Bienvenidos al mundo en que incendios y olas de calor no serán sucesos excepcionales
El número e intensidad de los incendios van a convertir a 2022 en el peor verano de los últimos diez años en España. Setenta mil hectáreas quemadas este año, el doble de la media anual. Hay otra forma más pesimista de ver esta evolución: podría ser el mejor verano de los próximos diez años. Lo mismo se puede decir de las temperaturas. Dos olas de calor en poco más de un mes en España. Varias provincias con récords históricos que incluyen quince grados más que la media de las máximas. Los récords se han producido también en países como Francia y Reino Unido. Los incendios se han cebado con el territorio francés, donde se han quemado 14.000 hectáreas en el suroeste del país y ha habido que evacuar a 12.000 personas. Europa está sufriendo temperaturas más propias del norte de África.
El cambio climático tiene entre sus consecuencias una mayor frecuencia de fenómenos extremos, de los que el calor está incidiendo especialmente en Europa, como lo hizo en primavera con India y Pakistán. Un estudio reciente publicado por Nature Communication indica que Europa se está calentando más rápidamente que otras zonas del mundo y que las olas de calor serán más frecuentes en el continente. Lo están siendo desde que en 2003 una época de temperaturas insoportables provocó un exceso de muertes de 70.000 fallecimientos.
Se da la triste paradoja de que estas semanas están coincidiendo con dos pésimas noticias en relación a la lucha contra el cambio climático. En EEUU, Joe Biden ha tirado la toalla en su proyecto de aprobar en el Congreso una ley más ambiciosa con la intención de movilizar recursos públicos para cumplir la promesa de reducir las emisiones a la mitad antes de 2030. No puede salir adelante por el rechazo de un senador demócrata –Joe Manchin, del Estado de Virginia Occidental– y de todos los senadores republicanos.
El Estado de Manchin, con 1,7 millones de habitantes, es tan conservador que allí Donald Trump ganó a Biden en 2020 por 39 puntos de diferencia. Los intereses de la industria del carbón pesan mucho en las decisiones del senador rebelde.
Además, la mayoría conservadora del Tribunal Supremo limitó seriamente las competencias del Departamento de Medio Ambiente en la imposición de restricciones a las emisiones sin el respaldo de una ley para la que aparentemente no hay mayoría viable en el Congreso.
En Europa, las prioridades han cambiado. Los gobiernos están más preocupados por lo que pueda pasar en invierno si Rusia corta el suministro de gas a sus clientes, ahora enemigos. Países como Alemania, Austria o Italia se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad. La empresa rusa Gazprom ya ha comunicado de forma oficial que no está en condiciones de cumplir sus contratos a causa de circunstancias “extraordinarias”, según documentos a los que ha tenido acceso Reuters.
La Comisión Europea decidirá esta semana si suspende temporalmente el control de las emisiones industriales más contaminantes. La llamada “relajación temporal” bien podría prolongarse durante mucho tiempo en función de los acontecimientos económicos desencadenados por la invasión de Ucrania y las sanciones occidentales contra Moscú. Se podría llegar a recuperar por ejemplo la producción de carbón.
Los gobiernos pierden interés en el futuro cuando el presente se torna más amenazante, tanto en relación al suministro de energía como a sus intereses electorales. Los votantes dan más importancia a la inflación y los precios de la luz que a la amenaza del cambio climático, o al menos eso creen los políticos. “La gente está exhausta por la pandemia y terriblemente decepcionada con su Gobierno”, dijo a The New York Times Anusha Narayanan, directora de las campañas climáticas de Greenpeace en Estados Unidos. “Cree que el clima es un problema del mañana. Tenemos que convencerles de que no lo es”. Si acaso, el mañana ya ha empezado.
La emergencia climática no es una amenaza latente que pagarán nuestros hijos, como se escucha con frecuencia. Los efectos económicos y sociales ya han comenzado, y se pueden medir en términos de vidas humanas. “El cambio climático mata. Mata personas, mata nuestro ecosistema, mata nuestra biodiversidad”, dijo el lunes Pedro Sánchez en una visita a la zona de Extremadura arrasada por las llamas.
El Instituto Carlos III ha actualizado su estimación, que no podrá confirmarse hasta dentro de varias semanas, por el exceso de muertes que se pueden asignar a esta última ola de calor: 510 fallecimientos hasta el 16 de julio. La gran mayoría de las personas afectadas tendría más de 75 años.
En una reunión celebrada el lunes con ministros de cuarenta países, el secretario general de la ONU les dijo que el tiempo se acaba y que sólo quedan ya dos opciones: la acción colectiva o el “suicidio colectivo”. “La mitad de la humanidad está en una zona de peligro, sea por inundaciones, sequías, tormentas extremas o incendios. Ninguna nación es inmune. Sin embargo, continuamos alimentando nuestra adicción a los combustibles fósiles”, les advirtió António Guterres.
Al igual que ocurre con los adictos a otras sustancias, hemos empezado a pagar las consecuencias.
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