Guerra y la mujer y guerra a la mujer: de la invectiva ingeniosa a la misoginia esclerotizada

30 de septiembre de 2023 21:58 h

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Características de los tímidos es la misantropía, lo que incluye, de suyo, la misoginia, y, como secuela, un “orgullo fuerte”, que Alfonso Guerra distingue de la soberbia y compatibiliza con la modestia, según le dijo al gran periodista Víctor Márquez Reviriego, siendo ya factótum secretario de Organización del PSOE y poco antes del éxito electoral arrollador en octubre de 1982 y convertirse en vicepresidente del gobierno (La otra vida (beata) de un diputado. Conversación con Alfonso Guerra, Triunfo, 1 de julio de 1982).

También característico de los tímidos inteligentes es la repentización ingeniosa y la lengua afilada que desarma al interlocutor. Y qué mejor campo de Agramante en el que exhibir dichas habilidades que la vida política y parlamentaria. Son legendarias sus invectivas contra Adolfo Suárez: “Tahúr del Mississippi con chaleco florido”, le llamó, aunque Guerra niega haberlo dicho, así como que “Montesquieu ha muerto”, que tan estériles como indocumentadas polémicas despertó en la prensa.

Pero sí dijo, sin duda, que “si el caballo de Pavía entrara en el Parlamento, Suárez se subiría a su grupa”, que se la tuvo que envainar el 23-F de 1981, cuando aquel caballo disfrazado de guardia civil, Tejero, entró en el Congreso de los Diputados pistola en mano y el presidente Suárez y el general Gutiérrez Mellado, su vicepresidente, fueron los únicos que se enfrentaron bravamente a los golpistas. Y otras que no retiró fueron, por ejemplo, las siguientes: “El famoso ‘Naranjito’ (horrible mascota del Mundial de Fútbol de España 82) tiene un cierto parecido a don Iñigo Cavero” (diputado democratacristiano de UCD). Guerra también emuló al franquista presidente Carrero tildando a los periodistas de “perros de la prensa”. González prefería el historicista “goebbelsianos” mientras que Ludolfo Paramio, teórico como era del socialismo del año 2000, cuando creían que iban a llegar a esa fecha en el poder, utilizó el más sencillo y directo “hijos de puta”.

Pero, como buen misántropo, la mujer era el blanco preferido de sus dicterios y lo han acompañado a lo largo de su vida, a pesar de sus protestas sobre cuánto le gustan las mujeres y lo partidario que es del feminismo si significa la revolución de la mujer. Y si en una época fueron políticamente celebrados, el progreso del tiempo y las circunstancias los han esclerotizado progresivamente hasta llegar a la reciente casposa torpeza de minusvalorar con resabios machistas a la líder de Sumar, la vicepresidenta Yolanda Díaz. “¿La vicepresidenta criticando falta de rigor político y jurídico, ella? Le habrá dado tiempo entre una peluquería y otra a tener un ratito para estudiar”, dijo en una entrevista en Antena 3.

Díaz había calificado de incoherentes y faltas de rigor las ásperas críticas de Felipe González a la amnistía de los separatistas del procés. Tras el desprecio, la descalificación absoluta: “Es la verdad, es una mujer que no tiene esencia”. No era la primera vez que la desprestigiaba. En 2022 dijo de ella que era un bluf. Quizá sea, como opinábamos del caso Rubiales, la enraizada educación franquista de nuestra infancia: viene a cuento recordar la imposición del dictador Franco a su escultor de cabecera, Juan de Ávalos, de que fueran masculinas las figuras de las virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y templanza–, que Ávalos pretendía femeninas: debían ser hombres ya que las mujeres no encarnan dichas virtudes.

Por una u otra cosa, de Soledad Becerril, que fue ministra de Cultura con UCD, dijo que “parece Carlos II vestida de Mariquita Pérez” e, ignorando sus sobradas valía y preparación, que su dedicación a la política era “un entretenimiento en una vida acomodada y aburrida de señorita desocupada” y que “debe de tener llaga en los labios de tanto chupar del bote” –y no, como pretende con intencionada anfibología la periodista Emilia Landaluce en El Mundo: “Dijo que tenía usted ”yagas [sic] en la boca de tanto chupar“... Eso el feminismo de hoy no lo vería demasiado bien” (La extrema derecha parece llevar en los genes esa obsesión: la hoy presidenta de las Cortes de Aragón, Marta Fernández (Vox), hizo gala de su innoble lengua cuando dijo de la ministra de Igualdad, Irene Montero que “sólo sabe arrodillarse para medrar”)–.

De las gracias de Guerra no se escapó la que fue primera ministra británica Margaret Thatcher, apodada la Dama de Hierro, quien no usaba “desodorante sino Tres en Uno”, el conocido lubricante para metales. Ni siquiera su compañera de partido, la malograda Carme Chacón, se libró de su proa cuando quiso competir con Alfredo Pérez Rubalcaba por la Secretaría General del PSOE y la candidatura a la Presidencia del Gobierno.

Cuando la que fue ministra de Defensa con Rodríguez Zapatero este dijo que era “una obviedad que España está preparada para tener una presidenta del Gobierno y también para que ésta sea catalana”. Guerra, en apoyo del viejo aparato socialista, le contestó que “lo que hace falta es que los líderes estén preparados”, lo que presuponía su falta de preparación, y, que, además, la pertenencia de Chacón al PSC era “un elemento que distorsionará a muchos militantes”. El secretario general del PSOE extremeño, Guillermo Fernández Vara, tuvo que recordarle que el PSC “es la cara del PSOE en Catalunya”, tanto “ahora que las cosas van mal” como cuando “las cosas iban bien”, y que un miembro del PSC como Josep Borrell ya había sido elegido en unas primarias federales como candidato socialista a la Presidencia del Gobierno.

Y, en esa línea, cabe calificar de homófobo cuando llamó “mariposón” al candidato del Partido Popular a la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy, que si eludió a la justicia, donde lo llevaron las Nuevas Generaciones del PP, fue gracias a la primera acepción del DRAE –Hombre inconstante en amores, o que galantea a diversas mujeres”–, la opinión pública consideró que el vicepresidente se refirió a la segunda acepción –Hombre afeminado u homosexual”–: por ejemplo, el desaparecido mensual Zero, revista puntera de las reivindicaciones homosexuales, sacó a Rajoy en portada en la precampaña de las elecciones generales de marzo de 2004, con el título: “¿Podría sacarse del armario a un presidente del gobierno?”.

Como tiene tufo homófobo su comentario sobre el ‘piquito’ perpetrado por Rubiales, que calificó de “exageración”: “Si le hubiera dado un beso al seleccionador no hubiera habido escándalo, incluso muchos hubieran aplaudido”.

Vendrán más años malos

Los versos de Rafael Sánchez Ferlosio “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Vendrán más años malos/ y nos harán más ciegos;/ vendrán más años ciegos/ y nos harán más malos.// Vendrán más años tristes/ y nos harán más fríos/ y nos harán más secos/ y nos harán más torvos”, escritos en 1993, en plena decadencia de los gobiernos de González, tienen cierto carácter profético, no porque Guerra haya desembocado en una misoginia sino porque ha acentuado sus características existentes, abocándolas a la caricatura.

Y no sólo por sus críticas al “cesarismo” del PSOE actual y los cambios de opinión de su secretario general, en lo que coincide con las opiniones de Felipe González, en lo que ambos fueron maestros en su época dirigente, sino en todas las decisiones del partido que supongan innovación. Por ejemplo, tras la derrota electoral de 2011, dijo que “esto de jovencitos al poder y las mujeres primero no es una buena técnica”. Y siendo Bibiana Aído primera ministra de Igualdad, ministerio creado en 2008 por José Luis Rodríguez Zapatero para impulsar las políticas de igualdad recogidas en las leyes para la Igualdad e Integral contra la Violencia sobre la Mujer, Guerra no dudó en alinearse con algunos eslóganes de los negacionistas de la violencia de género: “Una mujer que sea maltratada por su marido es un drama terrible y al marido hay que condenarlo con todas la de la ley, pero pasar de ahí a que una mujer que diga ‘yo soy una maltratada’, todo el mundo a arrodillarse, oiga, pues no”.

Pues otra piedra de escándalo para Alfonso Guerra fue dicha Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, primera ley aprobada por el gobierno Zapatero en diciembre de 2001, que había visto rechazada su Proposición de Ley Orgánica Integral contra la violencia de género por el segundo mandato de Aznar al frente del gobierno del PP, tres años antes. A pesar de ser apoyada por todos los grupos, tanto en el Congreso como en el Senado, se elevaron 200 recursos al Tribunal Constitucional, que cuestionaban, especialmente, la modificación del artículo 153.1 del Código Penal, que elevaba las penas para el varón sea el agresor si la víctima era mujer, con el argumento de que violaba el mandato constitucional de la igualdad de los españoles ante la ley. Guerra puso el grito en el cielo y, más tarde, en 2019, no dudó en acusar veladamente, o no tanto, de prevaricación –dictar a sabiendas una resolución injusta– al entonces presidente del Tribunal Constitucional, Juan José González Rivas, pues, tras haberle asegurado que la modificación era a todas luces inconstitucional, el alto tribunal aprobó por mayoría la constitucionalidad de la norma. Según Guerra, la explicación de González Rivas fue: “¿Tú sabes la presión que teníamos? ¿Cómo podíamos soportar esa presión?

De todas formas, la fiscal Susana Gisbert puso los puntos sobre las íes en un análisis de título contundente, “Desmontando el mito de la asimetría penal en violencia de género”, donde, tras puntualizar que “hay otros delitos en que la condición de autor agrava el hecho, como ocurre con los delitos cometidos por funcionario públicos, y otros donde es la cualidad de la víctima la que lo hace más reprochable, como el delito de atentado”, llega “a la misma conclusión que en tantas ocasiones ha llegado el Tribunal Constitucional: que la legislación en esta materia no conculca nuestra norma suprema”.

Hay quienes han aludido a sus circunstancias personales y familiares para desmontar al propio Guerra. Jorge Semprún, que mantuvo una relación agria con él durante su etapa como ministro de Cultura (1988-1991) es inclemente en su libro Federico Sánchez se despide de ustedes, donde lo acusa de “suficiencia, megalomanía, intelectualismo 'kitsch', donjuanismo andaluz de la más vulgar especie (¡aquellas páginas consagradas a describir sus noches dedicadas a hacer el amor y a escuchar a Mahler!)”, que revelaban su “fragilidad esencial, una exageración infantil, una falta evidente de madurez psíquica, en todo caso” y “se traduce en el hecho de que Guerra habrá sido un hombre de resentimiento: sin duda es su manera de imaginarse, con escapismo infantil, ser de izquierdas”.

Con más humor, lo juzgaba el escritor y crítico musical Diego A. Manrique. “Alfonso Guerra tenía un punto: su esencia íntima de pícaro sevillano. De repente, contra toda la evidencia, te juraba que jamás quiso ser político: «prefería la docencia». Según se calentaba, ay, se atribuía todo, desde el nacimiento del rock andaluz a la caída del muro de Berlín”, escribió.

La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, ha sido más sobria en su defensa ante los ataques machistas de Guerra: “He de decir que en las sociedades del siglo XXI, en la presidencia en la que nos encontramos, todas las discrepancias técnicas y políticas son bienvenidas, pero creo que en la Europa que este jueves presidimos desde Santiago de Compostela, del siglo XXI, los comentarios machistas no tienen acogida. Desde aquí digo: se acabó con el machismo en España y en Europa”.

La última vez que me reí con una de las boutades de Guerra fue el 13 de octubre de 2021 con su comentario a propósito de los pitos y gritos que recibió Pedro Sánchez durante el desfile militar de la fiesta nacional, un ritual de las derechas extremas cuando el presidente es socialista: “Hay personas que abuchean a un presidente y aplauden a una cabra. Cada uno elige quién le representa mejor”. Un destello en la sombra de lo que fue.