No hay ya día sin malas noticias para Pablo Casado. Esta semana comenzó con tal número de ellas que presagiaban el entierro del líder del Partido Popular. Hace menos de una semana, estaba en el Congreso presumiendo ante Pedro Sánchez con su estilo frenético de que el PSOE “lleva cuatro elecciones perdidas desde que está en el Gobierno”. En sólo cinco días, ha visto cómo su presión contra Isabel Díaz Ayuso se le ha vuelto en contra, su partido se ha hundido en una espiral de autodestrucción y los principales barones regionales preparan su eliminación. Ahora, Casado se ha refugiado en El Álamo –es decir, Génova 13–, mientras ve cómo las tropas enemigas son cada vez más numerosas y dan los últimos toques al asalto final.
Un día de presiones desde fuera de la sede del PP y de debate dentro del equipo de confianza del presidente acabó con una noticia que supone una concesión significativa de Casado. La próxima semana, se celebrará una Junta Directiva Nacional del partido, el órgano interno con más de 550 miembros que es el único que puede convocar un congreso extraordinario, como quieren los principales barones regionales del partido. Casado cedió para sobrevivir una semana más mientras hace cuentas sobre sus apoyos.
Ya contaba con que Díaz Ayuso seguiría metiendo el dedo en la herida. El dedo y la mano entera. Las noticias cobraron para él un aire de funeral inminente cuando Alberto Núñez Feijóo movió sus piezas con sorprendente rapidez. La mitad del trabajo la había hecho el domingo. Habló por teléfono con Casado. No dijo a los periodistas al día siguiente qué le había contado, pero no había que imaginar demasiado: “Él sabe lo que pienso y le corresponde tomar esa última decisión”. La última.
También habló con Ayuso. La presidenta madrileña le confirmó lo que anunció el lunes. Ella se queda en el Gobierno de Madrid. Tanto Ayuso como Miguel Ángel Rodríguez creen que su tiempo llegará, aunque no sea ahora.
Feijóo también reclutó para la causa al presidente andaluz. “Tenemos que resolver el problema lo más rápidamente posible”, explicó Moreno Bonilla. El entierro del líder del PP estaba ya decidido. Pretendían desangrarlo hasta terminar forzando su dimisión. No pueden esperar más tiempo para poner fin a la convulsa y a veces histérica presidencia de Pablo Casado.
Díaz Ayuso no iba a aceptar nada que no fuera la eliminación del que fue su mentor, el hombre que la sacó casi de la nada para hacerla candidata a la presidencia de Madrid ante la perplejidad del PP regional. El parricidio ya estaba decidido. “Aquí hace falta un giro absoluto (en el partido) por el bien de España”, dijo el lunes en el discurso de inauguración de una biblioteca pública. Y por el bien de su sed de venganza después de que Casado osara insinuar que la comisión recibida por Tomás Díaz Ayuso podría haber supuesto un delito de tráfico de influencias.
“Esto no puede quedar así”, dijo. La paz en el partido pasaba en primer lugar por reclamar un desagravio. Alguien debía pagar por lo que le habían hecho pasar. “Lo que no puede pasarse por alto ni salir gratis es quitarme la presunción de inocencia”. Lleva toda su carrera política presentándose como la víctima de oscuros designios y no le ha ido mal. Era de esperar que reincidiera.
“El colapso” en que se encuentra el partido, en expresión de Feijóo, ha hecho que el presidente gallego abandone su papel tradicional de esfinge y parezca haber decidido que esta vez sí hará la maleta para convertirse en líder de la oposición por aclamación. Eso que Susana Díaz quería para sí misma en el PSOE, pero que Sánchez impidió con su campaña contra el aparato.
La probable llegada de Feijóo veintidós meses antes de las próximas elecciones introduce un elemento de incertidumbre en el panorama político. Nadie puede saber con seguridad si la noticia fortalecerá al PP y le dará más opciones en unas elecciones nacionales o si acelerará la agonía del partido y hará que sea superado por Vox.
Los rebeldes –es difícil definir a alguien de la trayectoria de Feijóo con ese apelativo– jugaron con la ventaja de contar con el pleno apoyo de la prensa de derechas. El último fue el más importante. En la noche del domingo, el diario ABC difundió su editorial del lunes para afirmar que la suerte de Casado estaba echada: “Pablo Casado no tiene meses, ni semanas, ni días para salir de una crisis que ya le ha superado por completo, que ha desbordado su autoridad, reducida hoy a lo meramente reglamentario, pero sin ascendente político ni moral sobre dirigentes, ni militantes”.
Eso no es fuego amigo. Es convertir la sede de Génova en una imitación de Stalingrado.
Lo verdaderamente llamativo es que el periódico considera que la manifestación del domingo ante las puertas de Génova es prueba suficiente para exigir la muerte política de Casado, “la evidencia de una indignación real” entre la militancia. Los gritos y comentarios de varios de sus asistentes llevaron a muchos de los periodistas que presenciaron la concentración a contar que los asistentes parecían más votantes de Vox que del PP. Son por ejemplo los que gritaban “Teodoro al inodoro”.
De lo que no se habló tanto el lunes en los medios que querían deshacerse de Casado fue del contrato de compra de mascarillas que le reportó como mínimo más de 60.000 euros brutos al hermano de Ayuso. La presidenta anunció que enviará a la Fiscalía toda la documentación sobre ese contrato, “un contrato que ya fiscalizó la Cámara de Cuentas”.
Hay que recordar lo que decía el informe de la Cámara en noviembre –aún no definitivo porque el organismo debe recibir las alegaciones del Gobierno– sobre muchos de esos contratos realizados sin concurso público: “Se ha observado que en algunas ocasiones los expedientes carecen de la documentación mínima necesaria que todo expediente de contratación precisa, aun tramitado por la vía de emergencia”.
Díaz Ayuso ha conseguido que ya no se hable en el partido del afán de lucro de su hermano en los peores momentos de la pandemia. No se puede negar el carácter implacable que demostró cuando Casado le dijo lo que sospechaba de ella ni la amplitud de los apoyos de los que goza en la derecha mediática. Lo que ha ocurrido ahora es que sus intereses se han unido a los de Feijóo, Moreno y otros barones. Esta singular confluencia bastará para decapitar a Casado, pero no durará eternamente. Miguel Ángel Rodríguez se ocupará de ello.