Los bandazos que hundieron a Rivera en los sondeos: de la moción de censura a los vetos de quita y pon a Sánchez
La noche del 28 de abril, fecha de las últimas elecciones generales, el cuartel general de Ciudadanos de la madrileña calle de Alcalá era una auténtica fiesta. La formación liderada por Albert Rivera lograba pasar de 32 escaños a 57 tras una reñida campaña electoral en la que el líder de Ciudadanos se lanzó a conquistar el espacio de centro derecha, patrimonio del PP, un partido con fuerte arraigo en España y con más de 40 años de historia.
Pese a su empeño, Ciudadanos no consiguió el anhelado sorpaso al PP pero se quedó muy cerca: a menos de un punto en porcentaje de votos del partido de Casado y a tan solo 220.000 votos votos de diferencia. Esto le dio alas a Rivera para proclamarse esa noche “jefe de la oposición”.
Volviendo la vista atrás, ese triunfo de Ciudadanos del 28A hay que enmarcarlo en unas circunstancias especiales. Aunque el PP logró salvar sus pésimos resultados en Andalucía gracias al pacto de Gobierno que cerró con Cs y Vox, el recién estrenado liderazgo de Casado siguió arrastrando la grave crisis interna provocada por el proceso de sucesión de Mariano Rajoy, abierto tras su dimisión después de ser desalojado de la Moncloa por la moción de censura presentada por Pedro Sánchez y Unidas Podemos.
Además, los electores conservadores se encontraron por primera vez con tres partidos compitiendo a nivel nacional por la derecha, entre ellos Vox, que había irrumpido en la escena política en un momento en el que en Europa triunfaba la extrema derecha.
La campaña de Rivera de ese 28A estuvo basada en la defensa de la unidad de España y de los símbolos, dos de los pilares del partido conservador, y en la pertinaz denuncia del independentismo que tan buenos frutos le había dado a Inés Arrimadas en Catalunya, en donde de momento siguen siendo la primera fuerza política pero en donde acaban de fracasar en la presentación de una moción de censura a Quim Torra.
El líder de Ciudadanos se empleó a fondo contra Pedro Sánchez al que denunció como “un peligro público” si conseguía revalidar el “gobierno Frankenstein” con “populistas, separatista y los herederos de ETA” conformado, a su juicio, tras la moción de censura a Rajoy. Algo que no solo no era verdad sino que precisamente por culpa de que los partidos nacionalistas e independentistas no apoyaron sus primeros presupuestos generales, Sánchez se vio forzado a convocar esas elecciones.
En todos sus mítines y actos electorales la consigna de Rivera era: “Hay que echar a Sánchez”. El cóctel le funciono y el líder de Ciudadanos logró atraer al votante de centro derecha hacia su partido. Antes de esas elecciones, todas las encuestas coincidían en darles como favoritos en ese bloque, con un ascenso en apoyos imparable aunque sin llegar a ese notable crecimiento que finalmente experimentaron.
Ese 28A, Ciudadanos subió 25 escaños, todo un récord, colocándose como tercera fuerza política en el Congreso con 57 diputados. Pero el PSOE ganó con 123 escaños, 38 más de los que logró en las elecciones de 2016, mientras el PP se desplomaba y pasaba de 137 a 71. La extrema derecha de Vox irrumpía con 24 diputados.
Ciudadanos y PSOE sumaban una amplia mayoría absoluta –180 escaños– pero los estrategas del partido hacía meses que manejaban estudios demoscópicos que les indicaban que la mayoría de sus votantes no estaba a favor de una alianza por la izquierda, lo que en esa campaña llevó a Rivera a comprometerse a vetar a Sánchez, dando además por hecho que el PSOE gobernaría con Unidas Podemos, con los “independentistas y los nacionalistas”.
La noche electoral desbordó de entusiasmo a los dirigentes de Ciudadanos que ya se veían camino a la Moncloa mientras los afiliados socialistas gritaban en Ferraz: “Con Rivera, no, con Rivera, no”.
La moción de censura que dejó a Rivera descolocado
Atrás quedaba el recuerdo de aquella moción de censura, celebrada entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 2018, que dejó a Rivera desdibujado y a su partido desconcertado.
Muchos no entendieron entonces por qué el líder no calculó bien sus movimientos y se aferró a una estrategia equivocada exigiendo elecciones, que por entonces consideraba ganadas, sin ver venir el éxito de la moción de censura que impulsaría a Pedro Sánchez -que ni siquiera era entonces diputado- a la Moncloa. Pero la sentencia de la Gürtel, con la que Rivera justificó el fin del apoyo a Rajoy –“hay un antes y un después, dijo– le obligó a descartar una mayor implicación con el PP para no empañar su mensaje de ”regeneración“.
Al comprender que la iniciativa de los socialistas tenía visos de prosperar y él se iba a quedar en 'tierra de nadie', Rivera hizo un llamamiento casi a la desesperada a Rajoy para que dimitiera, pactando con todos los grupos una fecha para esas próximas elecciones y propiciar así que la moción decayera. Rajoy no recogió el guante y se refugió en un restaurante de Madrid para seguir el debate y esperar la votación. Solo Ciudadanos, PP y los diputados de UPN y Foro Asturias, rechazaron la moción.
De aquel tenso Pleno, en el que se enterró definitivamente el pacto de “El Abrazo” que Rivera y Sánchez firmaron en 2016, quedan muchas 'perlas' para la hemeroteca. En él se fraguó la animadversión de Rivera hacia Sánchez por su decisión de aliarse con los “independentistas y populistas”.
El líder socialista se mofó de Rivera y le acusó de ensayar sus discursos “frente al espejo”, de “soplar y sorber al mismo tiempo y de ”vivir a costa de la confrontación territorial“. ”Quieren larga vida a Rajoy para seguir arañando expectativas electorales“, le espetó en el debate. Su rival no dudo luego en sentenciar: ”La foto que se nos queda hoy aquí es la de ustedes con Bildu y los separatistas para gobernar“.
Rivera, que ya llegaba con la fama de “veleta” por sus cambios de opinión tras las dos anteriores elecciones, mantuvo desde ese momento el 'no a Sánchez'. La Ejecutiva del partido incluso llegó a votar “por unanimidad” ese veto al líder del PSOE, propiciando la marcha de Toni Roldán, mientras la situación de bloqueo político empezaba a ser patente.
La decisión de mantener ese veto fue ratificada en junio pasado por la Ejecutiva de Cs –hace tan solo cuatro meses– cuando otros críticos del partido propusieron negociar una abstención a la investidura de Sánchez a cambio de una serie de condiciones. La derrota de esta propuesta, impulsada por Luis Garicano y Javier Nart, terminó desencadenando una grave crisis interna con las dimisiones de destacados dirigentes de la Ejecutiva. La más reciente, la de Francisco de la Torre, que había estado precedida por la de dos históricos: el propio Nart y Xavier Pericay. Pero lo que más le dolió al líder de Ciudadanos fue la decisión de Francesc de Carreras, fundador del partido y su mentor político, de abandonar la militancia después de desvelar su desencanto con Rivera.
Al final, hace lo que le pedía los críticos
Lo sorprendente es que al final Rivera, que se ha pasado todo este tiempo denunciando el plan de Sánchez y su banda, ha terminado haciendo lo que le pedían los críticos: levantar ese veto a Sánchez para desbloquear la situación política ofreciendo una abstención a cambio de una serie de condiciones. El primer bandazo lo dio el 16 de septiembre, en plena ronda de consultas del rey con los dirigentes políticos y cuando estaba a punto de que expirara el plazo para la convocatoria de nuevas elecciones generales.
Rivera aquel lunes volvió a convencer a su Ejecutiva de que apoyara ese giro inesperado que adoptó por sorpresa. El propio líder de Ciudadanos lo justificó como un movimiento de “responsabilidad” para “facilitar el desbloqueo”, tras constatar “el fracaso” de las negociaciones entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Su oferta de una “abstención conjunta”, en la que involucró, sin éxito, también a Pablo Casado, pasaba porque Sánchez asumiera una “solución para España” con tres compromisos: “no pactar con Bildu y recuperar Navarra para el Constitucionalismo”; “compromiso de aplicar en Catalunya el artículo 155 si Torra llama al desacato tras la sentencia del procés”; y abandono de sus “políticas económicas suicidas de subidas de impuestos para la clase media y trabajadora y los autónomos”. El presidente del Gobierno en funciones le replicó que todo eso ya lo cumplía e hizo caso omiso a su oferta. Días después se disolvían las Cortes y se fijaba la nueva cita con las urnas para el 10 de noviembre.
Mientras todo esto ocurría, numerosas encuestas publicadas por los medios de comunicación -y también las del CIS- han estado apuntando a un imparable descalabro electoral de Ciudadanos el 10N. Un hundimiento que los analistas achacan a la errática estrategia de Rivera de cerrarse en banda a negociar con Sánchez mientras apuntalaba al PP en unas cuantas autonomías, como Andalucía, Madrid, Murcia, y Castilla y León, para entrar en esos gobiernos aceptando el apoyo de la extrema derecha.
El definitivo bandazo de Rivera
Sin desanimarse por el vacío que le ha estado haciendo el líder del PSOE, Rivera se lanzó a por el órdago definitivo. El sábado pasado, en su primer gran mitin de precampaña, ratificaba ese el giro de 180 grados en su estrategia y anunciaba en Madrid que tras el 10N está dispuesto a sentarse con Pedro Sánchez para alcanzar un gran “Pacto Nacional” para evitar que España “vuelva al bloqueo”. Pero de nuevo supeditaba ese acuerdo a que el presidente en funciones regrese a la senda “del constitucionalismo”, rectifique sus pactos con Otegi y los nacionalistas y acepte un decálogo de reformas que ya presentó en las anteriores elecciones. Su nueva oferta fue acogida por el líder de PSOE con desdén e ironía: “El pánico hace milagros”, dijo Sánchez, en alusión a los malos pronósticos que les dan los sondeos.
La dirección de partido, sin embargo, niega la mayor y afirman que no están dando “volantazos” ni “bandazos” en base a estudios demoscópicos. “Nosotros somos los únicos que nos movemos ante la situación de bloqueo”, replican, poniendo en valor el “ejercicio de responsabilidad” que hace Ciudadanos pese a no comulgar en casi nada con Sánchez. “Planteamos reformas para España” para que haya un “gran acuerdo de todos los partidos, gobierne quien gobierne”, insisten.
No obstante, fuentes de la Ejecutiva admiten que se han estado “analizando” todos esos datos y que el mayor temor de Cs es la abstención y la desmovilización de su electorado, el más volátil de todos. Pero confían sobre todo en los últimos días de campaña, cuando, aseguran, “siempre remontamos”.
Con el fin de dar la vuelta a las encuestas en la recta final de la carrera, Rivera, que había estado todo el mes de agosto desaparecido, ha retomado ahora una frenética actividad y tiene su agenda repleta de actos y entrevistas. En varias de ellas le han planteado que hará si fracasa el 10N. Y aunque le cuesta ponerse en ese escenario, ha replicado que él no tiene “apego al sillón ni al escaño”. “Tengo una profesión”, ha advertido.