Con un grupo parlamentario en precario -84 de 350 diputados- y un Gobierno que tiene que cuadrar un complicado puzle con la izquierda y los independentistas cada vez que pretende sacar un proyecto legislativo adelante, Pedro Sánchez explota su papel de superviviente. Si algo caracteriza al dirigente socialista es su capacidad de resistencia ante las adversidades. Lo subraya él mismo y lo reconocen sus adversarios (internos y externos).
El socialista se impuso a todos los poderes del PSOE cuando el aparato del partido y el establishment en general lo daban por muerto. Y logró, también contra todo pronóstico, convertirse en presidente del Gobierno. Desde que llegó a la Moncloa, ha sobrevivido a varias semanas horribilis, como la que afrontó antes de cumplir 100 días de mandato con la dimisión de Carmen Montón y las críticas a su propia tesis o tras la escenificación en el Congreso de la ruptura de la mayoría de la moción de censura.
La última se preveía especialmente delicada, pero el Ejecutivo ha logrado salir vivo de uno de esos acontecimientos que el equipo del presidente planifica a medio camino entre el marketing y la estrategia política y que amenazaba con volverse contra él. El Consejo de Ministros en la capital catalana previsto para el 21 de diciembre desde hacía muchas semanas, antes desde luego del batacazo electoral en Andalucía, se había convertido en un reto para Sánchez. El Gobierno no solo ha celebrado su reunión en Catalunya sin que sucediese el armagedón que algunos pronosticaban (incluso dentro del propio PSOE) sino que ahora tiene más posibilidades de sacar adelante los presupuestos.
La máxima de Sánchez es que un día en Moncloa es un día ganado. Y así ha ido superando obstáculos en el medio año que lleva gobernando. El último gran escollo se lo encontró cuando se acercaba la fecha de celebración del Consejo de Ministros extraordinario. La “inacción” de los mossos d'Escuadra ante las protestas de los Comités de Defensa de la República (CDR) y sus cortes de carreteras fue el argumento que esgrimió el Ejecutivo para dar un golpe en la mesa. El endurecimiento del tono con la Generalitat tuvo mucho que ver con un cambio de estrategia frente al independentismo tras la debacle en Andalucía, que llevó al PSOE a activar el modo pánico y a algunos de sus dirigentes a pedir que se cortase cualquier lazo con ERC o el PDeCAT, dos partidos que fueron claves para llevar a Sánchez a La Moncloa.
Dentro del Ejecutivo y en las filas socialistas surgió la duda sobre la conveniencia de celebrar la reunión del gabinete en la capital catalana, tal y como reconoció el ministro de Fomento, José Luis Ábalos. La reacción de Moncloa fue inmediata: aunque celebrar el Consejo de Ministros en Barcelona tenía riesgos, el Gobierno no se podía permitir una marcha atrás y reconocer que hay una parte del territorio español al que no se puede desplazar.
El contexto en la semana previa era de choque total con el Govern, que llegó a calificar de “provocación” la decisión de Sánchez de trasladar a Barcelona el Consejo de Ministros en esas circunstancias. Arrancó ahí una engorrosa negociación con la Generalitat sobre los términos en que podía producirse la cita de Sánchez y Quim Torra. Entre la reunión bilateral que ansiaban los nacionalistas y la cumbre de ministros y consejeros que reclamaba el Govern, se eligió un término medio: una reunión de los presidentes y, en paralelo, de miembros de sus gabinetes y una foto posterior.
Moncloa y la Generalitat lograron pactar un comunicado muy medido: el Gobierno español aceptó retirar una alusión específica a la Constitución, aunque se empeñó en incluir en el texto que la solución que se emplazan a encontrar para Catalunya está dentro del ordenamiento jurídico, de ahí que se incluye el término “seguridad jurídica”.
Al final, esa reunión se produjo sin incidentes en las calles y el Consejo de Ministros se ha saldado con una docena de manifestantes detenidos, pero las expectativas del Ejecutivo eran mucho peores en medio de un ruido infernal y de las advertencias del líder del PP, Pablo Casado, quien acusó a Torra de buscar una guerra civil en Catalunya aprovechando sus palabra sobre “la vía eslovena”.
Moncloa vendió el resultado del encuentro como un éxito. Subrayó que la “determinación política, unida a la exquisita coordinación de los cuerpos policiales, con los Mossos, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la Guardia Urbana trabajando codo con codo, han hecho posible no sólo la celebración del Consejo, sino la agenda del día anterior, con la reunión del presidente Sánchez con el president Torra y la posterior asistencia del presidente a la cena anual de Foment del Treball”.
Presupuestos: agotar la legislatura o ganar tiempo
Las fuerzas independentistas también hicieron los posible por calmar los ánimos e hicieron otro gesto al Gobierno en el lugar donde más lo necesita: pasaron de la abstención al 'sí' para permitir que los objetivos del déficit salieran adelante en el Congreso. El PP amenaza todavía con tumbarlos en el Senado.
Ese balón de aire lleva al Gobierno a ganar tiempo y a pensar que tiene una posibilidad más que hace unas semanas de sacar adelante las cuentas, por más que sus aliados parlamentarios en la moción de censura le hayan advertido de que el respaldo a la senda de déficit no significa que vayan a apoyar los presupuestos de 2019. Unidos Podemos aseguró que votó con la “nariz tapada” la senda de déficit y condicionó su apoyo a las cuentas a que se cumpla íntegro el acuerdo presupuestario que alcanzaron Sánchez y Pablo Iglesias.
Sánchez confía en alargar la tramitación parlamentaria de las cuentas públicas sorteando la enmienda a la totalidad en el Congreso. El presidente se mostró convencido el pasado lunes en un encuentro informal con periodistas de que si supera ese trámite, los presupuestos acabarán aprobados. En el caso de que suceda lo contrario, el Gobierno habrá ganado tiempo para alargar la legislatura más allá del 26 de mayo en que se celebrarán autonómicas, municipales y europeas.
Ninguno de los aliados parlamentarios de Sánchez en la moción de censura quiere elecciones generales anticipadas. Tampoco que coincidan con las locales que se celebran dentro de cinco meses. A los presidentes socialistas tampoco les convence esa opción porque consideran que se entremezclaría el debate nacional y que pueden salir perdiendo. Sánchez les ha trasladado en los últimos días que su intención no es convocar las generales en coincidencia con los comicios de mayo.
El siguiente reto de Sánchez, cuyo gobierno apenas ha podido aprobar asuntos de trámite y ni siquiera ha sacado adelante medidas simbólicas como el traslado de los restos de Franco está en la interna de su partido, donde el río ha bajado revuelto en los últimos días. Tras el hundimiento en Andalucía, algunos sectores del PSOE se han levantado.
Especialmente beligerantes han sido los presidentes de Castilla-La Mancha y Aragón, que han cuestionado la política de apaciguamiento del Ejecutivo. “Para poder dialogar con los independentistas no podemos depender de ellos –expresó Emiliano García-Page–. Esto es más sencillo que el mecanismo de un chupete, no depender de aquel con el que te tienes que entender, sobre todo cuando gobernamos sin mayorías”. Javier Lambán consideró “pusilánime” la posición del Gobierno justo el día en que se produjo la reunión con Torra que ha criticado con vehemencia al derecha. El presidente aragonés instó al Ejecutivo a mantenerse en “un combate inmisericorde por la vía de la política, de la ley, la cultura y la verdad”.
Las diferencias dentro del PSOE resurgen ahora tras muchos meses en los que los críticos a Sánchez Habían enterrado el hacha de guerra. Pero la cercanía de las autonómicas y municipales reabre el debate sobre el modelo territorial y el nerviosismo ante la posibilidad de perder el poder.
“Hay dos almas”, reconoce José Luis Rodríguez Zapatero en una entrevista de Juan Carlos Monedero en La Frontera. El expresidente considera, no obstante, dentro del partido la postura “mayoritaria, esa visión abierta de reconocimiento de la diversidad” y lo diferencia de la cercanía al nacionalismo. Sánchez está convencido, además, de que la radicalización de PP y Ciudadanos así como la fuerte irrupción de Vox movilizan al electorado de izquierdas que, a su juicio, se quedó en casa en Andalucía.
“Dos almas” en el PSOE respecto a Catalunya
En ese marco de nerviosismo, Sánchez se ha reunido con los barones más críticos esta semana para intentar apaciguar los ánimos, aunque con Lambán y con García-Page ha servido de poco. Están convencidos de que la posición del Gobierno respecto a Catalunya les pasa factura –como una buena parte importante del PSOE–. En el plano territorial, Ximo Puig está más cerca de Sánchez y Guillermo Fernández Vara es, de los dirigentes territoriales que apoyaron a Susana Díaz, el que más ha reconducido la relación con Sánchez.
A la que ha marginado en esa ronda ha sido a la presidenta en funciones de Andalucía, a la que Ferraz ha señalado la puerta de salida una vez que pierda la Junta, algo que el partido da por descontado. Díaz en cambio confía en resistir en la oposición. La batalla se ha mantenido, aunque en un segundo plano. La federación andaluza sí se ha removido contra el portavoz de la Ejecutiva y alcalde de Valladolid, Óscar Puente, que ha mantenido que la caída de Díaz responde a su intento por disputar el liderazgo del PSOE y a su decisión de gobernar con Ciudadanos. La federación andaluza clama contra Ferraz por no desautorizarlo.
A pesar de la tensión que trasladan muchos socialistas sobre la situación en Catalunya y el batacazo en Andalucía, el espíritu navideño llegó al grupo parlamentario el pasado miércoles. Sánchez y varios de sus ministros –Dolores Delgado, Fernando Grande-Marlaska, José Guirao, entre otros– acompañaron a los diputados en la cena que celebraron en el Museo Chicote. Con el portavoz adjunto, Felipe Sicilia, como maestro de ceremonias, el presidente entregó varios premios en un ambiente distendido y agradeció la labor de su grupo parlamentario, formado por 84 diputados, de los que la mayoría apoyó a Díaz en las primarias y ve complicado un gobierno con esos números.
Con ese ambiente distendido y resaca al día siguiente, el PSOE cerró el periodo de sesiones en que Sánchez se llevó la victoria simbólica de aprobar la senda del déficit y pasará las fiestas navideñas en Moncloa con la esperanza puesta en sacar los presupuestos. A quienes han estado con él en los últimos días les ha trasladado que su intención sigue siendo la de agotar la legislatura, aunque sin las cuentas aprobadas no le queda otro camino que el adelanto electoral. Su horizonte es otoño de 2019.