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Desde el pecho hacia la ciudad

Iris César

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Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos y ahí se acaba la cosa. Pero no. Nos falta lo más importante, nos falta lo del medio, nos falta “vivimos”. Es importante la elección de la casa, el lugar en el que desarrollaremos nuestra vida intelectual, social, de descanso; el espacio en el que existiremos, en el que, con los dedos cruzamos, nos sentiremos libres.

Me dicen: “Estoy muy vinculada a esta casa y a este barrio” y yo me pregunto cómo podemos estar vinculadas a un espacio, la pregunta genérica, la pregunta humana, el sentimiento lo tengo muy adentro. La importancia de la casa y la creación del hogar son imprescindibles para el recogimiento, para sentirte tan a gusto y tan acogida, con tantas ganas de volver a meterte bajo la manta del sofá. Lo entiendo, lo comparto, por lo que no cuestiono el sentimiento, cuestiono el mecanismo humano; me lo pregunto, el funcionamiento, el porqué. La realidad, el espacio, es neutro; las implicaciones emocionales las ponemos nosotras. Pero es lógico, es normal, la persona que no se vincula con el medio, que no establece lazos emocionales, eso es lo que me parece la actitud extraña. La persona que está desapegada de todo a su alrededor vive, al fin y al cabo, fuera de la realidad. Me recuerda al retrato que hizo Paul Auster de su padre en La invención de la soledad: “Lo cierto es que su vida no se centraba en el lugar donde vivía; su casa era solo uno de los tantos lugares de parada en su inquieta y desarraigada existencia, y esta falta de raíces lo convertía en un perpetuo forastero, un turista en su propia vida. […] El estado de desidia [de la casa] resulta un reflejo sintomático de una personalidad inaccesible por cualquier otro camino”.

¿Qué mecanismos se dan en el día a día, en la cotidianeidad, en comprar el pan siempre en el mismo sitio, en reconocer las mismas caras y las facciones del frutero, qué mecanismos adaptativos generamos diariamente para que se conviertan en amor? Yo cada vez que paso por el río en bici hacia Triana me invade la misma sensación, es la misma sorpresa y el mismo agradecimiento de poder vivir en esta ciudad y cruzar el río en bici. Nunca dejo de sorprenderme de su belleza, de los reflejos en el agua, de las casas de colores, da igual las veces que pase. Siempre levanto la cabeza, miro hacia arriba y respiro muy fuerte desde el pecho hacia la ciudad. Siempre.

Según el sociólogo urbano Robert Ezra Park, la ciudad es un estado de ánimo, “un conjunto de costumbres y tradiciones, así como de acciones organizadas y de los sentimientos que son inherentes a dichas costumbres y que se transmiten mediante dicha tradición. En otras palabras, la ciudad no es tan solo un mecanismo físico y una construcción social. Interviene en los procesos vitales de los seres humanos que la integran; es un producto de la naturaleza y, en particular, de la naturaleza humana”.

¿Cómo podemos estar vinculadas a las calles, que no son más que edificios y ladrillos y cemento y hormigón abajo? ¿Es simplemente una cosa humana, un vestigio de supervivencia en lo conocido? Para mí, es la necesidad del vínculo para sobrevivir. Profesionales de la psicología dicen que el contacto físico es una necesidad básica; si no hay contacto, el sistema inmunológico se deprime y mueres. Esto es igual. Es la búsqueda del refugio, del sitio seguro, de la no amenaza ante el mundo hostil. Lo conocido es amable.

En el apego, lo que necesitamos es una constante, una cuevita en la que sentirnos seguras y arropadas y creo que esa es justamente la clave, lo que buscamos infinitamente: la seguridad que nos da el hogar. En la sustracción del hogar, los cimientos se tambalean.

Los cimientos de la casa y los cimientos propios, pues la vinculación al lugar está a veces muy ligada a la formación de nuestra identidad y decir “con lo trianera que me he vuelto”. En esta creación de la identidad en interacción con lo externo, nos sentimos identificadas con ello, nos situamos mental y espacialmente. Situarse. Al final todo tiene que ver con la imagen del yo, con cómo nos sentimos en este mundo tan inmenso, tan lejano a nosotras mismas y a la vez tan inmediato. Necesitamos el sentido de pertenencia y el colocarnos a nosotras mismas en algún punto dentro de ella. Si yo vivo en Triana, en algún momento sucederá que Triana viva en mí y entonces.

Entonces hará clic y ya no habrá otra, entonces siempre llevarás un trocito de la ciudad contigo, un trocito de este barrio, un trocito de este espacio. La ciudad vivirá en ti y tú vivirás en la ciudad. Pero, en un momento de mudanza, el tránsito y el desgarrarnos en unos jirones de carne que tiran hacia todos los lados. Leo a Pallasmaa en Habitar y me da esperanza.

“La casa es el contenedor, la cáscara, de un hogar. Es el usuario quien alberga la sustancia del hogar, por decirlo de algún modo, dentro del marco de la vivienda. El hogar es una expresión de la personalidad del habitante y de sus patrones de vida únicos. En consecuencia, la esencial del hogar es más cercana a la vida misma que al artefacto de la casa”.

Pallasmaa me da esperanza. Me da esperanza de que podemos encontrar ese huequecito en casi cualquier parte, podemos encontrar ese rinconcito para nosotras aunque cueste un poco y, entonces, encontrarnos con nosotras. Me da esperanza de que por mucha importancia que le demos a la casa, por mucho amor que le tengamos a ese lugar en el que hemos vivido tanto tiempo, por mucho que nuestra identidad esté ligada a esas calles y a ese me bajo un momento, que está aquí al lado, somos nosotras al fin y al cabo. El espacio se vinculará y nosotras nos vincularemos con el espacio, pero lo real es que el hogar vive en nosotras, el hogar lo creamos nosotras. El hogar lo llevamos dentro.

Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos y ahí se acaba la cosa. Pero no. Nos falta lo más importante, nos falta lo del medio, nos falta “vivimos”. Es importante la elección de la casa, el lugar en el que desarrollaremos nuestra vida intelectual, social, de descanso; el espacio en el que existiremos, en el que, con los dedos cruzamos, nos sentiremos libres.

Me dicen: “Estoy muy vinculada a esta casa y a este barrio” y yo me pregunto cómo podemos estar vinculadas a un espacio, la pregunta genérica, la pregunta humana, el sentimiento lo tengo muy adentro. La importancia de la casa y la creación del hogar son imprescindibles para el recogimiento, para sentirte tan a gusto y tan acogida, con tantas ganas de volver a meterte bajo la manta del sofá. Lo entiendo, lo comparto, por lo que no cuestiono el sentimiento, cuestiono el mecanismo humano; me lo pregunto, el funcionamiento, el porqué. La realidad, el espacio, es neutro; las implicaciones emocionales las ponemos nosotras. Pero es lógico, es normal, la persona que no se vincula con el medio, que no establece lazos emocionales, eso es lo que me parece la actitud extraña. La persona que está desapegada de todo a su alrededor vive, al fin y al cabo, fuera de la realidad. Me recuerda al retrato que hizo Paul Auster de su padre en La invención de la soledad: “Lo cierto es que su vida no se centraba en el lugar donde vivía; su casa era solo uno de los tantos lugares de parada en su inquieta y desarraigada existencia, y esta falta de raíces lo convertía en un perpetuo forastero, un turista en su propia vida. […] El estado de desidia [de la casa] resulta un reflejo sintomático de una personalidad inaccesible por cualquier otro camino”.