Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Feminismo y ternura
Mi perfil de Twitter dice así: “Si no puedo perrear, no es mi revolución”. Es el título de un post que escribí en mi blog a modo de provocación y que tuvo mucha más difusión que la que esperaba. La semana pasada, precisamente, me entrevistaron en una radio libre para hablar sobre reguetón desde un enfoque feminista y crítico. Surgió de los constantes cuestionamientos que recibo cuando dejo caer que me divierte bailar reguetón y que me gusta su ritmo. Me hablan del machismo en el reguetón (indudable) pero mi tesis es que, si esas alarmas no saltan cuando digo que me gusta bailar salsa (en la que el hombre dirige a la mujer), la bachata (en la que las letras son probablemente más terribles) o cuando alguien dice que le gusta el indie (lean 'Machismo gafapasta') es porque, en realidad, lo que escuece del reguetón es que el perreo, entre otras cosas, desafía nuestro puritanismo. El caso es que en ese post decía:
Recientemente, Erika Irusta escribió en su blog un post con un título inspirado en el mío (yo por mi parte parafraseaba la gran frase de Emma Goldman, “si no puedo bailar, no es mi revolución”): “Si no hay mimos, no es mi revolución”. Este es el párrafo clave:
Su post me pareció de lo más necesario. Yo misma he sentido que esas asambleas feministas de mujeres aguerridas y guerreras no resultaban espacios acogedores. Que intimidadan, que una se sentía pequeñita. Que si una planteaba temas, tonos o formas atípicas, la respuesta sería: “Aquí las cosas nunca se han hecho así”. Tengo 29 años y no voy a hablar de lo que no he vivido, sino de lo percibido. Puede que sea injusto, pero sí que percibía que el modelo de militancia (en general, y el feminista en particular), al menos en el País Vasco, se caracterizaba por cierto rictus de rudeza y ortodoxia.
Así que algunas jóvenes, aún siendo conscientes de la importancia de reconocer a las organizaciones feministas con una larga trayectoria y de participar en sus iniciativas, montamos nuestros propios espacios. Y, en esos espacios, dimos mucha importancia a poner en valor cuestiones como los cuidados o el disfrute. En mi caso, es un pequeño colectivo llamado 'Txokorro', que en la práctica está funcionando, más que para organizar grandes acciones, de espacio en el que cargar las pilas que necesitamos para luchar en el día a día contra este sistema patriarcal. Nos escuchamos mucho, nos mimamos mucho, aprendemos juntas y nos divertimos cantidad. La actividad más visible ha sido la de hacer vídeos tan delirantes como este:
Ese es el activismo que me apetece, aquel que se aleja del modelo del militante abnegado, que no persigue grandes heroicidades sino transformar en lo cotidiano.
Cuando pusimos en marcha Pikara Magazine, la definimos como una revista que practica “un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón”. Pusimos ese último apellido sintiendo esa necesidad de integrar en un proyecto de comunicación feminista no sólo la denuncia social, sino también el humor, el placer y la irreverencia. Poco a poco lo hemos ido consiguiendo, con contenidos como el videoblog de humor El conejo de Alicia, la sección de desahogos entre la lucidez y la neurosis Salida de socorro, o el creciente peso de las ilustraciones de autoras como Señora Milton o Emma Gascó, que recurren mucho a la ironía y el surrealismo.
Erika Irusta me dijo tras leer el número 2 de Pikara en papel que le faltaba ternura. Que al leerla a una le da ganas de salir a las barricadas, pero que echa de menos que también haya espacio para esa dulzura que reivindica en su post. Me dejó pensativa. Colgué su post en el Facebook, diciendo que, si bien me había gustado, mi experiencia con el feminismo es otra. Yo acababa de volver de presentar Pikara por varias ciudades del Mediterráneo, desde Barcelona hasta Murcia. No pagué ni una noche de hotel, porque en cada ciudad hubo una o varias feministas que, conociéndome poco o nada, me abrían sus casas. Fueron días de largas tertulias, de cocinar juntas, de conocer la ciudad de su mano. Me ayudaron a vender merchandising, me organizaron fiestas con sesiones DJ en las que no faltaron la cumbia y el reguetón, me hicieron de chóferes, me enseñaron los rincones más bonitos de sus ciudades... Fue un baño de mimos.
Respondió Irusta en mi Facebook: “En la práctica, en lo íntimo, entre nosotras, no he vivido jamás tal nivel de mimo y ternura. La cosa es en lo que transmitimos, en la teoría propuesta, en las revisiones, en la actitud, en el ubicarnos en el cuerpo desde un nivel de tensión que aun estando justificado, duele”.
¿Será eso? ¿Que vamos relajándonos en nuestros espacios pero que nos volvemos a tensar cuando se trata de salir al mundo a defender nuestras convicciones? No me extraña. Ser feminista es muy impopular. En mi familia, la palabra 'feminista' es tan tabú como 'lesbiana'. A la mayor parte de gente no le enorgullece tener una feminista en la familia. El estereotipo de cabreada odiahombres pesa incluso en quienes tienen como hija, hermana, sobrina, prima, etc. a una feminista que les quiere, que les cuida, que arranca carcajadas en las comidas de los domingos.
Me parece todo un reto salir a la calle como feminista relajada y desarmada. ¿Cómo hago para no ser la cortarrollos que saca la tarjeta roja ante comentarios machistas en su cuadrilla? ¿Cómo hago para no encasillarme en el rol de la pepita grilla que detecta micromachismos en las dinámicas de su empresa o de su colectivo social? Somos antipáticas porque nuestro trabajo es señalar las actitudes de poder y de reproducción del sexismo que percibimos en nuestro entorno y que son incompatibles con la sociedad igualitaria y diversa con la que abogamos.
Partimos de que se nos perciba como unas amargadas, y a eso se suma al mandato general de que las mujeres seamos seres dóciles, programados para complacer. El ataque de Eduardo Inda a Tania Sánchez en La Sexta Noche iba de eso. En un acalorado debate sobre política, el machista intenta anular a su contertulia con un “¿Te puedo hacer una pregunta? ¿Por qué estás siempre enfadada?”. La respuesta de Sánchez es brillante: “Yo soy una persona seria. Sé que te cuesta imaginar que hay mujeres que podemos mantener una posición seria cuando las cosas son serias. Pero te tienes que ir acostumbrarlo, porque estamos en el siglo XXI y las mujeres no sonreímos todo el rato para estar a tu servicio y agradarte a ti”.
He de confesar que es una preocupación que he tenido con este blog. De forma natural, el cuerpo nos ha pedido utilizar este espacio de opinión para afear a Toni Nadal, para criticar los tuits de la Policía en los que transmite que la solución para que no se difundan mis fotos desnuda es que no me las saque (discurso que comparamos con el “si no quieres que te violen, tápate”), hemos hablado de formas de machismo cotidiano como los tocamientos y restregones en el transporte público, o hemos señalado el juicio de valor que emitía un periodista al afirmar en una nota periodística que la jueza del caso Pistorius “está muy sensibilizada con la violencia de género PERO dicen que será justa en su veredicto”... Me preocupa que este rol de afear conductas canse o genere rechazo, pero lo cierto es que es necesario seguir rompiendo con la naturalización de las actitudes y discursos machistas. Resultaremos más o menos simpáticas, pero no me cabe duda de que somos necesarias.
Ahora bien, la idea es no predicar sólo para las ya convencidas, sino explicar a la ciudadanía que el feminismo es el movimiento social al que debemos tanto los derechos conquistados por las mujeres como el esfuerzo de impedir retrocesos, como el que suponía la (felizmente abortada) reforma de la ley del aborto. Más aún, como nos dijo el otro día en Facebook la compañera Lucía Martínez Odriozola, que con el feminismo que practicamos en Pikara, “lo que hacemos es proponer que todo el mundo se reconcilie consigo mismo, o sea para que sea más feliz”. Así es, cuando hablamos de cómo el sexismo condiciona la sexualidad de hombres y mujeres (y otras identidades), cuando hablamos de imposiciones como la de la depilación, cuando damos claves para vivir el amor de una forma más libre y sana... O, en general, mostrando referentes diversos y hablando de violencias silenciadas, de forma que las lectoras y lectores se reconocen, se sienten menos solos, encuentran un espacio en el que contar sus experiencias y acercarse a otras, etc.
En una entrevista con una revista femenina, la periodista me preguntó si habría que “glamourizar” el feminismo para que resulte más atractivo. Contesté lo siguiente:
Si eres machista, si eres un hombre que se niega a renunciar a sus privilegios, o si eres una mujer que ha asumido el papel que el patriarcado le destina de velar por la perpetuación de la tradición patriarcal, probablemente nuestros pelos, nuestra pluma o nuestra rabia te echen para atrás. Si eres de los de Inda, te caeremos mal porque nos negamos a complacer, a asentir y a sonreir a los machos alfa. En cambio, si crees que una sociedad más igualitaria y diversa es una sociedad más justa y libre, en la que tú también podrás ser más libre y feliz, confiamos en que entiendas nuestras propuestas. En todo caso, me parece un ejercicio interesante escuchar a Irusta y revisar si estamos logrando contagiar esa ternura, esos cuidados y ese afán de ser cada día un poquito más libres y felices que compartimos entre las feministas.
No se trata de renunciar a nuestra radicalidad, pero sí recordar que la mayor venganza es ser felices. Y que un feminismo feliz, abierto a los mimos y al meneo del cuerpo, será probablemente más contagioso.
Para terminar riendo, un vídeo de Alicia Murillo en el que parodia con tino las diferentes corrientes del feminismo. Porque somos serias cuando toca, como dice Tania Sánchez, pero también sabemos reirnos de todo, incluso de nosotras mismas.
Mi perfil de Twitter dice así: “Si no puedo perrear, no es mi revolución”. Es el título de un post que escribí en mi blog a modo de provocación y que tuvo mucha más difusión que la que esperaba. La semana pasada, precisamente, me entrevistaron en una radio libre para hablar sobre reguetón desde un enfoque feminista y crítico. Surgió de los constantes cuestionamientos que recibo cuando dejo caer que me divierte bailar reguetón y que me gusta su ritmo. Me hablan del machismo en el reguetón (indudable) pero mi tesis es que, si esas alarmas no saltan cuando digo que me gusta bailar salsa (en la que el hombre dirige a la mujer), la bachata (en la que las letras son probablemente más terribles) o cuando alguien dice que le gusta el indie (lean 'Machismo gafapasta') es porque, en realidad, lo que escuece del reguetón es que el perreo, entre otras cosas, desafía nuestro puritanismo. El caso es que en ese post decía:
Recientemente, Erika Irusta escribió en su blog un post con un título inspirado en el mío (yo por mi parte parafraseaba la gran frase de Emma Goldman, “si no puedo bailar, no es mi revolución”): “Si no hay mimos, no es mi revolución”. Este es el párrafo clave: