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Leed a mujeres, leed

Iris César

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Hace poco recordé la frase que dice: mujer, escribe, porque durante mucho tiempo no se nos permitía. Desde el palo opuesto, leer a mujeres y yo, desde que descubrí la calidad de las escritoras contemporáneas, que son muchísimas, no he podido parar.

Leed. Leed a mujeres, para que nunca nos corten un dedo por leer como en Gilead; leed a mujeres para huir de los estereotipos, para vernos reflejadas, para dar voz a las historias que antes nadie consideraba interesantes ni dignas de contar; leed a mujeres como refugio y como decisión política. Pero, sobre todo, como todo buen escritor o escritora sabe, leed a mujeres porque solo se debe escribir sobre lo que se conoce y quién nos conoce mejor que nosotras mismas, quién va a escribirnos y a leernos mejor que unas a otras.

Hubo un momento en mi vida lectora en que era incapaz de levantar un libro escrito por un hombre. No podía, todo me sonaba vano, vacío y falso. No podía identificarme con la narrativa masculina llena de acción y de traumas del héroe tímido, no podía soportar la violencia impuesta sobre los demás, la violencia impuesta en la personalidad misma. No me refiero a libros mediocres, asientos de la RAE o de hace un par de siglos, sino a literatura reconocida, a presentaciones de libros en ámbitos de izquierda. No podía. Cada línea me sonaba carca, victimista, rancia y fundamentalmente violenta, muy violenta.

En literatura, igual que en el cine, y sobre todo en este, hemos visto un cambio de argumentos y personajes, donde las mujeres ya no se quedan en casa, sino que acompaña la acción con ropa ajustada y mucha fuerza. En los últimos tiempos incluso, creo que estamos ante el momentum de personajes femeninos “fuertes”, mujeres escritas por hombres que se comportan como hombres y hablan como hombres, que toman las mismas decisiones y tienen las mismas prioridades, prototipos de mujeres que no hacen más que imitar los únicos protagonistas que hemos conocido hasta ahora: los masculinos. Por eso, yo abría un libro y leía a personajes femeninos que decían “no me toques los cojones”, “y una polla” o “me tiene hasta el nabo” e inmediatamente tenía que cerrarlo. Creo que nunca en mi vida he escuchado a una mujer decir “me tiene hasta el nabo”.

Hace poco leí una entrevista de Emily Blunt en la que decía que en cuanto abría un guion y leía strong female lead, ya pasaba, adiós. Nos escriben como un estereotipo, nos escriben como una moda. Strong female lead no es feminista, es una plantilla base de guionistas hombres. Es un personaje plano con las características comerciales de venta. Vendido.

No quiero generalizar ni caer en falacias fácilmente impresionables del gran saco mainstream y del best seller. Sin duda, este año he descubierto escritores masculinos muy buenos que me han entusiasmado, pero hoy leemos a escritoras. 

Quien me conozca sabe que no puedo parar de hablar de Elena Ferrante, de Irene Solá con Canto yo y la montaña baila, de Vivian Gornick con Apegos feroces y de Nell Leyshon con El color de la leche, pero quiero hablar de algunos libros quizás menos conocidos que me obsesionan, que me encantan, que quiero tener como una montaña en las manos y subrayar hasta los márgenes.

El nenúfar y la araña, de Claire Legendre, es el primer libro que me compré después del confinamiento y me acompañó en ese verano. Es una colección íntima de pensamientos ocultos que habla de los miedos, de la hipocondría, de la ansiedad y los ansiolíticos. Está tan bien escrito y es tan sincero y es tan triste que no podía dejar de leerlo a todas horas. “Los fóbicos lo saben: la presencia de la araña en la habitación es mucho más odiosa que la araña en sí. […] lo infame de la araña es que estaba allí cuando uno se creía a solas”.

Panza de burro, de Andrea Abreu, me hizo sentir una profunda admiración. Me resulta casi incomprensible que con solo 25 años escribiera algo así y creara un lenguaje tan claramente canario y tan claramente generación Z, con un estilo tan propio y tan político, con una voz definitivamente única que no pide permiso ni disculpas. Durante la historia, se desarrolla la amistad de dos amigas entrando en la adolescencia en una Canarias rural y los personajes me tienen enamorada, con una personalidad fuerte, característica y real. Ojalá yo creara personajes así, ojalá yo escribiera de esa forma preciosa y violenta.

Conjunto vacío, de Verónica Gerber Bicecci, es una narración poética que rescata recuerdos en la reconstrucción de las relaciones de la protagonista con su madre, su expareja, su foco amoroso. Podría decirse que es su historia de vida amorosa representada con diagramas, líneas y esquemas matemáticos para escenificar gráficamente lo que es tan difícil de escribir: la tensión, la distensión, el apego, el tirón; en definitiva, el amor y el desamor. Como artista visual que es la escritora, utiliza ideas matemáticas para la representación del amor y yo me vuelvo loca por esa fusión de artes. Qué envidia.

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Èšîbuleac, y, por supuesto, tenía que haber un libro sobre maternidades en esta lista personalísima. Me fascina por el dibujo de la infancia, o más bien por el desentramado de esta, que conforma la realidad actual y construye la personalidad de un adolescente que detesta a su madre. El desarrollo de la relación madre-hijo, la regresión al pasado para ver de dónde viene todo, la progresión hacia la madurez y la compasión, el entendimiento, la aceptación. Bueno, yo es que lloro. Los lazos que se enraman en las relaciones maternofiliales son mi obsesión y aquí podemos ver cómo nadie es del todo bueno ni del todo malo, cómo nada es blanco o negro y cómo algo siempre viene de otro algo. Love it.

Cometierra, de Dolores Reyes, es una historia áspera que describe la violencia del mundo y la violencia del mundo hacia Cometierra, la protagonista. Pero no es una violencia física que no se pueda leer, es una violencia que duele, es una violencia social. Cometierra es una niña que un día se metió un puñado de tierra en la boca, lo que la hacía ver cosas que los demás no podían ver y saber cosas que los demás no sabían, y desde entonces siempre tuvo las comisuras de los labios oscuras y la tripa llena de piedras. Me impresionó por su crudeza, por su ternura, por la lucha interna y por un relato original y a la vez real con el que te identificas de alguna forma enrevesada.

Podría recomendar más, podría entusiasmarme hasta el infinito, pero creo que basta decir que nunca en mi vida había leído tanto como desde que descubrí a mis contemporáneas, a mis escritoras, a las mías. Lean, señoras, lean. Y lean también a señoras. Por el lenguaje poético, por la narración brutal, por el desgarre que ya se siente en cada una de nuestras palabras, en cada una de nuestras realidades.

Hace poco recordé la frase que dice: mujer, escribe, porque durante mucho tiempo no se nos permitía. Desde el palo opuesto, leer a mujeres y yo, desde que descubrí la calidad de las escritoras contemporáneas, que son muchísimas, no he podido parar.

Leed. Leed a mujeres, para que nunca nos corten un dedo por leer como en Gilead; leed a mujeres para huir de los estereotipos, para vernos reflejadas, para dar voz a las historias que antes nadie consideraba interesantes ni dignas de contar; leed a mujeres como refugio y como decisión política. Pero, sobre todo, como todo buen escritor o escritora sabe, leed a mujeres porque solo se debe escribir sobre lo que se conoce y quién nos conoce mejor que nosotras mismas, quién va a escribirnos y a leernos mejor que unas a otras.