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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

¿A quién le importa?

Captura del vídeo en el que Claudia baila a Lucía

June Fernández

De niña quería ser bailarina o peluquera. Cualquiera que conozca mi aburrido pelo, resultado de mi falta de destreza con la cera, entenderá que lo de peluquera era por socialización de género. Lo de bailarina, en cambio, es vocación frustrada. La danza es, desde que tengo uso de razón, una de las cosas que más feliz me hace en la vida. A los cinco-seis años, me tomaba muy en serio las clases de ballet: el ritual de hacerme el moño, el empeño baldío en lograr hacer el espagat, el entusiasmo con el que ensayaba el gran jeté y las piruetas en el salón de casa y en cada paseo con mi familia por el campo. Se ve que no tenía ni condiciones físicas ni demasiada gracia, porque cuando por fin (creo que a los ocho años) me tocaba pasar al grupo de las mayores y cumplir mi sueño de bailar con puntas y tutú ‘El lago de los cisnes’, la profesora decidió que no, que tenía que seguir un año más en el grupo infantil. ¿Conocéis a alguien más a quien le hayan hecho repetir ballet?

Seré patosa pero tengo dignidad. Reaccioné a tamaña humillación dejando la escuela e iniciando mi carrera como la bailarina amateur más versátil que hayáis conocido. A lo largo de mis restantes 25 años he practicado baile moderno, danza contemporánea, danzas tradicionales vascas, danza oriental, jazz-funky, hip-hop, danza africana, danza afrocubana, un intensivo de bachata, y alguna clase puntual de contact, de salsa cubana y de reggaeton.

Os cuento todo esto para que entendáis mi adicción televisiva a Fama ¡a bailar! Doy gracias a la barrera arquitectónica por la que sólo podíamos contratar internet con Movistar. Hace ocho años seguí dos o tres ediciones con fervor cuando se emitía en la sobremesa de Cuatro. Me dispuse a ver el regreso de este concurso de talentos con cierto complejo de treintañera, y me está encantando. Si en las primeras ediciones había una profesora de lírico, uno de funky y otro de hip-hop, este año se ha introducido con fuerza la danza contemporánea —recordando, por cierto, que sus impulsoras fueron mujeres, como Isadora Duncan— y casi todo el profesorado hibrida estilos e incluye nuevos como el house o el traphousetrap. El resultado es más estimulante para quienes apreciamos la danza como expresión artística y no como mera rutina coreográfica.

Poco a poco he ido cediendo al pudor y me he convertido en una fan desacomplejada: sigo al profesorado en Instagram, en casa votamos para salvar a nuestras nominadas preferidas —perdimos a Julia y a Fran; no pudimos votar para que volviera Belén porque está de gira con Dua Lipa y no quiere saber nada de un concurso que la expulsó la primera semana pese a ser de las mejores—. Pero es un fanatismo solitario-en pareja porque sólo conozco a otras dos personas que vean el programa. “Ah, ¿pero Fama todavía existe?”, me pregunta el resto del mundo. La ventaja de ser comunicadora es que siempre encuentro la vía de hablar de lo que me apetece. Y esta semana tengo percha: el 17 de mayo es el Día Internacional contra la LGTBfobia.

Abajo el dualismo

Si hace unos meses la gente justificaba su adicción a Operación Triunfo destacando las perlas feministas de Amaia, el beso entre Agoney y Raoul, o el novio trans de Marina, ahora soy yo la que me veo haciendo proselitismo de Fama tirando de argumentos similares. Pero hay uno de peso: si hasta ahora las y los bailarines concursaban en parejas mixtas (hombre-mujer) y, por tanto, cada concursante, ante la expulsión de su pareja, tenía que retar a una persona del mismo sexo para volver a formar una pareja mixta, una de las novedades de esta edición ha sido dar portazo al dualismo.

Desde el principio hay parejas de chicos, de chicas y de chico-chica, y cuando las parejas se rompen, la que tiene que retar tampoco tiene condicionantes de género, y suele pensar en la persona con la que mejor se entiende, a la que más admira o a la que tiene una pareja más “débil”. El resultado es interesante, porque implica disfrutar de coreografías en las que hay sensualidad entre hombres o en las que las mujeres se levantan unas a las otras en vigorosos portésportés. De hecho, las coreografías más físicas y arriesgadas son las crean sin distinciones de género Carla Cervantes y Sandra Egido. Cuando Julia fue expulsada por segunda vez y Oriana pasó a ser pareja de Kino, la coreo que habían pensado para ellas pasó a ser asumida por Kino sin hacer cambios, con tacones incluidos.

Visibilidad marica vs. invisibilidad lésbica

Cuando Ruth Prim le pidió a Kino que transmitiera atracción por su pareja de entonces, Lidia, éste respondió en susurros, con timidez pero con desparpajo: “¡Es que yo soy mariquita!”. Cuando entró un nuevo concursante y a Adrián casi le dio un infarto, Paula Vázquez le preguntó quién es ese Manu y él contestó: “¡Mi novio!” Andoni habla en femenino a Valero. Raymond le dice a Pablo que la coreo de esta semana es “muy maricón”. Fran baila Britney Spears así. Frente a la plumafobia demoledora que muestra First Dates, los concursantes y profesores de Fama parecen romper el corsé de la masculinidad y la heterosexualidad obligatorias.

Lo de las mujeres es otro cantar. Ninguna concursante con novia, ninguna butch, ninguna alusión al lesbianismo ni a la bisexualidad. Salvo —tal vez me haya agarrado a esto sin fundamento— un comentario pillado al vuelo sobre que a Julia le gusta Claudia, ¿sólo como pareja potencial de baile?, y el sugerente solo de Claudia con Lucía mirándola en una silla. De anteriores Fama sólo extraño a alguien como Yurena, que en 2009 contribuyó al despertar lésbico de más de una, y lidió con los intentos de domesticarla con una feminidad impostada.

Cuando se supo que dos de las profesoras, Carla y Sandra, eran pareja profesional y trabajarían en tándem, algún periodista las comparó con los Javis de Operación Triunfo. Ellas respondieron que no saben quiénes son los Javis. Pero, mientras éstos hablaban de sí mismos como novios y charlaban con los triunfitos sobre bullying homofóbicobullying, entre otras cuestiones, Carla Cervantes y Sandra Egido han evitado explicitar su relación de pareja (una muestra: mirad cómo cuentan en el minuto 13 de este vídeo cómo se conocieron) o mucho menos hablar de lesbofobia. Nos conformamos con sus fotos en el Instagram, con sus lágrimas cuando Adrián y Wondi bailaron la primera coreo que crearon juntas en China, su forma de completar las frases durante las valoraciones y sus ojitos de enamoradas cuando una de las dos se emociona. Nada que exigir (mi compi Andrea Momoitio diría que sí), pero una vez más, como ocurrió en Operación Triunfo, el orgullo gay contrasta con la invisibilidad lésbica.

La homofobia liberal

¿A quién le importa si hay lesbianas en Fama?, te preguntarás, querida o querido hetero. Pues a mí y a las lesbianas, bisexuales y pansexuales de mi generación y de las anteriores, que hemos ido descifrando el lesbianismo cual detectives en ese océano de hormigón que es la invisibilidad. En las canciones de Mecano — “Te dije, nena dame un beso, tú contestaste que no”, cantaba Ana Torroja, y yo sentía un gusanillo raro—, en la pluma de Rosana Arbelo, en la escena de Sigourney Weaver en bragas en Alien o en las novelas de Lucía Etxebarria.

Lo explica la escritora Gema Nieto en este hilo:

Se llama homofobia liberal a esa que dice no tener ningún problema con la homosexualidad, mientras la relega al ámbito de lo íntimo y privado. No es lo que haga en mi cama, es quién soy: es a quién amo, a quién deseo, qué familia quiero formar, cómo me relaciono con mi cuerpo y con mi comunidad. Es parte de mi identidad, como ser vasca de origen gallego y leonés, como ser periodista, como ser de izquierda. En una sociedad que promueve la heterosexualidad obligatoria mientras ‘tolera’ a quienes nos desviamos de ella, la homosexualidad, como bien explica Gema, no es sólo orientación sexual, es el ejercicio de autodeterminación de quienes nadamos a contracorriente. “La homofobia liberal es quizás la más insidiosa, ya que disfrazada de comprensión, simpatía y sobre todo de una tolerancia mal entendida, alimenta la raíz misma de la discriminación”, leo en el blog La mosca de colores.

Una situación clara de homofobia liberal se vivió el 2 de mayo en Fama, en el programa dedicado al Día Internacional contra el Bullying. Fue un programa edulcorado, llenaron el plató de niños y niñas, y pusieron a les participantes vídeos de sus familiares. No hubo apenas alusión al acoso escolar y el profesorado no se mojó tampoco. Iker Karrera emplazó a los padres a que dejen que sus niños varones bailen, sin explicitar que esa resistencia es consecuencia de la homofobia y la misoginia que seguro que él conoce bien, y que si muchos niños desisten es porque el acoso homofóbico les resulta insorportable. Solo en un momento, Paula Vázquez preguntó a bocajarro y con muy poco tacto a les participantes si habían sufrido bullying. “Venga, ¿algún valiente se anima a contarlo?”. Creo que solo Esther y Andoni levantaron la mano. Paula dio la palabra a Andoni. El diálogo fue algo así:

— ¿Por qué sufriste bullying?

— Porque soy gay —contestó serio y rotundo—.

— ¿Sí? ¿No sería también por ser un niño que baila?

— No. Me acosaban por ser gay — de nuevo, firmeza y aplomo.

Paula Vázquez, visiblemente incómoda, lo despachó diciendo que eso en el siglo XXI es algo obsoleto y que a nadie le importa lo que cada quien haga en su vida privada. ¿Acaso cree que a un niño le insultan en el cole llamándole mariquita porque molesta lo que haga en su vida privada? Ser marica, ser bollera, no va de preferencias íntimas: es, al menos mientras se siga imponiendo la heterosexualidad como norma, expresión de género, disidencia, desobediencia.

Importa que un concursante tenga novio o que dos profesoras sean pareja porque seguimos sedientas de referentes. Porque tenemos derecho a vernos en la literatura, en la música, en la televisión, a no sentirnos negadas. Importa que Andoni dijera que fue acosado por gay e importa que en Fama no se haya pronunciado aún la palabra lesbiana, porque necesitamos nombrarnos. Necesitamos también nombrar la homofobia y esas otras palabras que la RAE no reconoce (la Fundéu sí): lesbofobia, bifobia, transfobia. Operación Triunfo y Fama son en parte bálsamo y en parte recordatorio de que la visibilidad LGTB sigue siendo excepción en la cultura de masas, especialmente en lo que se refiere a la L, la T y la B; no te digo ya la I. Y que la relación entre LGTBIfobia, sexismo, misoginia y dominación patriarcal siguen sin entenderse.

Pero ya queda menos. Mientras tanto, seguimos bailando.

Bola extra de fervor famero:

Mi pareja preferida: Adrián y Wondi

Lo mejor de Fama: El profesorado. Quiero ir de fiesta con Iker y Raymond. Carla me parece una diosa.

Lo peor de Fama: La dirección jerárquica de Igor Yebra; el programa gana cuando no está. Y tragar las actuaciones de gente como Álvaro Soler.

Un momentazo: Paula Vázquez terminando el programa del 26 de abril con estas palabras: “No es no, y yo sí te creo”.

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