Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Israel no da respiro a la población de Gaza mientras se dilatan las negociaciones
Los salarios más altos aportarán una “cuota de solidaridad” para pensiones
Opinión - Por el WhatsApp muere el pez. Por Isaac Rosa

La suerte en el fútbol, ¿más determinante que en otros deportes?

Hace cuatro años España se proclamó campeona de fútbol en el Mundial de Sudáfrica. Venía como favorita tras ganar la Eurocopa de 2008 y repitió en 2012 el éxito tras revalidar el título europeo. Esta serie de triunfos consecutivos no deja de ser una anomalía en el mundo del fútbol, o al menos es la percepción que siempre he tenido con este deporte. Mientras que en el campeonato de liga las sorpresas escasean y casi todos los años sale victorioso uno de los grandes, o en su defecto, algún otro equipo que desde el inicio de la temporada muestra una gran capacidad competitiva, en los torneos de eliminatoria tengo la sensación de que es difícil acertar con cualquier pronóstico. Al menos si lo comparamos con otros muchos deportes en los que también cuentan con una competición de formato similar.

Me refiero a que en cada momento, el equipo que teóricamente es más fuerte —por nivel de presupuesto, gasto en fichajes, éxito deportivo reciente…— se lleve finalmente el título. En los últimos años ha sido fácil prever qué jugador se haría con alguno de los grand slams de tenis, deporte cuyo juego está organizado únicamente por eliminatorias. Entre 2009 y 2013 Rafael Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic, periodo en el que ocuparon alternativamente el primer puesto de la ATP (y por tanto, eran los favoritos), lograron 17 de los 20 grandes títulos jugados en ese lustro. Los tenistas que rompieron con esas previsiones fueron Andy Murray y Juan Martín del Potro, el primero ganando el Abierto de Estados Unidos en 2012 y Wimbledon en 2013, y el segundo logrando también el Abierto de Estados Unidos en 2009. Pese a todo, estos dos jugadores consiguieron romper las quinielas ocupando en esos momentos el segundo y el tercer puesto de la lista ATP en el caso del escocés, y la sexta posición en el del argentino.

Pero como decía antes, me baso en impresiones sin constatar. Me refiero a la idea de que en el fútbol, a diferencia de otros muchos deportes, se producen más sorpresas cuando se trata de torneos por eliminatorias. Para comprobar hasta qué punto esto es cierto, he comparado la posición que ocuparon en la liga aquellos equipos de fútbol y de baloncesto que ganaron la Copa del Rey en los últimos 20 años (Gráfico 1). Es decir, he utilizado como indicador de ‘mejor equipo del momento’ al vencedor del campeonato de liga, ya que la regularidad suele mostrar cuál es la plantilla más fuerte de la temporada.

En el Gráfico 1 se observa que los campeones de la Copa del Rey de baloncesto han ocupado hasta en siete ocasiones el primer puesto en la Liga ACB, frente a los tres casos vividos en la Liga de Fútbol. Pero también se aprecia cómo en este último deporte las sorpresas en la Copa han sido mayores, en la medida en que varios equipos lograron el título quedando en una posición notablemente alejada de la parte noble de la clasificación. En concreto se pueden destacar los casos del Real Zaragoza, campeón en las temporadas 2000/01 y 2003/04 ocupando respectivamente los puestos 17º y 12º de la liga, y del Español en las temporadas 1999/10 y 2005/06, finalizando en los puestos 15º y 14º respectivamente. En baloncesto el caso más llamativo sería el ocurrido en la temporada 1997/1998, en el que el Pamesa Valencia se proclamó campeón de la Copa del Rey finalizando la temporada en la séptima plaza.

Parece por tanto factible que en el fútbol se produce con algo más de frecuencia casos asombrosos. Pongamos como ejemplo lo ocurrido con Dinamarca en la Eurocopa de 1992. Tras no haber logrado clasificarse para el campeonato, la selección danesa se enteró con las vacaciones ya iniciadas de que iba a jugar el torneo después de que Yugoslavia quedara excluida a causa de la Guerra de los Balcanes. Sin ninguna concentración previa y contra todo pronóstico, el 26 de junio de 1992 los daneses ganaban la final por un resultado de 2-0 a la Alemania de jugadores míticos como Bodo Illgner, Matthias Sammer, Andreas Brehme y Jürgen Klinsmann. ¿Quién lo hubiera podido imaginar al comienzo del torneo?

Y la pregunta que me hago es, obviamente, por qué en fútbol parece haber más sorpresas que en otros deportes. Una de las claves para responder a esta pregunta puede estar en lo que en estadística se conoce como el Teorema del Límite Central. En las ciencias sociales es frecuente trabajar con muestras aleatorias para estudiar poblaciones de gran tamaño. Si por ejemplo quisiéramos conocer características demográficas de la población española como la edad media, en vez de preguntar a cada uno de los 47 millones de personas que residen en nuestro país, podemos seleccionar una muestra representativa de un tamaño mucho menor.

La cuestión es que existe una infinidad de muestras diferentes posibles de extraer. Si seleccionamos cualquiera de ellas y comparamos la media de edad de los individuos que componen nuestra muestra con la de la población que queremos estudiar, es muy probable que no coincidan. ¿Pero cómo de lejos nos hemos quedado respecto a la realidad? Para minimizar el margen de error, una de las opciones es aumentar el tamaño muestral. Cuantos más individuos formen parte de nuestra muestra, la probabilidad de aproximarnos con más precisión a la realidad es mayor.

Esta condición es importante para entender el factor ‘suerte’ en el fútbol, pero también lo es la idea que subyace en el Teorema del Límite Central: si extraemos infinitas muestras aleatorias de nuestra población, la tendencia general será la de aproximarse al parámetro real. Es decir, si la media de edad en España es de 41 años, es probable que nos encontremos con algunas muestras que a pesar de haber sido escogidas de forma aleatoria (requisito indispensable para que sean representativas) sus edades medias no coincidan con ese número. Sin embargo, lo que afirma el Teorema es que si extraemos numerosas muestras, la mayoría de ellas tenderán a aproximase a la edad real de la población.

En el Gráfico 2 vemos un ejemplo ficticio a partir de 800 muestras en las que se indica la media de edad obtenida en cada una de ellas. Así, aunque es posible que extraigamos una muestra cuya media de edad es de 26 años (enormemente alejada de la verdadera edad media de la población), la tendencia general del conjunto de muestras es la de acercarse a los 41 años.

Extrapolando la lógica de este teorema, tal vez podamos dar con una de las claves de por qué en el fútbol, en comparación con otros deportes, no siempre el equipo más fuerte gana una competición cuando se juega por eliminatorias. Al igual que la muestra seleccionada de una población trata de ser un reflejo de la realidad, los partidos que se juegan entre dos equipos sirven para medir la calidad de cada uno de ellos y, en definitiva, comprobar cuál de los dos es superior. Es decir, a priori podemos confiar en que equipos como el Real Madrid o el Barcelona, con un presupuesto anual en los últimos años alrededor de los 500 millones de euros, sean superiores deportivamente al resto de clubes de Primera División, cuyo presupuesto medio oscila los 50 millones de euros. Pero el instrumento para medir la calidad de un equipo no es el gasto en fichajes, sino el resultado final en encuentros acotados por 90 minutos de juego.

Mientras que en el ejemplo del Gráfico 2 las unidades de cada muestra estaban compuestas por individuos, en los partidos de cualquier deporte lo representarían las ocasiones materializadas en puntos (goles, canastas…), que son en última instancia la manera de demostrar que un equipo es efectivamente superior a otro. Siguiendo la lógica del Teorema del Límite Central, cuantas más muestras utilicemos (partidos) y cuantas más unidades las compongan —es decir, más grandes sean las muestras (número de ocasiones generadas y materializadas en puntos)—, la probabilidad de que el teóricamente mejor equipo gane será mayor.

En un campeonato como la liga, en el que se juegan muchos encuentros, es más probable que el equipo a priori más fuerte se haga con la competición. Pero en torneos como la Copa del Rey en los que se juegan únicamente a dos partidos, el reducido número de muestras dan pie a una mayor aleatoriedad y hace más complicado que los resultados coincidan con la realidad. En estos casos, el número de unidades que componen esas pocas muestras es fundamental. Es decir, cuantas más ocasiones de puntuar se generen a lo largo de un partido, el margen de aleatoriedad será menor.

Veamos entonces algunas cifras que ilustran las diferencias entre un deporte como el fútbol y otro como el baloncesto. Durante la temporada 2013/14 el número total de goles marcados en la Liga de Fútbol fueron 1.045, lo que supone una media de 2,75 goles por partido. En la Liga ACB el número total de puntos fueron 47.655, lo que implica una media de 155,7 puntos por partido. Pero sería más preciso tener en cuenta el número de lanzamientos que acaban dentro del aro, aunque el valor de cada uno varíe en función de la distancia desde donde se anota. La media de canastas por partido durante la pasada temporada fue de 88,3. Por tanto, la razón de ocasiones materializadas que se logran en partidos de baloncesto respecto a los de fútbol es de 32 a 1.

Pero las diferencias entre ambos deportes también se aprecian en lo que respecta a las oportunidades totales a lo largo de un partido. No hay que olvidar que la calidad de un equipo se refleja, en buena medida, en su capacidad para convertir en puntos aquellas ocasiones que consigue generar.

Para ello tenemos dos buenos ejemplos ocurridos recientemente. El pasado mes de mayo se jugaron con seis días de diferencia la final de la Champions League entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, y la final de la Final Four entre el Real Madrid y el Maccabi Tel Aviv. Ambos encuentros se resolvieron además en la prórroga. En el partido jugado en el Estadio da Luz de Lisboa el total de ocasiones de gol contabilizadas fueron 45, de las cuales cinco de ellas acabaron dentro de la portería. La final europea de baloncesto se resolvió con 104 canastas efectuadas, tras haber lanzado a la cesta 201 veces. Por tanto, mientras que en la Champions League se lograba un punto por cada nueve oportunidades, en la Final Four fueron uno de cada dos. En el baloncesto no sólo se generan más oportunidades, sino que además se acierta más.

Aunque la suerte siempre es importante, en el fútbol, con tan pocas ocasiones de anotar un gol, parece que es más determinante. No obstante, aunque las oportunidades de marcar sean escasas y la media de goles no llegue a los tres por partido, a lo largo de una liga se juegan suficientes encuentros para que la aleatoriedad (o factor suerte) deje poco espacio para grandes sorpresas. En cambio, el formato por eliminatorias en torneos como la Copa del Rey, la Eurocopa o el Campeonato del Mundo contribuye a que el azar juegue un papel más decisivo. Un penalti fallado, un gol fantasma, la mano de dios… Por eso resulta tan insólito el caso de España al haber enlazado con victoria tres grandes campeonatos de manera consecutiva.

El azar en pequeñas acciones es igual de crucial en partidos de alto nivel y entre grandes contrincantes, independientemente del deporte. Pero a la hora de enfrentar a un equipo humilde contra otro en principio muy superior, la suerte en el fútbol puede ser un aliado del más débil, siempre y cuando ésta se distribuya igual para todos. Y es que en tiempos de jeques árabes, multimillonarios rusos y otras fortunas interesados en hacerse con un club para ganarlo todo, tal vez sea una inversión más segura comprar un equipo de baloncesto en vez de uno de fútbol.

Hace cuatro años España se proclamó campeona de fútbol en el Mundial de Sudáfrica. Venía como favorita tras ganar la Eurocopa de 2008 y repitió en 2012 el éxito tras revalidar el título europeo. Esta serie de triunfos consecutivos no deja de ser una anomalía en el mundo del fútbol, o al menos es la percepción que siempre he tenido con este deporte. Mientras que en el campeonato de liga las sorpresas escasean y casi todos los años sale victorioso uno de los grandes, o en su defecto, algún otro equipo que desde el inicio de la temporada muestra una gran capacidad competitiva, en los torneos de eliminatoria tengo la sensación de que es difícil acertar con cualquier pronóstico. Al menos si lo comparamos con otros muchos deportes en los que también cuentan con una competición de formato similar.

Me refiero a que en cada momento, el equipo que teóricamente es más fuerte —por nivel de presupuesto, gasto en fichajes, éxito deportivo reciente…— se lleve finalmente el título. En los últimos años ha sido fácil prever qué jugador se haría con alguno de los grand slams de tenis, deporte cuyo juego está organizado únicamente por eliminatorias. Entre 2009 y 2013 Rafael Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic, periodo en el que ocuparon alternativamente el primer puesto de la ATP (y por tanto, eran los favoritos), lograron 17 de los 20 grandes títulos jugados en ese lustro. Los tenistas que rompieron con esas previsiones fueron Andy Murray y Juan Martín del Potro, el primero ganando el Abierto de Estados Unidos en 2012 y Wimbledon en 2013, y el segundo logrando también el Abierto de Estados Unidos en 2009. Pese a todo, estos dos jugadores consiguieron romper las quinielas ocupando en esos momentos el segundo y el tercer puesto de la lista ATP en el caso del escocés, y la sexta posición en el del argentino.