Para qué hablar de Gaza cuando podemos sacudirnos con la amnistía
Pedro Sánchez compareció el miércoles en el Congreso para dar cuenta de las últimas cumbres europeas, dominadas por las guerras de Gaza y Ucrania, y de la presidencia española del Consejo de la UE. Europa vive ahora conmocionada por los acontecimientos de Oriente Medio desde el 7 de octubre y por la destrucción de Gaza a causa de las bombas israelíes. Todo el mundo tiene una opinión sobre esa catástrofe. ¿Todos? No todos. Alberto Núñez Feijóo tiene otras cosas en la cabeza.
En su respuesta a Sánchez, el líder del PP inició su discurso mencionando la amnistía y la moción de censura de Pamplona. Lo dedicó a hablar de las cosas de las que lleva meses hablando. Sólo dijo sobre Gaza que “el único logro internacional que (Sánchez) ha tenido es el apoyo del grupo terrorista Hamás”. Es una melodía habitual en el PP, que obvia que el presidente condenó el ataque del grupo islamista que mató a centenares de civiles israelíes y secuestró a más de cien. Diecinueve mil palestinos muertos por los bombardeos israelíes y lo único que le interesa a Feijóo es aprovechar esa tragedia para propinar uno de esos golpes bajos habituales en la política española. Hay que tener el corazón duro.
La ausencia daba una oportunidad a Sánchez con la que intentar avergonzar a su rival. Le reprochó “falta de humanidad” por no reclamar un alto el fuego en Gaza, por ejemplo en la línea del comunicado conjunto de David Cameron y Annalena Baerbock en representación de los gobiernos británico y alemán. “¿Qué opinión tienen sobre el reconocimiento del Estado palestino? ¿Qué opinión tienen ustedes sobre algo?”. Los escaños del PP, siempre tan ruidosos, quedaron mudos en ese momento.
En la intervención posterior, Feijóo tenía una respuesta. Leyó la frase que aparece en el último programa electoral de su partido en el que se apoya la solución de los dos estados. Y ya está. Eso fue todo. Ni se atrevió a calificar la conducta del Gobierno israelí, que ha recibido fortísimas críticas de las agencias de Naciones Unidas y de las ONG que operan en Gaza. En ningún sentido. Ni a favor ni en contra.
Para el Partido Popular, la vida, el universo y todo lo demás empieza y acaba en Pedro Sánchez. Todo lo demás es irrelevante.
Sánchez también tuvo un momento en que prefirió mirar para otro lado cuando se refirió al pacto migratorio al que han llegado los gobiernos y el Parlamento Europeo: “Lo relevante de este asunto es que logramos un mensaje de unidad” (de todos los países). Es cierto que el acuerdo se ha resistido durante siete años. También valoró que incluya “fórmulas obligatorias de solidaridad” de las que podrían beneficiarse los países como España que reciben más solicitudes de asilo.
En un discurso en el que no tenía límite de tiempo, su descripción del pacto fue muy escasa, como si se tratara de un asunto menor. Las negociaciones han terminado incluyendo varias concesiones hechas a los gobiernos y partidos más opuestos a la inmigración. Ese mecanismo del que hablaba Sánchez puede solventarse para los países que no quieran recibir más extranjeros con el pago de 20.000 euros por persona. Es una cantidad notable, pero esos gobiernos la pagarán sin ningún problema. La solidaridad no es tan obligatoria como dice el presidente.
La intención del acuerdo es evidente, la de restringir la llegada de solicitantes de asilo. Es similar a la ley aprobada por el Parlamento francés esta semana, recibida como un gran éxito por la extrema derecha de Marine Le Pen.
La izquierda y las ONG que defienden los derechos de los migrantes coinciden en calificar de nocivo el acuerdo alcanzado en Bruselas. “El nuevo pacto es una mala noticia para las personas migrantes y el proyecto europeo”, dijo Yolanda Díaz. Lo mismo afirmaron Sira Rego y Ione Belarra. El acuerdo “compra las medidas xenófobas de la extrema derecha”, destacó la secretaria general de Podemos.
El debate del Congreso, que incluyó la primera sesión de control de la legislatura con Sánchez en su escaño, fue tan repetitivo como es costumbre en la Cámara. Se discutió sobre Catalunya, la amnistía y los jueces, con el añadido tan delirante que supone hablar de ETA como si continuara existiendo.
Hubo un extra que también es tradicional en el PP. El partido continúa insistiendo en sacar el asunto de los fijos discontinuos a los que Cuca Gamarra llamó “los invisibles de Yolanda Díaz”. Ella misma dio la cifra de 600.000 antes de preguntar de forma agresiva cuántos eran. Cualquiera diría que se trata de un secreto de Estado.
Díaz le dio una cifra –659.000, muy parecida a la aportada por Gamarra– y le comunicó que esos contratados son el 3% de todos los trabajadores ocupados. El PP no cesa de afirmar que se trata de una estafa cuando el sistema de medirlos fue el mismo con todos los gobiernos anteriores y, como le recordó la ministra de Trabajo, son las comunidades autónomas las que incluyen esos números en el sistema.
Al PP le da igual. Todo es una conspiración, sostiene una persona tan poco versada en economía como Gamarra, hasta la misma cifra global de parados en España.
Sobre el pleno planeó esa otra polémica absurda que tiene que ver con las cosas tan complicadas que hay que hacer en España para que el presidente y el líder de la oposición se reúnan en Moncloa, aunque sea para dejar claras sus diferencias. El PP no hace más que decir que propone varios pactos de Estado, pero luego pone pegas si le llega el aviso de que Sánchez quiere ver a su líder.
Atemorizado por la repercusión de esa reunión entre sus votantes o por lo que dirán en Vox, Feijóo exigió un orden del día por escrito cuando en estas citas cualquiera de los participantes puede introducir los temas que quiera. Hasta el lugar de la reunión se convirtió en un problema. Feijóo no quería ir a Moncloa, lo que siempre han hecho los líderes de la oposición. Pensará que ahora la sede de la presidencia está impregnada de sanchismo y que él podría intoxicarse.
“Para usted la perra gorda. Nos veremos en el Congreso de los Diputados”, cerró Sánchez la discusión. Feijóo quiso ser gracioso, lo que en su caso le exige grandes esfuerzos. “La perra gorda, para usted, es la que le da Bildu”. Fue lo único que se le ocurrió en otro intento de meter a Bildu hasta donde se pueda. En realidad, así sólo demostraba que no sabe lo que significa la expresión.
Lo importante es que no tuvo que hablar prácticamente nada sobre Gaza. Eso sí que le habría supuesto un drama.
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