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Opinión - Por el WhatsApp muere el pez. Por Isaac Rosa

Mujer tenía que ser… la que salvara el mundo

Cada año desaparecen 8,8 millones de hectáreas de bosque, una superficie superior a toda Andalucía, según la FAO. Son estimaciones amables, optimistas desde el punto de vista de una proporción de la comunidad científica. Los bosques primarios están siendo destruidos o degradados por la actividad humana, destrozando el hogar de pueblos indígenas y de especies animales y vegetales.

Según datos de Greenpeace, un 90% de las poblaciones de peces que se han evaluado en el Mediterráneo están sobreexplotadas. España sólo protege un 8% de sus aguas, sin implementación de políticas de gestión pesquera o costera, la degradación de nuestros mares es imparable. El uso medio de una bolsa de plástico es de 15 minutos, pero tarda cientos de años en degradarse. Estos son sólo algunos ejemplos, pero la lista es interminable. Sube la temperatura del mar, se acidifica, se llena de plástico, los bosques se mueren, los polos se derriten y la naturaleza nos devuelve el golpe: los fenómenos naturales cada vez son más virulentos. Las gotas frías, los huracanes, las sequías, los mega incendios. Las personas que habitan los países más empobrecidos y explotados son las primeras en sufrir las graves consecuencias socioeconómicas del impacto medioambiental que acarrea el desarrollo de los países desarrollados, cuyas economías despilfarran el 80% de los recursos empleados anualmente, a pesar de que en ellos vive sólo la quinta parte de la población mundial.

Las previsiones sobre el cambio climático han sido demasiado optimistas o conservadoras pero a estas alturas el consenso es total: la temperatura sube a mayor velocidad de lo esperado y la comunidad científica se queda sin voz gritando que ya no queda tiempo, que tenemos que empezar a valorar cómo colapsar mejor.

Vivimos inmersas en un modelo económico absolutamente disparatado que pretende crecer hasta el infinito en un planeta con evidentes límites biofísicos. Este modelo de desarrollo causa la devastación del planeta y está en el origen de la desigualdad y la opresión de los pueblos. Sin embargo, cuestionar el dogma del crecimiento es una rareza en nuestra cultura, nuestros medios y nuestras instituciones políticas.

Mientras la política institucional sigue secuestrada por los poderes económicos, las mujeres siguen siendo asesinadas y precarizadas; la clase obrera, vapuleada y el planeta se asoma al abismo de una emergencia climática sin precedentes, sigue el marketing político, el teatro de congresos. Sigue el circo de la política mundial mientras el bosque se quema a nuestra espalda.

Este viernes, 27 de septiembre, se celebra la Huelga Mundial por el Clima a nivel global. El objetivo es declarar de manera inmediata el estado de emergencia climática y reducir a cero las emisiones de gases de efecto invernadero.

El pasado 8 de marzo mi gran amiga Naiara Vink hizo una pancarta que rezaba: “Tenía que ser mujer… la que salvara el mundo”. Y tendrá que ser. Tendremos que ser. Quiero que seamos todas. Hace poco leí una consigna ecologista que decía que no estamos aquí para defender el planeta porque somos el planeta defendiéndose a sí mismo. No verlo así es condenarnos al suicidio. No nos queda tiempo y no podemos legar a nuestras hijas e hijos una pesadilla distópica.

Nuestro horizonte inmediato implica volver a la economía real; aquella que ha caído siempre sobre los hombros de las mujeres, aquella menos valorizada, más denostada. El capitalismo y el patriarcado han relegado a las mujeres al ámbito de lo doméstico dándole un valor mínimo a esta esfera sin la cual no tenemos nada. Es fundamental recordar que este terreno es crucial en nuestro horizonte: los cuidados, la tierra, la alimentación, la economía en el sentido propio de la palabra, los medios a través de los que los seres humanos viven, la reproducción social.

El capitalismo y su colega íntimo, el heteropatriarcado, se han dedicado primero a las economías productivas y, a partir de los 70, a la llamada economía financiera, economías ambas crematísticas que se han comido los recursos naturales; nuestra casa. Es necesaria una transición social y económica para preservar el planeta. En un futuro no muy lejano el modelo económico va a tener que conceder mucho más peso a las tareas relativas a los cuidados.

Las estructuras económicas actuales tienen que reordenarse de arriba a abajo y es la oportunidad del feminismo para ubicar en el centro los cuidados, para construir sociedades igualitarias y más justas y no caminar hacia la barbarie.

En la comunidad investigadora hay pocas dudas sobre la inminencia de la reconversión de una economía que tiene los días contados. Nuestras economías dependen de unas energías fósiles que se están agotando. Hay que reconfigurar todo esto y la única vía razonable parece pasar por devolver a la voz “economía” su sentido real que nada tiene que ver con la usura.

No faltará quien quiera vendernos el crecepelo del capitalismo verde pero ésa es la misma receta para el desastre, sólo que redactada en la neolengua del “desarrollo sostenible” y la “responsabilidad social corporativa”.

Debemos llenar las calles en una oleada verde para decirle a los de arriba que es hora de parar esta huida hacia adelante y salvar algunos muebles. Entre todo ese verde debe escucharse con fuerza la voz morada de los colectivos feministas. Tenemos que tener voz en la nueva arquitectura mundial que, no les quepa duda, tiene que llegar o estaremos ante una nueva edad bárbara. El feminismo y la ecología son los dos diques de contención del horror.

Este futuro y esta trayectoria de colapso capitalista puede ser la oportunidad para construir sociedades igualitarias, civilizadas, justas y que valoricen lo que siempre estuvo desvalorizado.

No dejemos escapar la ocasión, compañeras, de hacer manifiesto lo obvio, que los cuidados son el futuro; el cuidado de la vida, de la tierra, de los bosques y de los mares… y que las agresiones de la barbarie patriarcal y capitalista pronto serán, necesariamente, cosas del pasado. Un pasado que mientras pasa, esperemos no nos condene a Mad Max.

Quienes están en contra de que nos violen y nos maten, pero no ven necesario acabar con el sistema capitalista depredador de la naturaleza, racista, heteronormativo, especista y patriarcal... hay algo que se están perdiendo o que no están enfocando. La violencia sólo es un síntoma del sistema de opresiones cruzadas que nos necesita explotadas y que necesita un planeta explotado y arrodillado.

No queremos que cambie el clima, queremos que cambie el sistema.

Más información:

Más información:Manifiesto

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Cada año desaparecen 8,8 millones de hectáreas de bosque, una superficie superior a toda Andalucía, según la FAO. Son estimaciones amables, optimistas desde el punto de vista de una proporción de la comunidad científica. Los bosques primarios están siendo destruidos o degradados por la actividad humana, destrozando el hogar de pueblos indígenas y de especies animales y vegetales.

Según datos de Greenpeace, un 90% de las poblaciones de peces que se han evaluado en el Mediterráneo están sobreexplotadas. España sólo protege un 8% de sus aguas, sin implementación de políticas de gestión pesquera o costera, la degradación de nuestros mares es imparable. El uso medio de una bolsa de plástico es de 15 minutos, pero tarda cientos de años en degradarse. Estos son sólo algunos ejemplos, pero la lista es interminable. Sube la temperatura del mar, se acidifica, se llena de plástico, los bosques se mueren, los polos se derriten y la naturaleza nos devuelve el golpe: los fenómenos naturales cada vez son más virulentos. Las gotas frías, los huracanes, las sequías, los mega incendios. Las personas que habitan los países más empobrecidos y explotados son las primeras en sufrir las graves consecuencias socioeconómicas del impacto medioambiental que acarrea el desarrollo de los países desarrollados, cuyas economías despilfarran el 80% de los recursos empleados anualmente, a pesar de que en ellos vive sólo la quinta parte de la población mundial.