El tío Cuco se ha muerto, y su espíritu también
El ambiente del pre debate televisivo estaba calentito. Habían contribuido a ello los tuits que tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera (ambos absolutamente digitales) se habían lanzado durante la tarde, jaleados como tocaba por internautas de todo pelaje. Jordi Évole tuvo que llamarlos al orden y pedirles también en Twitter que por favor no hicieran spoilers. Pero era tarde. El programa que iba a emitir Salvados ya era TT bastante antes de su inicio, con ese hastag, #PartidodeVuelta que estuvo en los primeros puestos durante todo el programa y bastante después. (Dato que dejo aquí: a la misma hora, en 13TV estaba María Dolores de Cospedal. Sola, sin debate, eso sí. Y su hastag #LMCospedal, en referencia al programa La Marimorena, que me encanta el nombre, por cierto, también fue TT).
Así que el debate arrancaba con mucha expectación. Y a estas alturas de partido, de una clarísima saturación de líderes políticos en la tele, a los que ya hemos visto de frente, de perfil, por detrás, bailando y mariposeando, cabría preguntarse por qué ayer éramos tantos los que permanecíamos atentos a la pantalla de la Sexta. Yo voy a apuntar varias razones.
Una, los candidatos y sus equipos se esforzaron mucho en promocionarlo. Y los medios, claro, no solo La Sexta, que por supuesto.
Dos, y más importante, porque el buen espectador de televisión ya espera con cierta devoción cualquier producto de la factoría Salvados, acostumbrados como nos tienen a domingos de gloria. Vaya eso por delante.
Tres, porque el partido anterior, el primer cara a cara que se celebró entre estos dos candidatos, también en este programa, el 18 de octubre de 2015, antes de tantas cosas, fue un pelotazo de audiencia ( 5.214.000 espectadores, un 25,2% de cuota de pantalla. Aquel debate coleó mucho, y para bien. Se destacó no solo el buen rollo de ambos candidatos, también el lugar elegido, un bar, el tío Cuco, de Nou Barris, un barrio periférico de Barcelona cuyos dueños comprobaron en carne propia la fuerza de la tele. De hecho se acuñó una frase: el espíritu del tío Cuco, para remarcar el talante más pausado y más dialogante de ambos. Ayer quedó sentenciado, eso sí.
Aquel día Pablo Iglesias no llevaba corbata. Ayer sí. Así como con desaliño, como si no quisiera, pero corbata al fin. Tampoco llevaba papeles ni fichas, ni cuadernos. Ayer sí. Aquel día su partido aún no había triunfado en unas elecciones generales y no tenía ni diputados en el Congreso. Ayer sí. Aquel día Albert Rivera no llevaba corbata. Ayer tampoco. Llevaba una camisa azul. Ayer también, aunque de un tono más claro. Y ayer tenía calor, era evidente. Aquel día no trajo papeles. Ayer tampoco. Y aquel día Ciudadanos tampoco tenía diputados y ayer sí. Esta vez el marco era otro, alrededor de una mesa de madera brillante de esas un poco vetustas (yo las califico de feas, directamente) con un Jordi Évole mucho menos contemporizador que otras veces, me pareció a mi, que fue al grano, que los marcó de cerca, y que supo desaparecer cuando era preciso: cuando el duelo era evidente y la tensión entre ambos candidatos iba en aumento.
Porque esa fue sin duda la gran diferencia entre ambos cara a cara: la tensión. Ayer estuvieron menos conciliadores que la otra vez, más airados, más a quemarropa. Hubo cuchillos y frases más gruesas, (no soporto esa acusación que se les hace siempre del “y tú más”. A mí la mayoría de las veces me parece sencillamente que confrontan opiniones diametralmente opuestas). Ayer fueron más enemigos que la primera vez. Albert destacó que Pablo llevaba fichas para el argumentario (que era obvio, se podía ver en pantalla) y Pablo le contestó “llevo fichas porque quiero ser riguroso con los datos”. Se interrumpieron con fiereza, “déjame hablar, déjame terminar”, y aunque es verdad que no se insultaron (“intransigente” no es un insulto), estuvieron bravos.
Pero hay que reconocer que en medio del fragor, el debate aportó cosas. Los candidatos respondieron a preguntas/ítems concretos que Évole les fue lanzando, y quedaron bastante bastante claras sus posiciones, cosa que como espectador votante siempre se agradece. Incluso Albert Rivera, cuyo partido navega tan bien en la equidistancia, pronunció frases rotundas: “No estaremos en un gobierno con Mariano Rajoy” algo que no creo haberle oído con esa contundencia antes de anoche. Se lió un poco con lo de la escuela pública y concertada, eso sí. Y tiró mano de esos lugares comunes, como lo del comunista, “en China hay comunismo” Venezuela, “te pido Pablo que saques a los presos políticos de allí”. Todo esto seguido de cerca por los tuiteros defensores y detractores, y por los generalistas.
Por cierto, hay que remarcarlo. Sin esa herramienta, sin esa red social, los debates como el de anoche no serían lo mismo. Sin el seguimiento, las observaciones, la intervención en pleno de las maquinarias digitales de ambos partidos, lo que vemos en antena no tendría subtexto, ni tanto tanto interés, me parece a mi. Yo al menos no tendría una visión tan periférica, tan rica, y tan estimulante.
Y ahora la pregunta, ¿quién lo hizo mejor?. Yo creo que Iglesias estuvo más rotundo. Sin vaivenes. Aunque la verdad, no creo que eso importe. No nos engañemos: los debates, absolutamente imprescindibles en democracia, no suelen cambiar el voto de los convencidos. Y tampoco sé si decantan el de los indecisos.
Eso sí, puesto que ambos dijeron que nunca habían salido de cañas juntos, si yo fuera ejecutiva de televisión me apresuraría en crear y proponer ese formato: enemigos que se van de birras. Lanzo aquí la idea para que quede claro que es mía.
Un 18,2%, 3.200.000 espectadores, vieron anoche el nuevo duelo entre los dos líderes que ayer juntó Jordi Évole en Salvados. Es un señor dato, la verdad, aunque por el camino, desde octubre de 2015, cuando tuvo lugar el primer debate, se hayan quedado dos millones de españoles. Fue líder en su franja, además. Supervivientes, cuyo público no creo que hiciera zapping para seguir a los dos candidatos, tuvo un 9,5, en su primera parte y un 18,2 en la segunda, con 2.315.000 espectadores