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Sánchez y Díaz se sincronizan para igualar al ausente Feijóo con un Abascal que tiró de licencia para mentir

20 de julio de 2023 02:02 h

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En el ámbito laboral, se entiende por absentismo la ausencia o falta de incorporación al trabajo de forma deliberada. Puede ser por causa justificada o injustificada. Alberto Núñez Feijóo es un empleado a sueldo de los ciudadanos, ya que su salario y también el sobresueldo que recibe del PP salen de los Presupuestos Generales del Estado, que se nutren con los impuestos de todos. Participar en un debate electoral con el resto de aspirantes a la Presidencia del Gobierno no es una boutade, ni un trampantojo, ni un capricho de la televisión pública. Simplemente es una obligación a la que debiera hacer frente todo demócrata. Salvo justificación objetiva, claro.

Feijóo no acudió a la última gran cita televisiva de esta campaña no porque tuviera lumbalgia, ya que su ausencia fue anunciada antes de que le sobreviniera el lumbago que padece desde hace dos días. Cualquier empresa privada le hubiera achacado un incumplimiento de sus obligaciones, abierto un expediente disciplinario o impuesto una sanción. Si los españoles amonestan o no su escapismo de una de las citas más relevantes de esta campaña se verá el próximo domingo cuando se abran las urnas, pero su plantón este miércoles a la televisión pública -y por tanto a los españoles convocados a las urnas- ya le ha valido un severo rapapolvos de sus oponentes, además de una retahíla de reproches en las redes sociales.

En Génova sienten que cabalgan a lomos de una inercia ganadora y que nada les penalizará el próximo domingo. Ni la amistad con el narco Marcial Dorado, ni las mentiras deliberadas en las entrevistas, ni los ataques a los periodistas de la televisión pública… Está por ver. Fue, sin duda, el gran perdedor de un debate a tres en el que unos sincronizados Pedro Sánchez y Yolanda Díaz igualaron a PP y Vox, reivindicaron la gestión de la coalición, desmontaron todos los bulos de las derechas, arrinconaron a Santiago Abascal y pusieron en evidencia que tras el próximo domingo sólo hay dos formas de Gobierno: PSOE-Sumar o PP-Vox.

“Yo si puedo gobernaré con Yolanda Díaz. Hemos trabajado de manera leal y eficaz, creo que hemos hecho un buen trabajo. Enfrente tenemos una opción conservadora de Feijóo con Abascal, lo estamos viendo en Extremadura, Comunidad Valenciana, Castilla y León, ayuntamientos… Donde pueden gobernar lo hacen juntos. En este debate falta Feijóo por dos motivos: porque no se puede hacer cargo de la montaña de mentiras del primer debate y porque le da vergüenza comparecer con  usted”, dijo un solemne Pedro Sánchez. 

El presidente recuperó el tono institucional y la soltura en el manejo de los datos que le fallaron en el cara a cara con Feijóo mientras la vicepresidenta recuperó el brío perdido en la campaña y “aplastó” a un Abascal instalado en el negacionismo de la violencia machista y el cambio climático, la difusión de bulos -como la voladura de presas y las centrales térmicas- y en su ignominioso señalamiento a la inmigración.

Arremetió con especial dureza contra los bulos sobre feminismo de los ultras, a los que acusó de desplegar “una ideología perniciosa”. Antes, Abascal había esparcido la idea de que en España “se crean tribunales de excepción para hombres”, que la ley de violencia de género “es utilizada de manera fraudulenta en los procesos de divorcio” o que la ley trans “permite la impunidad de abusos a un hombre si se autopercibe de género femenino”. 

“Deje de reírse de las mujeres”, le respondió con vehemencia Yolanda Díaz, que mostró una foto de dos concejales de Vox en Valencia durante un minuto de silencio para honrar a una mujer asesinada por violencia machista. “¿Sabe quiénes son? Son sus dos diputados en Valencia. ¿Sabe de qué se ríen? De un minuto de silencio. ¿Sabe por qué nos matan? Porque somos mujeres. Dejen de reírse de nosotras, las mujeres no somos mercadeo electoral”, replicó. “Yo no le tengo miedo, señor Abascal”, le espetó para exigir al candidato de Vox más tarde que pidiese disculpas por haber afirmado falsamente que el reciente asesinato de la propietaria de un comercio en Madrid fue obra de un inmigrante.

Esta semana se ha producido un giro de guion en la campaña con el que los populares no contaban. Ahora es la credibilidad de Feijóo, y no la de Sánchez, la que está en el centro del debate público y quizá por ello los mandamases de Génova han empezado a rebajar las expectativas. Ya no hablan de 160 diputados y subiendo. Ni de la segunda edición del “milagro Juanma Moreno”. Mucho menos de una posible mayoría absoluta, que los más entusiastas no descartaban hace unos días. El espacio de la derecha lo ocupó este miércoles en exclusiva el candidato de Vox en lo que para incluso la dirigencia popular no estaba claro que hubiera sido una estrategia brillante para los intereses de Feijóo. De hecho, Abascal no se refirió en ningún momento hacia un Feijóo que fue mencionado hasta en 25 ocasiones por Sánchez y Díaz. Se limitó a aprovechar el espacio que el aspirante del PP dejó vacío, aunque la televisión pública no pusiera un cuarto atril.

Pedro Sánchez, que llegaba a este último debate en RTVE con intención de trasladar al electorado que aún puede haber partido el 23J y trazar un horizonte de futuro aprovechó para quemar el que entendió era su último cartucho antes del 23J. Ayudó que en esta ocasión no se impusiera el ruido constante, que las intervenciones fueran más o menos ordenadas, que los intervinientes no se pisaran en el uso de la palabra y que el debate, en definitiva, no descendiera al barrizal en el que se convirtió en el cara a cara. Su objetivo seguía siendo movilizar a una izquierda rezagada, frenar el trasvase de voto socialista a la marca PP  y catapultar a Abascal a la vicepresidencia del Gobierno ante una previsible mayoría de derechas y sólo los resultados del 23J dirán si lo ha conseguido o no. 

Zarandear a los indecisos

La escenificación del tándem Sánchez- Díaz resultó en todo caso una opción coral y sin estridencias ante los espectadores, ya que ambos trasladaron una imagen de centralidad y se esforzaron en reivindicar lo logrado para zarandear a los indecisos y que impidan un Gobierno PP-Vox. El electorado progresista no hubiera entendido otra estrategia que no fuera la del trabajo compartido, pese a que la vicepresidenta no perdió ocasión para marcar perfil propio en un par de ocasiones (la ley de vivienda y la edad de jubilación).

La candidata de Sumar recuperó el brío perdido durante la campaña e incluso tuvo momentos en los que se enfrentó acaloradamente a Abascal, con licencia para mentir, que la convirtieron en la clara ganadora de la noche, lo que podría frenar la decantación del voto socialista a la coalición que lidera, que ha ido de más a menos en  la mayoría de los sondeos. 

El debate a tres, que por momentos fue a cuatro, era la última gran cita de esta campaña que ha resultado más mediática que mitinera y con un resultado que la derecha da por descontado antes de abrirse las urnas. Tanto como que ya ha anunciado urbi et orbi los primeros ceses en cuanto ponga un pie en La Moncloa. Si es que lo logra, claro, porque en política lo de vender la piel del oso antes de cazarlo no siempre fue un buen negocio.

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