Alentar el miedo como agitador social
La agenda política no siempre es controlable. De forma habitual, diferentes conflictos o asuntos de interés general se desarrollan en paralelo. Ganan o pierden intensidad por el propio interés de aquellos que participan en el asunto. Sin embargo, hay ocasiones en las que esas diferentes líneas narrativas se entrecruzan de forma inesperada. El resultado es imprevisible, aunque casi siempre conduce a una etapa de convulsión que durante un período acapara el interés prioritario de los partidos, de los medios y de los ciudadanos. Es en esos momentos donde la comunicación política pasa a tener un papel decisivo. Puede ser la herramienta que determina cómo puede salir cada uno librado del embrollo. Incluso, puede ser el recurso que acaba por determinar el desenlace.
La Constitución, los PGE y la pandemia
Estos días, diferentes asuntos se han visto mezclados. Algunos era previsible que surgieran. Otros han aparecido de forma repentina sin que estuviera en el guión. El aniversario de la Constitución era imaginable que sirviera para abrir un debate nacional sobre el posicionamiento de las diferentes formaciones. Por otro lado, la votación sobre los Presupuestos Generales del Estado, que tuvo lugar el pasado jueves, ha supuesto un hito en el desarrollo de la actual legislatura. La amplia mayoría de respaldo al Gobierno ha acabado con la esperanza de los partidos de la derecha de que se produjera una crisis política de primer orden. La legislatura parece que va para largo.
Para la oposición son malos tiempos. Cuesta asumir un indispensable cambio de estrategia que, hasta ahora, se había basado en intentar tumbar al gobierno de coalición como fuera y lo antes posible. Sabían que si llegaba a superar la aprobación de los PGE, sería muy difícil poder anticipar las elecciones. La emergencia sanitaria se vio como una oportunidad de culpabilizar al gobierno de todo lo malo que pudiera pasar. La complejidad de la pandemia, los rebrotes, las olas sucesivas, la dispersión de las responsabilidades de gestión y, finalmente, el anuncio de la llegada de la vacuna parecen haber dispersado demasiado esta batalla. Pedro Sánchez no va a caer por este asunto.
El cambio de estrategia de Unidas Podemos
En las últimas semanas, nuevos factores han surgido en el debate público. Por un lado, la decisión de Unidas Podemos de cambiar su estrategia política para asumir un mayor protagonismo mediático está siendo clave. UP consideró este verano que si se mantenía en un segundo plano, como mero soporte del gobierno, corría el peligro de quedar difuminado. La crisis en torno al emérito le abrió la posibilidad de encontrar un espacio libre donde asentar y visualizar su existencia. Sabedores de que los socialistas no van a competir en ese territorio, decidieron enarbolar la bandera republicana como argumento.
La compleja negociación presupuestaria abrió a Pablo Iglesias una nueva línea de acción. Su papel determinante como enlace con partidos como ERC y EH Bildu, con los que los socialistas siempre tienen una complicada relación, le ha permitido asumir un indiscutible protagonismo. A cambio, este proceso ha servido a la derecha para asentar su proclama sobre la amenaza del régimen constitucional al ver peligrar la monarquía y la unidad de España junto al dadoporhechismo que supone que, en un futuro no definido, el nuevo orden va a pisotear la justicia, la educación y la libertad de expresión.
Los wasaps del odio
Faltaba un último evento por llegar: La polémica abierta tras la publicación del contenido del famoso chat de los exmilitares. En él, algunos veteranos nostálgicos de la dictadura se explayaban en sus aspiraciones de acabar a tiros con la mayoría democrática que en España se resiste a suscribir su enfermizo ideario. El chat posiblemente no hubiera tenido tanta trascendencia de no haber coincidido con un clima de especial tensión. Su publicación servía para hacer visible que la extrema derecha no parece dispuesta a aceptar la minoría democrática que representa y el peligro de que el resto de la derecha se deje arrastrar por ese principio fuera de toda legitimidad. Es lo que Donald Trump está haciendo en Estados Unidos tras perder las elecciones. Una amplia parte del electorado republicano se ha convencido sin prueba alguna de que las elecciones han sido fraudulentas.
En España, la derecha ha construido un discurso aglutinador de parte de sus seguidores basado en el miedo a que el país derive en un cambio de régimen que convierta España en una especie de república soviética con tintes bolivarianos. No existe ni un sólo derecho que se haya perdido, ni se ha planteado formalmente ningún cambio constitucional. Se elude siempre en el debate la cuestión principal. El PSOE ya ha manifestado por activa y por pasiva que no va a propiciar cambio alguno en el actual orden constitucional mientras permanezca en el gobierno. Además, aunque mintiera y en realidad pretendiera hacerlo, tampoco podría llevarlo a cabo sin que la derecha lo apoyara en el Parlamento. Es absolutamente imposible que suceda, pero da igual. Se trata de extender preocupación y miedo en un electorado al que se prepara de cara al futuro. Sembrar el voto del miedo puede servir, según esta estrategia, para ir creando un clima de movilización en torno a esa supuesta amenaza que nunca se hará efectiva.
Trump busca vengar su derrota
En el caso norteamericano, parece ya demostrado que una de las claves de la derrota de Trump ha sido el voto de castigo a su figura más que el apoyo convencido a Biden. Analizados los datos con detalle, se observa cómo ha habido numerosos estadounidenses republicanos que han votado contra Trump en la elección presidencial y, a la vez, han apoyado a candidatos republicanos para el Senado y la Cámara de Representantes. Se ha producido un voto dual. El elemento emocional destructivo contra la figura de Trump ha sido, en habitantes de importantes núcleos urbanos, más fuerte que la propia fidelidad a su ideología.
Trump ha conseguido desde hace meses instalar entre sus seguidores la idea de que existe un Deep State, una especie de estado oculto y oscuro, que trabaja desde dentro del sistema para socavar la democracia e introducir un régimen marcado por la corrupción y la comisión de graves delitos que van desde el asesinato a la pedofilia. Para Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública, “estos discursos, según la sociología, tienen cierta relación con el mundo conspiranoico porque cuando se tiene angustia se buscan respuestas sencillas y se tiende a atribuir ciertos fenómenos a fuerzas malignas”.
La estrategia trumpista en versión española
Estos días, Donald Trump parece centrado en generar un factor emocional de venganza de cara al futuro que supere cualquier impulso de racionalidad. La semana pasada, en estos últimos días de rabia y negación, como los ha definido el columnista Peter Baker, escribió 145 tuits (más de 20 diarios) reforzando esta misma idea. Si consigue que se extienda la convicción de que las elecciones se las han robado, esos votantes buscarán tomarse la justicia por su mano en la próxima elección.
En la actualidad en España, la derecha ha dejado de hacer propuesta alguna. Toda su comunicación política se centra en la amenaza que supone el actual Gobierno. El eje central coincidente en PP, Vox y Ciudadanos es el anuncio de un cambio de régimen que está por llegar. No se sabe muy bien cuándo. Este reencuentro de las tres derechas en el mismo territorio llama la atención después de lo vivido durante las últimas semanas tras la moción de censura de Abascal y el discurso de Casado anunciando un cambio de postura. Según entiende Luis Arroyo, “el PP está peleando por el flanco más duro que es el que le está arrebatando Vox y por eso se va a estos límites. El cambio de estrategia en la moción de censura ha durado un cuarto de hora”.
El voto del miedo reaparece
En realidad, nos encontramos ante una actualización de la clásica estrategia del voto del miedo. Se trata de activar en la ciudadanía una intensa preocupación por lo que pueda llegar, más que por lo que realmente uno propone. Para Ignacio Martín Granados, politólogo y vicepresidente de la ACOP, “la patrimonialización del poder, es decir, o están ellos en el Gobierno o el resto de partidos están de forma ilegal, es muy habitual en la derecha. Ahora mismo no están sabiendo identificar el momento político y se están equivocando de estrategia”.
Este tipo de discurso goza de gran tradición en nuestra democracia. Lo utilizó Adolfo Suárez en 1979 ante el peligro de que la izquierda gobernara. Alfonso Guerra, durante sus años de poder dentro del PSOE, recurrió a menudo a alentar el miedo a la vuelta de la derecha predemocrática. Su famosa campaña de los doberman de 1989 es un ejemplo emblemático de la fórmula. Le salió bien a Felipe González en 1993 cuando consiguió parar la llegada de Aznar. Es por tanto, un clásico de la lucha partidista en nuestro país. La peculiaridad actual es que la extensión del miedo a lo que puede venir se hace desde la oposición y no desde el gobierno, como es tradicional. De alguna manera el ¡Que vienen los rojos! parte de la contradicción que supone que llevan casi 1.000 días ya gobernando. Ignacio Martín Granados cree que “esto es una forma muy fácil de hacer oposición pero muy poco constructiva ya que si se abusa de esta estrategia, el relato acaba convirtiéndose en el cuento de Pedro y el lobo. Empobrece la política y da la sensación de que detrás del griterío no hay nada”. En realidad, la actualización de este discurso del miedo está en la base de los movimientos populistas. Como explica Luis Arroyo, “Bolsonaro, Trump o Vox viven en este magma de inseguridad, miedo y angustia que genera teorías de la conspiración y la llamada a regímenes autoritarios”.
Un lenguaje anacrónico y desnaturalizado
Resulta especialmente confuso el uso y abuso de un lenguaje que parece haber perdido su significado. Los calificativos de ataque entre líderes confrontados es habitual que sean coincidentes desde una y otra trinchera. Carmen Llamas, profesora de la Universidad de Navarra y experta en discurso político, observa cómo, “por ejemplo, términos como ‘fascista’ o ‘nazi’, que tenían un significado muy preciso, empezaron a ser usados por los líderes políticos, perdieron su significado y se han generalizado con un uso incorrecto”.
Destaca lo anacrónico de los conceptos que sirven de eje de los actuales discursos. La propia Carmen Llamas, reflexiona sobre el hecho de que “se puede manipular a través de las palabras ya que el léxico político es mucho más inestable que el de carácter general. Términos tan duros como ‘régimen socialcomunista’ o ‘dictadura progre’ son engañosos porque su significado se refiere a realidades sociales y políticas que en ningún caso se corresponden con la realidad actual”.
El peligro de una técnica difícil de controlar
La principal preocupación que despierta este tipo de técnicas de manipulación política deriva de su eficacia. Para Carmen Llamas, “es muy importante desenmascarar este discurso porque se puede mantener bastante en el tiempo y calar en la sociedad. Aunque es falso, es un discurso que moviliza y llama la atención”. Según Martín Granados: “El voto del miedo siempre funciona muy bien porque el miedo es una emoción primaria y básica y el electorado intenta refugiarse en el partido político que le está advirtiendo de ese peligro. En el voto del miedo siempre se vota contra alguien, no se vota tanto a favor de un partido, sino en contra del otro. Es muy habitual en los populismos: Trump, Le Pen, Vox… porque no hay un programa político sólido detrás”.
Otra preocupación a tener en cuenta es la dificultad de medir los efectos reales que puede tener la extensión de esta técnica de propaganda. Tal y como señala Carmen Llamas, “este discurso se utiliza para crear angustia en la sociedad y dramatizar y suele estar repleto de términos con una carga muy negativa para polarizar entre buenos y malos y tender a una confrontación muy fuerte”. A su juicio, “este estilo retórico no es lo esperable de la política. No se está pensando en lograr el bien común sino en el vaivén de las emociones y en ese mover a la población en una dirección o en otra sin un contenido claro”.
Vivimos tiempos de intensa polarización. La confrontación basada en despertar estados basados en la agresión emocional y la contestación consiguiente tiene un punto de inicio pero nadie sabe determinar dónde puede acabar. Luis Arroyo defiende que “desde la ciencia política y la consultoría de la comunicación deberíamos promover un debate más sosegado, más de grises, pero es muy complicado en las circunstancias en las que vivimos en este momento”.
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