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Los partidos trabajan tanto en la investidura como en prepararse para unas nuevas elecciones

Pablo Iglesias, Mariano Rajoy, Albert Rivera y, al fondo, Pedro Sánchez, en la recepción oficial del Día de la Constitución en el Congreso.

Andrés Gil

Chistian Salmon publicó en 2008 Storytelling (Península), “relato”, en castellano. El intelectual francés teorizaba en su obra la teatralidad en la política, en los discursos de los políticos. El relato no es lo que ocurre, sino la interpretación que de ellos hacen los políticos y los comunican a la ciudadanía. Y la política española se encuentra instalada en una batalla por el relato desde el 21D.

¿Cuáles son los principales ejes de esa batalla discursiva? La de cómo lograr la investidura y la de cómo afrontar una repetición electoral que ya ninguno quiere. Por eso, el baile de reuniones, ruedas de prensa y comunicados que se han sucedido desde las elecciones tienen mucho de demoscópico, de cómo llegar a unas nuevas elecciones en la mejor disposición posible ante la opinión pública.

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, está intentando ser presidente, pero su opción principal pasa por una suma de partidos que no quieren sumar, “a izquierda y derecha”, como le gusta decir a Sánchez: Podemos y Ciudadanos. Entonces, ¿por qué insiste el PSOE en una fórmula que tiene todas las probabilidades de fracasar? Porque en estas semanas, desde que el rey encomendara al candidato socialista que intentara la investidura, está esforzándose por trasladar una imagen de líder en la centralidad; de dirigente que lo intenta con “las fuerzas del cambio”; de candidato que dialogante y de presidenciable que acapara ruedas de prensa, portadas e informativos día sí y día también.

Sánchez perdió las elecciones y cosechó el 20 de diciembre el peor resultado de la historia reciente del PSOE. Pero, a día de hoy, aparece ante la opinión pública como el único con posibilidades de convertirse en presidente del Gobierno. Y ese es su relato.

¿Qué lo pone en peligro? Podemos e Izquierda Unida. Tanto Pablo Iglesias como Alberto Garzón están interpelando a Sánchez para que pacte a su izquierda y no a su derecha; y quien aparezca ante la opinión pública como responsable de no haber facilitado un Gobierno alternativo al Partido Popular será penalizado.

Por eso Iglesias ha lanzado su idea de Gobierno de coalición, con programa detallado incluido; por eso Garzón acaba de invitar a una reunión a cuatro, con PSOE, Podemos y Compromís: porque quieren dejar en el lado socialista la responsabilidad de apostar o no “por un Gobierno de cambio y de progreso”. Y, por eso también, el PSOE aceptó el viernes la invitación del portavoz parlamentario de IU.

Sánchez tendrá que medir si le resta más o menos en términos demoscópicos, apostar decididamente por su izquierda o seguir intentándolo a “izquierda y derecha”. En todo caso, la suma sigue siendo difícil, pues la propuesta de Iglesias y de Garzón implicaría que ERC no votara en contra, algo que no quiere negociar el PSOE. Y eso es por el derecho a decidir, asunto innegociable para Podemos.

Y aquí entra en juego el relato de Podemos. ¿Qué pesará más? ¿Su rechazo a negociar un acuerdo en el que entre Ciudadanos y su defensa de la consulta catalana o su insistencia en que Sánchez pacte sólo a su izquierda? Los socialistas acusan duramente a Iglesias por sus formas, hasta el punto de deslizar que no tiene interés y sólo piensa en unas nuevas elecciones. Pero, ¿es así? El órdago de Podemos es grande, y su relato es el siguiente: “Queremos entrar en el Gobierno porque no nos fiamos de hacer presidente a Sánchez para que luego legisle con la derecha como ha hecho históricamente. Una cosa es lo que dice el PSOE en la oposición y otra lo que hace en el Gobierno”.

Garzón, por su parte, ha virado de estrategia en la última semana, con ese viraje ha cambiado el paso al PSOE, que daba prácticamente por descontado su apoyo a la investidura: ya no dice, cuando habla de Ciudadanos, que lo importante es el programa; ahora dice que le “incomoda”; y que su apuesta es un pacto de “izquierdas y valiente”. IU teme un adelanto electoral, consciente de que el voto útil puede arrastrar a parte de su millón de votantes a Podemos, y por eso se ha sentado desde el primer día a negociar con el PSOE, para diferenciar su estrategia de la de Iglesias y no cerrar las puertas a un “programa de cambio”, a la esperar de buscar de nuevo la confluencia con Podemos si hay nuevas elecciones.

En todo caso, es un juego a dos bandas: si sale el “gobierno de coalición con PSOE e IU, de progreso y de cambio” habrán conseguido lo que defendían; y mientras eso pasa o no pasa, intentan colocar a Sánchez en el rincón de la “derecha en diferido” si pacta con Ciudadanos con la aspiración de llegar a una repetición electoral con posibilidades del sorpasso como única fuerza que hace frente a PP y Ciudadanos.

Albert Rivera también está intentando una jugada imposible: la gran concertación, con PP y PSOE, algo que el PSOE ha descartado desde el primer día. Pero Rivera no ceja, persiguiendo una abstención de Mariano Rajoy que se antoja improbable a día de hoy, mientras cierra día a día su acuerdo con Sánchez.

El ídolo de Rivera es Adolfo Suárez, y como el ex presidente de UCD, quiere ser uno de los dirigentes de la “segunda transición”, convertirse en facilitador de grandes acuerdos “sobre lo que nos une por encima de lo que nos separa”. Ciudadanos se apuntó una victoria con la confección de la Mesa del Congreso, cerrando un pacto a tres bandas con PP y PSOE para repartirse los puestos. Ahora está intentando hacer lo mismo, pero la dificultad es mucho mayor... Y, por el camino, intenta que cale su relato: “Somos los únicos que podemos hablar con todos y llegar a acuerdos con todos”.

Ciudadanos temía ser devorado por el PP en unas nuevas elecciones, pero las operaciones policiales contra el partido de Rajoy por casos de corrupción, semana sí y semana también, han cambiado las expectativas de unos y otros. Ciudadanos ahora no teme tanto repetir elecciones, al revés que el PP.

Mariano Rajoy, fiel a su forma de entender la política, prácticamente no se ha movido desde el 20D. Espera que las estrellas se alineen solas para ser presidente del Gobierno; espera que Sánchez fracase, espera que ese fracase le abra una oportunidad inverosímil de seguir en La Moncloa, espera que si hay nuevas elecciones quede más cerca de la mayoría absoluta.

Pero, mientras espera, cada vez está más cercado por la corrupción en su partido y su relato de liderar “un Gobierno regenerador con PSOE y Ciudadanos porque suman más de 250 diputados para dar estabilidad política y económica” parece llegar menos al votante que las dimisiones por los problemas del PP con la limpieza de su gestión, sobre todo en Madrid y la Comunidad Valenciana.

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