Alfonso Guerra y su curiosa idea de la ciencia ficción
Esto es un sindiós. La actitud de Alfonso Guerra, de 83 años, ante las decisiones del Gobierno de Pedro Sánchez es parecida a la que tiene ante muchas otras cosas. La lista no es corta. La falta de calidad de los actuales dirigentes políticos, comparados con la generación de Guerra, evidentemente. Las redes sociales, un horror. La pervivencia del sentimiento republicano en la izquierda, incomprensible. Las primarias, un desastre. La ley de violencia de género, inconstitucional.
Como le ocurre a algunas personas de su edad, no comprende el mundo en el que vive. O al menos la política que observa. En el contraste con su tiempo, termina por ignorar una parte muy importante de esa realidad anterior, empezando por el riguroso control que él tenía de la vida interna del PSOE. Ahora por ejemplo sostiene que “lo de Filesa no fue un caso de corrupción”. Los protagonistas de una época no son siempre los mejores testigos de ella.
Guerra acudió en la noche del miércoles al programa 'El Hormiguero', donde ya estuvo hace unos meses Felipe González. El exvicepresidente del Gobierno tuvo más gracia que su antiguo jefe y estuvo menos furioso que en anteriores comparecencias públicas suyas. Siempre ha dicho que su pasión era el teatro y habrá pensado que en televisión hay que vender bien el producto. Estaba allí para hablar de su libro 'La rosa y las espinas', un resumen de sus respuestas en el documental biográfico que dirigió Manuel Lamarca.
Pablo Motos tenía una intención clara. La obvia de preguntarle por su opinión sobre la futura ley de amnistía. También que dijera que el PSOE actual no tiene nada que ver con el del pasado, un mensaje recurrente en el Partido Popular. La derecha ha decidido que tiene la prerrogativa de afirmar cómo debe ser la izquierda. Ahí al menos Guerra no mordió el anzuelo o no lo mordió del todo. “Yo no me he pronunciado en contra del partido. Es mi partido”. No cree que le vayan a expulsar, como a Nicolás Redondo, ni lo concibe. En realidad, nadie en la dirección del partido ha sugerido nada por el estilo.
No se puede negar que el presentador de Antena 3 lo intentó: “¿Cuándo se jodió el PSOE?”, le preguntó, dejando claro que está dispuesto a cargar con todo contra ese partido. Como de inmediato planteó que si fue por las primarias, Guerra metió ahí una de sus obsesiones personales. “Tiene mucho que ver”, dijo y recordó que en su momento avisó de que las primarias iban a “destruir” el partido. “Crean sectarismo automáticamente”, afirmó y tienen como consecuencia un “cesarismo total”.
Quien recuerde su tiempo en la política activa sabrá cómo se las gastaba y el grado de discrepancia ínfima, casi inexistente, que reinaba en el PSOE sobre las medidas de los gobiernos de los que formaba parte. Puede hacer bromas con lo de que a mentir se le llama ahora cambiar de opinión, en referencia a Pedro Sánchez. El mayor giro político de los años ochenta fue, como todo el mundo sabe, la decisión de González de permanecer en la OTAN y de convocar un referéndum en su primer mandato.
En ese punto, hay que ir a su libro cuando recuerda el eslogan “OTAN, de entrada no”, que él mismo concibió junto a Guillermo Galeote y que fue definido como un ejemplo de ambigüedad calculada. Guerra lo confirma: “Esta formulación permitía una coartada, una vía de escape, una válvula de salida; incluía un doble juego intencionado”. Cuando llevó la propuesta a la dirección del partido, no gustó nada, tampoco a González. Le pedían un mensaje más claro. Su respuesta: “Permítanme ponerlo así, porque dentro de un tiempo ustedes van a cambiar de parecer. ¿Y qué hacemos entonces? Dejen abierta una salida”.
Desde luego, Guerra nunca pensó que estuviera mintiendo ni cuando dirigió la campaña contra la entrada en la OTAN con el Gobierno de Calvo Sotelo ni cuando hizo lo mismo pero en sentido contrario con los socialistas en el poder.
Motos no utilizó ese ejemplo cuando le ofreció una selección de frases de dirigentes socialistas contra la amnistía a cada cual más rotunda. Salía Carmen Calvo diciendo que “sería como suprimir uno de los poderes del Estado, el judicial”. Guerra optó por la ironía al definir esas opiniones del pasado reciente como “una película de ciencia ficción”.
La de Guerra contra la amnistía es conocida. “¿Dónde se ha visto que las leyes las redacten los delincuentes?”, se preguntó. Tal y como describió las negociaciones del PSOE y Junts para la investidura de Sánchez, parece que lo único que aportaron los socialistas fue la firma al final del documento. Eso supone un desconocimiento muy básico sobre lo que se ha escrito de ese acuerdo y de las limitaciones que ha impuesto su partido. Ya ni hablamos del abandono de la unilateralidad en la estrategia de Puigdemont.
Por eso, no sorprende que diga que “en algunas cosas sólo manda Puigdemont”. En el programa aprovecharon ese momento para lanzar un efecto sonoro casi de película de terror.
Hubo momentos en que Guerra directamente se adentró en una dimensión muy alejada de la realidad. Dijo que “hay periódicos de todo el mundo que están poniendo en duda la democracia española”. Motos quedó encantado de escuchar algo así. El presentador estaba tan animado que soltó el bulo de que se va a perdonar la deuda “a las regiones más ricas” y que lo van a pagar “las regiones más pobres”. Guerra no le desmintió e incluso comentó que hay regiones en España que no tienen deuda. Qué más quisieran.
Algunas de sus opiniones pueden englobarse en el apartado de cine de catástrofes. En ciertos asuntos, no tanto. Se mostró preocupado por las manifestaciones ante la sede socialista de Ferraz. “Eso no puede ser”, dijo, porque “la violencia es una pendiente que no siempre se puede frenar”. Cuando Motos predecía todo tipo de desgracias, al menos Guerra frenó ese nivel de histeria. “España es un país muy fuerte” y no va a caer por un precipicio.
Eso sí, Guerra no cuenta con una solución viable o de ningún otro tipo sobre el conflicto catalán. Al igual que la derecha, le vale con que se aplique la ley, como si esta fuera un remedio mágico o no pudiera cambiarse en el Parlamento. Si acaso, echando la vista atrás, opina que la aplicación del artículo 155, y la consiguiente suspensión de la autonomía de Catalunya, debería haberse prolongado dos años, “qué menos”, y no dos meses. ¿Se supone que eso iba a desactivar la marea independentista y acercar a los catalanes a España?
Eso sí que es ciencia ficción y con unos efectos especiales bastante chapuceros.
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