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CRÓNICA

Señor Casado, ya puede besar a la novia

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“Yo sé lo que se sufre cuando hay que ordeñar los domingos”, dijo Alfonso Fernández Mañueco en el mitin final de la campaña del Partido Popular. Como está metido en la política institucional desde 1995, se nota que tiene buena memoria. Ahora podrá recuperar esos conocimientos y esa inmensa capacidad de sufrimiento para ordeñar los resultados de las elecciones de Castilla y León. Él compró la vaca al convocar elecciones, así que le toca ocuparse de ella. Ya intuye que la leche que salga le puede resultar muy indigesta.

El problema para su partido supera el asunto de la gobernabilidad de la región. Lo que se ha venido abajo es toda la estrategia del PP para encarar el resto de la legislatura. Adiós a la unificación del voto de la derecha bajo la égida de Pablo Casado. Los muy buenos resultados de Vox han sido tan contundentes que no hay muchas dudas de que el partido de extrema derecha repetirá como mínimo sus resultados de noviembre de 2019. Adiós también a la idea con que los dirigentes del PP alimentaban a los periodistas, según la cual les sería fácil convencer a Vox para que se conformara con apoyarles desde fuera del Gobierno después de futuras elecciones. Como si fueran una organización benéfica.

Algunos se preguntarán en relación a este último punto cómo se puede hacer depender tu estrategia de lo que haga otro partido político. Es cierto que resulta difícil de comprender hasta que uno es consciente de que los líderes del PP están convencidos de que el resto del mundo debería estar agradecido por su existencia. Es la única forma de entender a su número dos, Teodoro García Egea, que negó el lunes que vayan a aceptar un Gobierno de coalición con Vox. Casi le ofendió que se lo preguntaran. Pretenden gobernar en solitario y aceptarían el apoyo de otros. Hasta ese punto llega su generosidad: “Quien quiera sumarse puede votar al PP y si no, en caso de bloqueo, cada uno tendrá que explicarlo”.

Egea parece creer que ponerse chulo con Vox es la táctica que les va a funcionar. Pero ese partido ya no es el de 2019, cuando no le convenía entrar en gobiernos autonómicos ni estaba en condiciones de resistir la presión del PP en Madrid.

De todas formas, lo de ponerse chulo tampoco le ha ido muy bien a Egea en sus relaciones con Isabel Díaz Ayuso. Sus enemigos en el partido, que ya son unos cuantos, habrán detectado que empieza a recurrir a los trucos de los que se ven superados por los acontecimientos. En la rueda de prensa, denunció “una campaña mediática contra la dirección nacional como no se había visto nunca”. Es cierto que la mayoría de los columnistas de la prensa de derechas han tomado partido por Díaz Ayuso en su guerra con Casado. Decir que no hay “precedentes” de algo así puede provocar carcajadas en otros partidos.

El resultado de Castilla y León ha permitido a Vox dar un giro a su estrategia. Se acabó lo de amenazar y no dar, por ejemplo como hizo después de las elecciones de Madrid, donde básicamente se entregó a Díaz Ayuso a cambio de algo de bisutería política. El partido de Santiago Abascal ha decidido que su crecimiento le obliga a entrar en los gobiernos que sólo puedan sobrevivir con sus escaños. Ya no se limitará a llevar las toallas al PP, como hace Rocío Monasterio en Madrid.

Aumentar los votos que recibió en esa región en las segundas generales de 2019 es el premio que el PP le ha concedido con el adelanto electoral. Lo ha hecho en una comunidad con nueve provincias en la que su implantación territorial era escasa y con un candidato de 30 años sin ninguna experiencia política anterior. Cree que puede exigir la recompensa.

“No nos vamos a abstener (en la investidura). No vamos a regalar los votos al PP”, dijo Juan García-Gallardo, al que Abascal ya presentó el domingo como futuro vicepresidente autonómico. Aspira a un matrimonio de los de antes con iglesia, novia de blanco y tarta de varios pisos. No se conformará con menos.

La amenaza de Vox cambia en mucho las perspectivas de cara a las próximas elecciones nacionales. Casado ya no podrá acercarse a esa cita electoral de forma sigilosa, sin revelar sus verdaderas intenciones sobre Vox y utilizando ese lugar común tan penoso de los políticos cuando dicen que el único pacto que buscan es con los votantes. Ya está claro que, en el mejor de los casos para el PP, no llegará a Moncloa sin llevar a Vox de pasajero en el coche.

En una comunidad tan conservadora como Castilla y León –durante veinte años hasta 2011 el PP nunca bajó del 49%–, se quedó en el 31,4% en esta ocasión. Cualquier extrapolación de esos datos a toda España indica que el partido de Casado va a sudar tanto como el PSOE para superar con claridad el 30%.

Los socialistas han reincidido en sus tradicionales malos resultados en Castilla y León, con la excepción de 2019. Ese año, al coincidir con las elecciones municipales, se vio favorecido por la corriente de cambio que existía en las grandes ciudades de la región. Ahora no había salvavidas a mano. El PSOE no ha esperado ni 24 horas para descartar por completo la abstención en la votación de investidura que le serviría al PP para no tener que pactar con Vox. En política, no suele ser tu enemigo el que te salva para que puedas derrotarle más tarde.

Dentro de un mes, sabremos cómo resuelve Mañueco el dilema cuando se constituya la nueva Cámara en Valladolid y haya que elegir a su presidente. Lo que vendrá mucho antes será la segunda parte de la guerra Casado-Ayuso por el control del PP madrileño, interrumpida por una tregua que comenzó con la convocatoria electoral.

A través del portavoz del Gobierno de Madrid, Enrique Ossorio, Ayuso ya ha reanudado las hostilidades. Reiteró el deseo de celebrar cuanto antes el congreso provincial del partido y le sumó a eso el inevitable troleo: “Nosotros hemos pactado con Vox y las cosas nos van muy bien”. Cuanto mejor le vaya a Ayuso, peor le irá a Casado.