Un argumento recurrente de las elecciones del 23 de julio y sus inesperados resultados constituye la suposición de que la crispación que caracterizó la reciente campaña propició una movilización electoral del electorado de izquierda en favor del Partido Socialista y de la coalición Sumar. Si esto es correcto, implicaría, por tanto, que los votantes de izquierdas más afines a esos partidos y, por consiguiente, más hostiles a Vox y al Partido Popular optaron por acudir a las urnas con la intención a última hora de apoyar a alguno de esos partidos. Por otro lado, esto también significaría que los sectores más polarizados fueron los causantes del cambio electoral del último minuto no previsto por la mayoría de las encuestas preelectorales
Sin embargo, este argumento requiere de una discusión más detallada basada en datos en lugar de apreciaciones impresionistas. Para empezar, y como ya he discutido en mi reciente libro 'De votantes a hooligans', es necesario distinguir entre la polarización afectiva, producto de sentimientos individuales a los que colectivamente representan los respectivos partidos y sus integrantes, de la polarización ideológica, que es más bien un reflejo de posicionamientos más razonados de cada individuo respeto de los grandes temas de la agenda partidista (aborto, inmigración, impuestos, etc). Ambos tipos de polarización no siempre están relacionados o van en la misma dirección, y desde luego pueden tener consecuencias distintas respecto del comportamiento de los ciudadanos.
Para comprobar esta hipótesis cuento con los datos de una encuesta de panel de 1.100 españoles en edad de votar (los mismos entrevistados analizados dos veces) que se ha llevado a cabo durante la campaña electoral, en una primera etapa, y, en una segunda, una vez finalizado y conocidos los resultados finales. Estos datos muestran que, pese a que puede que haya aumentado la crispación entre líderes y en los medios de comunicación (algo por demostrar), lo que sí es cierto es que la polarización entre los ciudadanos apenas ha aumentado con respecto a la observada en 2021 (el último año de los que tenemos datos). Además, el análisis de estos datos nos permite llegar a las siguientes conclusiones respecto al efecto de la polarización en las pasadas elecciones generales:
1. Con respeto a la participación electoral: Ni la hostilidad hacia los partidos o partidarios de la derecha ni la afinidad con los partidos de izquierda han propiciado un aumento de la participación electoral. Y lo mismo pasa a la inversa con los partidarios de los partidos de la derecha. Tampoco la polarización ideológica de izquierdas o de derechas ha propiciado un aumento del voto. Cuando se discute sobre este tema, se olvida que, en sociedades polarizadas, como la española, el efecto movilizador de la polarización ya está descontado en una determinada convocatoria electoral (como he dicho, la alta polarización detectada en 2021, apenas ha aumentado). Los polarizados por definición están ya más movilizados y no deciden ir a votar en el último momento. Los expertos en participación política conocen desde hace tiempo que la decisión de ir o no a votar depende principalmente de la motivación individual y no tanto de los cálculos instrumentales respecto del coste y beneficio que suponga hacerlo o no. ¿Qué mayor motivación que estar polarizado? Los “hooligans partidistas” van a ir a votar sí o sí, incluso aunque sólo sea para poder expresar con su voto su hostilidad hacia “los otros” partidos.
2. Con respecto al voto: Precisamente los moderados han sido clave para el voto a los partidos de izquierda. Me explico. Como muestran los datos, los ciudadanos que han mostrado en general una mayor propensión a votar al PSOE y especialmente a Sumar se caracterizan por la combinación de dos características. Por un lado, son los que presentan menor hostilidad hacia los otros (polarización afectiva); pero, por otro, son los que se sitúan en posiciones más extremas respecto a los grandes temas de la agenda de discusión como derechos de minorías, defensa de los programas sociales, lucha contra la violencia de género, lucha contra el cambio climático entre otros. Es decir, son más radicales desde el punto de vista ideológico al adoptar posiciones más claras respecto de estos grandes temas. Esto significa que los “más razonables” (los “no hooligans”) se dejan llevar más por cálculos racionales basados en sus discrepancias respecto de las políticas públicas que los partidos puedan aplicar desde el poder.
Por tanto, la clave del resultado de las elecciones pasadas está en los moderados y el rechazo que les ha generado la visualización de las políticas públicas que un posible gobierno PP/Vox podría haber adoptado. En este sentido, son estos moderados los que decidieron participar en los últimos días de la campaña para dar su apoyo a los partidos de izquierda. Los datos analizados evidencian claramente que los que decidieron su voto el día antes de la elección son precisamente los más moderados, no los que expresan los niveles más altos de hostilidad hacia los otros o de afinidad con el mismo partido. El nivel de hostilidad media hacia los otros partidos entre los votantes de izquierda que decidieron su voto el día anterior a la votación o durante la última semana es significativamente inferior al que muestran aquellos que tenían decidido su voto antes de la campaña (por cierto, algo que no ocurre entre los votantes de derecha). En este sentido, los pactos Vox/PP para la formación de gobiernos regionales y locales pueden que hayan sido decisivos para movilizar a los moderados.
Puede concluirse, por tanto, que las elecciones se ganan conquistando el voto de los moderados que no expresan grandes dosis de hostilidad hacia los otros partidos, es decir, de aquellos que no ven al otro como enemigo, favoreciendo un espacio mayor para reflexionar sobre aquellas políticas que la llegada de un determinado partido al gobierno puede propiciar. El hooliganismo no proporciona victorias electorales, sólo reafirma a los convencidos. Los partidos deberían tener esto en cuenta cuando adoptan estrategias de comunicación basadas en la crispación.
Un argumento recurrente de las elecciones del 23 de julio y sus inesperados resultados constituye la suposición de que la crispación que caracterizó la reciente campaña propició una movilización electoral del electorado de izquierda en favor del Partido Socialista y de la coalición Sumar. Si esto es correcto, implicaría, por tanto, que los votantes de izquierdas más afines a esos partidos y, por consiguiente, más hostiles a Vox y al Partido Popular optaron por acudir a las urnas con la intención a última hora de apoyar a alguno de esos partidos. Por otro lado, esto también significaría que los sectores más polarizados fueron los causantes del cambio electoral del último minuto no previsto por la mayoría de las encuestas preelectorales
Sin embargo, este argumento requiere de una discusión más detallada basada en datos en lugar de apreciaciones impresionistas. Para empezar, y como ya he discutido en mi reciente libro 'De votantes a hooligans', es necesario distinguir entre la polarización afectiva, producto de sentimientos individuales a los que colectivamente representan los respectivos partidos y sus integrantes, de la polarización ideológica, que es más bien un reflejo de posicionamientos más razonados de cada individuo respeto de los grandes temas de la agenda partidista (aborto, inmigración, impuestos, etc). Ambos tipos de polarización no siempre están relacionados o van en la misma dirección, y desde luego pueden tener consecuencias distintas respecto del comportamiento de los ciudadanos.