En solo nueve meses el mundo ha cambiado para Ciudadanos. El partido de Albert Rivera –al que algunos sondeos situaban en el centro político como primera fuerza y el 29% en intención de voto a las puertas de La Moncloa– pelea ahora por sacar la cabeza en la guerra abierta que vive la derecha, partida en tres desde la irrupción triunfal de Vox en las elecciones andaluzas. Semejante sacudida tiene su origen en la moción de censura, que dejó muy descolocado al líder del partido: una sucesión de acontecimientos a partir de la sentencia de Gürtel desencadenó un cambio de Gobierno que nunca se había dado en España. Rivera, que estaba listo para asumir el relevo del centro derecha una vez jubilado Mariano Rajoy, vio cómo Pedro Sánchez llegaba contra todo pronóstico a la presidencia aupado por los votos de Unidos Podemos, el nacionalismo vasco y los independentistas catalanes.
La retirada del apoyo parlamentario de Ciudadanos al Gobierno de Rajoy tras conocerse la sentencia de Gürtel –un movimiento que Albert Rivera trata desde entonces de hacer olvidar– acabó llevando a su principal rival político a La Moncloa. Y Sánchez, pese a su exigua representación parlamentaria, ha tenido tres trimestres para escenificar que el cambio es posible y que se pueden hacer políticas alternativas a las de Rajoy. Pese a sus sucesivas derrotas en el Congreso –la última y más contundente fue el fracaso de sus Presupuestos–, el líder socialista ha logrado que la sociedad ya no tenga que imaginarlo como presidente, porque ha ejercido y, a tenor de lo que dice, seguirá haciéndolo hasta el último día, como demuestra el anuncio de la exhumación de Franco para el 10 de junio, mes y medio después de las generales.
En el nuevo escenario, Rivera intenta hacerse un sitio al otro lado del tablero, alineado con las derechas. El dirigente que pactó con Sánchez un programa de Gobierno en febrero de 2016 y dirigía un partido que se definía hasta anteayer como socialdemócrata ha cambiado incluso los estatutos para abrazar “el liberalismo progresista” y ahora pelea voto a voto con Vox, adonde ha huido el 11% del electorado sin que la hemorragia se haya taponado todavía. Su otro rival es el Partido Popular pero ahora con un nuevo líder al frente, Pablo Casado.
Al partido de Rivera, que esperaba que el paulatino deterioro del Gobierno de Rajoy le llevase directo a La Moncloa con su cambio tranquilo, no solo le han fallado los tiempos, también algunos cálculos políticos. Si la moción de censura dejó a Rivera fuera de juego, el adelanto electoral decidido por Sánchez, lo ha pillado a contrapié, a pesar de que los principales dirigentes de Ciudadanos llevan reclamándolo desde que el secretario general del PSOE prometió el cargo de presidente.
Ciudadanos tenía otra hoja de ruta. Sus dirigentes planeaban que la resaca de las catalanas –donde no solo fue primera fuerza sino que barrió del mapa al PP, última fuerza con representación, por detrás de la CUP– los llevase a La Moncloa y se ha encontrado con que las generales llegan después de unas andaluzas donde la sorpresa ha sido Vox y que, además, amenazan con movilizar a la izquierda, que ya ha visto lo que pasa cuando uno no acude a votar: que la llave para el Gobierno puede quedar en manos de la extrema derecha de Santiago Abascal.
Durante los últimos nueve meses ha cambiado algo más que el decorado político, medios de comunicación que se habían alineado –desde la derecha e incluso el centro izquierda– de forma más o menos explícita con Ciudadanos, han abandonado al partido de Rivera. Él lo sabe y lo ha definido de una manera muy gráfica ante los dirigentes más próximos: “La buena noticia es que estamos muy cerca de llegar a la cima del 8.000, la mala es que nos hemos quedado sin sherpas”.
Ese nuevo contexto y la falta de tiempo para reaccionar han llevado al líder a cometer algunos errores. Ninguno tan evidente como la foto de Colón hace cinco domingos, donde el mismo Rivera, que llevaba semanas negando cualquier pacto con Vox –que le permite cogobernar Andalucía–, se subió al estrado visiblemente incómodo y se retrató junto a Santiago Abascal para denunciar un supuesto pacto de Sánchez con los mismos independentistas que le habían tirado los Presupuestos cuatro días atrás y exigir elecciones anticipadas.
Descolocado por la moción de censura y el adelanto
Contra todo pronóstico, Sánchez las convocó y Rivera sabe que puede estar ante la última oportunidad de ser presidente. Hace unas semanas con la precampaña ya lanzada reunió a toda su Ejecutiva para formalizar el anuncio de que no pactará con Sánchez. El dirigente que presume de diálogo se cerró así la penúltima puerta: ya había advertido de que no tenía nada que hablar con los independentistas ni con Podemos ni con nada que suene a nacionalismo periférico. Esta vez comprometía a toda la dirección del partido: Ciudadanos no tiene nada que acordar con Sánchez, al que llegó a situar fuera de la Constitución, por negociar con el Govern de la Generalitat y los partidos independentistas.
Sin Podemos, sin los independentistas, descartado cualquier partido nacionalista (no español) y sin el PSOE, Ciudadanos fía todas su suerte a ser primera fuerza por delante del PP para formar un gobierno donde las derechas sumen. Es eso o convertirse en muleta –junto a Vox– de Pablo Casado, un líder joven (38 años) que si logra ser investido presidente tendrá una larga carrera por delante. La decisión de anunciar que no pactará con el PSOE ha generado incomodidad en los dirigentes más alineados en la socialdemocracia dentro de Ciudadanos, que por primera vez se atreven a cuestionar una decisión de su líder. Miembros de la dirección aseguran que se trata de un movimiento arriesgado que apenas deja margen al partido en la campaña.
La apuesta de Rivera por el sorpasso al PP es similar a la que decidió Pablo Iglesias en 2016, cuando precisamente evitó apoyar el pacto de Sánchez y Rivera para medirse en las urnas con los socialistas en un momento en que también algunos sondeos eran favorables. El resultado de aquel intento es conocido: una dolorosa derrota para Unidos Podemos que fue tercera fuerza y un Gobierno de Rajoy en minoría que logró ser presidente con el apoyo de Rivera y la abstención de un PSOE, abierto en canal, que primero derrocó a Sánchez y luego montó una gestora para convocar unas primarias que volvería a ganar Sánchez subido al lema del “no es no”.
Ahora la historia puede repetirse. En el actual contexto en que las encuestas le han dado la espalda, el discurso público de Ciudadanos trata de quitar importancia a la posibilidad del sorpasso. “En las andaluzas no se produjo y, sin embargo, estamos en el Gobierno y hemos sido clave para desbancar al PSOE del poder”, asegura una fuente de la dirección de este partido.
El ejemplo andaluz no es, no obstante, equiparable al de unas elecciones generales. Fuentes de Ciudadanos reconocen que sus perspectivas se han visto alteradas por dos grandes circunstancias: la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez al poder y la llegada de Vox, como nuevo actor político en el ámbito ideológico de la derecha y un líder, Santiago Abascal, que acapara portadas y minutos de radio en medios de comunicación conservadores que estos años habían mimado a Rivera.
El barómetro de marzo, que elabora Celeste-Tel para eldiario.es, situó a Ciudadanos como tercer partido en intención de voto, muy lejos del PP y por debajo del 20% de los apoyos. Si esos pronósticos se cumpliesen, Rivera podría aspirar a un grupo parlamentario de entre 62 y 65 diputados, casi el doble de sus resultados en las generales de 2016, pero muy lejos de los que necesita para ser presidente.
Hace año y medio, cuando los sondeos y una parte de los medios le sonreían, el líder de Ciudadanos deslizaba a su entorno que no se quedaría mucho tiempo en política si esas perspectivas se truncaban. Rivera no quería perpetuarse como el referente de una formación en la tercera o cuarta posición del arco parlamentario. Su plan era ser presidente y si ese horizonte se alejaba, él abandonaría la política. “El objetivo de Albert es ser presidente del Gobierno”, señalaban entonces en su entorno.
El objetivo de Rivera sigue siendo el mismo: presidir España y que Ciudadanos sustituya al PP como ese gran partido que aglutinó a todo el centro derecha. Las encuestas dan a entender que semejante reto está todavía lejos del alcance de Rivera, que podría tener que conformarse con ser vicepresidente de un Gobierno de Casado que dependa para todo de Vox. O peor, de quedarse como segunda fuerza de la oposición, si Sánchez logra revalidar la presidencia.
En Ciudadanos hay incluso dirigentes, aunque son minoritarios, que ven una tercera salida: investir a Sánchez para evitar una situación de bloqueo, igual que hicieron con Rajoy, saltándose también entonces su promesa electoral. Aunque su batalla principal es por el voto de la derecha, Ciudadanos trata de incorporar a dirigentes socialistas para hacer ver que en el partido tiene hueco todo el mundo que defienda a España. Así debe interpretarse el fichaje de Joan Mesquida, que dirigió durante dos años la Policía en el Gobierno de Zapatero y que ocupó distintos cargos en administraciones gobernadas por los socialistas. Y en la misma línea van las carantoñas a Soraya Rodríguez, una de las enemigas de Sánchez, que la pasada semana abandonaba el partido. Preguntado sobre si está dispuesto a hacerle sitio en Ciudadanos, Rivera dejaba las puertas abiertas: “No puedo descartar nada”.
Bal y Álvarez de Toledo mirando a Catalunya
De momento, este domingo ha presentado a Edmundo Bal, un abogado del Estado que fue jefe de la sección de Penal y partidario de acusar a los dirigentes independentistas por rebelión en el juicio del procés. Bal fue destituido por la ministra de Justicia, Dolores Delgado, que colocó en su lugar a Rosa María Seoane quien en el Supremo defiende la acusación por sedición, con penas más bajas. Bal, que tenía fama de jurista independiente y de ideas progresistas en una carrera tradicionalmente conservadora, debutó en un mitin el domingo y ante un fondo de banderas rojigualdas aseguró que su cese tuvo que ver con que el Gobierno de Sánchez quería obligarlo “a mentir”.
El anuncio del fichaje de Bal, erigido en una especie de héroe del Derecho contra el independentismo por parte de un sector de la prensa conservadora, se produce un día después de que Pablo Casado hubiera incorporado a Cayetana Álvarez de Toledo, columnista de El Mundo y dirigente de FAES, que durante los últimos años de Rajoy se había acercado al partido de Rivera, al que llegó a votar, como señaló en un artículo en ese periódico. Ni la llegada de Bal a Ciudadanos ni la de Álvarez de Toledo al PP se entiende sin mirar a Catalunya, uno de los argumentos centrales de las derechas para la campaña que viene.
Rivera presumirá de contar en sus filas con un alto funcionario de la Administración supuestamente represaliado por el Gobierno de Sánchez, pese a que la jefatura de sección en la Abogacía del Estado es un puesto que pueden cambiar los sucesivos Gobiernos, y Casado hará ver que la derecha pata negra está de vuelta y que los coqueteos de Álvarez de Toledo que llegó a confesarse “simpatizante de Ciudadanos” se acaban aquí. La columnista y tertuliana será número por uno en la lista de Barcelona y el principal reclamo a los votantes catalanes que en las últimas autonómicas huyeron de forma masiva hacia Ciudadanos.
En esa carrera por las papeletas de la derecha Rivera ha sufrido algún tropiezo notable. Su plan para “atraer talento” incluyó a la expresidenta de las Cortes de Castilla y León, Silvia Clemente, una dirigente del PP muy conocida en la comunidad donde ha ocupado puestos de responsabilidad durante los últimos 20 años en diferentes administraciones públicas. Clemente, a la que le persigue la sombra de la sospecha por las subvenciones millonarias que su departamento concedió al que entonces era su novio y hoy su marido, disputó unas primarias para ser candidata a la Junta que en principio había ganado y que la dirección de Ciudadanos tuvo que anular al destaparse un pucherazo de 82 votos.
El fiasco de Silvia Clemente
El escándalo ha puesto en cuestión la supuesta regeneración de Ciudadanos y ha dividido al partido. Dirigentes tan importantes como el responsable de su programa económico y cabeza de lista a las europeas, Luis Garicano, hizo campaña por el rival de Clemente, Francisco Igea, mientras el aparato, capitaneado por el secretario general, José Manuel Villegas, se alineaba con la exdirigente del PP.
La guerra por el voto entre Ciudadanos y el PP es total porque el que logre un escaño más sabe que será presidente si las derechas suman. Y Rivera ha decidido ir a por todas. Sabe que ni siquiera la tarea ciclópea de doblar los resultados de las últimas generales, en las que logró 3,1 millones de votos y 32 diputados, le garantiza el éxito.
Enfrente, Pablo Casado también tiene ante sí un reto colosal: son sus primeras elecciones generales como presidente de la formación política. Aparecer como el rostro del sorpasso podría marcar el principio del fin para él en el liderazgo del PP.