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Chicken game, el último plato típico de la cocina política española

Sánchez e Iglesias en una de sus reuniones poco productivas.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Desde 2014, hemos perdido la cuenta de los artículos publicados en los medios de comunicación sobre lo mucho que ha cambiado la política española. Adiós al bipartidismo. Hola, Podemos. Hola, Ciudadanos. El PP y el PSOE, perdiendo votos por millones. Catalunya, bueno, qué decir de Catalunya que no sepamos ya. 

Sí, hubo un shock. Incluso un rey tuvo que dimitir como si fuera un concejal de Urbanismo pillado en una recalificación sospechosa. Pero después del impacto, llegó la calma chicha. El viento se paró y los barcos quedaron parados bajo un sol abrasador.

Los politólogos no paraban de recordarnos que entrábamos en la era de los pactos, la misma en la que vivían varios países europeos desde hace décadas. Y no les iba tan mal. Esa época no ha llegado a España. Los políticos viven temerosos de lo que ocurrirá si firman un acuerdo nacional. Si están en el poder o cerca de él, el temor pasa a ser un pánico incontrolable.

Pedro Sánchez es la última víctima de ese miedo. Las elecciones de abril le dieron el mejor resultado posible. Es cierto que no tenía muchos aliados potenciales, pero contaba con un camino viable para ser reelegido. Sin embargo, al igual que Mariano Rajoy en 2015 y 2016, ha decidido no hacer nada y esperar en Moncloa a que la realidad se acomode a sus deseos. 

En 1973, la revista satírica National Lampoon publicó una portada que luego se hizo mítica. Una pistola colocada en la cabeza de un perro y el titular: “Si no compra esta revista, mataremos a este perro”. Hubo gente que se molestó. El marketing salvaje no está hecho para todo el mundo. 

Es la misma apuesta que ha hecho Sánchez. Si no me apoyan gratis en el Congreso o por el dinero suelto que llevo en el bolsillo, mato a este perro. Por perro en este caso entendemos el votante español, que ha pasado por cinco elecciones nacionales en los últimos cuatro años. Esto ya no es exigir demasiado a los ciudadanos; esto es torturarles sin piedad.

Este martes, se reunieron en Moncloa Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Por la información facilitada por ambos partidos, la cita no sirvió para nada. Según fuentes socialistas, el presidente en funciones insistió en su idea de “Gobierno de cooperación”, lo que significa que Podemos lo apoyaría desde fuera sin derecho a formar parte del Consejo de Ministros. Ah, una pequeña novedad. Podría haber una “comisión de seguimiento” del pacto. Al menos, no sacaron el tema del relator, que no funcionó muy bien en la anterior legislatura. 

Fuentes de Podemos volvieron a plantear la idea de un “Gobierno estable (es decir, de coalición) y de izquierdas”. Además, avisaron de que no se fían mucho de Sánchez, porque este aún no ha decidido si apuesta por un acuerdo de investidura “con la izquierda o con la derecha”. 

Moncloa ha dejado claro que, aunque no llegue a un acuerdo con nadie, habrá una sesión de investidura en algún momento de julio. Y el tiempo corre. 

Allá van dos machos alfa al volante de sendos coches que circulan de frente a toda velocidad amenazando con no frenar ni echarse a un lado en el último momento. Sánchez sigue confiando en que otro macho alfa, Albert Rivera, aparezca de repente y le impulse para llegar a la meta. A día de hoy, Rivera se ha atado al volante y se niega a cambiar de dirección, por mucho que algunos de los que iban con él en el vehículo hayan saltado en marcha porque temen que todo acabe en Ciudadanos como en 'Thelma y Louise'.

Los copilotos no ofrecen ninguna muestra de preocupación. Carmen Calvo, Irene Montero e Inés Arrimadas animan a sus jefes a que sigan pisando el acelerador. No pasa nada. Seguimos en la misma dirección. Ya se asustarán los otros. 

Negociar es ceder. Los que negocian y afirman luego que aplicarán íntegro el programa de su partido suelen ser unos mentirosos. Si estás cerca de la mayoría absoluta, como Zapatero en 2008, no tienes que renunciar a mucho. Si estás lejos, como Sánchez ahora, debes hacer ofertas significativas, de las que cuestan. Si en ese caso no es posible el acuerdo y hay que repetir las elecciones, no podrás ocultar que has fracasado. Lo que diga después el electorado es todo un misterio. 

El problema clásico del 'chicken game' es que si ninguno de los dos cede, la colisión es inevitable. Si alguno tiene un rasgo de cordura antes de tiempo y se aparta, corre el riesgo de quedar como el perdedor. Una opción para no prolongar el suspense es dejar claro desde el principio que no vas a girar el volante, con lo que concedes al otro la opción, y por tanto la responsabilidad, de evitar el choque. Eso le dará algo de estatus, pero no ocultará el hecho ya reseñado: era la parte más débil.

El pacto de las tres derechas bautizado por la foto de Colón se convirtió en un símbolo del error de creer que sumar uno más uno más uno sólo puede dar tres, que en este caso significaba la mayoría absoluta. A veces en política, las sumas restan. Pero a la hora de formar un Gobierno, las matemáticas imponen su ley. Si no sabes sumar, es posible que tus votantes castiguen tu falta de sentido común con la abstención.

En ese caso –posible, no necesariamente probable–, si Sánchez e Iglesias convierten en presidente al líder de la derecha con los peores resultados de las últimas décadas, un tal Pablo Casado, se podrá decir que sus carreras políticas habrán terminado de la peor forma posible. Por utilizar la expresión en inglés, habrán arrancado la derrota de las fauces de la victoria. Y serán los únicos responsables de tal hazaña.

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