños al modesto 14,60% obtenido por el partido de Emmanuel Macron. La fuerza incontestable de la formación de Marine Le Pen se suma a la preocupación que ya arrastraba el Presidente de la República, por el crecimiento y recomposición del espacio de la izquierda, con un renacimiento del Partido Socialista francés y el avance de La Francia Insumisa. A la desesperada anuncia el adelanto de las elecciones legislativas (previstas para 2027), para sólo veintiún días después intentar trasladar a los franceses un planteamiento plebiscitario: o la extrema derecha o yo.