5.112.658 electores deciden este martes el Gobierno de Madrid –y quién sabe si un nuevo ciclo político en España– tras la campaña más estrambótica de la historia reciente: dos semanas con un único debate electoral, amenazas de muerte a candidatos, sin apenas contraste de programas y con abundante hipérbole para unas elecciones autonómicas.
“Socialismo o libertad”, planteó Isabel Díaz Ayuso desde el día en que puso fin a la legislatura y destituyó a todos sus socios de gobierno. “Democracia frente a fascismo”, respondió la izquierda cuando entraron en juego los sobres con balas, amenazas de muerte a Pablo Iglesias, Fernando Grande Marlaska y la directora de la Guardia Civil, María Gámez.
Excesos aparte, este 4M trasciende a unas elecciones autonómicas por todo lo que está en juego: de entrada, decidir cómo sale de la pandemia la región que acumula el mayor número de muertes y contagios en términos absolutos, y qué camino toma para la recuperación económica. Si Madrid estará alineada con el Gobierno en la gestión de los fondos europeos, 70.000 millones de euros, la mayor inyección económica de las últimas décadas, o si persistirá en la confrontación con todo lo que suena a Pedro Sánchez. En esos debates, el sanitario y el económico, es de suponer, está la mayoría de la sociedad que lleva viviendo un año de pesadilla y que ve cómo todavía hay 2.700 personas ingresadas con COVID-19 en los hospitales. Pero lo que salga de las urnas determinará todavía más que la apuesta por los servicios públicos, o el reparto de cargas del día después... Si Madrid consolida el giro a la izquierda tras 26 años ininterrumpidos de gobiernos de la derecha. Que Vox gane influencia o incluso entre a gestionar presupuestos y áreas sensibles tras dos años ejerciendo de socio del PP desde fuera. La propia supervivencia de Ciudadanos como partido, una formación en caída libre desde hace más de año y medio que puede ser extraparlamentario en Madrid tras perder 30 de sus 36 diputados en Catalunya. El papel que va a jugar Pablo Iglesias en Unidas Podemos tras haber dado un primer paso hacia la retirada y señalar a Yolanda Díaz como sucesora al frente de la coalición. La consolidación de Más Madrid con el nuevo liderazgo de Mónica García en la comunidad para que deje de ser “el partido de Errejón”.
Todo eso lo decidirán los madrileños este martes laborable en que se van a celebrar unas elecciones previstas para 2023. De momento, ya se han registrado 259.411 solicitudes de voto por correo, un 41% más que en mayo de 2019 cuando nadie ni en las peores pesadillas imaginaba la pandemia que estaba por venir.
Una amplia mayoría de encuestas dan por hecha una victoria clara de la candidata del PP a la que otorgan el doble de escaños que tiene ahora (30, con el 22% de los votos). Su escalada en los sondeos pivota sobre la absorción de Ciudadanos (que ahora tiene 26 escaños y amenaza con perderlos todos) pero también gracias a una candidata que ha frenado el auge de Vox escorándose todo lo posible a la derecha. Tanto, que para que Rocío Monasterio y Santiago Abascal encontrasen hueco en la campaña tuvieron que cruzar unas cuantas líneas rojas más: poner en duda las amenazas de muerte a los dirigentes de la izquierda y además, contratar vallas de publicitarias para criminalizar a niños inmigrantes.
Nada de ello impedirá que la extrema derecha tenga garantizado un hueco en el Gobierno de la Comunidad si sus votos son necesarios y así lo reclama Vox. Díaz Ayuso prometió incluirlos en su futuro gabinete incluso si no los necesita para sumar mayoría. Vox será su “socio preferente” tras unos comicios que convocó para librarse de Ciudadanos. Y eso que en las últimas horas el PP apela al voto útil deslizando que acaricia la mayoría absoluta. En su campaña, sin apenas propuestas, que trata de hacer ver que el Madrid que conocemos estaría amenazado si gana la izquierda y que ella encarna “la libertad” de tener abierto el interior de los bares en contra de todas las recomendaciones científicas, ha utilizado todos los resortes, empezando por su propio gobierno.
Que la Junta Electoral le hubiera sancionado dos veces no impidió programar un mitin político camuflado como discurso institucional del 2 de mayo. Hasta el punto de asumir el propio Gobierno de Ayuso la realización televisiva de un acto en el que la presidenta se premió a sí misma reconociendo al Zendal como “el mejor hospital de pandemias del mundo” y después recogió el galardón a la cultura que le devolvió otro de los premiados, Nacho Cano, cuya elegía “gracias y valiente” hizo saltar las lágrimas a la presidenta candidata.
El PSOE no quiso pasarlo por alto y en plena jornada de reflexión denunció de nuevo ante la Junta Electoral “el uso torticero” de la institución al servicio del partido. Su candidato, Ángel Gabilondo, responde a esa guerra psicológica del PP según la cual todo el pescado está vendido antes de que se abran las urnas, advirtiendo que el vuelco está a 50.000 votos y para ello ha desplegado un batallón de ministros por los barrios del sur en la recta final de la campaña, donde se descolgó con promesas para los jóvenes que no estaban en su programa electoral: dos meses de abono transporte y uno de alquiler gratis para los menores de 30 años. En las filas socialistas cunde cierta desazón por la estrategia errática del partido, que primero intentó pescar en la hecatombe de Ciudadanos hasta que en la última semana, desengañado por los sondeos, ha apelado al voto más izquierdista.
También Unidas Podemos ha cargado contra el marco que ha impuesto la demoscopia. Pablo Iglesias que ha hecho tándem con la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en muchos mítines y ha tachado de “efecto óptico” la sensación general de victoria de Ayuso, para llamar a “la clase trabajadora” a parar los pies a la extrema derecha.
Con menos decibelios Más Madrid ha logrado colar su discurso de “lo que de verdad importa” con una candidata revelación que se había bregado dos años ejerciendo de voz de los sanitarios contra Díaz Ayuso y que, según las encuestas, ha rentabilizado toda esa oposición estos últimos quince días hasta pisar los talones al PSOE, donde algunos dirigentes temen el sorpaso.
Las minúsculas de los sondeos, esa letra pequeña que no cabe en los titulares, dejan en el aire un importante porcentaje de votantes que o bien no han decidido su voto o no quieren hacerlo público. El CIS del pasado 22 de abril computaba un 19,6% de indecisos, mientras que la última encuesta de Metroscopia para El País hace una semana lo rebajaba al 9%. Las estimaciones sobre participación también difieren entre sondeos: el CIS sitúa en un 80,2% el porcentaje de encuestados que dice que “con toda seguridad” irá a votar, GAD3 para ABC lo rebaja al 76%, Key Data (Público) calcula un 70,2% y Metroscopia para El País la sitúa entre un 66 y un 68%.
El director de GAD-3 Narciso Michavila suele repetir que la sociedad ha cambiado y que ya no existe ese país en el que el voto pasaba de padres a hijos porque en este mundo nuevo la gente decide en el último momento dónde se va de vacaciones o qué coche comprarse. Según su tesis, en todo el mundo sucede que un 10% de los votantes deciden la papeleta en el colegio electoral.
Todo lo anterior son eso: predicciones. El resultado que vale se conocerá pasadas las diez de la noche de este martes. El PP, de momento, ha vuelto a montar el balcón de las victorias en la sede de Génova 13 en Madrid que Pablo Casaado ha prometido abandonar. Llevaba muchas elecciones seguidas sin instalarlo.
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