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Quince días para decidir un Gobierno: Pedro Sánchez con Unidas Podemos, las tres derechas o repetición electoral

Candidatos a la presidencia del Gobierno de los principales partidos en las Elecciones Generales de 2019

José Precedo

Según la legislación electoral la campaña arrancó este viernes a medianoche: todo lo de estos meses fueron preliminares. Los políticos pueden ya oficialmente pedir el voto sin disimular. Los espacios en la tele pública se distribuirán teniendo en cuenta los resultados de las últimas generales (sea cual sea el interés informativo de las palabras del candidato de turno).

Los partidos disponen de dos semanas para convencer a ese 30% del censo que todavía no ha elegido papeleta según la última entrega del CIS (25,3% no lo tiene decidido aún, el 4,5% no contesta) y dejan el escenario todavía más abierto. A diferencia de la última vez, en 2016, ahora concurren dos bloques. De un lado, la izquierda (PSOE y Unidas Podemos) que han pactado incluso unos Presupuestos en el Congreso y aprobaron medidas sociales juntos desde la caída de Mariano Rajoy el pasado verano cuando se conoció la sentencia de Gürtel; del otro, la derecha, por primera vez partida en tres: el nuevo PP de Pablo Casado, Ciudadanos, que ahora es socioliberal y ha abandonado el centro para pelear en el otro lado del tablero, y la extrema derecha de Vox que encarna Santiago Abascal, un esqueje del Partido Popular que ahora compite por libre.

Los sondeos –se publica más de uno cada semana– apuntan a una victoria del PSOE. Todas las encuestas dan a entender que  el traje de presidnte le ha sentado bien a Pedro Sánchez, que ha colocado al PSOE como primera fuerza desde prácticamente su llegada a La Moncloa. Diferentes estudios otorgan a los socialistas una intención de voto por encima del 30% que se traduciría en más de 130 escaños y a mucha distancia del Partido Popular, al que la demoscopia augura un fuerte retroceso en las urnas. La última entrega de Celeste Tel para eldiario.es aprieta los márgenes y aunque coloca al PSOE de primero deja al PP a solo tres puntos de ventaja. En lo que coinciden todos los sociólogos es en que Sánchez va a quedarse lejos de la cifra mágica de los 176 de la mayoría absoluta y necesitará de socios si quiere repetir mandato.

Unidas Podemos, que ha vivido una grave crisis durante el último año con rupturas de las confluencias en muchos territorios y la escisión que provocó el portazo de Íñigo Errejón cuando ya había sido investido candidato a la Comunidad de Madrid, se presenta como la garantía de que España tenga un Gobierno de izquierdas y advierte sobre un pacto de PSOE y Ciudadanos que Rivera niega cada mañana. Los socialistas, que tratan de pescar en ese caladero, no lo han desechado en público.

Desde el regreso de Iglesias de su permiso de paternidad, el partido ha recuperado su discurso más impugnatorio contra las élites y los poderes económico y mediático del país, espoleado por el último capítulo de las cloacas del Estado que ahora investiga la Audiencia Nacional: el robo del teléfono móvil de una colaboradora de Iglesias y cómo la información que contenía acabó publicada en Ok Diario. Por el medio ha sido imputado Alberto Pozas, un asesor de Pedro Sánchez en La Moncloa hasta el pasado viernes y que está acusado de haber recibido la información cuando era director de Interviú y de entregar los archivos al comisario Villarejo después de que su revista decidiese no publicarlos. Ese episodio y el hecho de que varios de los policías que operaron desde las alcantarillas del Estado no hayan sido apartados del cuerpo –sí fueron expedientados y relegados de sus funciones por el Ministerio del Interior– han llevado a Podemos a confrontar con el Gobierno socialista, al que acusan de no barrer ese submundo policial y a pedir el voto para asumir el Ministerio del Interior y hacer limpia.

Las elecciones no son unas más para Podemos. Las encuestas apuntan que es el partido que menos votantes retiene, apenas el 52%, y que uno de cada cuatro se ha ido al PSOE. Sus dirigentes sostienen que los sondeos siempre les han dado la espalda.

El 28-A Pablo Iglesias busca un resultado que le permita por primera vez gobernar en coalición con el PSOE y tocar poder para poner en marcha todo lo anunciado desde 2014. Entrar en un Gobierno de Sánchez implicaría salvar los muebles. Lo contrario, un desplome estrepitoso y el Gobierno de las tres derechas, abriría la puerta a una refundación del espacio que ha defendido incluso públicamente alguien tan poco sospechoso como Juan Carlos Monedero.

En la derecha, entretanto, la pelea por cada voto es feroz. El plan andaluz que pretendía Casado –cada uno de los tres partidos persiguiendo a su votante tipo sin confrontar entre ellos en una especie de competición virtuosa para luego sumarlos todos y entregar el Gobierno al PP– saltó por los aires hace semanas. Rivera ha llegado a implorar al candidato popular escenificar un gobierno de coalición y Casado respondió ofreciéndole el Ministerio de Exteriores, aunque luego rectificó el desaire y aclaró que el líder de Ciudadanos sería “un buen vicepresidente”. Rivera se ha cegado él solo cualquier salida que no sea la foto de Colón tras negar cualquier posibilidad de acuerdo con el PSOE y Pedro Sánchez, que se lo toman como un regalo inesperado.

Vox, que aparece último en los sondeos pero está llenando pabellones en lugares donde otros partidos pinchan, ya tiene ya su primera victoria. Desde su irrupción triunfal con 12 diputados en el Parlamento andaluz que permiten gobernar a PP y Ciudadanos, no solo ha logrado blanquearse como partido –y estar presente incluso en el debate que se celebrará el próximo 23 de abril y donde se sentarán los cinco principales candidatos–, también ha colocado asuntos en el debate inimaginables hace unos meses: de entrada una vuelta atrás en el sistema autonómico para recentralizar competencias,con la que también coquetean Rivera y Casado.

Y es esa nueva batalla en la derecha, que ha dejado en las hemerotecas aquel viejo mantra para que gobierne la lista más votada, la que está marcando el ritmo de la campaña entre ocurrencias sobre el aborto que luego los partidos desmienten al día siguiente, grandes apelaciones a la patria y la bandera y a un 155 indefinido en Cataluña.

De los programas apenas se debate. El PP presentó el suyo en Cataluña y ese mismo día Casado decidió decir que Sánchez prefería “las manos manchadas de sangre que las blancas” que protestaban contra los crímenes de ETA, con lo que logró tapar cualquier titular sobre sus programas. Tan desentrenado parece el candidato en hablar de sus propuestas que el miércoles se empantanó con el salario mínimo, primero dando a entender que pretendía bajarlo de 900 a 850 euros en 2020 y dejando claro en sus rectificaciones que no tenía muy claro de qué estaba hablando en su entrevista con Carlos Alsina en Onda Cero.

Albert Rivera cuando no alude a Cataluña, invoca la Constitución, que pretende convertir en asignatura obligatoria en los colegios, que también abordarán según el líder de Ciudadanos los Estatutos de Autonomía, incluidos, es de suponer, algunos de los que quiere saltarse pasando por encima de la cooficialidad de las lenguas.

De Constitución habla también Unidas Podemos, aunque en términos diferentes. Del catálogo de Ikea de hace cuatro años, el partido de Iglesias ha pasado al formato de bolsillo de la Carta Magna, de la que Iglesias lee en los mítines los derechos sociales que nadie ha garantizado estos cuarenta años: vivienda, energía y, en general, aquel que dice que toda la riqueza del país debe estar supeditada al interés general. Lo que propone Podemos a sus votantes es obligar al PSOE a mirar hacia la izquierda después de las elecciones para dar continuidad a las recetas de estos nueve meses, que según Iglesias y los suyos no hubieran sido posibles si los socialistas no los necesitasen a ellos.

El PSOE, convencido de que entramos en el tiempo de descuento, trata de llevarse el balón al córner y esperar a que acabe un partido en el que se considera con ventaja. Sánchez, que en las pasadas elecciones exigió a Mariano Rajoy un cara a cara, se lo niega a Casado y ha aceptado un solo debate en Antena 3, desdeñando el que había programado Televisión Española. La estrategia de dejar morir la campaña acunado por las encuestas ya la probó Susana Díaz y el asunto salió como salió, si bien en Andalucía el socialismo llevaba tres décadas largas mandando y Sánchez, poco más de nueve meses en La Moncloa.

La propuesta del PSOE es más Pedro Sánchez y más política social, como la de los decretos aprobados en los Consejos de Ministros de los viernes, que vienen a suplir los Presupuestos frustrados por el no de los independentistas catalanes.

El PNV, clave en la configuración de los dos últimos gobiernos, el de Rajoy y el de Pedro Sánchez, pide el voto de los vascos para seguir condicionando la política española, esta vez alineado con los socialistas o al menos muy lejos de las tres derechas que ponen en entredicho el Estatuto de Gernika.

El independentismo catalán, al que la derecha política y mediática ha ilegalizado de facto, sigue en el diván decidiendo si fue o no buena idea tumbar las cuentas de Sánchez y precipitar el adelanto electoral y arriesgarse a la llegada al poder de Rivera, Casado y Abascal.. Desde ERC abogan ahora por no establecer demasiadas líneas rojas a un Gobierno socialista, mientras que lo que queda del PDeCAT trata de mantener la línea dura que fija Puigdemont desde su exilio.

La campaña deja otra novedad: los indecisos se conquistan en televisión, inundada estos días de debates políticos, e incluso en la prensa deportiva: el Marca ha charlado con los cinco candidatos, que seleccionan con cuentagotas sus entrevistas en diarios digitales. Dice el CIS que el 62% de los españoles se informan a través de la tele. Los asesores lo saben y por eso el primer amago de debate lo moderó Risto Mejide en Cuatro e incorporó las preocupaciones de Belén Esteban.

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