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Felipe González, expresidente y ariete contra el Gobierno de coalición

El expresidente del Gobierno Felipe González durante la presentación del libro "Rubalcaba. Un político de verdad", del exdirector de El País Antonio Caño. EFE/Fernando Villar

Irene Castro

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Han pasado algo más de seis años entre esas dos afirmaciones y varios saltos mortales en la política española y dentro del PSOE. La primera la pronunció Pedro Sánchez poco después de ser elegido secretario general, aupado por los barones, entre ellos Susana Díaz. Pretendía marcar distancias con el 'viejo PSOE' en un momento en que los socialistas estaban a la baja y amenazados por la irrupción de Podemos. El líder socialista luchaba por reconquistar a la generación del 15M, alejada de los prebostes de la izquierda de los 80, recolocados muchos de ellos en grandes empresas y consejos de administración. 

Felipe González encarnaba entonces una de esas figuras que Podemos había colocado en la diana y Sánchez se movía entre dos aguas: hasta entonces nadie en el PSOE se había atrevido a cuestionar al expresidente, pero también le reconocía el legado de transformaciones económicas y sociales que habían dejado sus catorce años de Gobierno. Sánchez aprovechó la figura de González ante la debilidad interna que atravesó durante ese primer mandato. “En las primarias no voté a Pedro Sánchez, pero estoy con él. Estoy a disposición de mi secretario general y a él le voy a apoyar en todo lo que pueda. Es lo que pido como cultura de partido”, dijo en un acto en 2015, cuando la candidatura de Sánchez a la presidencia del Gobierno estaba en cuestión. Por aquel entonces la relación era más tensa con José Luis Rodríguez Zapatero, que movió hilos contra Sánchez prácticamente desde el inicio. Hoy los papeles de los expresidentes se han intercambiado. Tampoco Sánchez es el de la primera era al frente del PSOE.

En estos meses el expresidente González se ha convertido en uno de los principales arietes contra el Gobierno de coalición. Nunca ha ocultado su rechazo a Pablo Iglesias, a quien la vieja guardia socialista mira con recelo sobre todo por la impugnación que a su juicio hace Podemos de la Transición, que el PSOE siempre ha reivindicado. Tampoco le perdonan que sacara en pleno debate de investidura en 2016 el episodio oscuro de los GAL: “Felipe González tiene el pasado manchado de cal viva”. La frase cayó como un jarro de agua fría en las filas socialistas, y la propia respuesta de Sánchez –que se limitó a mostrarse “orgulloso” del expresidente– resultó insuficiente para un importante sector del partido, que la consideró tibia. 

El acuerdo con el partido que colocó su cara en un 'tramabús' junto a la de José María Aznar o Luis Bárcenas, entre otros, incomoda mucho a González, quien aseguró sentir “orfandad representativa” apenas 48 horas después de que Sánchez e Iglesias firmaran el primer acuerdo para un Gobierno de coalición desde la restauración de la democracia. Aprovechó, además, su presencia en un acto organizado por su fundación para reprochar que PSOE y Unidas Podemos se repartieran “los cargos” antes de establecer un programa. 

González también emplazó a Sánchez a labrar grandes acuerdos con el resto de partidos –en referencia al PP y a Ciudadanos, con quien está convencido de que hay que practicar una cierta transversalidad como en la UE– y reprochó al Gobierno los “gestos de menosprecio” a las fuerzas de la oposición. Lo hizo en pleno confinamiento a través de un artículo en El País –a cuyo grupo editorial está vinculado el expresidente, que incluso acude a algunos consejos donde se fija la línea editorial de sus medios– en el que también cuestionó la reivindicación que hace Iglesias del artículo 128 de la Constitución, que subordina la riqueza de un país al interés general. 

Durante un coloquio organizado por Nueva Economía Fórum en junio, González calificó al Gobierno de “camarote de los hermanos Marx” por las “tensiones” y discrepancias internas que se dirimen periódicamente a través de los medios de comunicación.

Esa beligerancia contra la coalición contrasta con sus nulas alusiones a los pactos del PP con Vox y al crecimiento de la extrema derecha que ha llegado a ser primera fuerza. En contra del discurso del partido en el que sigue militando, González restó importancia a la irrupción del partido de Abascal en el Parlamento andaluz en 2018: “Le hemos regalado unas cuantas anomalías a Europa y esa no la teníamos. Bueno, ya estamos homologados en una anomalía más. Tampoco hay que preocuparse tanto”. “Las preguntas son un cebo”, dice uno de sus defensores, que ensalza la labor contra el populismo y el auge de la extrema derecha que lleva a cabo el expresidente desde su fundación.

Ni siquiera cuando Vox o las terminales mediáticas de la extrema derecha deslizaron su nombre como candidatos a presidir un gobierno de concentración que sustituya al de Sánchez, el expresidente ha salido a desmarcarse. A menudo las derechas invocan a Felipe Gónzález como ese Partido Socialista con el que sí se puede pactar.

El expresidente ha lanzado su último dardo contra la “normalidad democrática” que defiende la dirección del PSOE respecto a la negociación presupuestaria con EH Bildu, así como por los acuerdos con ERC. “Para mí no son interlocutores válidos”, afirmó este jueves en una entrevista Onda Cero en la que rechazó pactar con quienes quieren “desguazar” España. 

La crítica va en la misma línea en la que ya se han pronunciado dirigentes de su quinta, entre ellos el que fue su vicepresidente, Alfonso Guerra, o el expresidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra.

En el caso de González hay, además, un componente de carácter personal, según interpretan algunas de las fuentes consultadas, que tiene que ver con la aversión que siente contra Sánchez desde 2016. El expresidente se sintió “engañado” por el actual líder del PSOE quien, según sostiene, le aseguró que se abstendría en la investidura de Mariano Rajoy, una operación en la que se había embarcado la vieja guardia socialista y que abrió en canal el partido abocándolo a unas primarias que volvió a ganar Sánchez. “Me siento frustrado y engañado. Me dice 'pienso hacer esta cosa', y luego hace una cosa completamente distinta”, expresó en su momento en la Cadena SER.

González ya había defendido abiertamente esa posición. Sánchez llegó al menos a planteárselo, según reveló en un libro el exministro Jordi Sevilla, que en esa época fue uno de sus más estrechos colaboradores.

Fue precisamente aquel proceso el que partió en dos al Partido Socialista hace ya cuatro años. González, como la mayoría de veteranos y poderes territoriales, apoyó a Susana Díaz; pero en esa cruenta batalla Sánchez se impuso a los viejos poderes del PSOE. A partir de entonces, se sintió liberado de tradicionales ataduras orgánicas y construyó una organización a su medida en la que apenas hay debate interno más allá de las voces que periódicamente suenan desde Aragón y Castilla-La Mancha –Javier Lambán y Emiliano García-Page– o de la vieja guardia del PSOE, entre los que se encuentra González. 

“Siempre escucho atentamente a nuestros mayores, pero ahora nos toca a nosotros, somos una nueva generación a la que le toca dirigir el país y la dirección del PSOE”, respondió la número dos del partido, Adriana Lastra, tras las críticas vertidas por los veteranos hace un par de semanas tras el anuncio del 'sí' de EH Bildu a los presupuestos. “La España que toca gobernar ahora es muy diferente a la de hace veinte años”, y la política, más “compleja”, dijo la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, este miércoles. El secretario de Organización, José Luis Ábalos, se defendió de las acusaciones de autoritarismo en el seno del PSOE recordándole a Guerra su famosa frase sobre la disciplina de partido: “El que se mueve no sale en la foto”. 

Para entonces González ya se había sumado a Guerra, Ibarra o Nicolás Redondo y había avisado: “No voy a consentir nunca que nadie me mande callar”. 

Las advertencias de González ya no retumban como antaño en Ferraz y mucho menos en La Moncloa. La actual dirección del partido no oculta su malestar hacia esa ex-dirigencia a la que acusa de poner palos en las ruedas en vez de remar a favor del rumbo de la organización. 

“Tiene todo el derecho del mundo a decir lo que le dé la gana. El PSOE ha sido hasta hace tres años un partido democrático”, defiende un exdirigente próximo a González, que remata: “Nunca ha conspirado contra Sánchez”. “Estamos en un momento de polarización en la que cualquier evaluación negativa sobre lo que hace el Gobierno se interpreta como un apoyo a Vox”, se lamenta un exdiputado alejado hoy de la primera línea. “Medir tu lealtad en función de tu odio al contrincante no es sano”, continúa.

Esas mismas fuentes sostienen que el acercamiento a EH Bildu “es evidente que no se entiende y algo en lo que hay discrepancias”. “No lo ve Felipe ni lo veía Pedro hace cuatro años”, recuerda uno de los antiguos dirigentes consultados.

“A veces he sentido formar parte de una generación –no lo digo por los actuales dirigentes del partido que son de muy distintas generaciones– muy exigente con el pasado y muy poco exigente con el futuro. Siempre quiere ser más exigente que nadie con lo que ya fue y no parece exigirle mucho a lo que todavía no ha sido porque yo no termino de escuchar del todo un proyecto de país, cerrado, comprendido y con vocación de mayoría para llevarlo a cabo en muchos de los partidos”, deslizó este jueves Eduardo Madina, antiguo rival de Sánchez, en la presentación del libro que el exdirector de El País, Antonio Caño, escribió sobre Alfredo Pérez Rubalcaba, aunque aseguró que no se refería específicamente a su partido. El acto fue apadrinado por la fundación de Felipe González, quien intervino en la presentación junto al autor, uno de los látigos del sanchismo, que en su día publicó un editorial en El País llamando “insensato sin escrúpulos” al líder del PSOE.

Además de la defensa cerrada de González que sigue haciendo un sector del partido, también hay dirigentes que admiten que ha podido expresar “opiniones desafortunadas” en algunos momentos: “Hay una campaña contra él y él a veces no lo pone fácil”. 

Tras la última polémica, Ábalos aseguró sentirse “orgulloso” de González, aunque le recordó que la derecha que hoy le ensalza fue la que quiso encarcelarlo. “Para la derecha, todo soclalista bueno es aquel que no puede hacer demasiado”, expresó en una entrevista en el canal 24 horas de TVE antes de tratar de zanjar el asunto: “No mandamos callar a ningún referente nuestro, lo único que pedimos es lo mismo que hubieran pedido cuando ejercían responsabilidad: solidaridad y cierta empatía con la responsabilidad que nos toca gestionar en cada momento”. 

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