La semana pasada Carlos Elordi escribía en este medio un interesante artículo en el que reflexionaba sobre la evolución y naturaleza de la abstención en Europa. En estas líneas queremos entrar en el debate aportando dos matices.
La abstención, una vieja conocida
En su artículo, Carlos Elordi sugería que la abstención se había acentuado en los últimos tiempos en la mayor parte de democracias desarrolladas, probablemente como consecuencia de la crisis económica. Sin embargo, un análisis sistemático de las elecciones en Europa no parece confirmar tal extremo. Un repaso a la evolución de la participación en Europa a lo largo de las últimas cinco décadas da cuenta la escasa excepcionalidad de los tiempos actuales. El gráfico 1 muestra cómo la participación en Europa se mantiene relativamente estable en torno al 85% a lo largo del período 1945-1980. Es a partir de entonces cuando se inicia un progresivo descenso en la participación que llega hasta la actualidad. Dicho descenso, a pesar de ser muy moderado (de apenas 1,8 puntos por lustro), se mantiene relativamente constante en todo el período. Como consecuencia, la participación ha acabado cayendo en las últimas tres décadas alrededor de 11 puntos, situándose en torno al 75%.
El gráfico 1 indica, pues, dos conclusiones relevantes: primero, el aumento de la abstención es un fenómeno que viene de lejos y, segundo (y más relevante), la abstención no ha crecido de forma más acelerada en los últimos años. Si comparamos la participación del período 2001-2007 (justo antes de la crisis) con 2008-2012 se observa una caída de 1,6 puntos, por lo que se trata de un descenso muy similar a lo que viene ocurriendo desde 1980.
La escasa excepcionalidad en la caída de participación en los últimos años indica que el responsable de tal caída no se encuentra tanto en la actual crisis económica sino más bien en factores más estructurales que vienen de lejos, probablemente a cambios en la cultura política de las nuevas generaciones. Una manera sencilla de comprobar esta intuición es simplemente mirar la evolución de la participación electoral en los países que han tenido elecciones en los últimos tres años y confirmar si las caídas de participación se produjeron en aquellos países donde la crisis fue más severa. Esto es precisamente lo que mostramos en el siguiente gráfico:
El gráfico 2 no deja margen a dudas: no existe relación entre crisis económica y la evolución de la participación. Es cierto que hay algunos países como España y Grecia que confirmarían la relación entre crisis y abstención. Pero existen otros países como Holanda o Alemania que a pesar de haber resistido mucho mejor el embiste de la crisis, muestran caídas de participación también muy notables.
En definitiva, los datos no permiten de ningún modo afirmar que: (1) estemos ante una crisis excepcional de participación electoral, ni (2) que la crisis económica esté detrás del desapego de los ciudadanos a los procesos electorales.
La abstención como una opción política
Así las cosas, no deja de ser comprensible que en un momento de crisis económica y fuerte deslegitimación de los partidos políticos existan muchas voces defendiendo el derecho de los ciudadanos a resguardarse en la abstención. Ese, creemos, era el objetivo del artículo de Carlos Elordi. No obstante, es importante señalar que las causas y las consecuencias de la abstención no suelen ser neutras desde un punto de vista político. Veamos por qué.
En lo que corresponde a las causas –y al margen de los aspectos institucionales que también definen la estructura de incentivos de la participación electoral – la literatura en ciencia política ha demostrado una y otra vez que algunos factores socioeconómicos están muy relacionados con la abstención. En concreto la renta y el nivel educativo son las características de los individuos más relevantes a la hora de explicar su propensión a participar el día de las elecciones. Estos factores suelen correlacionar con el estatus socioeconómico de los votantes y, por lo tanto, con sus preferencia políticas. En este sentido, asumir que los abstencionistas se reparten a partes iguales entre ciudadanos con preferencias políticas representadas por la izquierda o por la derecha a veces es muy arriesgado. Sobre todo en sociedades muy desiguales. Y hacerlo implica obviar en los resultados (en las políticas de distribución, por poner un ejemplo) cualquier tipo de sesgo a favor de un grupo social en detrimento de otro.
En definitiva, aun sin saber con toda claridad cuáles son los últimos motivos que desencadenan la abstención entre los ciudadanos, lo que sí sabemos es que aquéllos con menos recursos, con menores niveles de educación y que participan en un porcentaje menor en asociaciones o colectivos sociales son los más propensos a no acudir a las urnas. Las recientes elecciones municipales en Chile que señala el propio Elordi son un un perfecto ejemplo de ello.
En lo que respecta a las consecuencias de la abstención, es importante destacar la indefinición del mensaje que se quiere transmitir. Cuando los votantes renuncian a ejercer su derecho a voto no sabemos si lo hacen por apatía, desafección, neutralidad política, oposición o por pura convicción. La cifra de abstención, que engloba a todas estas actitudes –legítimas –, difumina cualquier tipo de feedback para el sistema representativo. Aquel analista que argumente que la abstención es una expresión del “que no nos representan” no estaría siendo del todo riguroso.
En comparación con el “no voto”, sí existen algunos mecanismos que permiten diferenciar entre las distintas actitudes que se mantienen ocultas en la abstención. Con el voto en blanco, por ejemplo, los ciudadanos tienen la capacidad de subrayar su voluntad de participar y elegir a sus representantes políticos desde una posición no rupturista, a la vez que envían un claro mensaje de insatisfacción con la oferta electoral brindada por los partidos. Retroalimentarían al sistema democrático. Y, en los tiempos que corren, esto no es una cuestión baladí: ¿Cambiarían –por fin – los partidos políticos ante un alto porcentaje de votos en blanco?
A diferencia de los abstencionistas, los votantes en blanco incurren en algunos costes, bien sean los asociados a informarse de las diferentes alternativas políticas, o bien los asociados a invertir parte del domingo a acudir al colegio electoral. A pesar de tratarse de costes razonablemente bajos, la mera demostración de que se está dispuesto a incurrir en ellos es una buena forma de enviar un mensaje de protesta. El voto en blanco, en contraposición a la abstención, le ofrece al ciudadano la oportunidad de demostrar que su posición no es la apatía o el desapego con el sistema político sino una insatisfacción con las opciones políticas que ofrece el mercado electoral. Considerar a los abstencionistas como individuos críticos con los partidos políticos no dista mucho de la lógica de “la mayoría silenciosa” del Presidente Rajoy. En ambos casos, se interpreta de forma poco rigurosa que tras el silencio de un colectivo heterogéneo se esconde una preferencia política bien definida.