“Nos estamos acostumbrando a un tipo de conocimiento muy superficial”
Antonio Rivera (Miranda de Ebro, Burgos), 1960) ha vivido entre discursos. Tanto desde su profesión, catedrático de Historia Contemporánea en la UPV, como desde su dedicación a la política, donde llegó a ser parlamentario vasco entre 2005 y 2009 y viceconsejero de Cultura del Gobierno vasco entre 2009 y 2012. Ahora, ha recopilado en Antología del discurso político (Ed. Catarata, 2016) esa relación con las grandes alocuciones que han definido la historia de la humanidad.
El libro recoge 130 intervenciones de personalidades de todo tipo que incluye, entre otros, a Angela Merkel, Salvador Allende, Martin Luther King, Evo Morales, Zhöu Göngdàn o Galileo. Palabras lanzadas no solo en el mundo contemporáneo, ni siquiera en occidente, ya que aparecen autores de todos los tiempos y lugares. Voces de políticos, dirigentes, ciudadanos, científicos y escritores que ofrecen una variedad de argumentos de los discursos políticos y de su influencia sobre la vida pública. Alocuciones que hoy, por la velocidad y la inmediatez de los impactos informativos, es más complicado encontrar y escuchar.
¿Es posible esbozar la historia de un país, o incluso de la humanidad, a través de los discursos pronunciados?
Sí, y de hecho es lo que he intentado con esta antología. En lugar de ir a buscar los mejores discursos o los que han sonado mejor o los que han tenido alguna influencia, he hecho el camino en sentido contrario. El método ha sido ir a buscar los grandes temas de la historia del mundo para localizar a través de qué discurso puede enfocarse una novedad concreta, una iniciativa o un empeño. Entonces sí, a través de los discursos, como a través de los documentos o de las imágenes se puede hacer una exposición de los grandes hitos de la historia de una zona, de un país o del mundo.
¿Tiene que pasar el tiempo para reconocer que un discurso trasciende o se puede detectar en el momento?
En algunos discursos se ve en el momento. Por ejemplo, cuando el año pasado escuchaba a Vladimir Putin en Naciones Unidas, en ese instante se veía que iba a ser una intervención muy potente por la naturaleza del personaje que lo proclama y por el anuncio que hace. Se entiende que es la reivindicación de una vieja potencia que ahora reverdece de su etapa postrada anterior y que parece que puede volver a ser, cuando menos, una importante potencia regional. Cualquiera que está allí delante entiende que ese es en realidad el gran discurso. Curiosamente, los medios de prensa no lo indicaron como tal y es casi imposible localizar el discurso entero de Vladimir Putin. Hay otros ejemplos en los que uno, aunque no tenga mucho olfato, puede percibir que está ante un momento histórico.
Pero lo cierto es que luego, la gran mayoría de los discursos acaban siendo históricos cuando se convierten en clásicos y acaban superando el paso del tiempo. Hay discursos, pocos, escritos hace 50 o 500 años que todavía hoy nos siguen explicando cuestiones sobre el género humano y su comportamiento y nos explican con meridiana claridad lo que estaba ocurriendo o iba a ocurrir en los tiempos inmediatamente siguientes.
Hay otro tipo de discursos que son trascendentes desde el primer momento porque, por los acontecimientos, explican la emoción de un instante. Un gran ejemplo es Salvador Allende cuando en esa intervención radiofónica cuando el palacio presidencial está siendo bombardeado. En este caso, más allá de lo que diga, se percibe que la emoción de una comunidad que está siendo atacada.
¿Es más difícil hacer hoy un discurso sea trascendente? ¿Se está perdiendo el arte del discurso ante la presión de la inmediatez que imponemos en ocasiones los medios?
La rapidez de los medios actuales acaban con el gran discurso político, cuando se produce, porque de alguna manera lo banalizan y le restan su solemnidad. Pero, al mismo tiempo, colaboran en su trascendencia. Un gran ejemplo es “Yes, we can”. Obama tuvo que repetir varias veces la frase para que algún periodista o varios periodistas se diesen cuenta de que ese sonsonete tenía posibilidades. En el sentido profundo del discurso, los medios ponen en peligro el significado porque en muchas ocasiones lo tienen que sintetizar tanto que lo banalizan, pero a la vez los periodistas salvan de la quema determinado tipo de discursos y lo convierten en algo excepcional.
También es cierto que cuando haces una trabajo como esta antología te das cuenta de que hay muchos discursos muy interesantes que no han pasado a ninguna posteridad y lo merecían. Por ejemplo, el discurso de Navidad de Angela Merkel del último año duró un día en los medios y, sin embargo, era una alocución con una profundidad extraordinaria que entra a saco con las cuestiones que afectan a los alemanes en ese instante, como es lo que tiene que hacer el país con la diversidad de un contingente de personas que llegan a su suelo. Si comparamos ese discurso con el de nuestros monarcas es como comparar a un estadista con alguien que te obliga a leer los posos del café… porque eso es lo que han sido los discursos de Navidad aquí.
Pero igual que los medios no dedican mucho tiempo a los discursos, por una cuestión de espacio en muchas ocasiones, parece que la ciudadanía tampoco se detiene en ellos porque lo que reclama es el mayor número de impactos informativos en el menor tiempo posible.
Creo que lo que sucede ahora es que los medios propician que el pensamiento complejo tenga dificultades de prosperar. Nos estamos acostumbrando en demasía, y de hecho estamos acostumbrando a nuestros niños, a un tipo de conocimiento muy superficial, pero que al final es lo suficientemente dinámico y dúctil como para que permita estar con muchas cosas a la vez en la cabeza. Creo que el resultado es bastante preocupante y peligroso. Y con los discursos se ve claramente.
Una buena intervención es un perfecto relato sobre lo que nos está pasando en un preciso instante, pero un relato complejo que explique cuál es la situación pero también que otras alternativas había y por qué las cosas se están ocurriendo de una manera y no de otra. Frente a esa expresión del pensamiento complejo y de un relato realmente profundo, pues lo que hay ahora es presidentes del Gobierno o portavoces de la oposición que comunican posicionamientos auténticamente importantes en un tuit. Se está imponiendo la toma de posición, que es un término muy político, frente al argumento de la posición, que es muy distinto.
Por si esto fuera poco, hay una figura terrible que esto del argumentario, que es lo que todo el mundo de un colectivo tiene que repetir a lo largo del día en una acción absolutamente teledirigida desde las oficinas del pensamiento único de cada una de las cofradías o de los partidos. Con esos argumentos, no es de extrañar que sus líderes no se metan en el lío de hacer un discurso profundo y bien hilado sino que se acude a una serie de referencias y lugares comunes tremendamente previsibles.
¿Hay buenos oradores en la actualidad?
No creo que tengamos peores políticos que en otras ocasiones, pero el instrumento del discurso no se estila. Si ves una sesión parlamentaria, da igual en Pleno que en Comisión, la mayoría de sus señorías leen sus discursos y muchas veces son textos que les han preparado. El turno de réplica tiene que ser ya patético. Hace mucho tiempo estuve en una Cámara y un viejo amigo me dijo que aquello se llama parlamento no ‘leemento’, y que por lo tanto sus habitantes deberían demostrar una cierta capacidad de tener en su cabeza y no tanto en los papeles aquello que querían expresar. Tienes que tener conocimiento y convicción para poder trasladárselos a la ciudadanía que te está escuchando. Si te limitas a leer un texto que te ha preparado probablemente otra persona, el entusiasmo e interés que despiertas es probablemente cero.
Creo que eso es lo que pasa ahora, que la mediocridad se está instalando. También porque los partidos no quieren grandes alegrías y rehuyen de quien puede hacer un gran discurso porque en un momento dado puede saltarse del tiesto y eso creen que les puede generar más dificultades que beneficios. Todos los partidos son muy segurolas y tampoco le hacen la ola a aquel que viene a cambiar las cosas.