Como había hecho otras veces, Vox pretendía no asistir al minuto de silencio por la última víctima de violencia machista en Madrid. Sin embargo, el partido de extrema derecha cambió a última hora su estrategia habitual con estos actos para ir un paso más allá: los concejales se presentaron ante el Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento de la capital, con una pancarta propia en la que se leía “La violencia no tiene género” y se situaron a unos metros del resto de ediles. El líder del partido en el consistorio, Javier Ortega Smith, consiguió un enfrentamiento público con el alcalde, José Luis Martínez Almeida, y un montón de titulares.
Es la última muestra, tal vez la más estridente, de la estrategia que ha empleado Vox en las últimas semanas, en las que se han producido unas negociaciones para la investidura en las que la formación de Santiago Abascal no ha tenido ningún papel. El fracaso de esas conversaciones conduce a unas elecciones a las que la extrema derecha concurre ahora muy alejada del momento dulce que vivió en la campaña del 28 de abril, en las que llegaron a estimar que sacarían el doble de los 24 diputados que obtuvieron finalmente.
“Vox está preparado, está en subida libre”, dijo el miércoles Iván Espinosa de los Monteros, portavoz de Vox en el Congreso, a la entrada de la sesión de control del miércoles, un día después de que Pedro Sánchez certificase el fracaso de las negociaciones y confirmase que el país se aboca a unas nuevas elecciones. Lo cierto es que las encuestas no reflejan esa “subida libre” del partido de Santiago Abascal, que ha perdido influencia en la actualidad política de los últimos meses, sumido en la irrelevancia institucional.
Ese nulo papel ha llevado a Vox a doblar su apuesta por las propuestas radicales ante la perspectiva de enfrentarse a unos nuevos comicios. Durante las últimas semanas han insistido en los temas con los que irrumpieron en la escena política –inmigración, memoria histórica o violencia de género–. Lo han hecho exagerando esas medidas a fin de hacerse con los titulares que les habían abandonado durante estos meses.
En el Congreso utilizan siempre la misma fórmula: convocan a los medios en la sala de prensa sin decir el motivo, para luego anunciar que presentan algún tipo de iniciativa polémica. Se suele tratar de Proposiciones no de Ley, una mera declaración de intenciones sin efectos legislativos. Ortega Smith ya advirtió tras las elecciones que iban a ser “torbellinos” con las proposiciones no de ley.
Así lo hicieron, por ejemplo, cuando el pasado 12 de septiembre reclamaron la construcción de un muro en la frontera que separa Marruecos de Ceuta y Melilla. Propusieron incluso militarizar ese enclave y Espinosa de los Monteros consiguió espacio en los medios con un comentario jocoso sobre quién debía pagar ese nuevo muro.
Algo similar sucedió hace unos días, cuando en plena ronda de consultas Espinosa de los Monteros compareció en el Congreso para plantear la derogación de la Ley de Memoria Histórica. El rechazo del partido de extrema derecha a esa norma no es ninguna novedad, por lo que el dirigente de Vox necesitó ir un paso más allá para dar notoriedad a la comparecencia: dijo que su formación no condenaba el franquismo ni la guerra civil, y propuso quitar el nombre de la plaza Pedro Zerolo, como ejemplo de que había que revertir algunos cambios de calles. Lo cierto es que esa plaza no se renombró por la Ley de Memoria Histórica.
Lo mismo han hecho a nivel municipal con el minuto de silencio celebrado este jueves a las puertas del Ayuntamiento de Madrid.
Sin papel alguno en las negociaciones
“El presidente Sánchez no nos ha llamado, no nos ha convocado, es más, se ha referido a nosotros con todo el desprecio del que ha sido capaz”. Con estas palabras resumió Santiago Abascal su papel en las negociaciones para la investidura: ninguno. Lo hizo en la rueda de prensa que dio en el Congreso tras su reunión con el rey, una de las pocas apariciones ante la prensa del líder de Vox.
En esa comparecencia, Abascal también descartó respaldar la iniciativa de Albert Rivera de que la derecha se abstuviese –con condiciones– para poner en marcha la investidura. Lo cierto es que el líder de Ciudadanos no le había invitado a sumarse: tan solo se lo planteó al presidente del PP, Pablo Casado, al que le pidió una reunión. Vox se quedó fuera de ese conato de entendimiento entre la derecha.
La exclusión de las negociaciones a nivel nacional llega después de que tuviesen que renunciar a sus principales exigencias en las conversaciones para formar gobiernos autonómicos. Vox se presentó tras el 26 de mayo como la pieza clave para pactar los ejecutivos en los que la derecha tenía mayoría absoluta: comenzaron con extensos documentos que recogían sus exigencias más duras –y que debía firmar Ciudadanos– y reclamando asientos en los gobiernos.
Las fricciones con el partido de Rivera durante las negociaciones en Madrid o Murcia, con la amenaza de que esos pactos fracasaran, acabaron por rebajar enormemente esas expectativas iniciales. La formación de extrema derecha no consiguió entrar en ningún Ejecutivo autonómico y se vio obligada a limar sus documentos para excluir las medidas más polémicas. En Madrid, renunciaron incluso a una de las máximas que habían mantenido durante las negociaciones: que Ciudadanos pusiese su firma en el acuerdo. Se contentaron con un compromiso verbal.
Tras esos bandazos en las negociaciones y sin papel alguno en las conversaciones para la investidura, los de Abascal afrontan una nueva campaña electoral con las expectativas a la baja. Las encuestas pronostican que el partido no revalidará el apoyo conseguido el 28 de abril. El último CIS preguntó a los encuestados a qué partido votarían si se repitiesen elecciones: solo el 3,3% contestó que introduciría en la urna la papeleta de Vox, frente al casi 11% que consiguieron en las generales. En el PP, de hecho, dan por amortizado el daño que les puede hacer la formación de extrema derecha.
El partido de Abascal se vuelve a enfrentar a las urnas sin el impulso que le supuso su irrupción triunfal en Andalucía. Los escaños obtenidos en el Congreso estaban por debajo de las estimaciones y dejaron un sabor agridulce a los dirigentes del partido en la noche electoral. Tampoco podrán exprimir la imagen de partido outsider. Vox concurre después pasado ya por el Congreso, con presencia en todos los niveles de la administración y hasta con derecho a participar en todos los debates electorales.
Abascal tendrá que enfrentarse por primera vez a los líderes de los cuatro principales partidos, mucho más bregados que él en esos enfrentamientos televisivos. Tendrá que abandonar la posición que adoptaron en la pasada campaña, donde el partido organizaba actos paralelos con sus seguidores y Abascal ironizaba sobre el debate en Twitter. En privado reconocieron que la exclusión de esos debates les venía bien. Ahora deberá enfrentarse a la contienda televisiva con el objetivo de remontar las malas perspectivas que le dan las encuestas.