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Racismo, desigualdad y precariedad, lo que ha normalizado la COVID
Es fácil hablar a posteriori, contar qué se podría haber hecho, aleccionar cuando ya hemos estudiado. La crisis por la pandemia global por la COVID-19 ha traído una situación nueva, aunque fuera únicamente durante los días del confinamiento, y ha reforzado actitudes y situaciones pandémicas perennes, que no entienden del estado de alarma.
En los primeros días del virus en España, el racismo, principalmente contra la población de origen chino, fue más que evidente. “Una sabrosa disonancia cognitiva ocurre cuando te planteas por qué el ser de ascendencia asiática y llevar mascarilla te ponía en peligro: el peligro de ser una amenaza”, escribía en Pikara Magazine Anna Fux, mestiza filipina. Y demostró también la arrogancia de Europa, como dice Boaventura de Sousa Santos: mientras el virus no llegó a territorio europeo, nos dio igual, era el virus de “otros”. La necesidad de crear “enemigos”, de generar “otredad” a la que esbozar como amenaza, tampoco es nueva pero se ha reforzado esta primavera. La culpa es de China, o de la Organización Mundial de la Salud, o del Gobierno de turno… o de las personas migrantes, ahora que estamos en rebrotes. La culpa siempre viene de fuera, nosotras no tenemos ninguna responsabilidad, nuestro modo de vida no es criticable, hablemos de los otros. Y vamos a darles lecciones.
Cuando “el virus chino” estuvo aquí y llegó la época del confinamiento, fue más que evidente que lo de quedarse en casa no es igual para todas, y que los privilegios empiezan cuando hablamos de lo que consideramos hogar: hay pisos de 20 metros cuadrados con ventanas a un patio interior y hay casoplones con habitaciones para las visitas y cristaleras en esquinazos que dan al sur, que es por donde viene el sol. Hay mucha gente que vive en la calle, y gente que vive con sus agresores. La violencia machista no se paralizó con el estado de alarma, los datos apuntan que se agravó. Entre el 14 de marzo y el 31 de mayo, las llamadas al 016 aumentaron más de un 40 por ciento respecto al mismo periodo del año anterior, y el incremento de las consultas por correo electrónico fue del 450 por ciento.
Racismo, desigualdad y precariedad, la COVID-19 también ha evidenciado la importancia vital de profesiones desacreditadas, social y económicamente. Usando el lenguaje actual, es la “nueva normalidad”. Si los alimentos no han faltado durante la pandemia, ha sido en gran medida porque la población temporera y quienes trabajan el campo han sido vitales para que sigamos comiendo en el encierro, mientras en muchos casos vivían en chabolas con problemas de acceso al agua potable. Y eso que lavarse las manos es una cuestión básica de sanidad pública. “Hay trabajos que sostienen la vida, como el agrícola o el de cuidados, y son los peores pagados”, decía la abogada Pastora Filigrana en una entrevista. Y los peores valorados. El sector de la alimentación y de cuidados han sido vitales para mantener la vida estos días grises. ¿Y quién se ocupa principalmente de esto? Las periferias, y en ellas habitan las mujeres que sostienen la vida. No olvidemos que se planteó hacer una regularización extraordinaria de personas migrantes para que nos sirvieran. Y no olvidemos que ahora la Unión Europea busca bloquear las fronteras y agilizar las deportaciones de personas sin papeles.
Las mujeres son el 85 por ciento de personal de enfermería y casi el cien por cien del personal de limpieza de hospitales, el 70 por ciento de las trabajadoras de farmacias, el 90 de las limpiadoras de empresas, hoteles y hogares (incluido el servicio de empleadas domésticas) y cerca del 85 por ciento de las cajeras de supermercados, se recogía en este reportaje ‘Coronavirus, pandemia y crisis global: una mirada feminista’.
Es fácil hablar a posteriori, contar qué se podría haber hecho, aleccionar cuando ya hemos estudiado. El movimiento feminista lo hizo a priori: lleva años reclamando la importancia de poner los cuidados y la vida en el centro. Los cuidados, de hecho, no se han parado cuando todo lo demás lo ha hecho. El ecofeminismo defiende que somos seres interdependientes y ecodependienes, vulnerables. No sé si lo asumiremos tras la pandemia, pero la llamada no es de este extraño 2020. Como tampoco es de hogaño insistir en que el cuidado no es algo individual, sino que debe ser colectivo para que sea transformador.
El confinamiento, por cierto, ha sido una respuesta individual y urbana. Porque la crisis de cuidados que hemos vivido, y que aún perdura, no es coyuntural sino estructural, y hasta que no la abordemos de manera tajante y con incidencia en el largo plazo y en los pilares sociales y económicos, no habremos aprendido ninguna lección, aunque nos guste darlas. De momento, muchas trabajadoras del hogar migrantes siguen desprotegidas, buena parte del personal sanitario ha sido despedida y tiene contratos precarios (o míseros), la población migrante tendrá las puertas abiertas si viene a trabajar en condiciones deplorables, seguimos culpando al resto de lo que nos pasa. Los ejemplos no acaban. El coronavirus no afecta a todas por igual.
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Es fácil hablar a posteriori, contar qué se podría haber hecho, aleccionar cuando ya hemos estudiado. La crisis por la pandemia global por la COVID-19 ha traído una situación nueva, aunque fuera únicamente durante los días del confinamiento, y ha reforzado actitudes y situaciones pandémicas perennes, que no entienden del estado de alarma.
En los primeros días del virus en España, el racismo, principalmente contra la población de origen chino, fue más que evidente. “Una sabrosa disonancia cognitiva ocurre cuando te planteas por qué el ser de ascendencia asiática y llevar mascarilla te ponía en peligro: el peligro de ser una amenaza”, escribía en Pikara Magazine Anna Fux, mestiza filipina. Y demostró también la arrogancia de Europa, como dice Boaventura de Sousa Santos: mientras el virus no llegó a territorio europeo, nos dio igual, era el virus de “otros”. La necesidad de crear “enemigos”, de generar “otredad” a la que esbozar como amenaza, tampoco es nueva pero se ha reforzado esta primavera. La culpa es de China, o de la Organización Mundial de la Salud, o del Gobierno de turno… o de las personas migrantes, ahora que estamos en rebrotes. La culpa siempre viene de fuera, nosotras no tenemos ninguna responsabilidad, nuestro modo de vida no es criticable, hablemos de los otros. Y vamos a darles lecciones.