La ola migratoria transformó Burela, un pequeño pueblo costero situado a orillas del mar Cantábrico. En 1968 llegaron a este núcleo gallego los primeros inmigrantes caboverdianos, a cuya estela se fueron sumando senegaleses, peruanos, indonesios, y así hasta las 42 nacionalidades que conviven entre sus cerca de 10.000 habitantes.
Este municipio lucense, uno de los más pequeños de Galicia -7,8 kilómetros cuadrados- es el perfecto ejemplo del impacto positivo de la inmigración en la economía y la demografía: es el único ayuntamiento de Galicia con un crecimiento vegetativo -la diferencia entre fallecimientos y nacimientos- positivo y su población ha crecido un 20 % en los últimos veinte años.
“Hay dos características fundamentales en Burela: la gran cantidad de gente que viene de fuera y la juventud, ya que tenemos una pirámide poblacional perfecta, con más personas menores de veinte años que mayores de 65”, explica en una entrevista concedida a Efe el alcalde de Burela, Alfredo Llano.
El regidor también destaca la buena convivencia entre personas de diferentes nacionalidades: “Culturalmente estamos bien acoplados y la normalidad es absoluta, es un buen ejemplo de cómo es ahora el mundo, vayas a donde vayas hay ciudadanos de otras procedencias”.
“Aquí no sólo vinieron personas de otros países: también hay personas de otros lugares de España y de Galicia”, precisó Llano, natural de A Fonsagrada, en la misma provincia.
La edad media entre los moradores de origen extranjero -36 años- es muy inferior a la de los nacidos en Burela -43,94 años-, mientras que la natalidad también es muy superior, lo que provoca que, mientras que los inmigrantes suponen un 10,13 %, la cifra supera el 20 % en la comunidad educativa.
¿Cómo se gestiona esta particular situación desde el ámbito educativo? La respuesta la ideó en 2004 el profesor del IES Perdouro -uno de los dos centros de educación secundaria del pueblo- Bernardo Penabade, creador del conocido como “Modelo Burela”, un sistema de integración que ha recibido diversos reconocimientos.
“El Modelo Burela es un plan lingüístico elaborado con un criterio universalista, que busca aprovechar las virtudes de Burela como núcleo urbano de la comarca y como un foco de convivencia interracial”, explica a Efe Penabade, quien entiende que cualquier escuela “tiene la obligación de estar actualizada y dar respuesta a las demandas que formula la sociedad”.
La integración, eso sí, es “una carrera de fondo” y, a pesar de los éxitos obtenidos, con una escolarización del 100 % y un gran avance en el aprendizaje lingüístico, “no hay que ser triunfalistas”: la proporción de estudiantes descendientes de inmigrantes se reduce conforme se avanza de curso, una de las grandes tendencias a cambiar.
“Sabemos que el camino es largo y para avanzar tenemos que tender puentes con otras asociaciones, servicios sociales, asociaciones de inmigrantes o el ayuntamiento”, concluye Penabade, convencido de que “aglutinando esfuerzos” será posible “seguir progresando” y mejorando los resultados académicos.
Esta convivencia encuentra su máxima expresión en el sector pesquero, donde la población inmigrante suele superar el 50 % de la tripulación de las embarcaciones de bajura, del cerco y del pincho con base en Burela, un puerto de referencia en el litoral cantábrico en el que diariamente se capturan más de 110 especies diferentes.
“La escasez de mano de obra nacional llevó en su momento a buscar marineros en otros lugares, generalmente con formación y experiencia en el mar”, apunta el vicepatrón de la Cofradía de Pescadores de Burela, Raúl Canoura, quien destaca que en el sector “no hay discriminación salarial de ningún tipo”.
Iván, patrón del Villa Llanes y natural de Burela, creció y se educó junto a hijos de inmigrantes. Hoy, trabaja con ellos en su embarcación. “Sin la inmigración, hoy en día no sería viable el sector”, afirma.
Jorge, un joven caboverdiano, trabaja con Iván. Lleva 16 años en Burela, donde primero se dedicó a la construcción y, ante el estallido de la burbuja inmobiliaria, comenzó a trabajar en el mar, donde “cada día aprende más” y sigue “luchando por salir adelante, como todos”.
Toda su familia -sus padres y sus cuatro hermanos- residen en Burela, “un pueblo que nos ha recibido bien”, en el que “no falta trabajo” y donde toda la sociedad es “una piña”. “Me alegro muchísimo de estar aquí”, concluye Jorge, feliz de vivir en un lugar “tranquilo” donde “hay recursos para tener lo que necesita” y “vivir el presente con normalidad”.
La llegada de extranjeros ha cambiado por completo el “rostro” de Burela, donde convive un crisol de culturas que ha dado nueva vida a un municipio que ha sabido dar oportunidades y acoger a aquellos que, año tras año, han contribuido a construir una globalización ahora pendiente del 26M sabedores de que, en una convocatoria electoral o en el mar, todo es azar.