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Rey Villar, treinta años de absolutismo impuesto con sobornos y amenazas

Villar sostiene la Copa del Mundo junto al excardenal Antonio María Rouco Varela.

Marcos Pinheiro

“No hay neutralidad, o veo una lealtad total o eres mi enemigo”. La frase es de Francis Underwood, presidente de EEUU en la ficción de House of Cards. La serie, que recoge sus maniobras para alcanzar y mantener el poder, bien podría tener como protagonista a Ángel María Villar, el exjugador que ha dominado el fútbol español durante tres décadas a base de amenazas y compra de voluntades. Un régimen absolutista cimentado en una red clientelar que ahora desenmaraña la Audiencia Nacional.

Villar duerme desde este jueves en una celda de la cárcel de Soto del Real (Madrid). Ahí le ha enviado el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz junto a su hijo Gorka y su vicepresidente económico, Juan Padrón. El auto que justifica su ingreso en prisión sin fianza construye un relato de corrupción dentro de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) y sitúa a Villar en la cúspide de una organización jerárquica gobernada con mano de hierro.

Para entender su sentimiento de posesión sobre la RFEF hay que remontarse a los inicios. Villar participó en la fundación de este organismo a finales de los 70 y desde los primeros años de la federación se situó en los puestos directivos. Era vicepresidente cuando el máximo dirigente dimitió y él pasó a ocupar la presidencia. Desde entonces ha permanecido imbatible elección tras elección hasta cumplir 30 años de mandato.

Para ello, Villar ha tenido que asegurarse lealtades y castigar disidencias. El juez Pedraz describe una red de apoyos tejida mediante premios en forma de salarios altos, contrataciones arbitrarias y un reparto de fondos que tenía como objetivo último asegurarse el apoyo sin fisuras del resto de cargos.

Su control se extendía por los dos estamentos clave de la federación, la Junta Directiva y la Asamblea. Este último es el más importante porque elige al presidente cada cuatros años. En ella tienen un papel fundamental los presidentes regionales, conocedores de las organizaciones que integran el fútbol no profesional, con mayoría en la Asamblea. “Las elecciones la han ganado ellos”, reconoce Padrón en una de las múltiples grabaciones que registraron los investigadores. Algunos de esos cargos territoriales integran la lista de más de 40 imputados del caso.

Villar ha tenido de su lado a una parte de las federaciones regionales y buscaba la adscripción del resto mediante prebendas o amenazas. Para lo primero disponía de fondos de la federación que repartía sin control. “Para lo que se te ponga en los huevos”, le dice un presidente territorial sobre la disponibilidad absoluta y sin fiscalización de más de cinco millones de euros.

El escrito del juez recoge los ejemplos de dádivas que repartía Villar a cambio de apoyos en las elecciones. El exseleccionador Javier Clemente explicó la dinámica mientras los agentes escuchaban. “Son votos compraos, ¡joder, Juan!... apoyos comprados… decir amén, amén, amén por… por llevarse unos dineros”, explica. “La generosidad es una forma de poder”, reconoce Frank Underwood en un capítulo de la serie.

“Lo que te queda te lo vas a pasar en los tribunales”

Había quien, a pesar de recibir el dinero, se mostraba reticente a vender su voto. Es ahí donde entraba la segunda parte de la estrategia de Villar para perpetuarse en el poder: las amenazas. “Si gano las elecciones, despídete, y si pierdo, con este señor que le has hecho perder, despídete también” espetó a un cargo que no le garantizaba lealtad. A otro le amenazó con alejarle de su manto protector: “No quiero que estés en el grupo…te separas y punto...o estás con todo o no estás con todo, punto”. Lealtad absoluta o enemistad.

Esa estrategia que le equipara al protagonista de House of Cards la puso en marcha cuando su mano derecha mostró dudas sobre cómo ejercía su poder absoluto. Juan Padrón siempre estuvo al lado de Villar como brazo ejecutor de su estrategia electoral: “Aquí, el presidente mío, el presidente de Entrenadores, el de Árbitros y el del Fútbol Sala, hacen lo que yo diga y en las demás territoriales igual , porque si no los quito”. “Ellos saben que el que manda soy yo, económicamente”, comenta en otra conversación.

Pero Padrón, que según el juez Pedraz se llenó los bolsillos con dinero de la RFEF, empezó a tener recelos sobre la forma de actuar de Villar y así se lo comentó a algunos allegados. Sus dudas sobre el presidente llegaron a oídos de Gorka, quien comentó con un cargo fiel a su padre la estrategia para amedrentar a quien se había convertido en un enemigo: “Hay tenerle apretado, decirle 'Juan, tienes ochenta y un años, lo que te queda de vida lo vas a pasar en los tribunales y en los medios de comunicación”'.

Gorka emerge en la investigación como el Villar tras los focos. Sin cargo en la RFEF, manejaba dinero y personal de la organización, un papel de “gestor en la sombra”, según el juez. Su papel secundario estaba motivado por el uso que hacía de la Selección Española de Fútbol, a la que utilizaba como vehículo para hacer negocio con su consultora.

Él mismo reconoce que exponerse aceptando un cargo en la RFEF no era una buena idea: “Yo no puedo salir a una pizarra delante de todos vosotros y empezar a hablar de conflictos de intereses, un gobierno y demás, y yo de repente cargarme todas las normas de un gobierno, no puede ser macho”. Gorka dirigía el “cotarro”, como lo llama un allegado suyo, desde detrás del telón, mientras ingresaba en las cuentas de su empresa más de medio millón de euros.

“No los nombraré ni de coña”

La historia de poder absoluto tras la que se oculta el enriquecimiento personal necesitaba de una connivencia del resto de actores. Para ello, Villar manejaba la Junta Directiva, el otro gran estamento de la Federación, mediante un tráfico de puestos que consistía en premiar al adepto y castigar al infiel. Se aseguraba así “el apoyo a sus decisiones”, dice el juez, porque estaba rodeado de personas “fieles a sus decisiones y que no le manifestaban oposición”.

La investigación destaca también cómo ascendía a ese órgano de gestión a quienes le habían conseguido votos y cómo ninguneaba a los presidentes regionales que no se habían sumado a su campaña. “No van a venir a nada, ¿me explico? A nada, el nombramiento de Junta Directiva es mío, no vendrán, no los nombraré ni de coña”, dice durante una conversación telefónica.

Esos pinchazos definen a Villar como alguien que le daba mucho más valor al poder que al dinero. La capacidad de influencia desde la cumbre era para él más importante que la persuasión mediante prebendas: “Cuando se ejerce la autoridad, me cago en el dinero”.

Villar pronunció esas palabras un mes después de haber revalidado por octava vez su cargo de presidente de la RFEF. Solo tuvo oposición en un par de elecciones. En una de ellas, en 2004, un antiguo aliado que se convirtió en enemigo estuvo a punto de desalojarle del puesto, pero a última hora el presidente eterno reunió los apoyos para seguir.

En todos esos comicios hubo acusaciones de amaños, impugnaciones y hasta intervención de los tribunales. Pero nada de eso pudo con el poder absoluto de Villar, al que solo ha hecho caer una investigación de la Audiencia Nacional. Treinta años de dominio total que han acabado en una celda compartida de una cárcel madrileña.

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