Ayuso, un problema para Madrid y para Casado
¿Alguna vez ha reflexionado sobre la situación en la que se encuentra y se ha dicho a sí misma: “a mí todo esto me viene grande”?
La conclusión a la que dentro y fuera del PP llegaron muchos hace ya tiempo la convirtió esta semana el periodista Carlos Alsina en una pregunta directa a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, una desconocida para los madrileños hace año y medio que se ha convertido hoy en una de las políticas más polémicas del panorama nacional. Por presidir la Comunidad de Madrid, por haber hecho de la confrontación con el Gobierno de España su seña de identidad, por los líos con sus socios de coalición, por sus ocurrencias... O por la suma de todo ello.
El diario francés Libération se refirió a ella en mayo como “la representante electa del PP que encadena declaraciones vehementes, contradictorias y surrealistas durante la gestión de la pandemia”. “Es un elemento problemático”, llegó a decir el diario francés, quien la tachó de “inconsistente” por defender un día el reparto de “pizzas” entre los niños vulnerables de la región y, al siguiente, sostener que “con techos altos” el COVID-19 se curaba más fácilmente.
La meritocracia, ya saben, nunca fue el método con el que los partidos eligen a sus candidatos. Tampoco en el caso de Ayuso, cuando fue ungida candidata por el PP a la Comunidad de Madrid por el dedo de Pablo Casado y dejó perplejos a propios y extraños. En su currículum decía que era licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Complutense de Madrid y que había ejercido de periodista en varias agencias de marketing y medios de comunicación, pero en el PP estaban seguros de que no cotizó a la Seguridad Social, más allá de los cargos orgánicos que desempeñó en el área online del partido, como directora de la campaña digital de Cristina Cifuentes o como viceconsejera de Justicia.
El caso es que fue elegida por descarte, después de que Casado ofreciera, sin éxito, entre otras a María San Gil y a Cayetana Álvarez de Toledo el cartel electoral de la Comunidad de Madrid, y tras una serie de circunstancias sobrevenidas: la dimisión de Cifuentes; la no elección de su vicepresidente, Ángel Garrido, que acabó yéndose a Ciudadanos, y el efímero gobierno en funciones de Pedro Rollán.
El hábito no hace al monje
Con una talla bastante inferior a la que exigiría gestionar el tercer presupuesto autonómico de España –20.000 millones de euros– y un volumen muy por debajo de anteriores presidentes de Madrid, Ayuso ha dado muestras en este tiempo de que el hábito no hace al monje, de que no son los títulos los que honran a las personas, sino las personas a los títulos y de que no, efectivamente no da la talla. Hoy se ha convertido en un problema para Madrid y el combate contra la COVID-19, pero también en un trastorno más de los muchos que suman Casado y el PP.
Pese a que la dirección nacional defiende que hay una “campaña evidente de la izquierda política” contra la presidenta madrileña y que en esta crisis sanitaria se ha puesto el foco “exclusivamente” sobre ella, algunos barones entienden que su “inexperiencia, su tendencia a pisar todos los charcos y la mediocridad de su Gobierno” están haciendo “un daño irreparable” al partido y, por extensión, a su presidente nacional, ya que la suya fue una apuesta exclusivamente de Casado, como lo fue también la de la ya exportavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo, hoy caída en desgracia.
Lejos de escuchar las quejas de los barones, en la reunión del comité de dirección del pasado lunes Casado pidió un cierre de filas con todos los presidentes autonómicos que “luchan contra el virus”, pero especialmente con Ayuso, según aseguran fuentes de la calle Génova. “Atacar a Isabel [Díaz Ayuso] es atacar al proyecto político del PP”, defienden los mismos interlocutores, que reconocen “algunos errores en la gestión de la presidenta madrileña” pero que, sin embargo, creen que “han sido sobredimensionados por la izquierda”.
A la mencionada pregunta de Alsina, ella misma respondía del siguiente modo: “No es que me venga grande, sino que es una situación dificilísima que cualquier gobernante conoce bien y solo pienso en cómo solucionarlo. Lo que tengo que hacer es poner todos los recursos que tengo a mi alcance para que la situación acabe cuanto antes”.
Hasta los antaño entusiastas de Ayuso en el universo político-mediático han tenido que admitir que la improvisación y la permanente obsesión por confrontar con el Gobierno de España han convertido a Madrid en el epicentro de la pandemia sin que desde la Moncloa, por cierto, hagan demasiado por evitarlo, más allá de las reiteradas ofertas de colaboración. Todo en medio de la política espectáculo y el enfrentamiento fácil en los que se ha instalado el Gobierno madrileño, cuyo director general de Comunicación ha presentado esta semana su renuncia. Y van 3 en un año.
La “factoría Rodríguez”
En el PP hay quien atribuye a Miguel Ángel Rodríguez, secretario de Estado de Comunicación en la etapa de José María Aznar y hoy jefe de gabinete de Ayuso, la responsabilidad de que la presidenta madrileña sea pasto de titulares, y no precisamente por su buen hacer o su patrimonio intelectual. La “factoría Rodríguez”, dicen, “tiene más que ver con un reality de televisión”, donde todo es espectáculo, que con lo que requiere la política en tiempos de crisis. Ni la experiencia es un grado ni el conocimiento de la administración pública un requisito para formar parte de un Gobierno que, para la oposición madrileña, “ha resultado claramente fallido”.
Tanto que en círculos populares, según la versión de algunos diputados autonómicos, se ha especulado en alguna ocasión con la posibilidad de que Ayuso diera un paso atrás para ser sustituida por alguno de sus consejeros. Los titulares de Justicia y Hacienda, Enrique López y Javier Fernández-Lasquetty, respectivamente, han sonado con insistencia para una operación con más visos de deseos que realidad en las filas del PP, ya que ninguno de ellos es diputado, lo que imposibilitaría el acceso a la Presidencia, según el Reglamento de la Asamblea de Madrid.
Con Ayuso o sin Ayuso, lo urgente es hacer frente a la pandemia y rebajar el número de contagios en Madrid, la primera comunidad en tasa de incidencia que, sin embargo, se niega a adoptar medidas drásticas en el conjunto de la región, pese a lo que aconsejan los expertos y en contra de las recomendaciones del Ministerio de Sanidad. ¿Lo preocupante? Que la presidenta de la comunidad se ha convertido en referente indiscutible de la frivolidad, de la banalización política y de una estrategia basada en azuzar la polarización. Todo porque quienes la asesoran le han hecho creer que está llamada a ser la nueva Juana de Arco, no para la restauración de ninguna corona, sino para combatir a la izquierda radical bolivariana y extremista.
El resultado: Madrid lleva semanas instalada en una espiral de preocupantes datos epidemiológicos, aumentan peligrosamente los ingresos hospitalarios (casi 4.000 hospitalizados), faltan rastreadores y la atención primaria está saturada. Pero, ya saben, lo relevante es que Madrid es una “España dentro de España”, que no merece ser tratada como cualquier otra comunidad y que los telediarios sitúen a Ayuso en el mismo plano que a Pedro Sánchez. De igual a igual y entre una apoteosis de banderas.
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