Pepe Colubi (Asturias, 1966) es de todo menos una planta. Acaba de publicar la tercera entrega de su serie de novelas de peripecias del personaje Pipi, Dispersión. Además, es, junto a Javier Cansado y Javier Coronas, uno de los Ilustres Ignorantes que nos acompañan cada martes a las 22:30 en #0 de Movistar. No contento con ello, escribe una columna de opinión en la revista Cinemanía. No contento con todo esto, ha sacado tiempo para desplazarse a nuestro Taller de Ideas y conversar con nosotros.
¿Cómo has acabado tú, crítico de televisión y autor literario, siendo colaborador fijo de un programa de humor?
Sin ser yo humorista ni nada de eso, en el 2008 me llamaron para Ilustres Ignorantes con la suerte de contar conmigo, por mi visión un poco irónica y sarcástica de la vida, sobre todo, en artículos, reportajes...Yo lo que más he hecho en la vida es escribir, siempre con una distancia irónica. Ilustres empezó como un proyecto efímero, típico programa de Canal +, incluso era mensual en la primera época. No incluía muchísimo trabajo ni mucho menos, y sin ninguna perspectiva, ninguna ambición, tiramos para delante y creo que nos hemos establecido como programa longevo. Desde luego, trece años de Ilustres dan para mucho.
En estos trece años, ¿no habéis hecho cambios en la configuración de la mesa?
Bueno, cuando me llamaron, fue para ser posible presentador de Ilustres Ignorantes. Yo grabé un piloto como presentador, que figurará por ahí en los archivos ocultos de la historia visual no realizada de España. Afortunadamente pillaron a Coronas para hacer esa labor, que es inmejorable, y decidieron dejarme como colaborador fijo junto a nada menos que Javier Cansado. Y eso ya es una garantía de que, por muy mal que lo haga, siempre va a haber alguien que me rescate.
¿Cómo fue tu transición de no haber hecho pantalla a llevar tanto tiempo?
Mi paso del escritorio a la pantalla fue paulatino. Yo hacía cosas en Paramount Comedy como guionista y buscando entrevistas para un show que se llamaba Nada que perder que presentaba Ricardo Castella. Ahí, poco a poco, empecé a salir. También, cuando empecé a sacar libros, me entrevistaban muy a menudo. Una vez, Antonio Trashorras me dijo que a base de salir en la tele acabas trabajando en ella. Hubo otro punto de inflexión en un programa de Cuatro que se llamaba Channel n.º 4, que presentaban Ana Siñeriz y Boris Izaguirre, donde estuve en pantalla colaborando durante los dos años y medio que duró. Justo el mismo año que acabó Channel, empezó Ilustres.
Tu trilogía de novelas trata la historia de Pipi, un personaje que parece inspirado en ti. ¿Qué tiene de ti y qué tiene de personaje?
Pues mi alter ego Pipi, el hombre que figura en las tres novelas que he escrito tiene bastante de mí y yo de él. Es como si hubiéramos sido siameses, separados al nacer. Los siameses se parecen bastante, pero no tanto. Cada uno tiene entidad propia. Y yo creo que en los dos habita una alegría de vivir. Creo que a mí me ha ido mejor en la vida que a Pipi. En las tres novelas llega hasta los 40 años. La primera es en el instituto, California 83; la segunda, Chorromoco 91, es en la universidad; y la tercera, Dispersión, es un poco el mercado laboral en los 90, cómo se busca la vida. Y yo... intento seguirle los pasos, pero me lleva mucha ventaja. Además, él ya es inmortal porque siempre permanecerá en nuestro recuerdo porque ya tiene su biografía escrita. Yo voy a rebufo e intentando seguirle los pasos. Pero sí, yo me reconozco en Pipi y él no sabe quién soy yo.
Parece que trabajas y disfrutas de tu trabajo…
Quitarle relevancia y trascendencia a la vida cotidiana creo que es fundamental. Todo lo que incluye protocolo, elevación y distancia por encima del bien y del mal acaba agobiando. Pero vivir lo cotidiano con baja expectativa yo creo que es una manera de conseguir longevidad en el bienestar. Por eso yo creo que el personaje que he creado en la trilogía Pipi, y yo también un poco, aunque no soy tan naïve como Pipi, carece de todo cinismo. Él es un ser de luz, libre, porque se acomoda totalmente a lo que sucede.
¿Pipi es un personaje básicamente optimista?
Sí, sí, sí. Es un optimista a veces injustificado, totalmente. Y además, como cuenta siempre con el “no” por adelantado, es capaz de ver el vaso medio lleno y medio vacío al mismo tiempo. Esto es un superpoder. Hay un pasaje en Dispersión en el que le encargan un libro, un libro muy humilde, muy pequeño, sobre televisión, y rápidamente él calibra las posibilidades de éxito y de fracaso. El libro, al final, no obtiene ni uno ni otro, pasa sin pena ni gloria, pero él ya estaba preparado para esa posibilidad porque cualquier cosa, aunque sea una minúscula decisión, la encara con esa especie de optimismo pesimista. Parece una contradicción, pero si algo puede ir bien, irá bien. Y si va mal, no pasa nada en absoluto.
A Pipi le gusta sobre todo viajar ¿A ti también?
A mí me gustaba mucho viajar, yo creo que con la edad me da como un poco más de pereza. Me gustaba viajar sin ver grandes monumentos, pero me interesaba muchísimo viajar al centro de la noche.. Viajar a salir. Ir a los sitios a salir de noche, a ver qué se tomaba por ahí. Y eso implicaba viajar con muy poco equipaje. Hubo una vez, más o menos en 2012, que me fui una semana a Brasil a Salvador de Bahía. Tenía amigos brasileños viviendo allí. Y fue una semana perfecta. Una semana de música, todo tipo de música, bueno sobre todo samba, claro, bossa, pero también blues, pop melódico… Fue una semana intensísima, que lo pasé genial, que volví totalmente renovado, una semana de pura alegría y de pura saudade.
¡Es lo que se dice un viaje perfecto!
El problema surgió cuando volvía. Llevaba una mochila bastante pequeña, simplemente camisetas y mudas. No llevaba nada más y me compré allí un cavaquinho, la guitarra de cuatro cuerdas típica brasileña, con mucho optimismo por mi parte porque no sé tocar una mierda. Pero, bueno, pensé “con constancia podré llegar”. Spoiler: no, no he llegado a ninguna parte. El cavaquinho es dificilísimo. Yo traía el cavaquinho en una caja de cartón y mi mochilita. Y salgo por Barajas y me para un guardia civil. Me pregunta: “¿De dónde viene?”. “¡De Brasil!”, con todo alegría para fuera. Venía moreno, venía rumboso… y dice: “¿Qué lleva ahí?”. Entonces, claro, pensé: “Si le digo cavaquinho igual piensa que es, no sé, algún tipo de arma secreta”, y yo: “una guitarra”. Lo abre y dice: “Acompáñeme, por favor”. Eso que siempre deseas oír de la Guardia Civil.
¿Y dónde te llevó?
Me metió en un cuarto, no oscuro, un cuarto iluminado, pero para hacerme una radiografía del estómago. No me explicó en ningún momento nada, sino: “Le vamos a hacer una radiografía”. Me di cuenta que estaban pensando que me había tragado bolas de droja en el cola-cao. Tenía prisa, pero bueno, pues qué vas a hacer. Y entonces me lo tomé a cachondeo y le dije: “Coño, si me ves una úlcera dime algo. Hazme un volante para el médico”. Y me echó una mirada que no olvidaré jamás. Había otro hombre allí como esperando turno sí tenía pinta de traficante, yo no. Yo venía moreno, con una guitarra debajo del brazo ¡Qué mierda de excusa se armó ese hombre en la cabeza para hacerme a mí una radiografía! Entiendo que no vio nada porque simplemente me dejó seguir, y acabé regalándole el cavaquinho a un amigo brasileño. Me sirvió el cavaquinho para que me hicieran una radiografía en Barajas la Guardia Civil.
¿Por qué crees que te pararon? ¿Por el cavaquinho o por tu pinta?
Por la pinta, por la pinta.