La construcción de una mentira: del 11M al 8M

Y de repente, una voz que desnudó por completo a los políticos: “Señorías: no utilicen nunca más, ni aquí ni en ningún otro contexto, el dolor de las víctimas con fines partidistas. No lo utilicen como bandera de su propia causa. Somos un signo de unión (...) Pretenden someternos al discurso de la polarización, al discurso de quien no está con nosotros está con ellos, al discurso de quien no nos defiende, es un traidor. Las víctimas no entendemos de posicionamientos políticos. Somos víctimas. Nada más. Y nada menos. (...) Para ustedes todo es política, y para ustedes todo significa partidismo pero, afortunadamente, fuera de esta casa aún queda mucho aire fresco y mucha luz bajo el cielo (...) Sólo sus intereses partidistas pueden hacerles ciegos a esta realidad. Desde la autoridad moral que detentamos, la única que jamás nos podrán usurpar, les exigimos que no nos manipulen, que no nos usen. (...) Aunque les desagrade oírlo, nos han convertido en moneda de cambio del juego político”.

15 de diciembre de 2004. Quien hablaba así en el marco de la comisión parlamentaria de investigación sobre el 11M era Pilar Manjón, madre de un joven fallecido en los brutales atentados de Atocha. Ahí empezó todo, siete meses antes de aquella desgarradora y luminosa comparecencia.

La historia es bien conocida. Una sucesión de diez explosiones en cuatro trenes de cercanías de Madrid había matado a 193 personas, herido a 2.000 y provocado una profunda conmoción en el país a tan solo tres días de unas elecciones generales. La onda expansiva acabó con casi doscientas vidas, una campaña electoral y la serenidad en la escena pública durante muchos años. José María Aznar, Ángel Acebes, Eduardo Zaplana… Todo aquel Gobierno mintió a los españoles sobre la autoría de la masacre para intentar retener el poder. No lo consiguieron. Y, ni con la verdad judicial, admitieron el error, reconocieron la infamia o pidieron jamás perdón por lo que hicieron. “Ha sido ETA”. “ETA buscaba una masacre en España y ha conseguido su objetivo”. “No hay duda de que el responsable fue ETA”. Todo eso decían. El presidente del Gobierno entonces llamó a los directores de los medios de comunicación para sostener la gran mentira; la ministra de Exteriores instruyó a los embajadores para que defendieran la misma autoría y el candidato a aquellas elecciones, Mariano Rajoy, rompió la jornada de reflexión con una entrevista en el diario El Mundo en la que aseguraba tener “la convicción moral de que fue ETA”. Y todo cuando Otegi ya había desvinculado públicamente a la banda de la masacre y la Policía conocía la existencia de una mochila con explosivos no habituales en ETA, y sí en el terrorismo yihadista.

Del pásalo a la teoría de la conspiración

La noche del 12 marzo, alguien escribió en su teléfono móvil el siguiente SMS: “¿Aznar de rositas? ¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajando? Hoy 13M, a las 18h. Sede PP, C/ Génova 13. Sin partidos. Silencio por la verdad. ¡Pásalo!”. No lo envió hasta la mañana del día 13. Lo remitió a una docena de amigos, entre ellos a Juan Carlos Monedero, entonces asesor de Gaspar Llamazares en el Congreso. Con el tiempo, se supo que el redactado era de Emilio Silva, periodista y uno de los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y que lo escribió en un acto desesperado de rabia y protesta por la política de comunicación del gobierno tras los atentados.

Aquel mensaje, para sorpresa de sus impulsores, corrió como la pólvora por todos los foros de Internet y, de ahí, a las calles de todo el país. Fue el desencadenante de decenas de protestas espontáneas ante las sedes del PP en las que se preguntaba “¿Quién ha sido?” y se exigía saber la verdad antes de acudir a las urnas.

España reaccionó a la infamia y el día 14 se produjo el vuelco inesperado. Zapatero ganó las elecciones. “Un presidente por accidente”, llegó a decir y a escribir la derecha política y mediática. La teoría de la conspiración empezó a construirse esa misma noche. Y de nada sirvió que un mes después Bin Laden, en una grabación difundida por el canal de televisión árabe Al Arabiya, reconociera que los atentados del 11M fueron una represalia contra España por su participación en la guerra de Iraq.

Un sector del PP aún hoy sigue sin reconocer la autoría del terrorismo yihadista en los atentados del 11M y fábula todavía con ETA. Aquella “teoría de las conspiración”, que tuvo como grandes impulsores a Acebes, Zaplana y Aznar, contó con la complicidad de medios de comunicación como El Mundo, La Cope, Libertad Digital o la Telemadrid de Esperanza Aguirre, entre otros, que dictaban desde los micrófonos y los editoriales la estrategia de la oposición. Por la mañana, en la prensa escrita aparecían las preguntas, orales o escritas, que el PP debía hacer al Gobierno y por la tarde, el entonces portavoz parlamentario, Eduardo Zaplana, las registraba en el Congreso y las difundía en rueda de prensa. Así un día, y otro y otro hasta sumar las 1.460 que tienen los cuatro años que duró la Legislatura de 2004-2008, la más bronca que se recuerdan en el Parlamento.

Lo que el PP perdió en las urnas, pretendió luego ganarlo en la calle con la convocatoria de sucesivas manifestaciones. Todo valía. La aprobación del matrimonio homosexual, la política antiterrorista, la reforma del aborto, la reforma del Estatut… Durante el Gobierno de Zapatero la derecha se convirtió en habitual de las pancartas. Entre los años 2004 y 2010, apoyó o participó en trece manifestaciones en las que se clamaba duramente contra el Ejecutivo socialista. A pesar de que las marchas no eran convocadas por la formación conservadora, el PP cumplía la función de movilizador social. Tanto es así que Mariano Rajoy llegó a decir: “Lo tengo muy pensado, lo que no he pensado es si es bueno o malo decirlo. Mi partido es el que moviliza todas las manifestaciones. Es el que respalda, moviliza y las llena”. Y todo perseguía el mismo objetivo: derrocar al Gobierno. La estrategia consistía en generar dudas, promover la indignación y sembrar un clima político de crispación y hasta impugnar la legitimidad de quienes ostentan el poder ejecutivo.

Los autores intelectuales y las locomotoras mediáticas

La historia nunca se repite, pero en ocasiones se parece mucho. El 11M de entonces es hoy el 8M y el feminismo. La misma estrategia, los mismos autores intelectuales, las mismas locomotoras mediáticas, la misma utilización de la tragedia y la misma derecha desaforada y desacomplejada que intenta sacar rédito partidista. El propósito, también idéntico. Pedro Sánchez ha llegado a acusar esta semana en el Congreso al líder de la oposición de usar el virus para “derribar” a su gabinete. La pasada, la vicepresidenta Carmen Calvo insinuó que Pablo Casado “andaba” en alentar operaciones conspirativas y varios miembros del Gobierno han dejado caer en sus intervenciones públicas la misma tesis y que hay contra él una “campaña de acoso y derribo” orquestada desde distintos sectores conservadores de algunos ámbitos no tan visibles del Estado como la judicatura, miembros de la cúpula policial o el empresariado.

Algunos politólogos prefieren hablar de una tercera ola de crispación para deslegitimar al Gobierno, situando una primera en 1993 en un contexto de paro, despilfarro y corrupción en los últimos años de Felipe González y una segunda en 2004, con ETA y el Estatut como telón de fondo. ¿Cuáles son los paralelismos entre el 11M y el 8M? En el Gobierno lo tienen claro. La primera es “el uso de la mentira como eje central de la estrategia política de la oposición”. Entonces acuñaron el “ha sido ETA” y hoy, “el 8M es el culpable de que se extendiera el coronavirus” o “el Gobierno es el responsable de la muerte de miles de mayores en las residencias”. Así lo creen en el entorno del presidente Sánchez, donde recuerdan que todos los países han desplegado la misma estrategia en lo que respecta a la lucha contra la pandemia, “porque en lo que tiene que ver con las medidas sociales para frenar las consecuencias ningún estado vecino ha tejido la red de protección social que ha puesto en marcha el gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos”.

De ahí, defienden los mismos interlocutores, la necesidad de construir un gran embuste como estrategia de desgaste. “No pueden atacar los ERE, ni el Ingreso Mínimo Vital, ni la moratoria decretada para el pago de las hipotecas, ni la prohibición de cortar el suministro de servicios básicos… y por eso han hecho del 8M el principal caballo de batalla”, sostienen desde La Moncloa.

La ilegitimidad del Gobierno

La segunda similitud con la etapa de hace 16 años es que, de alguna manera, la derecha vuelve a deslizar la idea de que el Gobierno es ilegítimo. Si Zapatero fue un presidente por accidente que llegó al poder por los atentados del 11M, Sánchez lo es como consecuencia de una moción de censura que el PP ha llegado a calificar como ilegítima, olvidando dos cuestiones: una, que la censura es una forma tan democrática de llegar al poder como unas elecciones generales, y dos, que tras la moción, Sánchez ganó, no una sino dos elecciones generales.

En el entorno del presidente no olvidan que días antes de la votación para investir a Sánchez el pasado enero, la derecha llegó a hacer hasta un llamamiento público para que se produjera un 'tamayazo' en las filas del PSOE para dar al traste con la votación. El transcurso de aquel debate de enero de este año, en el que Casado llegó a acusar a Sánchez de abjurar del constitucionalismo y de intentar formar “un Gobierno contra el Estado” por su alianza con Podemos, ya dejó sobre la escena una oleada de crispación que adelantaba que todo iba a ponerse a prueba. Lo que nadie imaginaba es que sería tan pronto y como consecuencia de una crisis sobrevenida y provocada por un virus incontrolable para todos los países del planeta.

La supuesta ilegitimidad vuelve hoy a ser la consigna central de la ofensiva de la derecha contra la alianza de las izquierdas. Y tendrá réplicas, como antaño, en el Congreso, en la calle y por supuesto en las redes sociales. De hecho ya ha tenido algunas. Ahí ha estado la judicialización de la manifestación feminista del 8M -que la jueza ha archivado, pero que se ha llevado varios titulares tras imputar al delegado del Gobierno, José Manuel Franco, o con los informes de la Guardia Civil plagados de imprecisiones para apuntalar la teoría de que se permitió una movilización por razones ideológicas sin atender a criterios epidemiológicos que en ese momento eran desconocidos- y ahí quedará también la imagen de las concentraciones en Núñez de Balboa, en pleno confinamiento, para exigir la dimisión del presidente del Gobierno. Vendrán más.

Hay quien no pasa por alto incluso que los autores intelectuales de la estrategia de oposición que siguió Rajoy entre 2004-2008 son los mismos que dictan hoy la de Casado desde FAES, con Aznar como tótem de la derecha sin complejos y con Cayetana Álvarez de Toledo - jefa de gabinete de Acebes en Interior cuando se construyó la gran mentira sobre el 11M-, de portavoz parlamentaria.

“Las locomotoras mediáticas -añade Óscar López, ex secretario de Organización del PSOE y miembro del comité electoral de los socialistas en 2004- también coinciden, si bien el panorama digital actual y las redes sociales han permitido amplificar la difusión. El Mundo, Libertad Digital y alguno más son los sostenedores de esta estrategia contra el 8M como lo fueron de la teoría de la conspiración del 11M. Donde antes hablaban de Muro, Trashorras y el Titadyn, ahora ponen el foco en el feminismo, el off the record de la ministra de Igualdad o los informes de la Guardia Civil” construidos a base de bulos, mentiras y recortes de noticias falsas de digitales. Ahí tienen el tercer paralelismo.

López añade un elemento más, el intento de destrucción “ad hominen” de los presidentes Zapatero y Sánchez. Del primero, Rajoy llegó a decir aquello de “usted pasará a la historia por ser el presidente que ha traicionado a los muertos”, en referencia a los asesinados por ETA y le acusó en reiteradas ocasiones de haber roto una España, que 16 años después sigue entera y en el mismo sitio del mapa. Esto, después de dibujarle como un político sin escrúpulos y “guerracivilista”. Argumentos que se repiten hoy contra Sánchez.

El ex secretario de Organización del PSOE también destaca la coincidencia de los protagonistas de la distintas épocas en las que el PP ha hecho de la crispación su principal eje de oposición y añade, además de Aznar y Álvarez de Toledo, al ex secretario de Estado de Comunicación del primero Gobierno del PP, Miguel Ángel Rodríguez, hoy jefe de gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Rodríguez fue el artífice de la estrategia que llevó a la derecha por primera vez a La Moncloa y es el arquitecto ahora de la campaña de confrontación permanente del gobierno de Madrid contra Sánchez.

Diego López Garrido, portavoz parlamentario del PSOE entre 2006-2008, recuerda que los dos últimos años de aquella Legislatura, con Eduardo Zaplana al frente del Grupo Parlamentario Popular, fueron “terribles y de una actitud intolerable por parte del PP, que nos acusaba permanentemente de pactar, ceder y vender España los terroristas, que es lo que peor que se puede decir de un Gobierno”.

El virus de hoy era la ETA de entonces

Un partido, cuyo presidente se refirió públicamente a ETA como Movimiento de Liberación Vasco y que acercó presos a las cárceles de Euskadi cuando la banda terrorista aún asesinaba, acusando al Gobierno de Zapatero -el único presidente de la historia que solicitó autorización al Congreso para dialogar con la banda “en ausencia de violencia”- de arrodillarse ante los asesinos. Ese era el PP de 2004. El de 2020, vuelve a ser “la misma derecha sin complejos que siempre reivindicó Aznar y que busca la deslegitimación del Gobierno cuando ella está en la oposición”, sentencia López Garrido.

El virus de ahora era la ETA de entonces. Y el Ingreso Mínimo Vital de hoy era la ley de matrimonio homosexual. Dos medidas de amplio impacto social y de avance en la conquista de derechos que justifican por sí solas una Legislatura y que, de algún modo, la derecha intenta sepultar. Unas veces con teorías de la conspiración y otras, con manifestaciones como las del 8M.

La pregunta es si, en un país, que se declara mayoritariamente de centro-izquierda, la polarización tiene premio o penaliza. Tras aquella legislatura convulsa y bronca en la que la sombra de Aznar y sus adláteres planeó sobre Rajoy durante cuatro largos años, el PP volvió a pagar en las urnas por la crispación y la radicalidad. Movilizó a su electorado más ideologizado, pero mucho más al de la izquierda ante el temor de que volviera al Gobierno. Zapatero revalidó la mayoría y, dos meses después de su segunda derrota, en un congreso extraordinario del PP celebrado en Valencia fue cuando aprendió la lección de que la imagen y la forma en política cuenta tanto como el contenido, y decidió prescindir de esa pátina de dureza en la estrategia y en los equipos que tan caro pagó.

Zaplana, Acebes y Aznar desaparecieron de la escena y con ellos la teoría de la conspiración y la “derecha sin complejos” que ha vuelto a resucitar hoy Pablo Casado de la mano del ex presidente del Gobierno. Eran aquellos tiempos en los que desde las emisoras amigas, alguna como Libertad Digital financiada con la caja B del partido, se le llamaba a Rajoy “maricomplejines”, un término acuñado por Federico Jiménez Losantos, que hoy dedica calificativos todavía más graves a Sánchez y a los ministros del Gobierno.

¿Hasta cuándo seguirá la estrategia de la crispación? Seguramente, hasta que alguien intente defenestrarle como líder del PP, igual que hizo Esperanza Aguirre con Rajoy, y se vea obligado a “matar al padre” y a todos sus discípulos, como hizo Rajoy con Aznar, Acebes y Zaplana.

Aún así VOX y la fragmentación de la derecha tradicional puntúan en su contra. Más cuando el PP, a diferencia del PSOE con la irrupción de Podemos en 2014, lejos de confrontar con dureza contra su principal competidor de bloque, ha decidido sucumbir a su misma estrategia de radicalidad y hacer seguidismo de su exaltado discurso sobre el feminismo y el 8M, el España se rompe y la izquierda ilegítima. Los números no le dan porque la suma con Vox pone muy difícil encontrar otros socios que se adhieran a la ecuación, y, de seguir por esa senda, “tenemos Pedro Sánchez para largo”, augura un ministro del actual Gobierno. Veremos. De momento, la derecha española sigue siendo el mejor ejemplo de que la verdad y la política nunca se llevaron bien y dando muestras de que la mentira es una herramienta necesaria y justificable para no perder el poder o para volver a tenerlo.

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