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El rey reivindica el acuerdo para una España que no sea “de unos contra otros” y pide recuperar la confianza en las instituciones

El rey Felipe VI, acompañado por la reina Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía, durante el discurso.

Esther Palomera

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Todo estaba medido. Al milímetro. Las presencias, las ausencias, los gestos, las alfombras,  los impolutos uniformes de gala de ujieres y policías, los saludos, los discursos, las discrepancias, las banderas, el himno y hasta la escenificación de dos Españas. Cuando la liturgia manda, la improvisación vuela. La solemnidad la marca la presencia del rey y, cómo no, la apertura de la puerta de los leones que el Congreso de los Diputados reserva para grandes ocasiones.

Hoy toca inaugurar la XIV Legislatura y es la segunda ocasión en que el acto corre a cargo de Felipe VI, a quien de nuevo acompañaron la reina y sus hijas. No asistieron los diputados de cinco partidos. Estaba “cantado”. Ni ERC, ni JxCAT, ni CUP, ni Bildu, ni BNG reconocen la institución. “El rey no nos representa”, dijeron. “La sociedad catalana, vasca y gallega rechazan mayoritariamente la figura de una institución anacrónica heredera del franquismo que se sustenta en el objetivo de mantener e imponer la unidad de España y sus leyes, negando así los derechos civiles, políticos y nacionales que asisten a nuestras ciudadanías y nuestros pueblos”, añadieron en un comunicado que leyeron minutos antes de la ceremoniosa apertura.

Luego se fueron. No sin antes expresar que en el camino democrático hacia la libertad a la que aspiran, el rey “no es un interlocutor válido, ni tiene la legitimidad de nuestros pueblos, ni le reconocemos ninguna función política”. Y menos aun cuando su papel para con nuestras naciones no ha sido otro que “el de intentar imponer proyectos y valores antidemocráticos, como quedó demostrado en el discurso autoritario pronunciado el 3 de octubre”. Su pronóstico es que una  democracia real “solo será posible desde la ruptura con la herencia, las bases y valores que representa el rey y su figura. Por ello, consideramos que la Monarquía deben dejar de ejercer su tutela sobre la ciudadanía y sobre los gobiernos y parlamentos que de la voluntad popular emanan”. 

Hasta ahí, una España. En la otra, Felipe VI  fue recibido con  honores militares y pasaba revista al Batallón de Honores en la Carrera de San Jerónimo, donde aguardaban su llegada el presidente del Gobierno y el Jefe del Estado Mayor de la Defensa. Y ya dentro, en el hemiciclo, diputados y senadores, con la excepción de los del PNV y los de Podemos que no están en el gobierno, aplaudieron su entrada en el salón de plenos. También  Alberto Garzón y Yolanda Díaz. Y Pablo Iglesias Iglesias e Irene Montero. En apenas dos semanas,  han transitado del plante y la protesta  al respeto y la institucionalidad como si no hubiera un mañana. Hace cuatro años, en 2016, el secretario general de los morados afeaba el “tono añejo” del discurso con el que Felipe VI inauguró la legislatura y hoy se suma al aplauso de quienes cohabitan al amparo de una monarquía parlamentaria.

La contundencia con que los independentistas exigieron romper con la Corona fue la misma con que la presidenta de la Cámara Baja, Mertixell Batet, defendió frente a la “crisis de la política”, el compromiso con una institución que, en su opinión,  “ha asumido el impulso del consenso” y mantenido sin excepción “su posición institucional superadora de la legítima dinámica de competencia entre partidos y ser referencia de los valores constitucionales compartidos y de la vocación de diálogo y consenso”.

La presidenta defendió ante Felipe VI que las críticas le fortalecen y además evitan que alguien se apropie de la monarquía, en clara alusión a la derecha española. Sus palabras fueron un homenaje a la Corona como elemento “integrador” y “patrimonio común” de la sociedad española, frente a quienes la critican -que “lejos de debilitarla la fortalece”- y quienes hacen de ella una “apropiación partidista y excluyente”.

Con todo, declaró abierta la Legislatura. Lo hizo ante una Cámara más fragmentada que nunca y en el arranque de un mandato incierto con el primer gobierno de coalición en democracia. Felipe VI felicitó expresamente a Pedro Sánchez y a su gobierno ya constituido al tiempo que  “les deseó mucho éxito en la gran responsabilidad que han contraído”. Y después  reivindicó el acuerdo y el pacto para una España que “no puede ser de unos contra otros, sino de todos” porque dijo que así “lo ha querido la sociedad española desde hace más de cuarenta años. Así lo sigue queriendo y, sobre todo, así lo merece”. Pablo Casado, en declaración posterior, hizo suyas las palabras del monarca como si el PP y él mismo no hubieran azuzado nunca a la bronca, la división y la trinchera. Lo suyo es soltura y habilidad para  defender una cosa y practicar la contraria. 

La nueva realidad política  derivada de un mayor pluralismo representativo requiere, en palabras del monarca, “el pleno desenvolvimiento de nuestro régimen parlamentario. Y la esencia del parlamentarismo es el acuerdo, como también lo es el ejercicio del control político de la oposición. Pactar y controlar, acordar en unos asuntos y disentir en otros son consustanciales a nuestro régimen parlamentario en el que la diversidad de ideas y opiniones va unida al común respeto a nuestros valores constitucionales”.

Felipe VI habló de concordia, convivencia, progreso, reconciliación, entendimiento y respeto para reivindicar la España de la Transición que superó divisiones, enfrentamientos e imposiciones, pero en ningún momento de su discurso político mencionó expresamente a Cataluña y la crisis territorial que centrará sin duda buena parte de esta legislatura. Aún así, deseó que este mandato sea “provechoso para los ciudadanos y los intereses generales de España, que sirva para recuperar y fortalecer la confianza de los ciudadanos en sus instituciones”. Y con ese deseo, declaró abierta la decimocuarta Legislatura y dio las gracias en todos los idiomas del Estado: “Muchas gracias, moltes gràcies, eskerrik asko, moitas grazas”. 

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