Acabas de sufrir una estrepitosa derrota electoral. Quizá la esperaras, quizá no, pero tú eras el candidato y has fracasado ¿Dimites o esperas? Ante esa dicotomía se han encontrado no pocos políticos en estas décadas de democracia que llevamos, pero el hecho es que son pocos los candidatos que se deciden a dimitir nada más perder las elecciones.
El más sonado de los dimisionarios fue Joaquín Almunia. Por aquel entonces, 12 de marzo de 2000, nadie hubiera pensado que uno de los dos líderes del PSOE, el que dejó al partido en su cota más baja hasta la llegada de Rubalcaba, iba a acabar como vicepresidente de la Comisión Europea. En aquella noche de domingo en la que Aznar consiguió su primera mayoría absoluta él dimitió: había perdido 16 escaños y millón y medio de votos.
No fue tan evidente, pero casi. Gaspar Llamazares era cabeza de lista cuando IU tocó su suelo: de ser tercera fuerza del país con Anguita a quedarse con dos diputados. Por eso la misma noche del 9 de marzo de 2008 anunció veladamente su salida. Siete meses después presentó su dimisión como coordinador general de la formación.
Otro que lo tenía claro fue José Montilla, que pasó de ser president de la Generalitat catalana –el primero no nacido en Cataluña– a cosechar los peores resultados de la historia del PSC. Al menos hasta la fecha. Por eso, esa misma noche del 29 de noviembre de 2010 anunció que no repetiría como candidato y, además, renunció a su escaño en el Parlament.
Otro de los barones del PSOE de Zapatero, el gallego Emilio Pérez Touriño, tuvo una sonada despedida. No dimitió en la noche electoral, sino al día siguiente, en Ferraz. Tras presidir la Xunta y desbancar al todopoderoso Fraga, Touriño sólo aguantó una legislatura en el cargo y acabó marchándose. Un año después, anunció que dejaba la política ante los aplausos de sus rivales y la indiferencia de su partido.
No sólo hay despedidas en el fragor del fracaso. También hay quien dimite antes de la noche electoral, regularmente por la convulsa situación interna de los partidos o por abrirse ante ellos un momento de necesario cambio. Ejemplo de lo primero fue en su día el hoy triunfante Xosé Manuel Beiras, que presentó su dimisión el 11 de abril de 2005 como presidente del Consejo Nacional del BNG y su renuncia a formar parte de las listas electorales a la Xunta. Faltaba medio año para las elecciones. El motivo: su disconformidad con la elaboración de las listas. Fue el inicio de las tensiones que estallaron en febrero de 2012: Anunció su salida del BNG y en las elecciones de octubre consiguió más escaños que su anterior partido.
El segundo caso, el del cambio, es el que vivió de Pasqual Maragall, que tras ser el primer no-nacionalista gobernando Cataluña gracias al tripartito, y después de la aprobación del controvertido Estatut, anunció un 21 de junio de 2006 que no sería el candidato a las elecciones del 1 de noviembre.
Dimisiones en diferido
El ya fallecido Manuel Fraga vivió dos momentos de despedida bien diferentes. El primero, allá por el 30 de noviembre de 1986, después de que Alianza Popular fracasara en las elecciones vascas al pasar de 7 a 2 escaños. Esa caída hizo que dimitiera días después, el 2 de diciembre.
Casi 20 años después la reacción fue diferente. En junio de 2005 acababa de verse desalojado de la Xunta pese a ganar las elecciones. Dijo en principio que quería seguir, aun en la oposición. Al final acabó por admitir el relevo y por bendecir a su sucesor, el actual presidente Núñez Feijóo. Aún le quedaban cinco años en la política activa en el Senado.
Catorce días tardó en dimitir uno de los que le desalojaron, Anxo Quintana, líder entonces del BNG y vicepresidente saliente de la Xunta. Su partido perdió un escaño, pero la coalición perdió el Gobierno y él, el 15 de marzo de 2009, dos semanas después de las elecciones, dimitió. Un par de años antes se había producido en Madrid la salida de Rafael Simancas tras derrumbarse en escaños el PSOE madrileño en las elecciones del 27 de mayo de 2007. Presentó su dimisión el 4 de junio, ocho días más tarde.
Otro de los que no tardó demasiado en marcharse fue Carod Rovira, que anunció quince días después de las elecciones generales del 9 de marzo que no se presentaría a la reelección al frente de ERC en el Congreso de su partido el 7 de junio. Finalmente, y a causa de fuertes desavenencias internas, el 4 de junio de 2011 se dio de baja del partido. Precisamente Joan Puigcercós, el que le descabezó, anunció tres semanas después del fracaso de ERC en las elecciones catalanas de 2010 que no optaría a la reelección.
Esto de tardar semanas en marcharse no es una moda tan reciente. Allá por el 28 de octubre de 1982 UCD sufrió la mayor escabechina electoral que ha conocido este país, pasando de gobernar con 168 diputados a quedarse con once. Landelino Lavilla, que había sustituido a Adolfo Suárez, dimitió semanas después.
Dimito, pero en otro momento
Tamién está la escuela de los que dimiten, pero apurando a ver si al final no hace falta que se vayan. Fue el caso de los dos meses y cuatro días que tardó Juan José Ibarretxe en marcharse. Fue el tiempo que pasó desde que perdió la mayoría absoluta en las elecciones de 2009 y su sorprendente anuncio en pleno debate de investidura del que fue su rival, el socialista Patxi López, el 5 de mayo.
Sin abandonar Euskadi, pero dando un salto al pasado, Txiki Benegas tardó tres meses en dimitir, y lo hizo pese a ganar las elecciones. Sucedió en 1986, cuando el PSE superó al PNV e intentó pactar con EE y EA. El problema: que Carlos Garaikoetxea quería ser lehendakari y, además, contar con una Seguridad Social propia. Él en tres meses no consiguió pactar y abandonó. Cuando se fue, a Ramón Jáuregui le costó una semana pactar con el PNV con José Antonio Ardanza como lehendakari.
Hay casos de dimisiones que se hacen esperar tanto que uno ya casi ni lo esperaba. Siete meses tardó en dimitir Nicolás Redondo Terreros, por seguir en el País Vasco, tras presentarse a las elecciones autonómicas de 2001 como líder del PSE y con un pacto evidente con aquel PP de Mayor Oreja que fue la segunda fuerza. Su salida tuvo que ver con la oposición interna que le costó su acuerdo con los populares contra los nacionalistas por parte de Jesús Eguiguren y Rodolfo Ares, pesos pesados del socialismo vasco ya en aquella época.
Aunque sucedió cuando ya había pasado tiempo desde las elecciones, a Josep Piqué no le costó mucho dimitir. Lo hizo como presidente del PP catalán el 19 de julio de 2007, ocho meses y medio después de las elecciones, sí, pero por un motivo distinto: el entonces secretario general del PP, Ángel Acebes, había decidido colocar a sus hombres para dirigir la campaña del PP en Cataluña para las elecciones de 2008.
La casa popular catalana siempre ha estado muy revuelta. El controvertido Alejo Vidal Quadras tardó un año en dimitir: fue en 1996, tras haber conseguido un récord de escaños del PP en el Parlament catalán que nadie ha conseguido superar. Fue por la firma de los 'Pactos del Majestic', que aseguraron el apoyo de CiU al PP de Aznar en Madrid y viceversa en Cataluña, algo que Vidal Quadras no quiso aceptar.
Su sucesor como candidato en las elecciones catalanas de 1999 fue Alberto Fernández Díaz, hermano del actual ministro del Interior, que pese a la división del partido y perder 125.000 votos y cinco escaños no sólo no dimitió, sino que fue apoyado por el partido... al menos hasta las generales.
Los eternos
Luego están los que se fueron, pero les costó. Es el caso del sempiterno Felipe González, que no contento con gobernar durante catorce años, tardó un año y tres meses en marcharse tras ser derrotado... y eso que el anuncio, durante el 34º Congreso del partido entre el 20 y el 22 de junio de 1997, fue por sorpresa.
Si el PP catalán parece complicado, el PSOE valenciano es mucho peor. Por ejemplo, Joan Lerma no dimitió: poco más de un mes después de ser el único barón territorial socialista en perder unas autonómicas –contra Zaplana–, González le nombró ministro. Por aquel entonces la Comunidad Valenciana era la segunda federación socialista más importante, y ahí empezó a complicarse todo.
El camino inverso siguió Antoni Asunción, que fue designado candidato dos meses antes de perder las elecciones autonómicas de 1999. El exministro, tras ser derrotado, dijo rechazar en principio presentarse a las primarias que se celebraron en septiembre. Al final ni siquiera estuvo en la Ejecutiva que salió de estas porque Ciscar, Pla y Lerma pactaron para excluirle. Acabó dejando la política... hasta que volvió a presentarse, esta vez sí a las primarias, para las elecciones de 2011. Perdió, denunció un pucherazo y acabó suspendido de militancia. Hace un año dijo que iba a formar un nuevo partido.
El último caso que ha dado el PSPV hasta ahora de dimisiones que se demoran más de la cuenta es el de Joan Ignasi Pla. El 27 de mayo de 2007 volvió a perder las elecciones contra Francisco Camps. A pesar de las fortísimas presiones en su contra, no fue hasta el 12 de julio cuando dijo que no se presentaría a la reelección como secretario general del partido, pero que seguiría en el cargo hasta el siguiente congreso. Tras desoír las directrices de Ferraz para que dejara el cargo, la Cadena SER publicó unas informaciones que le acusaban de irregularidades en la reforma de su casa. Acabó dimitiendo como secretario general del PSPV el 18 de octubre de 2007.
Pero este tipo de situaciones no es exclusiva del PSOE. En el PP Mayor Oreja no sabe lo que es dimitir. En 1986, tras haber sido candidato de una coalición conservadora por Euskadi, acabó anunciando su retirada de la política y se fue a vivir a Madrid porque no le dejaron montar un partido auspiciado por Alianza Popular. Fraga le pidió en 1989 que montara el PP en Euskadi y volvió, alternando candidaturas fallidas con el Ejecutivo de Aznar y ahora, mucho peor considerado en Génova, pasa los días como eurodiputado.
Pero si hay una dimisión esperada y que no llegó ni durante la noche electoral ni meses después, esa es la de Javier Arenas. Dimitió la noche del 25 de marzo tras ganar, pero no ganar, en su cuarta contienda electoral en Andalucía. Dimitió, pero ahí sigue, a la espera de destino más allá del cargo de vicesecretario del PP que tiene. Fuentes de Génova le sitúan en Europa como cabeza de lista para las próximas elecciones, precisamente para sustituir a Mayor Oreja.