Rajoy afronta una investidura fallida con la sombra de las terceras elecciones
“Lo importante no es que haya agua o no, sino que uno no se caiga”. Esta frase de Mariano Rajoy, a modo de haiku, resume la personalidad del presidente en funciones: no se quería caer en el agua; se quería lanzar cuando se sintiera seguro. Pero no ha podido ser.
Rajoy pronunció la frase el 19 de julio, tras la elección de Ana Pastor como presidenta del Congreso. Y, de momento, los números para la investidura no le salen, si bien la presión del pacto con Ciudadanos le ha obligado a convocar una votación que sabe perdida de antemano.
Rajoy ha transitado, así, desde el “pacto de los Toros de Guisando”, como calificó el acuerdo entre Albert Rivera y Pedro Sánchez en marzo pasado, además de “teatro”, “vodevil” y “Compromiso de Caspe”. Ha transitado tanto Rajoy, que su portavoz parlamentario, Rafael Hernando, calificó de “absurdo”, “postureo” y “teatrillo” acudir a una votación de investidura sin apoyos para ganarla. El propio Hernando habla ahora, un mes después, de “principio de un gran amor” con Ciudadanos.
El candidato del PP cuenta con sus 137 escaños, más los 32 de Ciudadanos, que ha pasado de votar la investidura de Pedro Sánchez en marzo a llegar a un acuerdo para votar a favor de Rajoy en septiembre. En total, sumada también la diputada de Coalición Canaria: 170 a favor y 180 en contra; insuficiente para salir investido presidente.
¿Terceras elecciones?
Cada vez parece una posibilidad más verosímil si las posiciones expresadas a día de hoy por los partidos no se mueven: sobre todo, la de Pedro Sánchez y sus 85 diputados.
El discurso de Pedro Sánchez ante el último Comité Federal del PSOE, fue tajante, y de ahí no se ha movido: “El PSOE votará no a Rajoy y liderará la oposición”. Es decir, que ni facilitará la investidura del popular ni, de momento, se lanzará a intentarlo él mismo. De momento, porque en el caso de que Rajoy se estrelle en una investidura fallida, Sánchez podría cambiar de opinión –toda vez que nunca la ha terminado de descartar públicamente–, si bien la experiencia tras el 20D no resultó halagüeña.
El candidato de Unidos Podemos y secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, anunció hace semanas en una entrevista en eldiario.es que estaría dispuesto a escuchar una propuesta de Pedro Sánchez “basada en el programa electoral del PSOE, no en el 80% del de Ciudadanos como la otra vez”.
En la misma línea se ha manifestado repetidas veces el coordinador de IU, Alberto Garzón: “Si el PSOE no quiere que gobierne el PP, que ponga en marcha todas las negociaciones para intentar una investidura por la izquierda, pero lo que no vale es que diga que quiere estar en la oposición porque eso es expresar que el PP va a gobernar”.
Sánchez es consciente de que la distancia con el PP hoy es mayor que el 20D. El PSOE ha perdido cinco escaños y el PP ha ganado 14. Les separan 52. Y quieren dejar hacer a Rajoy “con sus aliados naturales conservadores”, aunque son conscientes de que sólo con Ciudadanos no llega; que el sí de los cinco diputados del PNV es muy difícil en plena precampaña de elecciones vascas –además de insuficiente, aunque resultaron relevantes para la constitución de la Mesa del Congreso– y con un Rajoy que ha sido uno de los presidentes del Gobierno con menos canales abiertos con los nacionalistas vascos y catalanes.
¿Y después de las vascas y gallegas del 25 de septiembre? Quizá la aritmética necesaria para esos gobiernos autonómicos pueda encontrar su espejo en Moncloa, y abra o cierre puertas: hasta el 30 de octubre hay margen para negociar.
Sánchez, en definitiva, sabe que sin el concurso del PSOE, por activa o por pasiva como han defendido Felipe González y algunos barones, la investidura de Rajoy entra en vía muerta.
¿Y después? Después de que Rajoy se estrelle esta semana, caben dos posibilidades, y las dos pasan por que Sánchez se desdiga: que facilite un Gobierno de Rajoy en el último suspiro o que vuelva a abrirse la posibilidad de que Sánchez vuelva a intentarlo, “a izquierda y derecha con las fuerzas del cambio”. Y volveríamos a seis meses atrás.
Que este proceso de investidura no acabe como el anterior, en una repetición electoral, dependerá de si alguien se mueve –casi todas las combinaciones pasan por el PSOE– y se desdice de lo que ha dicho desde el 26J: los números son tozudos, consolidan el bloqueo y abocan a unas terceras elecciones el día de Navidad.