Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Incompatibilidades
Entrevisté a Arantza Quiroga, expresidenta del PP vasco, hace un par de años para un reportaje sobre el sexismo en los partidos políticos que se publicó en uno de los Cuadernos de eldiario.es. Fue una agradable y sorprendente conversación teléfonica. Quiroga destacó que la colaboración entre mujeres de los diferentes grupos parlamentarios fue la clave para que el Parlamento vasco aprobara medidas para favorecer la conciliación entre la vida personal y profesional. A partir de esa experiencia, abogaba por la unidad de acción entre mujeres de distintas ideologías para promover políticas de igualdad en las que hubiera consenso.
De las políticas que entrevisté para ese reportaje, fue si mal no recuerdo la única que relató las actitudes machistas que había vivido por parte de sus propios compañeros de partido. Pero lo que más me sorprendió fue que me dijo esto: “Es de justicia reconocer al movimiento feminista que nos ha abierto las puertas”. Me quedé ojiplática. En unos tiempos en los que el feminismo sigue tan demonizado y caricaturizado, en el que son tantas las mujeres públicas que se desmarcan de él (“yo no soy ni feminista ni machista”, “yo no soy feminista, soy humanista”...), una política conservadora me dice en una entrevista que “es de justicia reconocer al movimiento feminista”.
Me acordé de esta historia cuando, la semana pasada, leí el artículo de Barbijaputa '¿Con qué es incompatible el feminismo?' Al hilo de un tuit de Cristina Cifuentes en el que difundía un artículo de Carme Chaparro sobre las preguntas machistas que tienen que aguantar las presentadoras de televisión cuando son entrevistadas, Barbijaputa señalaba la contradicción de que una política de derechas critique el machismo a la vez que “se dedica en cuerpo y alma a defender todos los mecanismos que hacen posible que el patriarcado tenga una larga y sana vida”. Y afirmaba que una persona de derechas es por definición antifeminista.
¿Es Cristina Cifuentes feminista por criticar el machismo en los medios? Desde luego que no. Pero, ¿su ideología conservadora resta credibilidad o valor a la queja de Cifuentes? Ahí es donde discrepo con Barbijaputa, porque para mí la respuesta es también que desde luego que no. En esa entrevista telefónica, Arantza Quiroga matizó que ella no puede definirse como feminista porque discrepa con buena parte de los planteamientos de un movimiento social que, a día de hoy, es evidentemente progresista y que choca frontalmente con la moral cristiana en cuestiones como los derechos sexuales y reproductivos. Llamadme descafeinada, pero creo en la necesidad de ampliar ciertos consensos sociales. Que Arantza Quiroga reconozca la lucha del movimiento feminista es buena noticia porque implica cierta apertura que puede ser muy valiosa de cara a sacar adelante políticas de igualdad. Que Cristina Cifuentes o Inés Arrimadas critiquen en Twitter el sexismo en los medios es buena noticia, porque son voces influyentes que pueden favorecer que cada vez menos periodistas se dediquen a comentar el atuendo de las políticas o a preguntar a una presentadora si es buena ama de casa.
No propongo aplaudirlas ni hacerles la ola. Desde luego que detesto a las y los políticos que aprueban políticas de austeridad, que mandan a la policía a reprimir con violencia protestas legítimas, que niegan el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, que quieren dejar sin derechos básicos a las personas sin papeles... Desde luego que no voy a considerar compañeras de lucha a esas mujeres privilegiadas que se refieren solo al machismo que les afecta como mujeres privilegiadas, al tiempo que desprecian los derechos de las mujeres inmigradas, lesbianas, dependientes, cuidadoras, ancianas, trans, precarias, etc. Pero, pese a todo ello, que una política conservadora repruebe el machismo no me parece una contradicción ni un gesto carente de valor.
Al margen del caso concreto de las políticas, la afirmación rotunda de que ser feminista y de derechas es incompatible entraña, a mi modo de ver, algunos riesgos. El primero, la autocomplaciencia. Me alegra la fuerza y la solidez que está demostrando ese feminismo autónomo, de base, radical y autogestionado del que me siento parte y que, como dice Barbijaputa, es necesariamente anticapitalista. Pero recordemos que el feminismo occidental ha sido teorizado fundamentalmente por mujeres blancas y acomodadas como la propia Simone de Beauvoir. Recordemos a la feminista negra bell hooks criticando que Betty Friedan universalizase la experiencia de la ama de casa blanca burguesa. Hoy y en nuestro contexto, sigue necesario revisar una y otra vez quiénes estamos marcando la agenda del feminismo y a quiénes estamos obviando o excluyendo.
El segundo riesgo que le veo a esa afirmación rotunda es el famoso “feministómetro”: ¿quién decide cuáles son los principios básicos del feminismo, los diez mandamientos que hay que profesar y cumplir para ser una feminista “de verdad”? Ese feministómetro puede alejarnos de amplios sectores de mujeres que no concuerdan con todas las reivindicaciones clásicas del feminismo pero que transgreden los mandatos de género y/o se organizan para mejorar sus condiciones de vida.
Pienso en las lideresas guatemaltecas que entrevisté para el documental sobre respuestas comunitarias a la violencia machista, Ruda'. Saqué el tema de los derechos sexuales y reproductivos con una de ellas, una señora de 70 años (matrona, curandera y guía espiritual) que se volcaba en intervenir con arrojo ante las situaciones de violencia machista en su comunidad. Se puso a vociferar que el aborto es pecado en todos los casos, que un bebé es una bendición y que cuando atiende a una mujer embarazada con dudas, le pide que se toque el vientre para sentir esa vida que crece en su interior. Evidentemente, me apenó que su posición fuera esa. ¿Pero su oposición frontal al aborto y sus valores morales conservadores la invalidan como defensora de los derechos de las mujeres?
No hay que irse tan lejos. Pensemos en asociaciones de amas de casa, de viudas, en las asociaciones de mujeres de los pueblos, espacios que favorecen la participación social de esas mujeres que igual no se pondrían detrás de una pancarta con nosotras a gritar “Fuera rosarios de nuestros ovarios”. ¿Qué saberes y experiencias nos estamos perdiendo si descartamos su trabajo por no ser feminista? A Cristina Cifuentes no la quiero de compañera, pero sí a las mujeres que están liderando la lucha contra los desahucios o la defensa de la Ley de Dependencia.
Leo a Barbijaputa señalando incompatibilidades y pienso también en las feministas blancas y acomodadas a las que he escuchado sentenciar que no se puede ser feminista y musulmana, que el feminismo islámico es un oxímoron. Pienso también en las que cuestionan que las personas trans participen en espacios feministas, aduciendo que las mujeres trans han sido socializadas como hombres y que los trans masculinos han decidido identificarse como hombres. Pienso en las que defienden la abolición de la prostitución con tal beligerancia que se niegan a escuchar las experiencias, los sentires y las reivindicaciones concretas de las trabajadoras del sexo. Pienso en mí misma (feminista blanca, precaria pero acomodada al fin y al cabo) cuando afirmaba que las nacionalistas siempre terminan anteponiendo la patria al feminismo, en lo mucho que he aprendido de feministas independentistas.
No me gustan las certezas porque nos alejan de las personas, porque la realidad siempre es más compleja y enriquecedora que nuestros dogmas. Así que intento, día a día, ser menos categórica y dejarme sorprender, dejar que las personas desmonten mis prejuicios.
Termino reproduciendo unos fragmentos de un artículo de Itzea Goikolea Amiano sobre las conversas al islam en el que distingue entre las feministas que “deconstruyen, reinterpretan y viven el islam desde un posicionamiento radical de crítica al discurso hegemónico y patriarcal islámico” y las “pías”, aquellas que tienen interiorizado ese discurso patriarcal. Creo que podemos extrapolar sus aportaciones a debates como el que planteaba Barbijaputa:
Entrevisté a Arantza Quiroga, expresidenta del PP vasco, hace un par de años para un reportaje sobre el sexismo en los partidos políticos que se publicó en uno de los Cuadernos de eldiario.es. Fue una agradable y sorprendente conversación teléfonica. Quiroga destacó que la colaboración entre mujeres de los diferentes grupos parlamentarios fue la clave para que el Parlamento vasco aprobara medidas para favorecer la conciliación entre la vida personal y profesional. A partir de esa experiencia, abogaba por la unidad de acción entre mujeres de distintas ideologías para promover políticas de igualdad en las que hubiera consenso.
De las políticas que entrevisté para ese reportaje, fue si mal no recuerdo la única que relató las actitudes machistas que había vivido por parte de sus propios compañeros de partido. Pero lo que más me sorprendió fue que me dijo esto: “Es de justicia reconocer al movimiento feminista que nos ha abierto las puertas”. Me quedé ojiplática. En unos tiempos en los que el feminismo sigue tan demonizado y caricaturizado, en el que son tantas las mujeres públicas que se desmarcan de él (“yo no soy ni feminista ni machista”, “yo no soy feminista, soy humanista”...), una política conservadora me dice en una entrevista que “es de justicia reconocer al movimiento feminista”.