Cada vez son más los que creen que el Partido Popular vive en un mundo paralelo. En un mundo alejado de la realidad. Hace unos días Ignacio Sánchez-Cuenca lo explicaba muy bien en infoLibre, donde -haciendo gala de sus dotes psicoanalíticos- señalaba un buen número de indicios que ponen de manifiesto el abandono del principio de realidad del partido liderado por Mariano Rajoy. Muchos dirán que esta extravagante teoría no resistiría un test mínimamente riguroso. Pero el optimismo del Presidente de Gobierno en el debate sobre el estado de la nación cuenta como evidencia empírica. No obstante, los trastornos neuronales de los partidos políticos de nuestro país no se agotan ahí. De hecho, podría decirse que el PSOE también sufre una afección similar, aunque quizás menos conocida: la anosognosia.
La anosognosia es la falta total de conciencia de la propia enfermedad. El cerebro es incapaz de advertir las deficiencias neuronales como, por ejemplo, la existencia de una parálisis. El neurocientífico David Eagleman lo ilustra maravillosamente en su último libro con el relato sobre una de sus pacientes. El tejido cerebral de la señora G. había quedado dañado debido a una apoplejía. Cuando le pedía que cerrara los ojos, la mujer cerraba uno, como si guiñara el ojo de manera permanente. Al preguntarle si tenía los ojos cerrados, la mujer afirmaba con toda tranquilidad que sí. Al preguntarle si tenía los dos ojos cerrados, la mujer insistía en que así era. Acto seguido el doctor le enseñaba tres dedos y le preguntaba cuántos dedos le estaba mostrando, a lo que la señora G. respondía “tres”. Acto seguido le volvía a preguntar si tenía los ojos cerrados, recibiendo la misma respuesta afirmativa. “¿Pero cómo sabe cuántos dedos le estoy enseñando?” insistía el doctor. Seguía el silencio.
Según Eagleman, la señora G. no mentía, ni sus motivaciones estaban gobernadas por la vergüenza o la maldad. Su cerebro era incapaz de alertarla de las contradicciones en la que incurría y, como consecuencia, fabricaba una narración coherente que, en este caso, se traducía en la ignorancia del problema y el silencio. La elección de Elena Valenciano como cabeza de lista del PSOE en las próximas elecciones europeas presenta síntomas similares a esta situación patológica. Veamos por qué.
Desde la salida del PSOE del gobierno es bien sabido que los socialistas se enfrentan a varios retos, pero entre ellos destacan dos que, de no ser superados, podrían dejar al PSOE con escasas posibilidades de volver a ganar la confianza de la mayoría. El primero reto es el de recuperar su credibilidad tras el dichoso 10 de mayo del 2010. El giro copernicano emprendido por el entonces líder de los socialistas puso en cuestión la capacidad del PSOE para responder a dos preguntas de primer orden en los tiempos que corren: 1) ¿cómo hacer política socialdemócrata con el pie de “los mercados” sobre la cabeza? Y 2) ¿cómo responder a las preferencias de los ciudadanos cuando los instrumentos para gobernar están en instancias supranacionales? El Partido Socialista necesita recuperar su credibilidad como partido de gobierno ofreciendo una visión convincente sobre cómo compaginar la defensa de los valores socialdemócratas en un marco de globalización política y económica. No es una tarea fácil. Y por eso mismo el famoso “trilema de Rodrik” atañe particularmente a los partidos que aspiran a preservar el papel distributivo de las democracias nacionales -Estado de Bienestar- frente a la mera asignación de recursos articulada a través de los mercados. De momento la respuesta del PSOE ha sido básicamente: más Europa.
El segundo reto consiste en responder a las demandas de regeneración política que, desde el 15 de mayo de 2011, reclama la mayoría de los ciudadanos. El “no nos representan” de las manifestaciones es una señal inequívoca de que los partidos políticos tienen que recomponer el vínculo entre representantes y representados. Pero esa tarea, otra vez, es particularmente relevante para los socialistas, puesto, como reflejan los datos demoscópicos, el elevado nivel de desafección política de los ciudadanos viene especialmente desde el centro-izquierda y la izquierda. El PSOE no debería sentirse ni mucho menos ajeno a esta cuestión. Es el Partido Socialista quien se ha empeñado en hacer primarias de cartón piedra (véase aquí y aquí), o el que se ha visto salpicado por varios casos de corrupción. Es el mismo partido que ha ahondado en el descrédito de la clase política estando al mando de cajas de ahorros que pusieron al sistema financiero, y por ende al país, al borde del abismo. La respuesta ante este reto ha sido fundamentalmente la Conferencia Política: una cierta apertura de diálogo con la militancia y la sociedad civil (grado de vinculación: 0.0) y unas primarias (con importantes barreras de entrada) para elegir los candidatos a presidir las CCAA y el Gobierno de España.
La elección de Valenciano no atiende a ninguno de estos dos problemas. Por el contrario, es una clara muestra de que el PSOE no es capaz de reconocer su “enfermedad”. Si la respuesta de la socialdemocracia a los retos de la globalización debe forjarse desde las instituciones europeas, ¿es la número dos del PSOE la mejor candidata? Creo que no es arriesgado afirmar que Valenciano no es una política particularmente carismática, ni que haya destacado como una líder con ideas e iniciativas que despierten ilusión en la militancia o en la ciudadanía. En su activo sí está su experiencia y conocimiento de la UE. Pero de ser Europa la gran apuesta del PSOE, las razones de esta candidatura no parecen ser muy convincentes.
Por otro lado, si el PSOE reconociese la necesidad de responder a la demanda de regeneración democrática, ¿por qué no se abre un proceso de primarias para las listas europeas? Se nos caerán las orejas de escuchar aquello de “nos la jugamos en Europa”, y la fuerza de dicha afirmación será inversamente proporcional a la importancia que se le habrá dado a la militancia y a los simpatizantes del PSOE para elegir la cabeza de lista.
El PSOE padece anosognosia. Desde hace años se le señala una y otra vez su parálisis, y su respuesta es decir que de eso nada. Que más Europa y más democracia. Acto seguido, se elige a Valenciano. Y sigue el silencio.
Si la tendencia que comienzan a mostrar las encuestas electorales no fallan, la fragmentación del sistema de partidos será otro estímulo más para que el Partido Socialista entienda las contradicciones con las que vive desde hace años, aunque en el caso de reconocerlas quizás ya sea demasiado tarde.
Cada vez son más los que creen que el Partido Popular vive en un mundo paralelo. En un mundo alejado de la realidad. Hace unos días Ignacio Sánchez-Cuenca lo explicaba muy bien en infoLibre, donde -haciendo gala de sus dotes psicoanalíticos- señalaba un buen número de indicios que ponen de manifiesto el abandono del principio de realidad del partido liderado por Mariano Rajoy. Muchos dirán que esta extravagante teoría no resistiría un test mínimamente riguroso. Pero el optimismo del Presidente de Gobierno en el debate sobre el estado de la nación cuenta como evidencia empírica. No obstante, los trastornos neuronales de los partidos políticos de nuestro país no se agotan ahí. De hecho, podría decirse que el PSOE también sufre una afección similar, aunque quizás menos conocida: la anosognosia.
La anosognosia es la falta total de conciencia de la propia enfermedad. El cerebro es incapaz de advertir las deficiencias neuronales como, por ejemplo, la existencia de una parálisis. El neurocientífico David Eagleman lo ilustra maravillosamente en su último libro con el relato sobre una de sus pacientes. El tejido cerebral de la señora G. había quedado dañado debido a una apoplejía. Cuando le pedía que cerrara los ojos, la mujer cerraba uno, como si guiñara el ojo de manera permanente. Al preguntarle si tenía los ojos cerrados, la mujer afirmaba con toda tranquilidad que sí. Al preguntarle si tenía los dos ojos cerrados, la mujer insistía en que así era. Acto seguido el doctor le enseñaba tres dedos y le preguntaba cuántos dedos le estaba mostrando, a lo que la señora G. respondía “tres”. Acto seguido le volvía a preguntar si tenía los ojos cerrados, recibiendo la misma respuesta afirmativa. “¿Pero cómo sabe cuántos dedos le estoy enseñando?” insistía el doctor. Seguía el silencio.