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CRÓNICA

Díaz Ayuso, guiando al pueblo pijo en las barricadas

Isabel Díaz Ayuso y su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, en la investidura de agosto de 2019.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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Junto a todas esas imágenes de manifestantes proTrump en ciudades de EEUU protestando contra las medidas de confinamiento, se repite una expresión para definirlos: 'white trash' (muy fea, no la repitan delante de los niños). Es un fenómeno propio de ese país que se remonta al siglo XIX y con el que se nombra a personas de la clase baja o media-baja, ferozmente conservadoras y xenófobas, en general de creencias religiosas y que asocian el Gobierno federal de Washington con toda clase de ideas paganas y socializantes. Se consideran los auténticos estadounidenses y uno de sus rasgos de identidad es el apego personal a las armas como un derecho inalienable, y si son fusiles de asalto semiautomáticos, mejor.

En España, ha surgido una nueva 'white trash' que es en realidad lo contrario a la de EEUU. Clase alta o media-alta con gran poder adquisitivo y que sólo se muestra hostil al Gobierno cuando la izquierda está en el poder. Pero sí es más religiosa que la media de la población y es igualmente xenófoba, como sus pares de EEUU. En la indumentaria, son muy diferentes. El dinero les da de sobra aquí para llevar ropa de marca. 

Electoralmente, la ultraderecha vestida con Lacoste –eso antes, ahora hay una oferta más variada en el mercado, incluidos los célebres 'fachalecos'– ha sido fiel durante décadas al Partido Popular. Eso fue especialmente cierto y rentable para el PP en Madrid, que por otro lado siempre ha sido una ciudad muy de derechas. En los distritos de la ciudad que antes se llamaban 'zona nacional' por la abundancia de grupos ultraderechistas, el PP conseguía un porcentaje de votos que hubieran dejado satisfecho a Kim Jong-un en Pyongyang.

Como sabemos, eso cambió con la irrupción de Vox como tercera fuerza política en España. Esa capacidad del Partido Popular de extender sus brazos hasta la extrema derecha se quebró. Después, los dirigentes del PP madrileño decidieron que no podían tolerar que sus votantes ya no fueran suyos.

Esta semana, el barrio de Salamanca ha sido escenario de varias concentraciones de asistencia bastante escasa con banderas españolas y gritos contra el Gobierno y el confinamiento impuesto por el estado de alarma. En la calle Núñez de Balboa, auténtico corazón de esa antigua 'zona nacional' donde en los años 70 y 80 campaban grupos violentos ultraderechistas con la complacencia de la policía, un centenar de personas se ha reunido sin respetar las normas de distanciamiento social, al ser una calle bastante estrecha, aprovechando las horas vespertinas en las que está permitido salir de casa para hacer deporte y pasear.

Con bastante poca maña por falta de experiencia, algunos golpeaban cacerolas y uno de ellos fue bautizado en Twitter como 'el pijo Manteca' (el predecesor tuvo su momento de fama en los 80) por golpear una señal de tráfico con lo que parecía un palo de golf y que al final resultó ser una escoba. 

La rebelión de los 'fachalecos'

Es lo que algunos medios de derechas han llamado “la rebelión del barrio de Salamanca”. Es cierto que la palabra 'revolución' se usa hasta en la publicidad de bancos y marcas de moda, pero lo de Núñez de Balboa es más una manifestación de folclore político lleno de la rabia habitual de los que pierden las elecciones. En la tarde del jueves, se repitió sin que hubiera ningún incidente serio, más allá de policías diciendo a la gente que siguiera andando, lo que hacía durante unos pocos metros para volver a pararse. Los agentes tomaron la calle, según decían los titulares, pero sólo para hacer de incómodos espectadores cumpliendo órdenes.

En esa zona, el PP obtuvo en las elecciones de 2019 porcentajes de voto superiores al 60% y la segunda fuerza era Vox por encima del 20%. La suma de los partidos de la izquierda no llegó al 10%. La renta media llega en varios puntos de esa calle a los 89.000 euros, lo que sitúa a sus habitantes en el 1% más rico del país. Los ingresos obtenidos por rentas de capital llegan a superar o igualar a los salarios (menos en la zona norte de la calle; hasta entre los muy ricos hay clases). Es la clase rentista de toda la vida a la que le preocupa más el mercado inmobiliario y el Ibex que el índice de desempleo. 

En el momento en que España inicia la desescalada con paso dubitativo y la Comunidad de Madrid aspira a poder entrar en la relajación de costumbres que permite la Fase 1, no parece que tirar por la borda el esfuerzo realizado sea muy inteligente. Han muerto 8.779 personas en la Comunidad de Madrid hasta este jueves. 41.962 personas han pasado por los hospitales. El Gobierno autonómico no necesita verbenas políticas en la calle cuando necesita convencer al Ministerio de Sanidad de que está en condiciones de flexibilizar la prohibición a la libre circulación.

Sin embargo, Isabel Díaz Ayuso tiene como prioridad apaciguar a la parroquia más ultra con la intención de recordarles que no necesita a Vox en las urnas. Ella protegerá sus intereses y sus deseos más ocultos. Por eso, en la sesión de control de la Asamblea de Madrid, la presidenta optó por entronizarlos como la vanguardia de las tropas de asalto que muy pronto inundarán las calles para tumbar al Gobierno de Pedro Sánchez. Aunque a este ritmo, lo mismo llega antes el fin de la legislatura.

“Están aprovechando la mayor crisis que ha vivido la historia reciente de España para imponer un mando único dictatorial, y esperen a que la gente salga a la calle, porque lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”, dijo a la oposición. 

Díaz Ayuso confía en que muy pronto los madrileños salgan a las calles y plazas para levantarse contra esta dictadura en un momento en que quizá ya no sea imprescindible el confinamiento, pero la amenaza de la epidemia seguirá estando ahí y nadie en su sano juicio puede descartar una segunda oleada tan fuerte como la anterior. Llamar dictador al Gobierno es la mejor forma de provocar una movilización de consecuencias preocupantes. Cuanta más gente haya, menos distancia social existirá. Si el coronavirus tuviera conciencia de sí mismo, estaría ahora intentando hacerse viral en las redes sociales para promover estas protestas.

“La fatiga por la emergencia amenaza los valiosos logros que hemos conseguido contra el virus”, ha dicho el máximo responsable de la OMS en Europa, Hans Kluge. “La desconfianza en las autoridades y el pensamiento conspiratorio están dando alas a los movimientos que se oponen a la distancia social y física”. 

No es sólo en la política donde se cree que esta excepcionalidad de la lucha contra el coronavirus debe tocar a su fin. El presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, José Luis Concepción, ha tirado una lata de combustible sobre ese malestar ardiente de la extrema derecha con el argumento de que el Gobierno “está utilizando la paralización del país para fines distintos de salvar a la población del coronavirus”. Para qué tirar de declaraciones de dirigentes de Vox cuando tienes a magistrados que opinan lo mismo. 

Díaz Ayuso no es la única que quiere subirse a las barricadas. Al final, habrá tanta gente subida a ellas en Madrid que les resultará difícil mantener las distancias. Seguro que ya entonces habrá camas suficientes para ellos en los hospitales. Con la bandera de España en el cabecero y una cazuela para aporrearla.

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