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Ser exhumado es un privilegio
Los restos de Franco serán exhumandos, tras una sesión histórica en el Congreso. Pocas veces este adjetivo definió mejor lo expuesto, que no debatido, por la clase política del momento. La mayoría parlamentaria ha dado luz verde, con los grises del Partido Popular y de Ciudadanos, a dejar de loar en un mausoleo construido con sangre, dolor, abusos, esclavitud e ignominia a un dictador. Un mausoleo en el que algunas víctimas de la dictadura comparten espacio con su opresor. Sin que sus familias hayan sido consultadas. Sin que muchas ni tan siquiera sepan que yacen allí sus restos.
Hace años, los suficientes para que mi memoria sea hurgada con ahínco, participé en la exhumación de cuatro fosas comunes junto a las tapias del cementerio de Mérida, en Badajoz, Extremadura. Por situar, que nunca está de más cuando se habla de mi tierra. Eran tiempos en los que la Junta ofrecía esta 'actividad' de reconocimiento, dignidad y memoria a la juventud europea. Bajo el sol abrasador –de nuevo un adjetivo en el que no caben dudas– de un mes de agosto extremeño, un grupo de unas quince personas dedicamos dos semanas a mover tierra a palazos, a delimitar el terreno y, pincel en mano, a barrer palmo a palmo el suelo para buscar los cuerpos de las personas que habían sido asesinadas décadas antes y tiradas con un desdén que duele, que atormenta.
Abrimos cuatro fosas en los puntos indicados por un georradar. Y no había nada. Matizo: casi nada. Sólo en una esquinita, justo en la que yo estaba asignada, apareció un cráneo, parte del cuello, del omóplato y de las costillas. Fue el resto más 'entero' que 'descubrimos'. Pero no fue el único: un pie casi completo pegado a una suela de zapato –duele escribir esto–, decenas de trozos óseos, de dientes, de hebillas de cinturones, de peines, de monedas, de trozos de metales variados, de restos de tejidos… fueron desenterrándose a medida que desempolvábamos la tierra. También aparecieron casquillos de balas, huellas de la crueldad extrema. Huellas de lo sufrido. Un tremendo olor a quemado fue apareciendo a medida que escarbábamos. Aún lo recuerdo, ahí mi memoria está más viva.
Un dictador que ha tenido una escultural sepultura durante décadas va a ser ahora dignamente desenterrado, con flores, rezos y, seguramente, algún 'viva'. Muchas de las personas a las que asesinó su régimen ni siquiera podrán tener ese privilegio; porque no están, son polvo, son cenizas, son apenas un olor o las púas de un peine desdentado. Hasta la exhumación es una cuestión de privilegios.
Nunca supimos qué pasó con las personas lanzadas a las fosas comunes situadas junto a una de las fachadas del cementerio emeritense. Queríamos exhumarlas, tratar de identificarlas y hacerles un enterramiento digno. Ni eso les permitieron. Fueron despojadas hasta de su propia muerte.
Sólo supimos que fueron quemadas. ¿Cuándo? No sabemos. ¿Qué pasó con sus cenizas? Otra pregunta sin repuesta. La hipótesis de las personas investigadoras que dirigían el proyecto es que los restos fueron llevados al Valle de los Caídos, junto a Franco. Sus familias nunca lo sabrán. No podrán honrarles, recordarles ni exhumarles con dignidad. No podrán decidir dónde descasan. Ni llevarles flores.
Eso sí, en un intento de dignificar su memoria, todos los restos aparecidos en las fosas de Mérida fueron enterrados en tres pequeños féretros y en un mausoleo creado ad hoc. También se hizo una bonita ceremonia con algunos de los políticos del momento.
Este caso de no-exhumación, de ausencia de privilegios, no es único. Úrsula Sánchez Mate y Bernarda García Hernández, asesinadas el 26 de septiembre de 1936, tampoco tuvieron la suerte de ser exhumadas. Poco tiempo después acudí a apoyar en la apertura (y búsqueda) de las fosas comunes en Villanueva de la Vera, provincia de Cáceres, en las que se esperaba encontrarlas.
“Estoy muy orgulloso, hoy comienza la historia; vamos a descubrir cómo las torturaron y cómo las asesinaron. Cuando las enterremos es cuando se cicatrizarán las heridas”, dijo entonces Jon Antón, bisnieto de Úrsula.
Aquella mañana, un lluvioso y húmedo día de octubre, la máquina excavadora, ante la atenta mirada de decenas de personas, estuvo removiendo tierra donde determinó el georradar. Nuevamente, nada de nada. No quedaba ni el olor. “Es un suelo muy ácido por el sustrato granítico, que con el agua tiene un efecto muy corrosivo en los materiales orgánicos, que con el paso del tiempo desaparecen”, explicó, como principal argumento, un experto del departamento de Antropología de la Sociedad Científica Aranzadi.
Nuevamente, no hubo exhumación. Los ejemplos, de vidas y muertes arrebatadas, de los que seguramente hay centenares, explican que Franco, 43 años después, sigue siendo un privilegiado. Sus familiares también. Pueden llevarle flores. Hay personas para las que este 'pequeño' gesto es inalcanzable.
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