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CRÓNICA

Liz Truss hubiera tenido una carrera más larga en el Partido Popular

Liz Truss sale de Downing Street el día después de su dimisión el 21 de octubre.

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Liz Truss ha reaparecido de entre los muertos. Fue enterrada rápidamente y sin honores después de sufrir el oprobio de ser la primera ministra que menos tiempo ha permanecido en el cargo en la historia del Reino Unido (49 días). En la política británica, no es insólito que un jefe de Gobierno que ha dimitido permanezca en su escaño en la Cámara de los Comunes, como ha hecho ella. La vida sigue y la tentación de intentar defender su legado, por minúsculo que sea, es muy fuerte. Por eso, Truss publicó el 5 de febrero un artículo de 4.000 palabras en The Sunday Telegraph con la intención de comunicar al ala derecha de los tories que seguirá defendiendo las mismas ideas que provocaron su salida del poder.

En otras palabras, está disponible si hay que elegir nuevo líder del partido si las próximas elecciones llevan a los tories a la oposición. Hasta ese punto llega su optimismo.

Hundió la economía británica con un cóctel ideológico basado en reducir impuestos con la esperanza de que provocara de forma mágica un aumento del crecimiento. Es una tesis que ha compartido el Partido Popular en España en esta legislatura, aunque en las últimas fechas se aprecia un intento de adaptar ese dogma a las circunstancias económicas. Si eso es posible. Los dogmas suelen ser poco maleables. Aun así, no cabe duda de que será uno de los ejes de su programa en las elecciones de noviembre.

“Fui derribada por el establishment económico izquierdista” fue el título del artículo. Siempre es más fácil presentarse como víctima y apelar a una siniestra conspiración como causa de los problemas. O echar la culpa a la sociedad o a la polarización política, como hizo Albert Rivera después de que los votantes le abandonaran en masa. En el caso de Truss, la referencia a ese poder izquierdista resulta un tanto cómica cuando fueron los diputados conservadores los que la obligaron a largarse por haber colocado al país al borde de un precipicio financiero.

No es un error involuntario. Truss realmente cree que su propio partido se ha visto contaminado por ideas “estatalistas”, porque ya no cree que bajar impuestos servirá para superar todos los obstáculos. Pensaba que sería la nueva Margaret Thatcher, y por eso copiaba incluso elementos de su vestuario, sin darse cuenta de que el mundo ha cambiado algo desde los años ochenta.

La mejor respuesta se la dio un compañero de partido. “Fuiste derribada porque en cuestión de semanas perdiste la confianza de los mercados financieros, el electorado y tus propios diputados”, escribió Gavin Barwell, miembro de la Cámara de los Lores que fue jefe de gabinete de Theresa May. “Durante una profunda crisis causada por el aumento del coste de la vida, pensaste que la prioridad era recortar los impuestos a los más ricos del país”.

No es raro que Truss acabara convertida en un meme.

El país sufre una crisis estructural que procede de varios factores simultáneos: el Brexit, la pérdida de productividad, los efectos de casi una década de austeridad que ha laminado los servicios públicos, la caída de los salarios reales, la crisis de la sanidad pública...

En diciembre, 500 pacientes morían cada semana a causa de los retrasos en las urgencias, según la asociación de los médicos de esa especialidad. Las ambulancias tardaban de media una hora y media para atender los casos de infartos cardíacos o cerebrales.

Liz Truss cree que todo esto se solucionaría bajando impuestos. Otros dirigentes conservadores creen que la clave es reducir la inmigración, aunque se sabe desde hace años que la sanidad pública no puede sobrevivir sin el personal sanitario de origen extranjero. Es un partido experto en descubrir soluciones ficticias para problemas reales.

Ahora mismo está pagando un precio altísimo en los sondeos por el fracaso de Truss, al que hay que sumar las consecuencias de los años de Boris Johnson en el Gobierno. En la última encuesta de YouGov, los laboristas sacan 24 puntos de ventaja a los conservadores.

En España, el Partido Popular también está convencido de que todo se solucionará bajando impuestos. Lo contrario no es necesariamente cierto, pero al menos no forma parte de un dogma que se impone con independencia de lo que diga la realidad. ¿Resolver las diferencias de renta entre regiones? Bajar impuestos. ¿Aumentar el nivel de empleo? Bajar impuestos. ¿Financiar la sanidad y la educación públicas? Bajar impuestos.

Juan Bravo, que pasa por ser el cerebro económico de Alberto Núñez Feijóo, dijo muy convencido en julio que es posible reducir el “gasto político burocrático”, una promesa populista con la que hacer creer a la gente que con un menor número de ministerios toda la Administración se aplicaría la lección y reduciría su gasto de forma brutal. Es una aspiración irreal. No ocurrió eso cuando Mariano Rajoy redujo su Gobierno a trece ministerios.

En octubre, Elías Bendodo dijo que reduciendo impuestos se puede aumentar la recaudación, el famoso pronóstico de la curva de Laffer que nunca se ha cumplido. No lo hizo en Estados Unidos en los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush. “En el PP siempre hemos dicho que en nuestro ADN está la bajada de impuestos, y esto no es ideología que pueda ajustarse a unas circunstancias o a otras, sino que es una manera de entender la base del crecimiento”, dijo.

Lo venden casi como una fórmula matemática, cuando a fin de cuentas sólo es una expresión de su ideología, su ADN.

El PP pone toda su fe en un informe del 'think tank' de la CEOE que salió con la cifra astronómica de 60.000 millones de euros como el ahorro que se podía obtener del recorte del ya mítico “gasto político improductivo”. Lógicamente, para la patronal el gasto público es no sólo ineficiente, sino un competidor desleal.

Quizá sea por el caos causado por Liz Truss, pero el PP ha comenzado a recoger carrete. A finales de enero, Juan Bravo, que ya no podía decir que nos encaminamos a una dura recesión como dijo Feijóo en verano, no quiso prometer una reducción fiscal si ganan las elecciones: “Me gustaría decir que vamos a bajar impuestos, pero hay que ver con qué nos encontramos”.

La idea de Liz Truss de que los mercados financieros forman parte de una conspiración izquierdista no es la única que está desconectada de la realidad. En su empeño por sostener que los problemas de productividad y crecimiento de la economía británica se deben a la carga fiscal, ignora los datos. El porcentaje de ingresos fiscales sobre el PIB del Reino Unido está en el 35,8%, según las cifras del FMI. El de España es el 42,1%, al incrementarse sobre todo gracias al descenso de la economía sumergida.

Aunque matice ahora la promesa, es seguro que el PP insistirá en la necesidad de bajar impuestos, con independencia de su impacto en los servicios públicos y la deuda pública. “Nosotros tenemos un mantra. Impuestos bajos generan actividad y eso mejora la recaudación”, ha dicho esta semana su portavoz, Borja Sémper. Otro adicto a la servilleta de Laffer.

Liz Truss no está sola. En el PP hubiera recibido un mejor trato que en los conservadores británicos. Puede que hasta hubiera durado más tiempo al frente del partido.

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