El baile del relato regresa al Congreso
Del quién tiene la culpa de que Mariano Rajoy repita en La Moncloa; a quién tiene la culpa de que Rajoy siga en Moncloa. El verano de 2017 se parece cada vez más a la primavera de 2016.
Chistian Salmon publicó en 2008 Storytelling (Península), “relato”, en castellano. El intelectual francés teorizaba en su obra la teatralidad en la política, en los discursos de los políticos. El relato no es lo que ocurre, sino la interpretación que de ello hacen los políticos y lo cómo comunican a la ciudadanía. Y la política española se encuentra instalada en una batalla por el relato desde hace año y medio.
En aquellos días, Pedro Sánchez intentaba ser presidente del Gobierno con un pacto con Ciudadanos, y le pedía a Podemos, IU y las confluencias que lo apoyaran para desalojar a Mariano Rajoy de La Moncloa. Entonces, se escribieron dos relatos que vuelven estos días con fuerza. “Si no me apoyas, serás cómplice de que gobierne el PP”, decía el PSOE. “Si pactas con la muleta del PP, has elegido una política económica y social incompatible con un Gobierno de progreso”, le respondía Podemos.
Ha pasado más de un año, y volvemos a ese escenario. “Rajoy gobierna porque ustedes no me apoyaron; pero tiene remedio si me ayudan a buscar una mayoría parlamentaria con las fuerzas del cambio”, viene a decir Sánchez. “No le apoyamos porque iba de la mano de Ciudadanos, que como se ha visto sostiene a Rajoy a pesar de todos los casos de corrupción. No me vuelva a pedir mi apoyo para eso porque sabe que Ciudadanos es la muleta del PP y lo opuesto a la regeneración y el cambio”, le responde Unidos Podemos.
En el fondo, Pedro Sánchez sabe que lo que pide es harto improbable: tanto Ciudadanos como Unidos Podemos han expresado en público su incompatibilidad para llegar a un pacto de Gobierno. Entonces, ¿por qué insiste? Para abonar el relato de que él sí que hace todo lo posible para desalojar a Rajoy, pero son Unidos Podemos y Ciudadanos, que se reclaman agentes del cambio, los que impiden el cambio.
Como decía Salmon, “el político ahora se ve como un objeto de consumo, un artefacto de la subcultura de masas. Un personaje de serie de televisiva. El homo politicus se ve obligado a actuar 24 horas al día, siete días a la semana: contar un relato, influir en la agenda de los medios, fijar el debate público, crear una red, es decir, un espacio para difundir el mensaje y hacerlo viral...”
Sánchez se verá con Pablo Iglesias este martes, quien le pedirá un verdadero cambio, que pase por desalojar a Rajoy no de la mano de Ciudadanos, “que siempre acaba digeriendo los sucesivos escándalos de corrupción del PP”, sino de los nacionalistas e independentistas vascos y catalanes para articular una solución plurinacional del Estado. Y le dirá que la moción de censura que presentó Unidos Podemos –más para intentar presentarse ante la sociedad como una alternativa de gobierno y de país con un PSOE en construcción que para derrocar a Rajoy–, evidenció que el Gobierno cosechó menos votos –170– que los que había enfrente entre síes y abstenciones –179–. Es decir: que existe una hipotética mayoría alternativa que no pasa por Ciudadanos.
Pero Iglesias sabe que Sánchez, como ha anunciado su portavoz, Óscar Puente, no quiere ser investido con los votos de ERC, PDCat o EH Bildu. Entonces, ¿qué sentido tiene la reunión? Intentar escribir el relato de que el cambio de verdad para un gobierno de cambio no viene de pactar con Ciudadanos, sino de un “pacto de progreso a la valenciana” que acabe por reconocer la plurinacionalidad del Estado, referéndum pactado mediante.
Albert Rivera recibirá a Sánchez el miércoles. El presidente de Ciudadanos ya ha expresado que con “demoliciones Iglesias”, como llaman al líder de Unidos Podemos, no van a ningún sitio. Y tampoco con “los que quieren romper España”.
Entonces, ¿para qué se ven si entre los dos no suman más que 117 escaños y Rivera, a pesar de la catarata de casos de corrupción del PP, nunca ha amenazado a Rajoy con dejar de apoyarle? Porque Rivera quiere ser el Adolfo Suárez del siglo XXI, colocado en la centralidad del triángulo que forma Ciudadanos con PP y PSOE; la misma centralidad del triángulo que busca Sánchez con Iglesias y Rivera; o la que intenta Iglesias con Sánchez y los partidos nacionalistas e independentistas. Pero son centralidades de triángulos imposibles; porque siempre hay un ángulo que se niega a encajar.
¿Cuánto va a durar este baile de primavera de 2016 que se ha reanudado ahora tras la reconquista de la dirección del PSOE por parte de Pedro Sánchez? Durará mientras los políticos piensen que merece la pena disputar el relato; mientras piensen que es más rentable escenificar la verosimilitud de un hipotético desalojo de Rajoy de Moncloa que el mero hecho de constatar que los números no salen mientras alguien no se mueva de la posición que lleva defendiendo desde el 21 de diciembre de 2015.
¿Puede pasar factura? Salmon advierte de que “la teatralización trae consigo contradicciones, es autodestructiva. Primera paradoja: la inflación de relatos socava la credibilidad del narrador. Segunda: la hipermovilización del público durante las campañas crea fenómenos reales de adicción –como si fuera una droga–, con sus momentos de subida y de descenso, de depresión democrática; con una baja participación en comicios intermedios y el descrédito del discurso público. Tercera paradoja: la del ”voluntarismo impotente“. La postura del voluntarismo es la forma que adopta la voluntad política cuando el poder se queda sin capacidad de acción. El homo politicus constantemente apela a la retórica de ruptura y cambio. Son fórmulas performativas o teatralizadas por excelencia. Una vez elegido, el político se enfrenta a la dura realidad y a una ciudadanía fragmentada”.
El baile del relato regresa al Congreso con la ronda de partidos, y con ella el espíritu de la Transición de hace 40 años –la CT, Cultura de la Transición–. Todo vuelve a girar alrededor de los partidos y el Congreso –no ya las plazas y la sociedad civil–, con “los medios hipnotizados y obsesionados por el teatrillo político de la representación”, según describe el editor y activista Amador Fernández-Savater: “La CT es la política de palacio y el periodismo que solo enfoca al palacio”.