En el Partido Popular, hay errores estratégicos que no tienen fecha de caducidad. Pablo Casado dijo el viernes anterior a las elecciones de abril de 2019 que no le preocupaban los escaños que tuviera Vox –era falso, no podía ocultar su nerviosismo–, porque “al final, Vox y Ciudadanos, tengan diez escaños o tengan cuarenta, van a tener la influencia que ellos quieran tener para entrar en el Gobierno o para decidir la investidura”. Fue inexplicable, porque era una forma de decir a los votantes del PP que tampoco era para tanto si se les ocurría votar a la extrema derecha.
En la campaña de Castilla y León, Isabel Díaz Ayuso incidió en la misma idea esta semana: “Siempre pactaría antes con el partido de Ortega Lara que con aquellos que pactan con los que le secuestraron”. Una vez más, estamos todos en el mismo barco. Somos hermanos de leche y acabaremos en el mismo hogar. Vota a Vox para apoyar al Partido Popular.
La situación actual no es la de 2019, pero el problema de origen continúa siendo el mismo para el PP. Mientras Vox continúe tan fuerte, sus posibilidades de llegar a los 120 escaños en unas elecciones generales son discutibles. Su incapacidad para hacer llamadas al voto útil que funcionen no deja de llamar la atención, en especial cuando ni siquiera lo intentan. Casado pensaba que al menos en un terreno propicio como Castilla y León, donde Vox partía de un solo escaño conseguido en las elecciones autonómicas de 2019, podría sacar la cabeza y alardear de una victoria que sería sólo suya, suya, suya, es decir, no de la duquesa de Madrid.
En una repetición de lo que ocurre con los partidos que marchan muy acelerados, el PP cometió en el inicio de la campaña el error de anunciar que sus encuestas le colocaban muy cerca de la mayoría absoluta (41 escaños). Algunos medios lo incluyeron en sus artículos como si fuera un hecho evidente. Justo después de la decisión de Alfonso Fernández Mañueco de adelantar los comicios, en el PP se mostraban muy confiados. “Mañueco podría gobernar con mayoría absoluta” (hasta con 42 escaños), decía algún titular a finales de diciembre, basándose en una encuesta de Sigma 2 hecha con nada menos que 4.000 votantes. Después, sobrevino el bajón.
Hubo momentos más propios del humor periodístico cuando La Razón publicó el 28 de enero en su portada los datos de una encuesta “interna” del PP que le daba una cifra mucho más baja, 33 escaños. En unas pocas horas, en la web del diario esa cifra aumentaba de forma mágica hasta llegar a “entre 36 y 38 escaños”. Alguien se había dado cuenta de que la primera cifra era una catástrofe para el PP.
Casado se lanzó a la campaña con el estilo que ya no le abandona. Gesto crispado. Mirada furiosa. Frases de lógica indescifrable. “Muchas veces no teníais agua y teníais que beber vino”, dijo en una anécdota de dudosa verosimilitud. “En Castilla y León surgió, no sólo la nación española, surgió la Hispanidad”. “Mejor emplearlo en contratar que estar dando un millón para no sé qué archivos de la Guerra Civil, para el turismo de otras razas o sedes sindicales”. Ya sin sentido de la medida, acabó acusando sin pruebas a Zapatero de estar metido en negocios corruptos en Venezuela. Eso es algo que seguro que preocupa mucho en León o Burgos.
Cuanto más convulso parecía Casado, más caía el PP en las encuestas. Quizá no haya relación causa-efecto. Quizá la premisa con la que el PP convocó las elecciones era tan falsa como la imagen de los castellanos bebiendo vino a todas horas.
De repente, el partido empezó a preocuparse por algo que ya debía saber. Nunca se habían celebrado unas elecciones en Castilla y León en las que la única papeleta fuera la de la Cámara autonómica. Cuando coincidía con las elecciones municipales, la diferencia era notoria. Es cierto que en 2019 fue muy pequeña, pero en las de 2011 y 2015 hubo 3,8 y 4,5 puntos de diferencia a favor de la participación en las locales frente a las autonómicas. Y eso que las dos urnas estaban en la misma mesa.
Para terminar de arreglarlo, el pronóstico meteorológico prevé un 80% de posibilidades de lluvia en Castilla y León para el domingo 13 de febrero.
Con el objetivo de descartar un Gobierno de coalición con Vox, alguien tuvo la genial ocurrencia de anunciar que sería mejor repetir las elecciones antes que resignarse a esa opción. “No sé de dónde salió” esa idea, ha dicho Mañueco. No tiene que buscar muy lejos. Los artículos en los que se hablaba de ello citaban a fuentes de su partido. Cuéntaselo al 60% de los votantes que está siguiendo con poco o ningún interés las noticias de la campaña en Castilla y León, según la última encuesta del CIS. Como para decirles que las elecciones del 13 son de prueba.
Mañueco ya andaba un poco despistado. No se le ocurrió otra cosa que comparar con los independentistas a las candidaturas provinciales de la España Vaciada, que pueden ganar en Soria y sacar diputados en otras circunscripciones. “El localismo es a Castilla y León lo que el separatismo es a España”, dijo en un mitin. Esos partidos aspiran a obtener beneficios económicos para sus provincias pactando con el partido que gobierne. No es una buena idea enfurecer a aquellos con los que te puede interesar llegar a un acuerdo.
De la altanería inicial y la seguridad de que la convocatoria electoral era una jugada maestra que continuará en unos meses en Andalucía, se ha pasado en el PP a unos nervios mal disimulados que han ido filtrándose en los titulares. La versión más moderada es que hay “inquietud”, lo que no casa muy bien con el paseo triunfal que se imaginaban. Buena muestra de ello ha sido la decisión de reclutar a la soldado Díaz Ayuso, experta en detonaciones, para que aumente su presencia en la campaña. Con gran éxito de público entre los asistentes a los mítines, todo hay que decirlo, aunque bien podría ser que su participación sirva sobre todo para convencer a los que ya están convencidos.
El problema con la presidenta madrileña es que siempre te llega el pack completo, no sólo lo que sale en el folleto publicitario. Sus discursos no están redactados para ayudar al partido en esa región, sino para ayudarse a sí misma. De ahí esa defensa de la Iglesia católica por la que los escándalos de abusos sexuales a menores son sólo esos “errores” que pasan en cualquier institución, pero que no son gran cosa comparados con su magna obra. ¿Qué son unos cuantos niños violados ante todas esas iglesias y conventos tan maravillosos?
Otro de los que han echado una mano ha sido Juanma Moreno Bonilla, que comentó que estas elecciones no eran cualquier cosa. “Tampoco para mí, que voy después”. Ja, ja, ja. Risas del público. El presidente andaluz ha dado por hecho que irá a las urnas en unos meses. “Ya que va primero (Mañueco con estas elecciones), lo importante es que vaya bien. A ver si me voy a encontrar yo con un susto el 13 de febrero. Hombre, por Dios, por compañerismo, me tiene que ayudar también a mí”.
Vale, estaba bromeando. Igual ya no le hace tanta gracia.
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